Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO: 53

LUKÁS

Si con veinte años alguien me hubiese dicho que, ocho años después, iba a disponer de mi propio despacho dentro de una de las editoriales más potentes del momento, no sabría si echarme a reír o temblar a causa del pánico. Un despacho, mi propio despacho, como editor. Sería un necio si confesase que no suena bien. Es fantástico. Tan idílico que me resulta incómodo, en cierto modo. Hay algo que no termina de complacerme por completo. No estoy seguro de si se trata del calefactor estropeado desde hace casi dos inviernos, la enorme grapadora metálica que se atasca con más de cinco hojas de papel o del sinfín de reuniones que no nos llevan a ninguna parte, por mucho que quieran alargarlas durante más de dos o tres horas.

Desde mi segundo café en la mañana, he dejado de escuchar el cincuenta por ciento de la conversación que los directores y subdirectores se traen entre manos. El tema es muy sencillo; ganar dinero y mantenerse en el primer puesto de ventas y prestigio editorial.

—Apostar por los autores que ya forman parte de la familia de Ink-Cloud es el mejor camino que podemos tomar como equipo— recalca, por cuarta vez en media hora, la jefa de marketing y subdirectora en ventas del sector más céntrico de Viena. Hablamos de nada más y nada menos que de Anna Steiner, la única nieta del fundador de la editorial. Aquí todo el mundo besa el suelo por donde ella pisa. Todas las mañanas dispone sobre su enorme mesa de caoba, de un café expresso con una nube de leche templada y sacarina, todos sus informes ordenados y los bolígrafos clasificados por colores. Una auténtica maníaca del orden y fanática por los rotuladores de colores.

—Comprendo tu postura, Anna—interviene educadamente, con tono sereno, el director de la sede de Ink-Cloud en Viena—, pero el público lector está reclamando voces jóvenes, historias frescas y rompedoras.

—Todo eso no es más que caprichos de un reducido grupo que no entiende de verdadera literatura.

Le mecha está comenzando a prenderse.

—¿Hablas refiriéndote a la literatura juvenil?

Mi voz, por primera vez en aquella inmensa sala, retumba con eco, impactando contra los firmes muros redondeados que sustentan la habitación más amplia de todo el edificio. Más de veinte personas se contienen expectantes, nadie se inmuta, tan solo el entrecortado sonido de sus respiraciones me hace pensar en la cruda realidad de cómo un novato en la empresa se dirige a la futura heredera del imperio, poniendo en duda la que, bajo mi humilde opinión, es una basura de argumento vacío y sin sentido.

—¿Cómo dices?

—Lukás—me llama el director. Puedo percibir desde mi posición como afloja el nudo de su estilosa corbata para permitirse tragar saliva con más facilidad—. El señor Bertinni me advirtió de tus innovadoras ideas y tu buen hacer, tendremos en cuenta todo aquello que quieras aportar o mejorar.

En Viena, la mayoría de las empresas juegan con una carta que no todos los países tienen bajo la manga. Una baza de oro que, a mi parecer, nos posiciona encabezando las listas de mejores resultados a nivel laboral. Existen categorías, como en todos los servicios y áreas, pero en todas ellas se trabaja en unidad. Respetamos las figuras representativas puesto que juegan un papel de imagen importante para la empresa, pero todos somos uno. La figura del líder se desprende de toda clase de dictaduras para pasar a ser un integrante más, en busca del bien común en sus trabajadores. Tal vez, esta sea una de las cosas que más he echado de menos en mi país. El compromiso, la entrega y el respeto a todos los cargos.

Aunque siempre, en todas partes, existen excepciones que confirman la regla. Anna Steiner es una de ellas. Me han bastando menos de un mes para darme cuenta de ello.

—No podemos desprestigiar a ningún tipo de literatura, puesto que todas tienen su público. En mayor o menor medida, pero todas disponen de una serie de lectores fieles— comienzo, inclinando mi cuerpo hacia delante mientras apoyo mis manos entrelazadas sobre la mesa—. La literatura juvenil, señorita Steiner, es la literatura cuyos títulos más han aumentado las cifras de ventas en los últimos años. Todo ese público lector que usted dice que no entiende literatura, ha incrementado en número y piden más, necesitan de editoriales que apuesten por sus intereses. Intereses que son necesarios para el resto de la sociedad.

