CAPÍTULO: 3
LOLA
-¡Lola! ¡Dos cafés solos, uno con leche y tres napolitanas de crema!
Capto la comanda de Nicolás mientras termino de preparar el pedido a domicilio de un cliente. El repartidor espera impaciente en la puerta del establecimiento, sin dejar de mirar por las cristaleras de las ventanas en dirección a la barra. Esta mañana la cafetería ha estado repleta, no hemos parado ni un minuto. Ni siquiera para que Nicolás pudiese contarme qué tal le fue en su última cita con aquel repartidor de comida a domicilio. Sí, Nicolás nunca pierde ni una sola oportunidad. Su creencia es que, todos tenemos un alma gemela en el planeta. Y él no piensa parar hasta dar con ella.
Estresada por el gentío y las comandas acumuladas, termino de repasar el pedido. Un café largo, sin leche y sacarina, un zumo de naranja natural, dos croissant con mantequilla y dos tarritos de mermelada de frutas del bosque. Listo. Cierro la bolsa de papel y me aproximo hacia la puerta.
-Aquí tienes-. Le entrego la bolsa al muchacho que permanece apoyado sobre el marco de la puerta-. Disculpa la tardanza, hoy estamos hasta arriba de trabajo.
-Bueno, digamos que ha merecido la pena la espera...- sus ojos ruedan analizando mi figura, de arriba abajo, sonriendo satisfecho. La sonrisa más repugnante que vería durante toda la mañana.
-Hasta luego.
Cansada y molesta, volteo los ojos y cierro la puerta con fuerza tras de mí, no sin antes dejar escapar de mi boca un "buenos días" áspero y rotundo. Ya ni siquiera se puede trabajar tranquila.
-¡Lola! ¡Vamos! ¡Espabila!-. El elevado tono de mi compañero de trabajo consigue traerme de vuelta de mis pensamientos. Con un gesto con las manos, le pido disculpas y preparo su última comanda cuanto antes.
He perdido la cuenta de la cantidad de cafés distintos que preparé después del incidente con el repartidor pero, por fin, tan solo quedan dentro de la cafetería cuatro parejas y un hombre tecleando con ávida rapidez las teclas de su ordenador, todos ellos atendidos. Así que, Nicolás y yo disfrutamos de nuestro pequeño y merecido descanso.
Con la espalda apoyada sobre la barra, consigo alcanzar una botella de zumo de piña a la vez que Nico se sirve un vaso de agua para calentarla al microondas y preparar su infusión de té rojo habitual. No tarda ni dos minutos en empezar a relatarme su inigualable cita, y no lo digo yo, tan solo había que oírle hablar de su nuevo ligue.
-Guapo, alto, culto, inteligente...- saca su vaso del microondas y deposita la bolsita de la infusión en su interior-. Lo tiene todo, nena. Todo. Quién me iba a decir a mí que esa deliciosa y grasienta pizza de peperoni iba a venir con sorpresa.
-Nico, eso mismo dijiste de tu última cuenta en las redes sociales y de las dos últimas aplicaciones para ligar¾. Una risa floja nace de mi garganta, siendo consciente de que, mi amigo de la infancia y compañero de trabajo, nunca va a cambiar. Su frescura, vitalidad, esa energía que desprende por cada poro de su piel... Es Nico.
-Esta vez es diferente-. Toma un sorbo de su bebida caliente-. ¡Lo presiento! ¡Álvaro es el definitivo!
Termino mi almuerzo cuando el sonido tintineante de una campanita sobre la puerta me alerta de la entrada de un nuevo cliente. Esta lleva la cabeza cubierta por una capucha de chándal y unas grandes gafas de sol que le cubren hasta la mitad de las mejillas. Gala ondea la mano sobre su cabeza, saludándome nada más verme, arrastrando sus pasos hasta llegar a una de las banquetas de la cafetería, donde se deja caer casi recostada.
-¿Lo mismo de siempre?- le pregunto dedicándole una sonrisa a mi mejor amiga desde el otro lado de la barra. En cambio, Gala no trae muy buena cara, más bien todo lo contrario.
-Sí, por favor. Y un vaso de agua, o dos. Todavía tengo el sabor de la ginebra en la boca ¾la chica hace una mueca con su lengua, simulando querer vomitar en medio de la cafetería-. Mejor ponme la botella de agua entera.
-Me abruma ver tu cara rebosante de felicidad, nena-. Nico con su ironía, siempre de la mano.
Suelto una sonora carcajada a la vez que esta se lleva las manos a la cabeza, como si eso consiguiese aminorar el dolor que sentía.
-La próxima vez que te diga que salgo de fiesta, por favor, impídemelo-. Me suplica entre risas. Dejo delante de sus ojos un café con leche, dos magdalenas con pepitas de chocolate por encima y un vaso lleno de agua hasta el borde-. Y, tal y como estoy hoy, el lunes en clase me voy a encontrar fatal.
-¿Ya te duran las resacas más de dos días? Nena, estás perdiendo todas tus facultades.
