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CAPÍTULO: 37

LOLA

—¿Desde cuándo juegas al baloncesto?

Bruno lanza hacia el techo, por tercera vez consecutiva, uno de mis peluches para atraparlo entre sus delgadas manos y repetir su movimiento.

—No recuerdo un año de mi vida que no lo haya practicado —sonríe—. Al hermano de mamá le encantaba ese deporte, él fue quien me enseñó todo lo que sé.

Escucharle hablar de su infancia, de sus escasos recuerdos casi inexistentes, la incógnita que mi madre ha despertado en mí con su mensaje en aquella fotografía, abrazarme otra vez con mi hermano mellizo... Todos los acontecimientos vividos durante la mañana han desatado en mí una feroz tempestad de emociones que me resulta difícil de controlar. Ya han sido un par las veces que he tenido que morderme el labio para contener mis ganas de llorar.

—Lola —me llama Bruno, quien ha devuelto el muñeco de terciopelo a su lugar correspondiente.

El tono grave de su voz consigue sacarme con rapidez de un nuevo trance. El joven muestra una leve sonrisa que acompaña a su cautivadora mirada, contemplando mi reacción sobresaltada.

—¿Qué?

—¿Siempre te ha gustado la fotografía?

Reconozco en su mirada que esa no era la pregunta que rondaba en su cabeza hace escasos segundos. Pero no se lo rebato. Con buenas intenciones, pretende aislarme de todo lo que hemos vivido juntos en el interior de mi pequeña habitación. Al menos, durante unas horas más.

Asiento con efusividad con la cabeza, rememorando el suave tacto de la cámara de fotos entre mis manos. Tan solo hace menos de dos días que realicé mi última sesión fotográfica y ya lo echo de menos. Tanto, como echaba de menos sostener un pincel entre mis dedos.

—Es la mejor forma que he encontrado para sentirme libre.

—Haces que te atrapen cuando las miras.

Bruno desvía sus ojos, de nuevo, a las paredes de la habitación.

—Mamá me dijo una vez que, dentro de mí, una pequeña Lola continúa corriendo detrás de su sueño —sonrío— y, el día que la alcance, tocará correr mucho más deprisa para crecer en lo que siempre quise ser.

Bruno ladea una sonrisa, haciendo que el piercing en forma de aro de su comisura se eleve. No es hasta este momento cuando me percato de que, tanto nuestra madre como él, comparten el mismo destello azul intenso e hipnotizador en los ojos.

—¿Estáis muy unidas, no es así?

Asiento sin perder nuestro contacto visual.

—Su lucha es la mía —aseguro, sintiendo como un pequeño nudo comienza a formarse en mi garganta, impidiéndome tragar con normalidad—, y yo no sería quien soy de no ser por ella.

Mi hermano alarga su mano derecha para acoger a las mías bajo el tacto cálido y reconfortante de su piel. Mi reflejo me contempla fijamente en sus pupilas brillantes, firmes, dándome la tranquilidad que necesito. Sabiendo que Bruno y yo podemos formar un fuerte equipo, a pesar de todos los obstáculos y adversidades. Él ha vuelto para quedarse y yo también.

—Lola... —carraspea, aclarando su voz grave que ahora se percibe diminuta y lejana—. ¿Crees que puedo verla? Sé que dije que era demasiado pronto, pero...

Sin dejarle terminar su frase, me lanzo emocionada sobre él, rodeando su espalda ancha entre mis brazos.

—Gracias —susurro.

Bruno no articula ninguna palabra más, nos limitamos a salir de la habitación, cogidos de la mano, como dos hermanos que se despiertan juntos y nerviosos la noche de navidad para recibir el mejor regalo del mundo. La mano de él, humedecida por el sudor, se aferra a la mía con fuerza a medida que entreabro la puerta del dormitorio de mi madre, quien continúa plácidamente dormida. Su alborotado y llamativo cabello destaca entre las sábanas blanquecinas, camufladas entre su delicada piel. América duerme plácidamente, manteniendo la boca ligeramente abierta. Suspira profundamente, al contrario que Bruno, quien permanece petrificado visualizando la figura de su auténtica madre. La que no ha pasado ni un solo minuto de su vida sin pensar en su amado hijo, anhelante por poder abrazarlo de nuevo.

Hoy, en este mismo instante, uno de sus sueños más profundos, se ha convertido en realidad.

—Mamá...

