CAPÍTULO: 52
LOLA
Han pasado ya más de dos semanas desde que mi madre falleció. Más de quince días y no he dejado de de sentir su presencia aquí, a mi lado, ni un solo segundo. Especialmente en un día como hoy. Queda menos de una hora para que comience mi nueva etapa como estudiante de fotografía y diseño artístico.
Tras tomar la decisión de aceptar la oferta por parte de la directora de EEMPC, ella misma me acreditó como estudiante avanzada, lo cual implica comenzar el último año del grado en fotografía al mismo nivel que los alumnos quienes obtuvieron con méritos el primer año de estudios.
-Tienes un enorme potencial, Lola. Un talento innato que muchos de nuestros alumnos no tienen. Has nacido con ello, para dedicarte a esta profesión, y es hora de pulirte y brillar.
Esas fueron las palabras exactas que pronunció la directora en la última conversación que mantuvimos ayer por la tarde. Quiso asegurarse de que no me echaría para atrás en el último momento. No voy a hacerlo. No sería lógico que esa fuera mi intención. De ser así, no llevaría más de media hora sentada sobre las escaleras del enorme edificio que alberga las aulas de EEMPC. Un torbellino atraviesa mi estómago en forma de un dolor punzante. Estoy nerviosa, muy nerviosa y, al mismo tiempo, expectante. Ahora comienzo a cuestionarme cuál era la necesidad de desayunar tantos cereales con chocolate esta mañana. Creo que voy a vomitar.
La estructura del edificio es realmente moderna. Sus paredes de cemento en tonos perlados y negros se levantan impolutas sobre un brillante suelo de mármol blanco. Grandes puertas cobrizas resaltan entre los densos muros, decoradas con un sinfín de grabados, cuyo origen no logro identificar. Aunque, con diferencia, lo que más llama mi atención son los enormes ventanales que visten la fachada. Los hay de todas las formas, rectangulares, ovalados y unos circulares e tamaño diminuto en los laterales del bloque principal.
Suspiro profundamente, de forma sonora, perdiendo la cuenta del número de veces que he repetido esa misma acción desde que he llegado a la escuela. Tengo emociones encontradas. Fascinación por no ser todavía consciente de lo que me está ocurriendo. Miedo por un futuro incierto. Admiración por la belleza que desprenden las paredes de la escuela. Pero nada supera al vuelco que revuelve mis entrañas al contemplar en mi móvil una solicitud de video-llamada con Lukás. Si mis cálculos no me engañan, a estas horas ya tendría que haber llegado al aeropuerto.
Después de nuestra última noche juntos y una larga coversación, Lukás tomó la decisión de, al igual que yo, ampliar sus horizontes, aceptando su nuevo puesto de trabajo con la editorial Ink-Cloud en Viena. Y, a decir verdad, no puedo sentirme más orgullosa de él. Sé que es una gran oportunidad para darse a conocer como editor y, quién sabe, puede que también como un joven escritor. "Oxitocina" lleva en su mente el tiempo suficiente como para aferrarse a toda oportunidad que le abra puertas a un futuro. Su futuro. Tal vez incluso salpique al mío propio.
Optamos por la opción de crecer, cada uno en su ámbito, en sus sueños, pero sin dejar de complementarnos de la forma en la que lo hacemos. Sin cortar nuestro hilo rojo, sin deshacernos de aquello que tantas idas y venidas nos ha costado reconocer y construir. A pesar de los kilómetros que nos separan en este intante. Juntos, somos más fuertes que un simple puñado de números y decimales.
Trato de arreglar con los dedos mi corto cabello todo lo rápido que puedo antes de deslizar mi dedo sobre la pantalla del Smartphone, aceptando la llamada de vídeo entrante. Seguro que tengo un aspecto irónicamente fabuloso, digno de representar al insomnio e histeria.
-¡Hola!- saludo, sonriente, tratando de disimular como mi pecho convulsiona en un golpe de tos nervioso. Ante mi asombro, la imagen que se refleja en la pantalla no se trata de Lukás, si no de Samuel.
-¡Madeimoselle!- contesta. Realmente, necesita con urgencia un profesor particular de francés.
-¿Samuel? ¿Qué haces con el móvil de Lukás?
