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CAPÍTULO: 33

LUKÁS

Mientras espero a que Lola termine su reunión del grupo feminista, ajusto mis auriculares en mis oídos y los conecto a mi Brainbook para escuchar un nuevo capítulo de mi lectura actual: El enigma de la habitación 622 de Joël Dicker. A penas llevo avanzado medio capítulo cuando unos golpecitos firmes sobre mi hombro me alertan de una presencia a mis espaldas. Retiro mis cascos para poder escucharle mejor.

—¿Deseas tomar algo más?

Su voz es ligeramente aguda. Un intenso olor azucarado a masa de galletas y magdalenas llegas hasta mis fosas nasales. Intuyo que se trata de Nicolás, el compañero y amigo de Lola.

—No, gracias —rebusco en uno de mis bolsillos hasta localizar mi cartera con una mano¾. ¿Cuánto dinero te debo por el batido?

—Invita la casa, pero con una condición —escucho como Nicolás recoge el vaso de cristal que, hasta hace un rato, contenía mi bebida. Posa su mano sobre el mismo hombro donde antes ha propiciado leves toques—. Cuida de mi amiga, ahora en serio. No me obligues a cobrarte los impuestos añadidos la próxima vez que te vea por aquí.

—¿Nicolás, cierto? Creo que nunca nos han presentado como es debido —le informo al joven muchacho, manteniendo una tenue sonrisa dibujada sobre mis labios.

—Créeme, sé de sobras quién eres. Podría decirse que soy una especie de prolongación de la sombra de Lola. Así que, ándate con ojo —Nico me contesta con un tono débilmente amenazador, que incluso llega a resultarme especialmente humorístico. Al menos hasta que pronuncia su siguiente alegato—. Lola es muy especial, para todos, incluido su hermano. No le hagas daño.

Un momento, ¿su hermano? Cierto suspiro de sorpresa por parte del camarero me alerta de que, justo ese detalle, es algo que no le tocaba revelar a él. Y mucho menos a mí.

—¿He tardado mucho tiempo? —la voz de Lola consigue sobresaltarme, de forma que con cada paso, la siento más cerca de mí—. Espero que Nicolás no se haya pasado contigo.

—¿Por qué clase de persona me tomas?

—Por un irritante y sabiondo metomentodo —Lola responde con agilidad, sonsacándome una pequeña risa que no parece molestar al acusado—. Pero forma parte de tu encanto natural.

—¿Ves a lo que me refiero? —me pregunta—. Soy parte de su sombra, te estaré vigilando.

—¡Nico! Déjale en paz, maruja.

Lola suelta una grave carcajada y escucho el sonido de un golpe seco por parte de la joven de pelo corto en la espalda de su amigo. Los intentos de intimidación de Nicolás no han surtido todo el efecto que el chico hubiese deseado, aunque me tacharía de mentiroso si dijese que me encuentro tranquilo. No obstante, tengo la certeza de que el motivo no son las advertencias del camarero, sino la sola presencia de Lola compartiendo el mismo aire que yo.

—¿Nos vamos? Ya sé que te lo he pedido pero, me he permitido tomar la decisión de escoger en tu lugar.

—Me encanta que lo hayas hecho.

Agarro de nuevo mi bastón a la vez que siento como el brazo de Lola se enreda junto al mío, permaneciendo pegada a mi cuerpo una vez que salimos del Muse's. La calidez de su piel atraviesa la tela de mi ropa, haciendo que experimente una mezcla de tensión y calma, compensada a partes iguales. Su característico y ya, para mí, inolvidable aroma, se cuela en mi interior viajando a sus anchas hasta el sitio más recóndito de mi cerebro, donde desencadena los recuerdos de aquella tarde en la azotea del abandonado hotel o nuestra sesión de pintura y deseo en mi pequeño piso de la ciudad.

—Tenemos que coger el autobús ¾me indica ella, sacándome de mis absortos pensamientos.

—¿Vamos muy lejos de aquí?

—No, apenas quince minutos de viaje.