—¿Me quiere decir, señor Gruber, que sería mejor ofrecer como lectura un libro de ángeles y demonios en el colegio? ¿Mejor eso que un clásico?

—Si lo que busca es fomentar la lectura en las aulas, sí.

Un fuerte barullo de voces superpuestas, opinando lo que no se atrevían bajo las palabras de Anna Steiner, comienza a perturbar el ambiente de la sala.

—¡Silencio! ¡Un poco de orden!—exclama el director—. Continúa, Lukás.

—Señores, la literatura juvenil está avanzando a un ritmo frenético, al igual que los jóvenes de hoy en día no son los mismos que hace veinte años. Buscan aquello con lo que sentirse identificados y, con todos mis respetos, creo que un adolescente de dieciséis años puede verse reflejado antes en un libro de literatura juvenil que en la trama de la Celestina —remarco—. Con ello no quiero decir que leer los clásicos de la literatura no sea necesario, claro que lo es y no deberíamos olvidarlos. Pero no podemos atarnos a ellos como si fuesen nuestra única opción. Los tiempos cambian y la literatura también.

—¿Y qué es lo que propones?

—Propongo crear una campaña donde, desde la propia editoral, ofertemos a los colegios de la ciudad una nueva forma de lectura. Incluir libros juveniles con temáticas actuales, que importan, ya sean sobre acoso escolar, búsqueda de la identidad, feminismo, temática LGTBI, mezclado con fantasía, misterio, romance... Hacer que la nueva literatura conviva con los clásicos dentro de las aulas. ¿Por qué no leer en un mismo trimestre El lazarillo de Tormes y La lección de August? Pensadlo, sería una campaña rompedora.

—¿Y si tus ideas innovadoras no funcionan?—pregunta con recelo la nieta del fundador de Ink-Cloud.

—Entonces buscaremos nuevas soluciones, entre todos, pero no podemos dar de lado a un movimiento tan grande como es la literatura juvenil.

—¿Votos a favor?—pregunta el director. Nervioso, tenso la mandíbula y muevo inquieto mi pierna derecha esperando al veredicto de mis compañeros, el cual, no puede complacerme más—. ¡Maravilloso! Mañana empezaremos a preparar toda la campaña, sin demora. Y Lukás, tu estarás al frente, ayudando a Anna.

—No puede ser verdad...—recrimina la aludida—. ¿Un proyecto de este calibre y le dejas al mando? ¡Acaba de llegar a la empresa!

—Por eso mismo, ha conseguido en casi un mes lo que ninguno de mucho de vosotros en tres años —percibo la grave voz del director a la vez que estrecha mi hombro con su robusta mano, despidiéndose del equipo. El sonido mate de los tacones de Anna le sigue hacia la cafetería, tratando de convencer al hombre de su mala decisión.

Cansado, pero muy satisfecho, termino de recoger dentro de mi maletín de cuero negro el ordenador portátil y un par de correcciones de dos novelas diferentes que estoy a punto de terminar esta semana. Me apetece pasar una tarde tranquila, así que me doy prisa para coger el autobús cuanto antes.

El bloque de oficinas de la editorial se encuentra a tan solo una manzana de la majestuosa Ópera de Viena, uno de mis edificios favoritos. Allí recrean también varias obras de teatro a lo largo del año. Una vez al mes como mínimo, me permitía ir allí y disfrutar del evento, embaucándome con el arte que emana cada rincón y detalle de la estructura.

Me apresuro hasta llegar a la parada de autobús más cercana a la salida este del edificio. Hoy tengo suerte y no espero más de cinco minutos para subirme a el y comenzar el trayecto, donde una joven madre acompañada de su hijo, me cede el asiento. El niño se aleja a regañadientes, puesto que repite incansable lo exhausto que le he dejado la última clase de matemáticas en el colegio. Su inocencia me sonsaca una sonrisa mientras rebusco mis auriculares en el bolsillo de mi chaqueta. Los conecto al Smartphone y comienza al reproducirse el último disco de One Republic.