-¡Esto sí que es una sorpresa y no tu resaca! ¿En serio piensas ir a clase después de más de tres semanas sin pisar la universidad?-. Gala intenta propiciarme un puñetazo suave en el brazo, pero, seguramente, el cuerpo le duele lo suficiente como para mantenerse sentada en la banqueta junto a la barra. En cambio, se limita a enseñarme el dedo corazón de su mano derecha, mientras me lanza un beso al aire-. Ahora de verdad, va siendo hora de que, por lo menos, a los profesores les suene tu cara en alguna asignatura. Es tu último año, Gala.
-¿Vas a seguir echándome la bronca o vas a dejarme contarte mi gran noche?
-¡Esa es mi chica! -grita eufórico Nicolás rodeando la barra de la cafetería. Ambos colisionan las palmas de su mano como signo de victoria de una noche triunfal.
Estaba terminando de preparar dos cafés con sacarina a una pareja de ancianas cuando, volviendo a mí puesto de trabajo, arqueo las cejas de forma insinuante esperando a que Gala termine de masticar su primera magdalena y comience a hablar.
-Ángel, 28 años, estudia las oposiciones para profesor de educación infantil, acaba de dejarlo con su novia hace tres meses por un "no eres tú, soy yo. Creo que nos iría bien conocer a otras personas". Pelo negro, ojos intensos y marrones, sonrisa de película, abdominales realmente bien trabajados-. acompaña el dato con un tono de voz sugerente-. Y te puedo decir que no era lo único que tenía bien trabajado.
De nuevo, un choque de manos de mis dos amigos llega hasta mis oídos.
-¿Cómo fue?- Pregunta Nicolás intrigado-. ¿Vas a volver a verle?
-¿Crees que el opositor es el alma gemela perdida de Gala?
Gala se encoge de hombros a medida que bebe de su café. Ella nunca ha sido de compromisos, ni ataduras. Se ahoga, como ella dice siempre. Por la absurda necesidad que tenemos los seres humanos de etiquetar todo, los sentimientos, las relaciones. Hay cosas que no pueden etiquetarse, por mucho que nos empeñemos.
-Lo pasamos bien juntos, disfrutamos. Eso fue todo.
Ojalá me resultase tan sencillo como a Gala. Tener esa capacidad que permite experimentar el sexo de una noche sin sentir ese vacío después. Esa coraza que no te permite pensar, solo actuar. Saborear cada segundo como si no existiese nada más en ese momento, como si nunca más se volviese a repetir. Esa persona, encontraros a la hora exacta, dos o tres bailes, cruzar las palabras suficientes, el típico en tu casa o en la mía, y dejarse llevar. Disfrutar de cada momento como si fuese el último.
-¿Y qué hay de ti, Lola? Nena, ¿no crees que ya es hora de dar un cambio a tu vida?
Allá vamos una vez más. Esta es la tercera vez en todo lo que llevamos de mes, y apenas hemos alcanzado la primera quincena.
-¿Yo? ¿Qué quieres saber nuevo que aún no sepas?-. Nerviosa, paso una bayeta por encima de la barra, limpiando las migas y los surcos de las manchas de café-. Mi vida es esto y mi madre, ya lo sabéis, no tengo tiempo de nada más. Los cambios y yo no somos compatibles.
Nunca lo fuimos, de hecho. Romper mis esquemas me aterra, que mis planes se desvíen de su cauce aunque sea en su forma más insignificante... Me sudan las manos solo de pensarlo.
En su día, los cambios llamaron a mi puerta en forma de entrada de cine, musicales y palomitas saladas. Y, si me volviesen a dar la elección de aceptarlo o no, me hubiese quedado en casa aquella tarde.
O eso creo.
-Lola...- comienza Gala, pero yo soy más rápida y consigo interrumpirle.
-Gala, por enésima vez, no pasa nada, está asumido y me gusta mi vida. Ver a mi madre sonreír al verme llegar a casa es todo lo que necesito-. Es inevitable pero, siempre que hablo de mi madre, me duele como un duro golpe de la realidad en el estómago-. A mi me basta con eso.
Con una mirada fugaz hacia el reloj de la pared, compruebo que es la hora de cerrar. Fin por hoy.
Camino hacia la puerta de la cafetería y le doy la vuelta al cartel que cuelga por dentro, indicando que ese establecimiento está cerrado. Me voy la vuelta, suspirando al ver como mis amigos cuchichean en voz baja. Al darse cuenta de mi presencia, se detienen en seco sin pronunciar ni una sola palabra hasta que salimos los tres juntos por la puerta, tras haber recogido la cafetería.
Una vez en la calle, me apresuro unos pasos por delante de mis amigos a la vez que saco las llaves de mi casa del bolsillo trasero de mi pantalón. Al girarme sobre mis pies para despedirme de ellos, pillo infraganti a Gala negando ligeramente con la cabeza en dirección a mi compañero. Este le hace caso omiso y se dirige a mí, sin miramientos:
-¿Y qué pasa con aquel chico? A pesar de todo, estuvisteis hablando el verano pasado...-. Se lleva las manos a la sien, intentando recordar su nombre-. ¡Lukás! ¿Qué me dices de él? Tenía unos ojos que te quitaban el sentido, nena.
Con solo escuchar su nombre, el nudo formado en mi garganta se hace más grande y profundo. Siento que me falta el aire.
-Por última vez y, como os he dicho, no tengo tiempo para nada más.
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