Ante mis intenciones de querer despertarla, Bruno se tensa mucho más de lo que pensaba que sería capaz, zafándose del agarre de mi mano. Un sudor frío le recorre la frente cuando le miro, preocupada. Sus ojos, suplicantes por un poco de aire fresco, recorren con nerviosismo mis facciones. Ninguno sabe cómo actuar, ni qué decir. Todo esto es nuevo para ambos.

Un quejido por parte de mi madre, que empieza a despertarse sobre el colchón de su cama, es el impulso que obliga a Bruno a abandonar de la habitación, dejando tras él su famosa estela de olor a menta, mezclada con el temor de un niño que nunca supo de sus auténticos orígenes.

El sonido de un portazo es el aliciente final para que, América, termine despertándose.

—Buenos días, mamá —le saludo, acercándome a ella para preparar las dos pastillas que toma cada mañana. Se las acerco junto con el vaso de agua que, la anterior noche, había dejado sobre su mesilla.

—Hola, cielo —sonríe, estirando sus brazos por encima de la cabeza—. ¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo he dormido?

—Todo el que necesitases, has pasado una mala noche.

—Ya veo... —bosteza, cerrando de nuevo los ojos tras tragar su medicación de la mañana—. Voy a cerrar los ojos cinco minutos más.

Sonrío, con cierta tristeza y ternura al contemplar como mi madre se abraza a la mullida almohada antes de caer rendida por segunda vez. Con los dedos, acomodo los mechones de su pelo de forma que no le molesten sobre el rostro al dormir. Después de permanecer de pie junto a ella, pensando en la idílica escena que no ha llegado a crearse junto a Bruno, abandono la habitación recibiendo un nuevo mensaje del susodicho.

Lola, lo siento mucho.

No contesto, de momento. Tal vez lo mejor sea darle un poco de espacio. Suspiro al llegar a mi habitación y me dejo caer de espaldas sobre la cama, con el teléfono móvil entre las manos.

A simple vista, cuesta mucho llegar hasta Bruno, conocer lo que realmente siente en cada momento. Puede que la situación le haya superado por esta vez.

Exhausta y cargada de emociones, me permito cerrar los ojos unos instantes, vaciando mi mente de cualquier clase de pensamiento. Así es, hasta que los melódicos acordes de Before you go llegan hasta mis oídos a través del cristal que conecta el interior de mi habitación con la estrecha calle empedrada donde, la voz rasgada más bonita que he escuchado nunca, deleita a los viandantes con su talento amarrado a las cuerdas de su guitarra.

Antes de que mi cerebro consiga identificar al cantante, me adelanto a abrir la ventana de par en par, para encontrarme con él. Lukás sostiene con firmeza la guitarra española entre sus manos, adornadas con un par de anillos metálicos que le dan ese toque especial, junto con su sombrero de color negro, contrastando con el tono rubio de su cabello. Mentiría si no dijese que esa camisa vaquera, desabrochada a la altura del cuello, le queda como un guante.

Divertida, observo como un grupo de jóvenes adolescentes se acercan tímidas hasta él. Una de ellas se agacha delante del estuche abierto de la guitarra y deposita un par de monedas. Lukás les devuelve la sonrisa, gesto suficiente para que ellas se alejen entre chillidos de emoción, saltos de alegría y las hormonas revolucionadas.

Los rayos del sol inciden sobre su tez blanquecina, rebotando contra sus oscuras e inseparables gafas de sol negras, percatándome de la corta barba en diferentes escalas de rubios y castaños que cubren su mentón y parte de sus mejillas.

Deseosa por volver a toparme con el sabor de sus labios y las eternas caricias que sus manos se dedican a tatuar sobre mi piel, me inclino ligeramente sobre el alfeizar de madera de la ventana para dirigir mi voz hasta su posición, una vez que da por terminada la canción.

—¡Disculpa! —le grito, sobresaltándole, aunque algo me dice que ha reconocido el timbre de mi voz al instante—. ¿A qué hora empieza el siguiente espectáculo?

Lukás reprime una grave carcajada, guiando su cabeza en dirección a la ventana del piso.

—¡Eso depende de quién lo pida! —exclama—. ¡Aunque te advierto de que no trabajo gratis!

—Eso tiene una solución.

Emocionada, cierro las puertas que dan paso al suave viento que, raudo, se apresura a adentrarse en mi dormitorio antes de bloquearle su acceso. Me calzo unas viejas deportivas blancas de tela y, frente al espejo, aliso con las manos mi camiseta blanca básica, ajustada por dentro de unos vaqueros tejanos. Mis ganas de estar con Lukás, hacen que me desentienda por seguir modificando más mi aspecto y, lanzándole un beso al aire a mi madre, abandono la casa. Bajo corriendo las escaleras y, al llegar a pie de calle, esquivo a un par de personas que caminan por la acera y me abalanzo, tomando impulso, sobre el joven. Sorprendido por mi reacción, se tambalea unos cuantos pasos hacia atrás, consiguiendo frenar a tiempo antes de chocarnos contra una pareja de mujeres trajeadas con maletines. Mis brazos rodean su cuello, encontrando la calidez del hogar que solo él logra aportarme. Sus manos se dirigen cautelosas a mi cintura a la vez que esconde su rostro en mi cuello. Siento como inspira con fuerza, captando el aroma que desprendo, queriendo memorizar cada ápice, cada matiz.

Decido no esperar más, mi cuerpo no me lo permite. Me separo lo suficiente como para contemplar su perfilado rostro una vez más antes de atrapar sus labios entre los míos, bailando juntos en la perfecta sincronía de un beso cálido y dulce.

—Espero que con este pago sea suficiente.

—Déjame pensarlo.

Un nuevo beso, esta vez, mucho más prolongado e intenso que el anterior, nos transporta a un mundo ajeno a la realidad, paralelo a lo que transcurre en las calles que componen el centro de la ciudad.

—Está bien —afirma, perfilando con la lengua su labio inferior—. Soy completamente tuyo.

—¿Durante todo el día?

—Eso como poco.

Lukás sella un tierno beso sobre mi frente, provocándome una sonrisa de la que no me consigo desprender, ni siquiera cuando el joven rubio guarda todos sus artilugios e instrumental en una pequeña mochila y, la guitarra, en su correspondiente estuche de piel.

No muy lejos de casa, han abierto un nuevo restaurante de comida mexicana. Recuerdo que Gala me ha hablado muy bien del lugar, tal vez sea una buena idea comer con Lukás allí.

—Oye Lukás, ¿qué te parece si...?

—¡Lola!

La irreconocible voz de mi madre, asomada a la ventana de mi habitación, justo en el mismo lugar donde yo me hallaba anteriormente, logra sorprenderme. Realmente, incluso diría que consigue ponerme nerviosa por descubrir la presencia de Lukás junto a mí. No le he hablado mucho de él, lo típico que cualquier hija le comentaría a su madre, pasando un poco a pies juntillas sobre la pura realidad. Pero, solo divisar el brillo en su mirada pícara, me dice que no le hace falta información adicional para reconocer al joven vienés que se mantiene erguido junto a mí, inmóvil.

—¡Mamá! —exclamo, nerviosa, enviando una fugaz mirada hacia Lukás—. ¿Qué haces...?

—¿Por qué no subís a comer tu nuevo amigo y tu a casa?

Tal y como me temía, se abre un nuevo capítulo dentro de las precipitadas ideas de América. Aunque, admito, que contemplar el tono rojizo que se adueña de las mejillas de Lukás, mientras se encoge de hombros ante la oferta de mi madre, me resulta mucho más gratificante que probar las quesadillas del nuevo restaurante.

—Detrás de ti —me indica el joven muchacho con la mano.

Lukás me permite pasar antes que él al interior del portal del edificio donde, la eterna mujer de ojos celestes y cabellos de fuego, nos espera para compartir la que, sin duda, será nuestra mejor velada jamás planeada.  
















Bonicos míos ❤ ¿Cómo estáis? Espero que todo vaya genial ❤

Ay Bruno... queda tanto por saber de él... y tengo tantas ganas de mostrároslo, pero todo a su tiempo. ¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Tenéis ganas de saber qué puede pasar con Lola, Lukás y América en la misma casa? ❤❤

Sé que bueno, podría ser un capítulo mucho más emocionante como os anuncié en su día que habría pero, podemos decir que este es un poco transición a todo lo demás. Siempre soy muy crítica con lo que hago y, mucho más, con la escritura. Creo que es el capítulo que más veces he modificado. Quería transmitir ciertas emociones con la escena de Bruno pero no sé si ha quedado algo plana.

Nos leemos pronto, mil gracias por todo ❤

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