Todavía quedan más de tres paradas de autobús para llegar hasta la casa de mis padres, por lo que decido emplear este ratito de tiempo en escribirle a Lola, quien seguramente esté acabando su última clase del día en EEMPC. Activo el sistema de mi Smartphone de forma que, todo lo que grabe de mi voz, se traducirá en palabras escritas dentro del correo electrónico. Hubo un día donde Lola llegaba tarde por segunda vez a sus clases, de modo que olvidó su teléfono móvil en casa. Ese día decidió enviarme un correo electrónico contándome el resultado de lo que ella bautizó un día tan nefasto como cómico. A pesar de enviarnos mensajes sencillos durante el día, me resulta tierno el hecho de que escojamos enviarnos un e-mail el uno al otro, expresando todo lo importante de nuestro día a día. Se ha convertido en un tipo de tradición. Nuestra, siempre nuestra.

Asunto: Necesito otro café.

Tengo la sensación de que hoy, en la editorial, me he ganado a pulso la etiqueta de defensor del pueblo o algo parecido. Seremos uno de los países más avanzados en miles de aspectos pero, sin lugar a duda, muchas mentes de la oficina necesitan desempañarse de tópicos y prejuicios inútiles. Me parece, chica de la butaca trece, que la conversación sobre la verdadera importancia de la literatura juvenil en nuestros días, te hubiera hecho saltar de la silla.

¿Cómo te han ido las clases? ¿Has vuelto a ver materia con esa profesora que te gusta tanto? Kenia Colom... Ya sabes lo terrible que soy para recordar nombres. Pero quiero que me cuentes todo.

Sé que no la necesitas, pero mucha suerte con la reunión de hoy con las "Voces Violetas". Estáis a punto de dar un paso tan grande como necesario.

Tomo aire por la nariz y suspiro. Suspiro, porque es imposible no hacerlo mientras la extraño tanto como lo hago. Lola está creciendo en semanas todo lo que la vida pasada le retuvo bajo llave, está disfrutando de su nueva etapa, de ella misma, tejiendo con el hilo invisible más resistente su propio camino. Ese que siempre estuvo ansioso por conocer sus pasos.

Suspiro porque me encantaría estar a su lado en estos momentos, abrazando su cuerpo cada día al terminar sus clases de fotografía, deleitándome con el sabor de sus cafés en el Muse's los jueves por la tarde, escuchado su voz de lucha de fondo, tiñendo el local con aroma a violetas, revolución y lima, para terminar haciéndole el amor cada noche. No se me ocurre nada más bello que todo aquello que lleve su nombre implícito.

Te echo de menos, mucho. Aquí me encuentro bien, pero dejé a la parte más importante de mí mismo en España. Suena egoísta porque, a pesar de saber que estamos haciendo lo mejor para ambos, una parte de mí siempre quiso llevarte conmigo. O quedarse sentado sobre esa antigua y abandonada azotea.

Sujétate fuerte a nuestro hilo rojo, Lola. Estamos a un paso de convertirnos en lo que soñaban esos dos jóvenes durante aquel verano.

—Enviar —ordeno con voz clara y dos silbidos consecutivos me aseguran que la acción se ha realizado correctamente.

Guardo el teléfono móvil, junto con mi mano, dentro del bolsillo de mi chaqueta vaquera y jugueteo a trazar círculos en el suelo con mi bastón, esperando a que los coches se detengan en el último paso de cebra que me separa de la casa de mis padres.

Aterrizar aquí de nuevo fue extraño. Como si nunca antes me hubiese ido. Recordaba cada rincón de mi hermosa ciudad natal a la perfección mucho antes de poner un pie en tierra. Reconstruí en mi cabeza que, el camino más corto para llegar hasta le sede de Ink-Cloud era, sin duda, tomar la línea de autobús que rodea la Ópera de Viena. O el olor que desprenden las pastelerías repletas de deliciosos buchtel. Reconozco que uno de nuestros, ya incluso diría símbolos, que nos caracteriza para el resto del mundo es la famosa tarta Sacher. Pero mis dulces preferidos son esos pequeños bollitos dulces y esponjosos, rellenos de mermelada. Me trasladan a mi infancia, a buenos momentos donde, mi abuela, los cocinaba para merendar después del colegio. Mi hermano Fynn y yo competíamos hasta el extremo de ver quién comía más. La abuela siempre terminaba regañándonos o acompañándonos al hospital por empacho. Y Fynn, bueno, él fingía perder la mayoría de las veces para dejarme ganar. Igual que me cogía de la mano en la sala de espera del médico por mi cabezonería para creer que podía comer un buchtel más o me defendía de otros niños en la escuela. Siempre estuvo ahí.

