CAPÍTULO: 5
LOLA
Desde que terminó mi jornada laboral en la cafetería, me apresuré a entrar en mi habitación, donde he permanecido encerrada toda la tarde. Solamente salí un par de veces, las dos para comprobar cómo se encontraba mi madre, darle la medicación que le tocaba después de comer y explicarle por encima como había ido mi día. Por lo demás, me he mantenido tumbada sobre mi cama hasta que he logrado perder la noción del tiempo, cobijada en mí, en mis pensamientos.
Hacía mucho tiempo que no escuchaba pronunciar su nombre saliendo de unos labios ajenos a los míos. Aunque, a decir verdad, hacía mucho tiempo que no yo misma lo nombraba, al menos en voz alta. Igual no me atrevía a hacerlo. Igual no me lo permitía.
Lukás.
Ese verano se tiñó del color de su nombre, la única palabra que puede definir todo lo que vivimos durante esos dos meses. Los dos meses más felices de mi vida. Y los que, ahora, más amargamente recuerdo. Fue todo tan fácil, tan natural, que me resulta incomprensible. ¿Cómo una persona es capaz de hacerte sentir más viva que nunca?
Me llevo las manos a la cara, frotándome con fuerza los ojos, tratando de borrar cada recuerdo, cada imagen que guardo dentro de mí. Igual Nicolás tiene razón, igual es momento de pasar página. Me he repetido esa misma frase tantas veces... Dios... ¡Han pasado dos años! Dos años...Y sigo sintiendo el mismo torbellino de emociones cada vez que revivo aquel verano de nuevo.
El agudo silbido emitido por mi teléfono móvil me hace levantarme de la cama.
Nena, espero que no te haya molestado mi comentario de la cafetería. Sé que no te gusta hablar del tema.
Con dedos ágiles, tecleo con avidez mi respuesta:
No te preocupes, estoy bien. En el fondo tienes razón... Creo que es momento de pasar página.
Al segundo de recibir mi mensaje, mi amigo me envía una fotografía de un colorido cartel. A simple vista parece el cartel promocional de una fiesta. Este sábado.
¡Vamos, Lola! ¡El domingo no hay que trabajar!
Suspiro, cansada. Nicolás es inagotable. Él siempre dice que no hay nada que una buena fiesta no pueda solucionar. Tengo mis discrepancias al respecto. Sin darme tiempo a responder que me lo pensaré, un nuevo mensaje del chico aparece reflejado en la pantalla. Es el enlace de su nuevo vídeo en Youtube. Vuelvo a tumbarme sobre el mullido colchón y no tardo en pulsar el botón de reproducir.
Hace escasos meses que Nico tomó la decisión de abrirse un canal en la plataforma, un canal de maquillaje. Le apasiona, siempre lo ha hecho que yo recuerde. Sin embargo, no ha sido fácil para él. La época del instituto fue un duro camino, descubrir su orientación sexual y ser consciente de ella le ocasionaba incertidumbre y tenía miedo. Recibía insultos constantemente de múltiples compañeros de diferentes cursos y, que sus amigos nos interpusiéramos, no servía de mucho. Aquellos acosadores continuaban divirtiéndose haciéndole la vida imposible a un inocente chico de quince años. Tras muchos intentos de convencer al propio Nicolás, acudimos durante varias ocasiones a profesores e incluso dirección. Lo que todavía sirvió de menos. De nada.
Nada, hasta que, de un día para otro, la primera mañana del último curso de instituto, Nicolás apareció por los pasillos con toda su artillería pesada, con toda su personalidad, su esencia. Nunca olvidaré aquello ceñidos pantalones a cuadros, sus botas adornadas con tachuelas y su cargado maquillaje. Resaltaba sus labios carnosos y, su mirada, simulaba ser alargada gracias a esos tonos de sombras y brillos. Estaba espectacular. Su actitud, su forma de expresarse, su estética, todo había cambiado. Nunca más consintió que nadie le humillara.
Felicito a mi amigo por el resultado de su vídeo. No cabe duda que tiene mano para todo ese mundo, el contenido, la edición, todo conseguía captar tu atención. Igual que el Nicolás auténtico, el verdadero.
Este sábado espero una buena imitación de ese maquillaje por tu parte.
Emito una carcajada tras su mensaje. Es insaciable.
Tengo que pensarlo, Nico.
Y, como si Nico me leyera el pensamiento, la cruda realidad se transforma en mensaje de texto:
Piensas demasiado, Lola. Siempre lo has hecho.
Molesta por el comentario de mi compañero de trabajo, lanzo el teléfono móvil de forma que impacta contra el suelo de la habitación. Ni siquiera me preocupo por su estado. ¿Qué pienso demasiado? Pues claro que lo hago, constantemente. Me gustaría verle a él, a todos, en mi situación. Con una madre enferma, un negocio del que hacerme cargo y despidiendo a cada uno de mis sueños, cada día un poco más lejos de hacerse realidad. De luchar por convertirme en fotógrafa profesional.
