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CAPÍTULO: 38

LUKÁS

Tener que contarle a la madre de Lola mi situación tras el accidente de coche, ha sido algo inevitable para ambos. Sobre todo, al verme tropezar con el bastón al salir del ascensor que dispone el bloque de pisos antiguos. No obstante, a pesar del temor disfrazado de vergüenza, que he podido sentir al escuchar como Lola me ha ayudado a explicar mi discapacidad visual, la amabilidad de América y su ausente compasión hacia mi persona, logra mantenerme firme y tranquilo, sabiendo, ante sus ojos, solo soy una persona más, normal.

La casa de Lola y su madre huele a eso, a hogar. Es entrañablemente reconfortante el calor que sientes al entrar por la puerta, como si alguien te estuviese esperando dispuesto a darte un abrazo de bienvenida. Se respira ese aroma a fraternidad, a familia, en el ambiente. Por no hablar del apetitoso olor a queso fundido que desprende la cocina de la casa.

—Lukás—me llama la voz de América—. ¿Te gusta la lasaña? Es uno de los platos favoritos de Lola.

—Me encanta la lasaña.

—¡Maravilloso!—escucho como la mujer palmea sus manos en un golpe seco—. Pues Lola, ¿por qué no le enseñas a Lukás el resto de la casa mientras yo termino de preparar la comida?

—Tal vez deberías descansar, mamá. Nosotros podemos ocuparnos de la lasaña.

—¡Tonterías!—exclama. Me fascina la vitalidad que consigue desprender la madre de Lola—. Ya he descansado suficiente y me encuentro bien, hija.

Lola, quien parece respetar la decisión de su madre, pasa su mano alrededor de mi brazo y me lleva consigo fuera de la cocina. De fondo y, mientras caminamos por el estrecho pasillo, se escucha un leve ataque de tos por parte de América, lo que hace detener a Lola en seco.

—No ha tenido su mejor noche...—me informa.

Con un suave gesto, envuelvo a la joven entre mis brazos y sello su frente con un beso corto. Un beso que apacigua, a la vez, el eco estridente de sus pensamientos y los espasmos roncos que provienen de la cocina. Juntos, reanudamos nuestra marcha hasta llegar a lo que Lola me describe como su habitación. Recreo un cuarto pequeño en mi mente, repleto de fotografías, como ella me relata, y pinturas en lienzos nuevos. Paredes lisas y una cama al fondo del cuarto, próxima a la ventana y al escritorio.

Dibujo en mi subconsciente el mismo cuarto que visité hace dos años, en verano. Aunque eso Lola no lo sepa. Ni tampoco que, además de nuestro hilo rojo, el nexo de unión que ha dado vida a lo que tenemos hoy, es esa fotografía oculta en su habitación.

Absorto en mis pensamientos, me siento sobre el borde del colchón de la cama, tarareando la melodía de uno de los últimos singles de The Weekend que Lola se encarga de reproducir desde su teléfono móvil. Sube el volumen de la canción, de manera que anula el golpear metálico de los utensilios de cocina al otro lado del pasillo. Y, pillándome completamente desprevenido, Lola se sube a horcajadas sobre mis piernas, rodeando mi cintura con las suyas. Una de sus manos juguetea con los cabellos que descienden por mi nuca al mismo tiempo que, sus labios, encuentran su paradero sobre la piel de mi cuello, explorando la zona con besos profundos, lentos.

—Lola...—le llamo, tratando de separar su cuerpo del mío, por mucho que me guste sentirla de esta forma—. Tu madre está a un par de habitaciones de aquí.

Sin prestar atención a mi advertencia, Lola continúa con su sendero de besos húmedos hasta atrapar mis labios, donde se toma su tiempo en saborearlos con paciencia. Con extremada paciencia para mi gusto. Sin embargo, una vorágine de sensaciones atraviesa mi pecho sin piedad. Deseo por ella, de ella, de deleitarme con cada centímetro de su piel. Pero, también, me siento culpable por no haberle contado toda la verdad cuando le prometí que lo haría, que no le causaría más daño. El problema es que no solo yo estoy implicado, hay una persona muy importante en la vida de Lola que ha formado parte de mi plan durante todo este tiempo. Desde mi precipitada marcha, hasta mi misteriosa llegada.

A pesar de ello, jamás le he mentido en el verdadero motivo por el cual estoy aquí. He vuelto por ella, y nadie puede arrebatarme eso. No ahora.

Con ambas manos, agarro a la muchacha por debajo de los muslos y, a pulso, levanto su cuerpo todavía unido al mío. Camino un par de pasos hacia delante, con ella entre mis brazos, y flexiono ligeramente las rodillas hasta depositarla sobre el suelo de la habitación.

—Tienes razón. Ha sido una mala idea—afirma ella, acariciando mis antebrazos con la palma de las manos—. Tal vez sea mejor que vayamos a la cocina, la lasaña tiene que estar a punto.