—Joven, el semáforo ya nos permite cruzar—el timbre dulce de una amable mujer anciana y su mano temblorosa sobre mi espalda, me traen de nuevo a la realidad de Viena y su gente.

—Gracias —sonrío tímidamente y avanzo golpeando con toques firmes mi bastón sobe el asfalto hasta llegar al otro lado de la acera.

Una calle más abajo se encuentra el Palacio de Hofburg, la Biblioteca Nacional Austriaca y, tres edificios hacia la derecha, la casa de mis padres.

No planeé mí llegada a casa, ni siquiera avise con el tiempo suficiente como para que mamá la habitación de cuando era niño o la abuela lavara con suavizante de lavanda todas las sábanas que guardan en el armario del desván. No quiero nada de eso, no quiero que se tomen demasiadas molestias por mí. Y mucho menos que lo haga mi madre. No después de que le diagnosticasen, de nuevo, una fuerte depresión fruto de la muerte de mi hermano Fynn.

No después de ser yo el culpable de todo lo que vino después de aquello.

—¿Hola?—pregunto tras cerrar la pesada puerta de madera maciza tras de mí—. ¿Hay alguien en casa?

—¡Lukás!—grita mi abuela al verme llegar. Escucho como tropieza con la alfombra extendida a los pies de la entrada a la casa y maldice en alemán, provocándome una traviesa risa. Con sus diminutas manos, atrapa mi rostro y lo besa por todas partes. Para lo pequeña que es, no recordaba la fuerza que tiene—. ¡Por fin ha vuelto mi nieto!

—Abuela, si llevo casi un mes viviendo aquí— le explico.

—¡No me repliques! ¡Trabajas demasiado en ese nuevo puesto! Tal vez tenga que ir a hacerle una visita a ese jefe tuyo.

—Con tal de que me lleves buchtels a mí, puedes venir siempre que quieras.

Me cubro la cabeza con ambos brazos, sabiendo que un "knuff" era lo que la veterana de la casa estaba a punto de hacer conmigo. "Knuff" es lo que, en España, aprendí que coloquialmente llamaban "colleja". Solo que me abuela materna, cada vez que quería reñirme, me perseguía por los pasillos de la casa gritando esa palabra alemana. Repetirla me trae cierta añoranza, al igual que las paredes lisas de papel ocre y los muebles antiguos contrastando con la infinidad de flores distintas que mi madre se encarga de cuidar.

—¡Tendrás que esperar al postre, jovencito insolente!—grita mientras me ve alejarme por el estrecho pasillo con aires de grandeza tras haberme librado esta vez de la reprimenda de mi abuela—. ¡Ve a saludar a tu madre!

Entre risas y un halo de nostalgia, cuento el número de puertas situadas a mi izquierda hasta dar con el cuarto picaporte, el único de toda la casa adornado con pequeños detalles florales que sobresalen al tacto. Tomo aire por la nariz y los expulso lentamente por la boca mientras golpeo tres veces con los nudillos.

—¿Jakob?—la voz calmada de mi madre se adentra en mí ser hasta calarme en los huesos. Solo el tono de su habla me envuelve en ese calor tan especial que solo los seres humanos sentidos al estar cerca de quien nos dio el regalo de la vida.

Jakob es el nombre de mi padre, quien se digna a verme más que en los encuentros familiares a la hora de comer y, los días que no tiene sobrecarga de trabajo en la oficina, a la hora de cenar. O eso es lo que dice él cuando llega pasada la medianoche. Mi padre es uno de los empresarios más exitosos que forman parte de la cadena de bancos más grande de Austria. Él siempre ha alardeado de su alto cargo y de que, en nuestro hogar, nunca ha faltado ni faltará dinero. Todo gracias a él y al sudor de su frente para sacar su familia adelante. Pensar en sus vacías palabras hace que me entren ganas de vomitar.

