CAPÍTULO: 46
LOLA
—¿Quieres un café?
A mi espalda, Bruno me tiende un humeante vaso blanco de plástico, el intenso olor a café hace que cierre los ojos por un instante, pero no me desata del trance en el que me he sumergido desde mi llegada al hospital. Niego con la cabeza. Mi hermano deja el recipiente sobre una mesa de tonos pálidos y se sienta en uno de los sillones que decoran, en la medida de lo posible, uno de los laterales de la fría habitación. Se frota la sien con dos de sus dedos, masajeando la zona. Se le ve abatido, imagino que al igual que yo. No he pegado ojo en toda la noche.
—¿Dónde está Lukás?—me pregunta. Escucho su voz lejos de mí, cada vez más, como si se tratase de un truco de mi subconsciente, queriendo hacerme desvanecer por completo.
—Tenía una reunión de trabajo esta mañana, le llamaré más tarde.
Un ronco sonido de aceptación nace de la garganta de Bruno. Es realmente triste. Todo lo es. Pero, es realmente devastador que, el esperado reencuentro de un hijo con su adre biológica, sea de este modo. Con la vida de uno de ellos pendiendo de un fino hilo.
—Lleva durmiendo más de un día. Los médicos dijeron que la medicación es bastante fuerte, fue necesario intervenir con sedación, urgentemente. El señor Collins me ha dicho que tenía mucho dolor cuando ingresó—comento, percibiendo como la voz se me entrecorta. Carraspeo con fuerza—. Ella nunca se quejaba, ¿sabes? Nunca.Siempre le llevaba su medicación en cada recaída, en sus peores noches, y ella nunca ponía una mala cara. Ella no...no es justo, joder...
Me escuecen los ojos, me duelen. La luz blanca que ilumina la habitación me hace estremecer cada vez que alzo la vista hacia su figura, inmóvil sobre las recias sábanas blancas y azules turquesa. Su tez pálida descansa indiferente sobre la almohada, hasta su cabello luce mucho más apagado de lo habitual. Ese rojo encendido, su fuego, parece apagarse por segundos. Una fuerte punzada de dolor atraviesa mi pecho, haciendo que incline mi cuerpo hacia delante, ocultando mi rostro entre las manos. Me duele la cabeza tanto que me es imposible pensar con claridad.
Sorbo con fuerza por la nariz, queriendo alcanzar con manos temblorosas el vasito con café que Bruno me ha ofrecido hace un rato. No obstante, no sé si por mi incesante temblor o mi mirada absorta en el vacío, es él quien ejerce la acción de traérmelo. Ya de nada sirve mantenerme firme, sosteniendo el muro que tantos años me ha costado construir, la fortaleza que protegía la vida de mi madre, junto a la mía. En cuestión de horas se ha visto derrumbada por miles de cañones imparables, porque la vida en ningún momento, nadie, nos avisa de que vaya a ser justa, fácil, un camino de rosas. De nada sirve aguantar mi compostura y saber estar. Por ello, en cuanto mis dedos rozan los de Bruno, sujetando con firmeza la caliente bebida, rompo a llorar.
Diría que, acallado por mi llanto, soy capaz de percibir el sonido estridente del crujir de mi alma.
—Has heredado sus ojos, ¿lo sabías?—le recuerdo a Bruno, tomando un pequeño sorbo de café. Está tan caliente que me hace daño en la garganta y paladar—. Y eres igual de cabezota que ella.
—Creo que eso es algo que hemos heredado los dos, hermanita.
Bruno arrastra uno de los dos sillones de la sala hasta colocarlo junto a mí. Tiene los ojos enrojecidos e hinchados, marcados en la zona de la cuenca por una sombra oscura y amoratada. A pesar de no hablar de ello conmigo, sé que ha llorado, al igual que yo, ha necesitado tomarse su tiempo para hacerlo. El contorno de sus uñas presenta diminutas heridas y piel despellejada y, su despeinado cabello oscuro, cae de forma rebelde sobre su frente, donde se forma una arruga recta que la surca al unir sus manos a la altura de sus labios fruncidos.
—He llegado tarde—me anuncia, fijando sus inmensos ojos celestes sobre el cuerpo de América. Su tono de voz es frío, con cierto matiz distante que ocasiona el espasmo de un escalofrío sacudiendo mi espalda—. Creí que sería todo mucho más fácil. Llegar aquí, conocerte y atreverme a conocer a mi propia madre. Pero no he tenido las agallas para hacerlo. He desaprovechado las pocas oportunidades que he tenido, como aquella vez, en vuestra casa. En lugar de hacerle frente a mi pasado, a mi presente, salí corriendo.
—Salir corriendo no te convierte en un cobarde, si no en ser humano. No es cobarde quien huye, lo es quien nunca se atreve a regresar. Y tú lo hiciste.
Del mismo modo que Lukás lo hizo. Se fue y tuvo el valor de volver, con todas las consecuencias que eso acarrea. Esta es una lección que he aprendido después de concienciarme de que, guardar todo ese rencor, no me llevaba a ninguna parte. Al contrario. Me alejaba de lo que más quiero en realidad. A él.
Ojalá ahora mismo estuviese aquí. Solo espero que regrese pronto para poder olvidarme de todo por un segundo y, únicamente, sea su calor lo que me importe.
—Mamá hablaba muchas veces de ti, Bruno— atrapando una lágrima entre las yemas de mis dedos, sonrío melancólicamente mirándole a los ojos—. Siempre me contaba lo travieso que eras de pequeño, incluso en el momento del parto ella supo quién de los dos iba a dar más que hablar. Tuvieron que dormirle porque el cordón umbilical se te había enrollado alrededor del cuello por lo mucho que te movías, o eso decía ella. La hiperactividad que tú le proporcionabas, lo contrarrestaba la calma que yo transmitía.
—¿Qué más cosas te contaba?
—Lo mal que comías y lo poco que le dejabas dormir por las noches. Bromeaba diciendo que nunca ha estado tan cansada como en nuestro primer año de vida.
Mi hermano mellizo se desprende de una pequeña carcajada teñida de tonos tristes. Es entonces cuando, al verle sonreír, me fijo en una alargada cicatriz pálida que atraviesa transversalmente su labio inferior, dándole un aire misterioso e interesante a sus facciones marcadas. Sobre el puente de la nariz, la misma maraña de pecas atraviesa su piel. Al fin y al cabo, por muy polos opuestos que resultemos ser, toda diferencia presenta similitudes.
—¿Cómo era mamá de joven?
La pregunta de Bruno me arranca un suspiro de lo más hondo de mis pulmones. Me abrazo el vientre con los brazos, acurrucándome sobre la incómoda silla de la habitación. Me falta el aire, tengo el cuerpo entumecido y los ojos me arden.
—Nunca tuvo muchos amigos pero, los pocos que guarda, le han apoyado siempre. Dejó de ejercer la prostitución en cuanto ambos nacimos, abandonó ese mundo para trabajar en miles de oficios diferentes, a kilómetros de casa o en la misma avenida, le daba igual. Hizo todo lo que pudo para sobrevivir—una mueca de dolor se forma en el rostro de Bruno, quien no levanta su penetrante mirada del suelo de la sala—. Le repudiaron, durante mucho tiempo. Al poco tiempo de empezar con el Muse's, se corrió el rumor de su enfermedad. A la gente se le llenaba la boca de frases como; "ella se lo ha buscado, por puta". "Pobre niña, vivir con una madre así, no le espera nada bueno en la vida". "Este es un barrio honrado, cómo se atreve a abrir su negocio aquí". Meses más tarde, el señor Collins apareció por la cafetería y, como él, muchos más. Vieron que si, un famoso intelectual del mundo del arte, entraba y salía sin pillar una clamidia, nada malo podría pasarles. Pero, en el fondo, en los posos que quedaban al acabar la jornada, mamá sabía que esos posos nunca terminarían por disolverse. Porque la gente es así, no acepta lo políticamente correcto, no se permite salir de los estándares establecidos, no da su brazo a torcer ni abre su mente a nada.
—El miedo nos consume por dentro.
—A mamá no—afirmo rotundamente—. Ella luchó, hasta el final. Por ella, por nosotros. Ahorró el dinero suficiente como para abrir el negocio de sus sueños y vivir de él. Me enseñó todo lo que sé y, ahora se lo debo.
—¿Sabes qué es lo que pienso?—me pregunta, reclinando el asiento del sillón hacia atrás—. Ella guarda un sueño. Verte cumplir a ti los tuyos, Lola. Convertirte en la fotógrafa que deseas ser, formar tu propia vida, querer y dejar que te quieran bien. No digo que sea fácil, tendrás que abrirte paso entre muchos, pero juegas con la ventaja de haber aprendido de la mejor maestra.