-Por tu tono de voz intuyo que no te agrada ver a un viejo amigo- sus giros dramáticos en su voz consiguen hacerme reír, inesperadamente, haciéndome olvidar mis nervios por milésimas de segundo-. Tu caballero andante está terminando de facturar, no le quito ojo de encima.
-¿Él está bien?
Samuel dibuja una mueca dubitativa en su rostro, arqueando las cejas de forma exagerada.
-Sí. Eso mismo me lleva preguntando sobre ti desde que le he recogido de su casa con el coche. ¿Cómo estás? ¿Nerviosa? Es un día importante.
-He llegado a la conclusión de que desayunar tanto no ha sido una brillante idea.
-Seguro que has vaciado la caja de cereales, siempre lo haces cuando te pones nerviosa.
Esa voz.
-Lukás-sonrío. Ignorando la dramática imitación de Samuel fingiendo desmayarse-. ¿Cómo estás? ¿A qué hora sale tu vuelo?
-Todavía quedan un par de horas-me informa. Instintivamente, mi mirada divaga entre la idea de lo bien que le sienta esa chaqueta de cuero marrón sobre una de sus muchas camisetas básicas blancas. Los recuerdos de su piel rozando la mía acuden voraces a mi mente, provocando que un escalofrío recorra mi vientre-. Estás en el lugar donde naciste para crecer, Lola. Siéntete muy orgullosa del paso que estás a punto de dar. Yo lo estoy, incondicionalmente.
El huracán que surca la boca de mi estómago termina por disiparse al escuchar el cálido sonido de su voz. Si se tratase de una pintura sobre el lienzo, sería un perfecto degradado en tonos naranjas y rojizos, de más intenso a más sutil, creando la impecable mezcla de armonía y energía.
-Sé que no pinto nada en esta relación pero- la inconfundible presencia de Samuel interviene proyectándose en la pantalla de mi teléfono móvil, mientras estrecha al joven rubio por la espalda-, yo también confío en tu potencial, pequeña Lola. Ahora, entra en ese edificio y cómete el mundo.
-Es mi momento-susurro con un fino hilo de voz-. La vida es un salto al vacío, ¿no?
Lukás dibuja una amplia sonrisa en su rostro, contagiándome su mismo gesto.
-Y nosotros estamos hechos para volar.
-Prométeme que dejarás a todos boquiabiertos con tu novela-le pido, ansiosa-. Prométeme que lo harás, y que te convertirás en el mejor editor de Ink-Cloud que Viena, o el mundo entero, ha visto nunca.
-Solo si tú te conviertes en la fotógrafa que tu yo de la infancia está anhelando ser.
Asiento con la cabeza, sin la necesidad de reprimir el aspecto vidrioso de mis ojos. Ya no hay rastro ni lugar para el miedo o la incertidumbre. Me siento emocionada y feliz. Algo dentro de mí me dice que, dentro de ese enorme edificio de EEMPC, se esconde un rincón diseñado exclusivamente para mí.
-¡Unas últimas palabras, Romeo! ¡Tenemos que ir a comer y hay un puesto de perritos calientes esperándome!- grita Samuel detrás de la cámara arrebatándome una aguda carcajada. La imagen de Lukás recogiendo su cabello rubio en una pequeña coleta, inquieto. Sé a ciencia cierta que este es un gran paso para su carrera. Decido adelantarme y ser yo quien tome la palabra.
-Voy a echarte mucho de menos, chico de la butaca trece-sonrío-. Pero esto es solo el principio, nuestro comienzo. Ahora lo sé y nunca antes había estado tan segura de ello. Estoy completamente enamorada de ti y de este frenético hilo rojo que nos ha traído de vuelta. En menos tiempo de lo que pensamos volveremos a estar juntos. Ahora es el turno de demostrar al mundo todo lo que podemos ofrecer.
-Nunca dejas de sorprenderme. Y ojalá nunca dejes de hacerlo- llevándose la mano a los labios, Lukás lanza un beso a la cámara de su Smartphone. Diría que incluso puedo escuchar la pícara risa de Samuel-. Nos vemos pronto, mi amor.