Mi madre, antes de caer enferma, fue profesora de preescolar. Ella es una de las precursoras que consiguió, junto con más profesionales de su gremio, que se instaurasen colegios de enseñanza especial en el país. Gracias, en parte, a ella y su trabajo, miles de niños con capacidades diferentes pueden disfrutar de uno de los derechos fundamentales como cualquier otro niño de su edad.

Pero eso no importa. Da igual cuanto trabajara mi madre, no destaca, nunca lo ha hecho. No bajo la sombra de mi padre y su orgullo. Ese maldito orgullo.

—No mamá—me aproximo hacia ella. La imagino en mi menta sentada en ese sillón acolchado que tanto le ha gustado siempre, con su batín de seda y su cabello grisáceo por el paso del tiempo recogido en un perfecto rodete—, soy Lukás.

—Lukás...mi pequeño. Coge mi mano—me pide y yo la busco hasta sentir el tacto suave de su piel entre mis manos. Huele a jazmín—. ¿Has visto a tu padre?

—No, mamá. No le he visto desde ayer.

—Tienes que contarle cómo te está yendo en la editorial, Lukás. Necesitáis hablar.

—Mamá, no creo que él quiera hablar conmigo—susurro—, ya le conoces. No soy el hijo que siempre ha querido.

—Él te aprecia tal y como eres, y también a Fynn— una punzada de dolor irrumpe en mi estómago hasta los pulmones, haciendo que me cueste respirar. Desde que Fynn desapareció, mi madre ha pasado por dos episodios depresivos, este es el tercero y más grave de todos, hasta el punto de no reconocer la ausencia de su primer hijo. Ella cree que sigue vivo, entre nosotros, y el único remedio que los médicos nos dieron a ello fue subir la dosis de medicación—. Por cierto, ¿dónde está Fynn? La comida tiene que estar ya casi lista.

No fui consciente de severidad del asunto hasta que, el mismo día en el que aterricé, durante la cena, había cinco platos preparados sobre la mesa. El de mi padre, la abuela, mi madre, el mío y el de Fynn. Ella habla con él, al igual que puede hacerlo conmigo. Dice que le escucha, que nunca se ha ido de su lado. Aquella primera noche en Viena no pude pegar ojo y lloré, lloré como hacía tiempo que no lo hacía. Lloré por mi madre, por la ineptitud de mi padre al pedirle reiteradas veces a mi abuela que retirase el plato de su hijo fallecido, lloré porque mi ausencia estos meses le trajo sin cuidado, por la falta de ese abrazo que un padre le ofrece a su hijo, lloré por Fynn.

Porque yo soy el único culpable de que desapareciese en aquel coche. Porque no rechacé esa última copa.

Lloré hasta que mis ojos y garganta se secaron por completo. Solo la imagen de Lola volviendo a mi menta me hizo entrar en calma, dándome cuenta de que tenemos muchas más cosas en común de las que pensaba al subirme a ese avión. Y eso me asusta. Me aterra, porque es la parte de mi vida que jamás le he contado a nadie.







¡HOLA HOLA! ¿Cómo estáis bonicos? ¿Ha ido bien la semana? ❤ Yo estoy hasta arriba de trabajo peeero, aquí os traigo un capítulo narrado por Lukás. Ahora empieza la interesante del final de Oxitocina, por fin podemos descubrir más sobre Lukás, Viena y su familia. Creedme que, puede que os pille de sorpresa muchas cosas 👀🔥

Os dejo por aquí una foto de los famosos "buchtel" que tanto le gustan a Lukás...¡Y a mi también! Si alguna vez tenéis opción de probarlos, no dudéis en hacerlo. Y ofrecerle uno a Lukás 😉😜❤

¿Os ha gustado el capítulo? ¿Y la novela? Ya sabéis que me encanta escucharos, leeros y saber vuestras opiniones para mejorar ❤❤

Nos leemos pronto, bonicos. Cuidaros mucho.

Os adoro ❤❤❤❤

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro