CAPÍTULO: 40
Este capítulo tiene escenas +18, no te sientas forzado a leerlo si no te gusta este tipo de contenido.
LOLA
—Así que, tenéis una cita. Aquí, en la cafetería.
—¿Es muy cutre?—le pregunto a mi hermano mientras termino de secar un grupo de tazas de cerámica blanca con florecillas estampadas—. No puede ser algo hortera, tiene que ser especial y bueno, qué mejor que el Muse's para ocupar ese lugar.
Bruno acaba el contenido de su café americano y me tiende la taza al finalizar, relamiéndose los labios.
—Y, ¿cuándo va a venir él?
—Todavía queda una hora—informo, confirmando la hora con exactitud en la pantalla de mi Smartphone.
Bruno mira a su alrededor, tal solo un par de parejas y un grupo pequeño de tres ancianas, forman la clientela del local a última hora de la tarde. Y, no sé si por coincidencia o no, nadie mantiene su consumición intacta.
—De eso me encargo yo.
—¿Qué?
—¡Atención todo el mundo!— exclama mi hermano quien, bajo mi asombro, alza su voz mientras sube sin dificultad sobre una de las sillas de la cafetería—. ¡Por motivos personales la cafetería cierra media hora antes! ¡Mi hermana tiene una cita así que todo el mundo fuera!
—¡Bruno! ¡Para!— grito, situándome al lado de la silla.
—¡Vamos, vamos!— continúa, haciendo caso omiso a mis advertencias. Sin embargo y, contra todo pronóstico, los pocos clientes que permanecen en la cafetería no tardan en recuperar sus pertenencias para salir a toda prisa. Incluso, un grupo de mujeres de avanzada edad, lo hace emitiendo agudas risas y algún que otro sonrojo en sus mejillas—. ¡Gracias por su consideración! ¡Es por una buena y totalmente justificable causa! ¡Que tengan buena noche!
Una vez que el Muse's termina de vaciarse por completo, Bruno desciende de lo alto de la silla y la coloca en su lugar en la mesa correspondiente. Ni siquiera cuando se posiciona delante de mí soy capaz de desbloquear mis pensamientos, absortos de asombro por lo ocurrido hace escasos minutos. Bruno se ha encargado de echar, literalmente, a toda la clientela de la cafetería. Por suerte, nadie llevaba menos de cinco minutos con su café, tiempo suficiente como para dejar una reclamación sobre el local.
Mi hermano, sin borrar la sonrisa triunfante de sus labios, se encoge de hombros, esperando algún tipo de reacción por mi parte.
—No puedo creer que acabes de cerrar la cafetería solo porque sí.
—Eso no es del todo cierto, hermanita—rectifica—. Primero, la he cerrado porque tú no te atrevías a hacerlo. Segundo, ahora tienes tiempo para dejar todo listo para tu cita de esta noche. Y, tercero, te lo debía.
—¿Me lo debías? ¿Por qué?
Bruno toma aire por la nariz y lo expulsa lentamente por la boca antes de hablar.
—El otro día en tu casa, con mamá, no me comporté de la mejor forma y no he dejado de pensar en eso— explica—. Quiero conocerla, Lola, de verdad. Pero no te imaginas lo complicado que me resulta al mismo tiempo.
—No tienes que pedirme disculpas por nada, ni a mamá tampoco.
Trato de zanjar el tema tan rápido como puedo. En ningún momento he reprochado la actitud de Bruno, al contrario, desde que me hizo conocedora de su historia, he querido ponerme en su piel, contemplar la escena desde su propia perspectiva para, así, comprenderle mejor. Toparse con su verdadera madre, con la cruda realidad, de bruces, no tuvo que ser fácil para él. Terminar cediendo es un camino tortuoso que, solo él, puede encontrar la clave para acabar con la maleza. Tan solo espero que, en el momento que recaude toda la fuerza necesaria, no sea demasiado tarde para ambos.
—Venga—le animo— encárgate de cerras las cortinas y de poner el cartel de "cerrado". Después, puedes venir a ayudarme a terminar de preparar los postres.
—¡A la orden!
Con una sonrisa, mi hermano se dispone a realizar la tarea encomendada mientras que yo me adentro en la pequeña cocina de la cafetería y enciendo la placa inductora. Con un poco de aceite, impregno la base y los laterales de una sartén pesada y, una vez caliente, divido por la mitad un par de croissants y los deposito sobre el humeante fondo. El chasquido de la masa en contacto con el aceite caliente desprende un delicioso olor, el cual, mejora con creces al añadir el queso en el interior de los croissants recién tostados y crujientes. Corto un par de lonchas de jamón y, junto al queso fundido con el propio calor de la masa, finalizo las elaboraciones del menú de esta noche.
Me hago con una bandeja metálica y, con un paño limpio, retiro unas pequeñas motas de polvo que habitan en la plateada superficie. Alcanzo un grupo de servilletas color burdeos y, poniendo cada croissant sobre su servilleta correspondiente, los sirvo sobre la bandeja que no tardo en llevar hasta la barra, donde me espera una grata e inesperada sorpresa.
Bruno, además de desempeñar todo lo que le pedí, ha retirado todas las mesas del local hacia una pared del mismo, dejando un amplio espacio, libre de muebles, en el centro del Muse's. En su lugar, un enorme mantel de cuadros amarillentos y blancos, recrea la función de manta para un picnic improvisado a plena luz de las velas. Velas que, por cierto, el mismo Bruno ha localizado en el fondo de un viejo cajón. El mismo cajón del que ha conseguido el mantel.
—¿Te gusta?—me pregunta, feliz.
Sinceramente, en menos de quince minutos, ha invertido por completo la estética del local, dándole un aspecto mucho más íntimo gracias a la luz tenue de las velas. Ni en mi propia mente hubiese sido capaz de diseñar un ambiente tan, simplemente, perfecto, para la ocasión.
—Me encanta, Bruno. Es mucho más de lo que tenía planeado. Muchas gracias— me aproximo hasta él para darle un corto abrazo—. Eres el mejor hermano del mundo.
—El siguiente paso para ganarme la confianza de Lukás será diseñar vuestro futuro nidito de amor.
Con el puño, le propicio un suave golpe en su brazo derecho. Bruno recrea una mueca de falso dolor, acompañada más tarde de una carcajada que me contagia.
—Creo que es momento de que me vaya—anuncia recogiendo su característica chaqueta de cuero negro— Disfrutad, te llamaré pronto.
—Gracias por todo.
Ondeando la mano sobre mi cabeza, me despido de él, observando cómo abandona el local y, a través de las cristaleras, Bruno forma un corazón palpitante con las dos manos y me guiña el ojo de forma pícara por última vez, antes de desaparecer en la oscuridad de la noche.
Río, llevándome las manos al cabello. Río feliz, sin reprimir ni una sola carcajada. Especialmente, al escuchar el golpeteo del cristal de la puerta de entrada. Lukás permanece de pie, con las manos metidas en los bolsillos, y su bastón verde aferrado en su mano izquierda.
—¡Está abierto!— grito, sin perder mi foco de visión en su figura.
El tintineante sonido de la campanilla le alerta de su llegada al interior de la cafetería. Nada más que el sonido de sus pasos al caminar, junto al chasquido del fuego sobre la cera, rompe el silencio ambiental.
—¿Tenemos el Muse's para nosotros solos?—pregunta Lukás, curioso, acercándose hacia mí, con pasos lentos—. Dime qué has preparado. No te olvides ningún detalle, por simple que te parezca.
Asiento, nerviosa, encaminándome hasta encontrarme con él, cara a cara. Bajo la suave luz de las velas, sus facciones resultan mucho más marcadas de lo habitual. Lleva el cabello recogido en una diminuta coleta de caballo y, su camisa blanca se ciñe a la perfección a sus brazos y hombros, al igual que lo hacen los vaqueros desgastados sobre sus caderas. El dulce aroma de su colonia alcanza los lugares más recónditos de mi cerebro, guardando cada matiz en la memoria.
—Las luces están apagadas o bueno, más bien, un pequeño ayudante se ha encargado de suplir los focos por velas candentes y las mesas y sillas por un enorme mantel de cuadros sobre el suelo. La puerta está cerrada y, las cortinas, ocultan el interior de todo aquel que camine a estas horas por las calles—le describo. Mi mano se aloja temblorosa sobre su mejilla, encajando a la perfección con el ángulo de su mentón. Lukás dibuja una ladeada sonrisa en su rostro, siendo consciente de efecto que provoca en mí—. He dejado preparada nuestra cena y, de postre, una de mis nuevas especialidades en la carta de la cafetería.
—¿Y tú?— me interrumpe, tomándome de la mano, totalmente fuera de juego—. Descríbeme cómo estás tú, qué llevas puesto, qué sientes...
Dejo escapar un suspiro cuando su mano se cuela bajo mi nuca, erizándome la piel. Tanto, que me cuesta articular una frase que resulte medianamente coherente.
—Llevo puesto un mono de color verde y, debajo, una camiseta blanca a juego con mis zapatillas con cordones. Los labios de color granate y un nuevo piercing en la oreja derecha— mi último dato consigue arrancarle una leve risa—. Y tengo una mezcla de sensaciones. Tenía muchas ganas de verte y, al mismo tiempo, me siento nerviosa, ansiosa, feliz. Muy feliz.
Su mano desciende con cautela hasta detenerse en la acentuada curva de mi cintura. Con un gesto firme, acerca mi cuerpo al suyo, sin que yo pierda mi contacto visual con sus oscuras gafas, queriendo rememorar la infinidad de tonos avellana y caramelo que tiñen sus ojos. Lukás aproxima su rostro haciendo que la comisura de sus labios acaricie mi mejilla.
—Estás preciosa— su aliento impacta contra el lóbulo de mi oreja. Despacio, dibuja un camino de castos besos por mi pómulo hasta toparse con mi boca, donde se demora unos segundos, dejando que sean mínimos los centímetros que nos separan—. Nunca antes he deseado a nadie como te deseo a ti en este momento.
Con Lukás siempre ha sido así, imprevisible, intenso. Una intensidad a la que nunca he estado acostumbrada y la que, simultáneamente, con tanta urgencia necesitaba. Hace que me sienta viva.
—¿Crees que la cena puede esperar?— me pregunta mordiendo su labio inferior. Su gesto desata en mí una fuerte oleada de calor y sentimientos que, instintivamente, me aproxima más hacia su torso.
—Absolutamente.
Las manos de Lukás acunan mi rostro, con firmeza, atrayendo su boca en busca de la mía, uniendo nuestros labios ansiosos, dispuestos a debatirse en un dulce duelo. Rodeo su cuello con ambos brazos, temerosa de que mis piernas flaqueen al sentir como su excitación se hace más que evidente a través de la tela del pantalón.
Las manos de joven rubio descienden con agilidad por mi espalda, deshaciendo los nudos que forman los tirantes de mi mono para, después, dejarlos caer por mis hombros, hasta colarse entre la tela de la camiseta, contactando con el calor que desprende mi piel. Sube sus manos arriba y abajo, rozando con sus dedos pulgares la base de mi sujetador liso.
Inevitablemente, su tacto logra estremecerme. Al igual que la experiencia que demuestra en cada gesto, lo que, de la misma forma, consigue que mis nervios salgan a flote. Esta no va a ser mi primera vez pero, aún así, no recuerdo haber estado tan inquieta antes. Quiero hacerlo bien. Quiero demostrarle que no soy ninguna niña, a pesar de nuestra diferencia de edad. Algo que, a decir verdad, nunca me había impuesto miedo, hasta ahora.
—¿Estás bien?—me pregunta arqueando sus cejas.
No puede darse cuenta de mi pequeña gran inquietud, por lo que asiento con efusividad antes de volver a besarle de nuevo. Todo tiene que salir perfecto.
Con dedos torpes, me deshago de los botones de su camisa y, demorándome en este instante, me tomo mi tiempo para repasar cada milímetro de la piel que cubre sus pectorales y abdomen. Dejando caer su camisa al suelo, Lukás me eleva a pulso entre sus brazos, permitiéndome rodear su cintura con mis piernas. Camina un par de pasos conmigo y, con extrema sutileza, hace que mi espalda tope con la tela del fino mantel que cubre el suelo del Muse's. Lukás se posiciona sobre mi, con ambos antebrazos a los lados de mi cabeza, aguantando el peso de su cuerpo sobre ellos. Dos de sus dedos elevan mi barbilla hasta encontrarme con su boca hambrienta de mí. Mi mano se apresura a desabrochar el botón metálico de sus vaqueros, sin embargo, Lukás me detiene.
—¿Qué ocurre?—siento como mi voz tiembla a la espera de su respuesta. Lukás acaricia mi mejilla con su mano derecha.
—¿Seguro que va todo bien, Lola?
Lo sabe, y es que mis nervios tienen que notarse a millones de leguas de aquí.
—Quiero que esto salga bien, quiero estar a la altura.
Una grave risa nace de su garganta hasta morir en mis labios, los mismos que él se encarga de sellar con un beso corto y honesto.
—Lola, esto no es ninguna competición. No tienes nada que demostrarme, solo disfruta y sé tú misma. Además,— deposita un suave beso en la base de mi cuello, provocándome un grito ahogado— hace mucho tiempo que no hago el amor con nadie.
—Pensaba que bueno, creía que tú tenías mucha más experiencia que yo.
—No lo entiendes—sonríe, y puedo jurar que es la sonrisa más bonita que he visto nunca—. No me importa el número de personas con las que te has acostado, ni mucho menos tiene que atormentarte el mío. Nada de eso importa. Ahora somos tu y yo, solo tú y yo. Y llevo queriendo hacerte el amor desde el primer momento en el que nos cruzamos. Porque nunca he sentido esto por nadie. Y, no voy a mentirte, me acojona en el fondo.
—¿Por qué?
—Porque eres de esas chicas que, una vez las conoces, tu centro de gravedad es ella. Si ella cae, tú vas detrás, sintiendo el vértigo.
—Pero tú y yo estamos hechos para volar.
Los dedos de Lukás ascienden por mi vientre desnudo hasta detenerse sobre la tela del sujetador. Arqueo levemente la espalda para darle acceso al broche que lo cierra, sugerente, deseosa de él. Por él. Tras segundos de lucha humorística con el cierre de la prenda, Lukás se zafa de él, exponiendo mi pecho desnudo. Un escalofrío sacude mi cuerpo al sentir su mano masajeando la zona a la vez que atrapa mi cuello con sus labios en un beso profundo y sensual.
—Relájate, Lola. Tranquila. Solo tú y yo, ¿recuerdas?
Sus palabras consiguen crear un efector reconfortante en mí. No es momento de pensar más, solo de actuar, de sentir, de dejarme llevar con él.
Lukás comienza trazando sobre la piel de mi vientre un camino de besos hasta hallar el borde de mi mono color verde botella, el cual, comienza a deslizar por la longitud de mis piernas hasta despojarlo sobre el suelo de madera de la cafetería. Lo mismo ocurre con sus vaqueros desgastados. Después, los dos nos deshacemos de nuestra última prenda de ropa.
Una vez que Lukás se retira sus bóxers negros, decido tomar la iniciativa y, cogiéndole desprevenido, me coloco sentada sobre sus caderas, contemplándole desde arriba mientras acaricio con sensibilidad cada recoveco de su cuerpo, dejando para el final su zona más excitada, donde me detengo el tiempo suficiente como para sentirme plena al escuchar como su respiración se acelera.
—Joder...—Lukás echa su cabeza hacia atrás y, por sorpresa, se incorpora sujetándome por las caderas, de forma que permanecemos sentados, con las piernas entrelazadas—. Ojalá... ojalá pudiera verte.
Las yemas de mis dedos repasan con delicadeza el perfil de sus labios, el puente de su nariz y, finalmente, siendo consciente del riesgo que corro, el contorno oscuro de sus gafas. Con las palmas de las manos, retiro su melena corta hasta atrás hasta alcanzar los extremos de las patillas de plástico de color negro. Poco a poco, comienzo a quitárselas con precaución, dejando escapar el aire contenido en mis pulmones.
—Lola, mejor no...
Sin percatarme de sus suplicas, rozando el límite, termino por retirar las gafas de su rostro, exponiendo su mirada ante la mía. Nada ha cambiado, se mantiene exactamente igual a como la recordaba.
Sus ojos castaños nunca dejaron de vivir, no para mí.
—Lukás, nunca, nadie me ha mirado como tú lo estás haciendo ahora mismo. Haces que me sienta completa, siempre lo has hecho. Para mí no ha cambiado nada, sigues siendo el mismo chico de la butaca trece, amante del arte que, incomprensiblemente, odia el helado de menta.
—Ven aquí—con seguridad, atrae mi rostro hacia el suyo, fundiéndonos en un largo beso, lleno de sentimiento, real, puro.
Sin separarnos, Lukás palpa la superficie del suelo hasta alcanzar el bolsillo trasero de sus vaqueros, de dónde saca un envoltorio de plástico plateado. Mordiendo su labio inferior, le arrebato el envoltorio de sus manos y, con agilidad, rompo el sobre que contiene el preservativo. Elevo mis caderas de manera que, deslizándolo alrededor de su miembro, se lo coloco a la vez que su mano se aferra con fuerza a mi cabello. Despacio, deleitándome con su expresión, me abro paso sobre él, uniéndonos por completo, soltando un gemido que acelera la respiración de Lukás. Con ritmo, subo y bajo mis caderas, formando círculos con la pelvis, sintiendo como pequeñas descargas eléctricas sacuden mi columna vertebral, arqueándola al mismo tiempo que Lukás acelera sus embestidas.
Una de sus manos se adhiere a mi espalda y, su mano libre, viaja hasta mi centro, donde me tortura masajeando los laterales de mis muslos con sus dedos, dejando mi zona más sensible para el final. Finalmente, cierro los ojos al sentir como su lengua perfila y succiona primero uno de mis pechos, sin dejar de moverse dentro de mi cuerpo.
—Lukás...
Mi voz se entrecorta, ahogada en un gemido que se compagina con los suyos al sentir su dedo pulgar sobre mi clítoris, donde presiona de forma circular, a un lado y al otro, haciéndome sentir poderosa y vulnerable al mismo tiempo.
Sus caricias se vuelven más rápidas y frenéticas, al igual que nuestros movimientos, cada vez más ansiosos y excitados.
—Mírame—me pide y yo no puedo evitar sonreír por lo que, atrapa su rostro con mis manos y acaricio las cuencas de sus ojos, percibiendo como alcanzo la cumbre del mayor placer que he experimentado en mi vida.
Siento como mis músculos se contraen y, dejando escapar un gutural gemido desde lo más profundo de mis entrañas, mantengo el ritmo hasta que, minutos después, Lukás grita mi nombre dejándose caer sobre mi pecho, abrazándome.
El abrazo que a gritos me confirma que, este lugar, sus brazos, es donde realmente merece la pena estar.
Mi lugar.
Creo que nunca he estado tan nerviosa por publicar un nuevo capítulo. Es la primera vez que escribo escenas de este tipo y me encantaría saber vuestra opinión ❤ Sabéis por otros capítulos que soy bastante perfeccionista y tengo la sensación de que siempre puedo mejorarlos.
Hoy, este capítulo tan especial, quiero dedicárselo a quien se ha convertido en una de mis manos derechas en Wattpad, aunque ella sabe que me tiene para todo lo que necesite y quiera. Gracias por absolutamente todos los consejos, tu apoyo infinito y se arte tan bonito que tienes en el cuerpo.
Ella es mi querida wilmanet
Eres luz ❤
Y, sobra decir que, si no habéis leído ninguna de sus historias, quedan más que recomendadas por mi parte, siempre ❤
Nos leemos pronto, bonicos ❤ Os adoro❤
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