Tras un sencillo gesto, finalizo la video-llamada, con el alma a rebosar de pequeñas mariposas revoloteando por doquier. La espera merecerá la pena. Volveremos a vernos en una versión mejorada de nosotros mismos, en la recta final de nuestros objetivos, fijando la mira en nuevos proyectos.
Absorta en mis pensamientos, me percato de que pasan cinco minutos de la hora a la que empieza mi primera clase. Todo lo deprisa que puedo, abandono las escaleras y me dirijo corriendo al interior del edificio principal. Subo las escaleras de dos en dos, evitando tropezar con los fragmentos sueltos en los peldaños, prestando atención al número de aulas que corresponde cada piso. Mi destino se encuentra reservado en la quinta planta, aula 106. Esperándome, vigilante, al igual que todas las miradas de los compañeros que, a diferencia de mi, llegaron puntuales a la primera clase de Introducción al Lenguaje Visual.
-Disculpe-me lamento bajo la firme mirada de la profesora. Se trata de una mujer joven, inesperadamente joven, no más de 35 años, vestida con un ceñido vestido negro que le termina por encima de sus rodillas, de larga melena rizada, profundos ojos grises y labios rojizos, similares a los míos-. Siento llegar tarde.
-Lola, ¿cierto? He oído hablar de ti- me informa con semblante serio, aunque confiado a la vez-. Toma asiento y dime qué es lo que te transmite la siguiente imagen.
Perfecto. Primer día en clase y, además de llegar diez minutos tarde, soy la primera en intervenir. Delante de todos. Sin tiempo si quiera para sacar un triste bolígrafo de mi mochila.
Ocultando la alargada pizarra de color turquesa intenso, se despliega una fina pantalla blanca donde, accionando una tecla del ordenador, la profesora proyecta la imagen de una mujer madura, de perfil, observando a través de la ventana como una niña juega ondeando su cometa rosa al viento. Ambas tienen el mismo tono de cabello lacio y una complexión delgada, lo cual, podría ser indicativo de un parentesco cercano.
-¿Y bien? Explícanos que es lo que esta imagen puede representar.
Lo tengo claro.
-El paso del tiempo-respondo, segura de mis palabras-. Las facciones de la mujer adulta muestran su madurez, enfrentada con la tierna inocencia de un niño. Me arriesgaría a decir que puede tratarse de madre e hija. La madre contempla a la niña, nostálgica, presa del tiempo, quizá pensando en todo lo que ella dejó atrás para que su hija sea quien quiera ser ahora mismo.
Un pequeña punzada se clava en mi corazón al pronunciar esas palabras. La figura de mi madre, con sus cabellos encendidos como la lava de un volcán, se recrea en mi mente. Hasta reconocería verla sentada en la fila más alta del aula, observándome. De la misma forma que lo hace la madre de la fotografía. Víctimas del imparable tiempo.
La profesora acaricia su mentón con la mano derecha, apoyando el codo contrario sobre su atril, dejando escapar una sonrisa de satisfacción. Por el brillo en sus ojos, reconozco que mi respuesta era aquello que buscaba oír al verme entrar por esa robusta puerta de madera y cobre.
-Es un placer tenerte en mi clase, Lola-me felicita, recogiendo la pantalla de tela blanca para escribir su nombre con tiza sobre la pizarra: Kenia Colomo. Lanza el clarión sobre el cajetín de madera y, con su repiquetear de fondo, se dirige hace mi una última vez-. No vuelvas a llegar tarde.
¡BONICOS MÍOS! ¡Qué alegría volver por aquí! Os echaba mucho de menos ❤
Bueno, sé que ha sido un capítulo bastante tranquilo pero, ¿qué os ha parecido la primera toma de contacto de Lola con la EEMPC?
Aviso importante: quedan diez capítulos para el final de la novela (aproximadamente) Y, a partir de ahora, muy atentos porque vamos a tener saltos temporales y espaciales importantes 🔥
También adelantaros que, después de tener una revelación para el final que Lola y Lukás se merecen, "ADRENALINA" tendrá lugar 1 años después del final de esta historia 👀❤
¡Contadme impresiones! ¡Quiero oír vuestras teorías!
Nos leemos pronto, os adoro ❤❤
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