Juntos, nos detenemos en la parada de autobuses más cercana a la cafetería. Aquí estacionan dos líneas de autobuses distintos, uno de ellos termina su trayecto en el cementerio de la ciudad y, el otro, rodea parte del río. El nuestro es este último.

—Aquí viene.

El vehículo estaciona delante de nosotros y escucho como sus puertas se abren tras un chasquido demasiado desagradable para mis oídos. Lola accede a mostrarle su tarjeta al conductor y descuenta el precio de dos viajeros. Lo intuyo al percibir una secuencia de agudos pitidos, uno detrás de otro, antes de dirigirnos por el largo y estrecho pasillo hasta un asiento vacío que, una voz femenina, no tarda en cederme. Seguramente, incitada por mi bastón de color verde y, aunque no era necesario su gesto, se le agradezco y ocupo el asiento durante el camino.

Lola se muestra ausente al principio, al igual que yo me concentro en las conversaciones ajenas de una pareja sentada justo detrás de mí, donde una amiga le cuenta a la otra los rumores que corren por el instituto acerca de la promiscua profesora de biología o, en un lateral, escucho como un niño le relata con todo detalle a su abuelo el dibujo que le ha regalado a su amiga Celia esta mañana. No deja de repetir lo contenta que se ha puesto y que, la semana que viene, le va a pedir que sea su novia. Ese último comentario consigue sacarme una amplia sonrisa fruto de la inocencia y pulcritud desconocida en la infancia.

—¿Qué te contaba Nicolás en la cafetería? —me pregunta de pronto Lola—. Es muy buen chico, aunque a veces pueda mostrarse realmente insistente e irritante. Muy irritante.

Río por lo bajo, recordando nuestro pequeño encuentro. Mi risa se apaga poco a poco, a medida que la descuidada revelación por parte del joven camarero acude rauda a mi memoria.

—No sabía que tu hermano había vuelto a aparecer —escucho a la chica maldecir en voz baja, prometiendo que su amigo se las pagará. Sin embargo, me apresuro para intervenir—. ¿Cómo fue?

Lola suspira.

—La noche de aquel día en el hotel, de camino a casa, Bruno me estaba esperando cerca de la cafetería. Siempre he pensado que no sería capaz de reconocerle en el hipotético caso de que la vida nos volviera a juntar. Pero fue todo lo contrario. Supe que era él en cuanto le miré a los ojos. Nos abrazamos y pasamos parte de la noche dentro del Muse's, como si nada hubiese pasado entre nosotros —escucho como traga saliva antes de continuar, emocionada—. Es extraño y tengo mil preguntas por resolver en mi cabeza. En menos de un mes, mi vida ha cambiado por completo y me prometí a mi misma que nunca más lo haría.

—¿No estás feliz de tener a tu hermano cerca?

—¡Sí! Claro que sí. Siento que he recuperado un parte de mí y eso me puede ayudar a resolver parte de mis dudas —confiesa—. Quiero recuperar el tiempo perdido con él, saber que se siente de verdad al tener un hermano.

La metálica voz de la megafonía del vehículo anuncia la llegada a la siguiente parada, donde Lola y yo nos encaminamos hacia la puerta para bajar, cerca de la rivera del río, dejando a nuestras espaldas la basílica de la iglesia y un conjunto de antiguas ruinas romanas que permanecen cercadas con una alta valla de barrotes metálicos.

—¿Y conmigo? ¿Te sientes feliz?

Lola no responde, tan solo entrelaza su mano con la mía, segura y dejando que nuestros dedos jueguen entre ellos.

Caminamos en silencio por uno de los senderos de tierra y pequeñas piedrecitas que recorren, a lo largo, las orillas del caudaloso río. Son varios los corredores y ciclistas que se cruzan por nuestro camino, acompañados por el cantar de los jilgueros y vaivén de las aguas tranquilas. El olor dulce de la primavera en cada uno de los árboles que protegen el paseo, me atrapa en cada paso, sin desprenderme del agarre firme de Lola. Ella me relata fragmentos sueltos de su reencuentro con Bruno, así como me explica que fue él quien le llamó la última tarde que pasamos juntos en mi casa, donde ambos fuimos conscientes de que malgastamos el tiempo conteniendo aquello que resultaba imparable. Incluso para el mismísimo tiempo.

—Ven, hemos llegado —me indica Lola, ayudándome a sentarme sobre el suelo de roca.

Escucho el rugir del río con total claridad mientras respiro, hinchando los pulmones con la mayor cantidad de aire posible para, luego, soltarlo despacio, siguiendo con la armonía que este lugar me transmite.

—Me encanta este rincón, me da paz. De pequeña, venía hasta aquí siempre que quería estar sola. Estos árboles me han visto hacer mis primeras fotografías.

—Descríbeme el lugar, por favor —le pido, manteniendo los ojos cerrados, disfrutando de la tranquilidad que Lola me ofrece.

—Tenemos justo delante el río, incluso si estiras mucho el brazo, podrías tocar el agua en temporada de crecida. Detrás, hay varios árboles que nos protegen las espaldas, ahora están llenos de hojas verdes. Y, más allá de la otra orilla, parece que la catedral quiera enseñar al puente de piedra puede tocar el cielo con sus altas torres.

Recreo la imagen en mi mente, sin olvidar ni un solo detalle. Seguramente, sea una de las zonas más bonitas de la ciudad. Lo sé solo por el tono de voz que Lola usa para hablar de ella.

—Esto es mucho mejor que cualquier idea que yo hubiese tenido. ¿Hace mucho que no vienes aquí?

—Pensé en hacerlo después de nuestra tarde en aquella azotea del hotel. Sentía que necesitaba aclararme la cabeza, poner todo en orden. —Lola abre el envoltorio de plástico de lo que parece ser un caramelo de menta, cuyo olor me alcanza en escasos minutos. Me ofrece uno para mí pero declino su oferta—. Sin embargo, esa noche me fui a la cama con todos mis pensamientos todavía más caóticos.

—Si hice algo que no debí hacer, te pido...

—Lukás, si hubiese dependido de mí, hubiésemos amanecido a la mañana siguiente en aquella azotea.

Su respuesta consigue detener mi corazón a la vez que me excita en cierto modo. No he podido quitarme ese beso de la cabeza, tampoco la reacción de su piel bajo el tacto de mis manos recorriendo cada centímetro. La necesito y eso es algo que me está matando por dentro.

—No has respondido a mi pregunta del autobús —le recuerdo—. ¿Eres feliz conmigo?

—¿Sigues creyendo en nuestro hilo rojo?

Su pregunta me pilla completamente desprevenido. Nunca he dejado de creer en él y, a día de hoy, lo sigo haciendo. Ahora más que nunca. Fue ese hilo rojo el que me trajo de vuelta a España, intacto a pesar del paso del tiempo. Y es que lo auténticamente verdadero no sucumbe al desgaste del tiempo.

—Yo creo en ti —le confieso.

—Yo también.

—Entonces ahí tienes mi respuesta. —Mi mano busca la suya palpando la superficie rocosa donde nos hayamos sentados. Ella se percata y pone fin a mi búsqueda atrapando mis dedos con los suyos de nuevo—. ¿Por qué me has traído aquí?

Un profundo suspiro atraviesa la garganta de la muchacha, tomándose su tiempo para contestar a mi pregunta.

—Estos árboles me han visto acudir a ellos en momentos importantes de mi vida. Mis primeras fotografías, mi primer día de instituto, mi primer beso... Hoy también es un día especial para mí y quería volver, tenía que volver. Contigo.

Lola se acomoda sobre sus piernas, dobladas bajo el peso de su cuerpo y, con el dorso de su mano, acaricia mi mejilla hasta depararse en dos mechones de mi corta melena que enreda entre sus dedos. Su mano libre no se separa de entre las mías, sujetándolas con fuerza. Un escalofrío bate su cuerpo antes de comenzar a hablar con voz entrecortada.

Imagino su cuerpo ante mí, dejando que mi mente recree las curvas que acentúan sus caderas y su cintura. Su cabello oscuro, mucho más corto que hace dos veranos, en contraste con el color encendido de sus labios. Soy incapaz de imaginármela con otro color que no sea el rojo. Los aros metálicos adornando el cartílago de su oreja y las palabras mind y heart tatuadas en su brazo derecho e izquierdo, respectivamente.

—Quiero que este lugar sea testigo de verme crecer, y tú también —carraspea un par de veces para aclarar su voz—. Te guardé muchísimo rencor, no sabes cuánto. Creí que, durante todo un verano, te reñiste de mí haciendo que creyese a una persona que no era real, que despertase sentimientos por ella. Pensé durante todo este tiempo que no fui nada para ti. Y, de la nada, un día cualquiera, volviste y contigo volvió todo lo que creía dormido, muerto. Y, en el fondo Lukás, tengo tantísimas dudas...

—No dudes de mí, por favor, ya no.

La mano de Lola se pierde entre mi cabello, deteniéndose en la nuca para masajearla formando pequeños círculos con las yemas de sus dedos.

—Durante todo este tiempo lo hice.

—Eres uno de los mayores motivos por lo que decidí tomar un avión de vuelta aquí, esa es la mayor verdad que te puedo confesar. Y, te juro, que voy a darte todas las respuestas que mereces.

Lola apoya su frente sobre la mía. Su respiración se acompasa con la mía, acelerada. Con solo su leve roce, Lola es capaz de despertar en mí lo que nunca he sido capaz de experimentar con nadie más. Deseo pasar tiempo con ella, cuidarla, apoyarla cuando todo se venga abajo, disfrutar de sus metas y logros, quiero convertirme en uno de estos árboles que, en tantos momentos, la han arropado y le han visto madurar.

—Has puesto todo mi mundo patas arriba, rompiendo con mis esquemas como si fuesen volátiles como el polvo —admite—. Y no quiero que dejes de hacerlo.

Lo siguiente que siento es el suave y cálido tacto de sus labios sobre los míos, cautos y temerosos al mismo tiempo. Aproximo sus labios de nuevo a los míos, profundizando más el beso, uniendo mi lengua con la suya, anhelantes, deseosos el uno del otro. Rompiendo con aquello que tanto tiempo hemos contenido demasiado tiempo. El sabor de la menta se adentra en mi boca mientras ella muerde con delicadeza mi labio inferior para, después, dejar un casto beso que sella mis labios.

—La vida es un salto al vacío...

—Y nosotros estamos hechos para volar —completa ella la frase, sin contener una risa tímida y dulce—. Quiero seguir creciendo contigo, quiero seguir conociendo aquel chico amante del arte que consiguió cautivarme aquel verano. Y que no he conseguido olvidar por muchos años que pasen. Ni a él, ni a nuestro hilo rojo. Quiero ser la auténtica Lola contigo, sin miedos. Solo tú y yo.

—Dios, Lola.

Un nuevo beso por mi parte nace entre nosotros, apaciguando el sonido de su risa al abalanzarme sobre ella, emocionado. Me siento como un niño pequeño el día de Navidad, rodeado por el mejor regalo que la vida ha podido darme.

—No sabes cuánto tiempo he esperado esto. Tu y yo nunca lo hemos dejado de intentar, incluso sin saberlo, avanzando mucho más allá de lo que dicta la leyenda japonesa. Quiero que confíes en mí, prometo explicarte todo.

—Confío en ti, Lukás. Ahora lo sé.

Es entonces cuando las palabras sobran y las hojas de los árboles se dejan azotar por el suave viento de la rivera, cómplices de un nuevo beso, del inicio de una nueva historia. Nuestra historia. Por fin.













¡QUÉ GANAS TENÍA DE SUBIR ESTE CAPÍTULO!

En este caso, quiero dedicárselo a veturiarauch

Gracias por todo tu apoyo desde el primer momento, tus comentarios que consiguen emocionarme y tu INCREÍBLE historia que, sin duda, animo a todo el mundo a leerla. Es maravillosa y tu, una persona con un corazón enorme.

Espero que os guste mucho.

Nos leemos bonicos ❤

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