Siento que me rompo, me vuelvo diminuta, sintiendo que es la propia habitación la que me devora poco a poco, haciéndome vulnerable al mundo exterior, a futuro. Y rompo en un llanto descontrolado, incluso para los brazos de Bruno, quien no deja de susurrarme al oído que le tengo a él a mi lado, que todo va a salir bien. Pero para mí, ahora, nada que no incumba América puede ir bien.
Un quejido sordo el dirección a la camilla donde yace mi madre nos alerta a ambos de que, bajo todo pronóstico, América está despertando. Ahogo un grito de felicidad en mi garganta, llevándome las manos a la boca. El cuerpo de Bruno se tensa, pero no desaparece de nuestro abrazo. Mantiene su cuerpo unido al mío, pasando un brazo por mi espalda.
Los ojos de mi madre parpadean repetidas veces hasta conseguir enfocar con claridad la escena que tanto tiempo llevaba esperando presenciar. Sus dos hijos mellizos juntos, en carne y hueso, al fin.
—Mis niños...—susurra, con un hilo de voz lo suficientemente fuerte como para que nosotros dos lo escuchemos—. Por fin juntos, conmigo...Estáis tan mayores...
El número de pulsaciones que marca el monitor comienza a descender a un ritmo lento pero constante, al igual que el porcentaje de su saturación de oxígeno.
No. No. Aún no. No estoy preparada, nadie me ha explicado qué viene ahora, qué es lo que tengo que hacer.
Antes de que poder reaccionar, Bruno se apresura para alcanzar el teléfono que conecta la habitación con el control de enfermería.
—Mamá, no te vayas. Ahora no, no puedes dejarnos solos—suplico, inmersa en un mar de lágrimas—. Te necesitamos, te necesito.
—¿Ocurre algo?—se escucha al otro lado del teléfono colgado en la pared.
—¡Que venga alguien ya! ¡Nuestra madre está peor! ¡Qué venga un médico!—los gritos de Bruno retumban en mis oídos. El dolor de cabeza se intensifica. No puedo respirar.
—Mamá...
Las pulsaciones continúan bajando. ¿Por qué no se detienen? No puede irse. Ella no, mi luz no.
—Cielo, es hora de vivir tu propia vida, tienes que ser fuerte. Cuida de tu hermano. Cuidaros mutuamente mucho más de lo que yo he podido hacerlo— un grupo de dos enfermeras y un médico entran a toda prisa en la habitación, con un montón de aparatos y ordenando acciones que yo no comprendo. Yo solo quiero estar al lado de mi madre, para siempre—. Os quiero tanto...
—Carga un miligramo de atropina, ya. Se nos está yendo.
—¡Mamá! ¡No puedes irte! ¡No nos dejes solos!
Mi garganta se desgarra, ajena a las voces de los sanitarios, quienes insisten en que, tanto mi hermano como yo, abandonemos la habitación. Lukás, por favor, te necesito aquí.
Los brazos de Bruno me envuelven al mismo tiempo que los ojos de mi madre terminan por cerrarse. Un estridente y agudo pitido proveniente del monitor al que mi madre permanece unida, hace que el equipo médico se detenga, abatido, transmitiendo sus condolencias vacías con una simple mirada hacia mi hermano. Dejo de oír a mi alrededor, dejo de sentir cualquier pizca de emoción en mis entrañas, me siento vacía. Incapaz de reaccionar a ningún estímulo. Ni siquiera cuando la voz de Lukás atraviesa la atmosfera lúgubre de la sala.
—¡Lola!
Mi nombre. Mi nombre saliendo de sus labios es lo último que logro escuchar. El tacto frío del suelo impactando sobe mis brazos desnudos es lo siguiente que percibo. Tengo la boca seca, me palpita la sien con tanta fuerza que creo que mi cabeza va a explotar de un momento a otro. El aroma mentolado de Bruno se cuela por mis fosas nasales. Después, todo se convierte en una enorme nube de humo.
La imagen de mi madre, tendida sobre esa siniestra camilla blanca, se ha convertido en mi último recuerdo con ella.
Y es que, a pesar de creer lo inevitable. A pesar de que, todos los que tuvimos la suerte de conocerla bien, sospechamos de su indemne inmortalidad. La luz de América se ha apagado.
Para siempre.
Por favor, no me matéis. He sufrido mucho escribiendo este capítulo, la verdad. Pero era algo que la historia me pedía, algo que tenía que pasar para continuar con la vida de Lola.
Espero que lo disfrutéis, a pesar de el dolor de nuestro corazoncito. Contadme vuestras opiniones, por fa ❤
Gracias por todo, nos leemos ❤✨
María
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