Escucho varios pitidos como los anteriores procedentes de mi teléfono, sin embargo, hago caso omiso a los posibles mensajes. Mantengo mi mirada fija en las paredes lilas de la habitación, todas repletas de mi pasión, de fotografías. La gran mayoría son del grupo de tres que formamos Gala, Abril y yo. En otras se añade Nico a nosotras. Aunque, mis favoritas, son aquellas en las que aparecen mi madre o mis amigos solos en distintos momentos, distraídos, sonrientes, hablando, concentrados. Intento fijarme siempre en los detalles cotidianos y capturarlos, no dejar pasar nada por alto. Mientras exploro cada trocito de yeso coloreado de mi cuarto, mi atención se detiene en la esquina superior que forma una de las paredes laterales con el techo. Pegada, hallo una pequeña fotografía doblada hacia dentro, dejando expuesta la parte blanca, ahora incluso algo amarillenta, de detrás del papel. Curiosa y ciertamente extrañada, ya que nunca me había percatado de su presencia, me pongo de pie sobre el colchón y, de puntillas, logro alcanzar la esquina de la fotografía instantánea hasta despegarla. La desdoblo entre mis dedos y, darle la vuelta, cae inevitablemente sobre la colcha blanca que viste mi cama.
Soy yo. La imagen me refleja a mí, en la cafetería, a través de uno de los grandes ventanales de cristal. Vista desde fuera, desde la calle.
Atónita, recojo la fotografía de nuevo entre mis dedos y me siento sobre la colcha de la cama. Repaso mi silueta con mi mano derecha, incrédula. No logro entender nada. ¿Cuánto tiempo lleva esto en mi habitación? ¿Por qué soy yo la chica de la foto? Ni siquiera recuerdo haberla guardado y mucho menos colocarla en mi pared.
Nerviosa, intento tranquilizarme. Todo tiene que tratarse de una broma, seguro que Abril o Gala saben algo de esto. Rauda, agarro mi teléfono móvil del suelo y solicito una vídeo-llamada con mis dos amigas. Ambas aceptan la invitación en cuestión de segundos.
—¡Lola!— exclama la chica de pelo rubio. Abril se muestra sonriente ante la cámara, aunque su rostro se torna de un modo agridulce al contemplar mi expresión—. ¿Va todo bien?
—¿Qué me he perdido?— ahora es Gala quien parece intrigada por la situación.
Tengo la boca tan seca que intento tragar saliva antes de hablar.
—Acabo de encontrar una fotografía en mi pared, una foto que yo no he colocado ahí y que ni siquiera recuerdo. Deduzco que Nicolás no sabe nada, puesto que parte de su delantal aparece sirviendo una de las mesas—. Les muestro la imagen a la cámara. Mi voz comienza a temblar— ¿Habéis sido vosotras?
Tanto Abril como Gala niegan ser conocedoras de aquella imagen. No obstante, la muchacha de ojos azules y larga melena dorada, me pregunta acerca de un garabato que se intuye en la esquina inferior derecha de la instantánea. Ansiosa por conocer el origen, ni siquiera me había fijado en lo que aparecer escrito a mano en uno de los márgenes. Lo que parece ser una dirección extranjera, un número de teléfono y una fecha. Una fecha de hace dos años, concretamente, el día 25 de Agosto.
—Lola...— Gala es la primera en manifestarse.
—No entiendo nada.
—¿Y si fue él?— continúa preguntando mi amiga—. Su dirección...
No. Él no, otra vez no. Me niego.
—Este fue el día que despareció del mapa, sin volver a saber nada más de él. ¿Por qué iba a dejarme esta foto aquí? Si fue tan valiente de irse sin decir nada, ni una sola explicación... Alguien no se va así porque sí y deja una triste fotografía y una nota.
Pensándolo fríamente, solo a Lukás Gruber se le ocurriría hacer algo así. Volatilizarse, sin dejar rastro, una fotografía y una dirección. Todo un enigma por resolver. Al igual que él. Un fuerte nudo en mi garganta me impide tragar y me escuecen los ojos. Procedo a cerrarlos con fuerza al mismo tiempo que arrugo esa fotografía entre mis manos. No voy a permitirme derramar ni una sola lágrima más, no quiero hacerlo. Y mucho menos por él.
—Lola, igual dejó esa nota para seguir en contacto o igual quería...
Abril continúa hablando, intentando buscar una respuesta lógica a todo esto. Su voz se vuelve eco en mi cabeza y yo solo soy capaz de sentir impotencia, enfado y tristeza a la vez. Porque Lukás nunca terminó de desaparecer por completo. No de todas partes.
Cuando intento reengancharme de nuevo a la conversación de mis dos amigas, el tema de conversación resulta ser la fiesta del sábado de la que Nico tanto me ha insistido antes.
—Lola, ¿vendrás con nosotros, verdad?
—¡Por supuesto!— exclama una dulce voz desde el umbral de la puerta de mi habitación. Mi madre saluda con una amplia sonrisa a las dos jóvenes que le devuelven el saludo de forma efusiva y Gala le lanza un piropo sobre su peculiar cabello.
Me limito a mirar su figura apoyada sobre el marco de madera, analizando cada gesto, percibiendo por enésima vez lo preciosa que es mi madre. Sus enormes ojos verdes se centran en mí, ofreciéndome una sonrisa cálida, de esas que te abrazan. Así es América.
Puede que Nico tenga razón y haya llegado la hora de pasar página.
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