Lola se dispone a salir del cuarto, conmigo de la mano pero, antes de que eso suceda, estiro de ella hasta atraerla de nuevo hacia mí y le beso. Mis manos acunan su rostro entre ellas, dejando que sea mi lengua la que perfile con delicadeza su labio inferior, antes de batirse en duelo con la suya.

Jamás podré cansarme de esto.

Ni de ella.

El aroma de la comida penetra en mis fosas nasales lo que, junto con el aviso de América anunciando que la comida ya está lista, es un gran aliciente para abandonar, de una vez por todas, la habitación y degustar esa lasaña. Me muero de hambre.

—Tiene una pinta estupenda, mamá—le felicita Lola, dejando un sonoro beso en la mejilla de su madre.

—Vamos, probadla, que se enfría.

El sabor de la carne troceada, junto con el tomate y el queso, es una fiesta en mi paladar. Ninguno de los tres dice ni una sola palabra, eso sería un completo insulto al manjar italiano que América nos ha preparado. Aunque, a decir verdad, resulta un poco incómodo. Nunca he tenido la oportunidad de comer con los padres de mi novia así que, si la vida real esto se asemeja a las películas, no voy por mal camino en lo que respecta a nerviosismo y expectación.

—¿Quieres algo más de beber, Lukás?—me pregunta la mujer.

—No, con un poco más de agua estoy bien, gracias.

El sonido del agua vertida sobre mi vaso me alerta de la posición del mismo. No tardo en tomarlo con mi mano derecha para propiciarle un largo sorbo que consiga despojarme de la sequedad en mi boca.

—Y, cuéntame, Lukás—comienza de nuevo América—. ¿Qué te trae por aquí? A juzgar por tu voz, intuyo que no eres de aquí.

—Nací en Viena, fue allí donde terminé gran parte de mis estudios, pero tomé la decisión de probar suerte en España—le explico.

—Y, de momento, ¿has tenido suerte?

Por segunda vez, bebo un nuevo sorbo de agua hasta terminar el contenido de mi vaso.

—Pues parece que las cosas comienzan a salirme bien, sí—por debajo de la mesa, mi mano alcanza la de Lola hasta entrelazar nuestros dedos—. He conseguido trabajo en la editorial Ink-Cloud.

—¡No me lo había contado!—exclama Lola sonsacándome una sonrisa—. ¡Enhorabuena! Es muy buena noticia.

—Desde luego—prosigue su madre—si no lo desconozco, es una editorial muy potente a nivel nacional e internacional.

—Tuve suerte gracias a un buen amigo mío, tiene varios contactos que me ayudaron a hacerme un hueco en este mundo.

—La suerte es para quienes se esfuerzan—concluye América, quien comienza a retirar los platos de la mesa—. ¿Alguien quiere postre?

Antes de que Lola o yo podamos dar una respuesta, el teléfono móvil de Lola comienza a sonar desde su habitación.

—Puede que sean las chicas, mañana tenemos reunión con el grupo en el Muse's.

Rauda, desaparece de la cocina dejándonos solos. El continuo sonido del agua saliendo del grifo del fregadero hace que me levante con la disposición de ayudar a América a lavar la vajilla. No obstante, ella me lo impide, haciendo que vuelva a mi lugar en la mesa.

—Lola está muy involucrada con su grupo—comenta ella.

—Es realmente importante la labor que hacen y muy necesaria—aporto mientras le doy vueltas, nervioso, a uno de mis anillos— América, ¿tu cómo estás?

La mujer suspira, cerrando el paso del agua.

—Feliz por ver a mi hija contenta, como una chica de su edad tiene que estarlo.

Aunque no es aquella la respuesta que busca mi pregunta, me doy por satisfecho y le sigo el hilo de la conversación.

—Lola es una persona increíble.

Escucho como los pasos de América se aproximan hasta mí, creando un ambiente que me reconforta al mismo tiempo que consigue intimidarme, en cierto modo. Imagino que, esa mezcla de emociones, es la respuesta más sensata ante la presencia de una mujer tan valiente como América lo es. Su mano, delicada, se posa sobre mi hombro dándome un leve apretón.

—Me alegro mucho de volver a verte, Lukás—susurra.

—Yo también, América. Yo también.






No me matéis por dejaros con la intriga, aunque parezca que no (no soy tan mala jeje 😈) llegará el momento en el que se resuelva todo. 

¡Contadme! ¿Qué os ha parecido? Parece que Lukás y América ya se conocían de antes....

Antes de despedirme, he creado una nueva cuenta de Instagram dedicada solamente a la novela. Si os apetece ver el contenido y seguirla, es esta: oxitocina_wattpad

Para terminar, os dejo por aquí uno de los premios que la editorial Avengers me otorgó tras ganar el concurso semanal a Mejor novela/historia Juvenil ❤ Me encanta cómo ha quedado 

Nos leemos muy pronto, bonicos ❤

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