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CAPÍTULO: 28

LOLA

Hace aproximadamente dos veranos.

—¿Cuándo decidiste que querías ser fotógrafa?

Lukás camina junto a mí, con las manos metidas dentro los bolsillos de sus bermudas color menta, deteniéndose en seco cada vez que me apresuro a capturar una imagen con mi nueva cámara de fotos. Contemplándome en cada acción. Llevo ahorrando varios meses, guardando parte del dinero que gano en la cafetería para comprarme la que se ha convertido en mi inseparable durante mis días libres de verano.

—No recuerdo un solo momento de mi vida que no lo desease. El señor Collins, un cliente de la cafetería, dice que la fotografía es el espejo de lo que nadie se atreve a mirar.

Avanzo más rápido que mi acompañante para fotografiar, justo delante de nosotros, a una pareja de chicas fundiéndose en un emotivo abrazo en medio de la multitud que recorre la larga avenida. Grandes y emblemáticos edificios antiguos se levantan sobre todos nosotros, dando cobijo a la tierna pareja. Presiono el botón de mi cámara y le muestro a Lukás el resultado

—¿Qué te parece?

Le muestro la imagen a través de la pantalla de la máquina y analiza cada detalle de la fotografía.

—Es como si el tiempo se hubiese detenido para ellas. Tienes mucho talento, Lola —concluye, estudiando la composición—. ¿Has probado suerte en algún grado de formación? Con un poco más que aprendas, serías fantástica.

Resoplo, apagando la cámara entre mis manos para guardarla dentro de una pequeña mochila que cuelga sobre mi espalda.

—Ojalá pudiese pero, aunque el negocio de mi madre funciona bien, es mucho dinero. Varias veces le he ofrecido a mi madre la posibilidad de usar mi pequeño salario, para no sentirse tan ahogada con los gastos, pero ella se niega.

En silencio, nos aproximamos hasta una pequeña heladería. Lukás se decanta por tomar un granizado de limón de tamaño mediano y yo por una tarrina pequeña de mi sabor de helado favorito; menta con chocolate. No puedo parar de reír ante las ocurrencias, todas ellas en contra de mi helado, que Lukás manifiesta al observar cómo me deleito con cada cucharada. Por no hablar de su cara de horror cuando pruebo una primera cucharada.

—¡Un helado así es un sacrilegio! —protesta alzando la voz—. ¿Dónde han quedado los sabores buenos? La nata y fresa, vainilla, el chocolate... Esto es una aberración.

—Mi helado lleva chocolate.

—Es una mezcla de color verde con pepitas de chocolate por encima. Eso es un insulto al chocolate.

Cogiéndome por sorpresa, su comentario me hace estallar en un su fin de carcajadas, de forma que me veo obligada a dar por finalizado nuestro paseo de hoy para sentarme en uno de los bancos de madera que rodean la entrada de unos grandes almacenes. Con un brazo, rodeo mi abdomen, ahora dolorido a causa de los espasmos provocados por mi fuerte risa. Lukás se sienta a mi lado, fijando su mirada sobre mi postura, ligeramente inclinada hacia delante. Él se limita a sonreír de forma ladeada a la vez que me recompongo de mi ataque de risa. Me percato de su forma de mirarme, queriendo explorar cada rincón oculto de mi pensamiento. Eso me despierta curiosidad y me alerta al mismo tiempo.

—Igual que tus fotografías, eres capaz detener el tiempo. Toda tú lo consigues.

Su comentario hace que me sonroje sutilmente, sin embargo, Lukás lo percibe y retira de mi rostro un mechón rebelde de cabello, colocándolo por detrás de mi oreja izquierda, dejando a la vista la secuencia de pequeños aros que adornan el contorno de la misma. Me fijo en las diferentes tonalidades castañas que pintan sus ojos, topándome con su mandíbula marcada y nariz livianamente afilada. Indudablemente, es un chico realmente atractivo.

—A pesar de las situaciones difíciles, tienes que pensar en ti misma, perseguir tus sueños. A veces, solo ellos guardan la auténtica verdad —me explica. Su voz resulta tan cálida que logra arrancarme un suspiro de lo más hondo de mi pecho—. Quiero ayudarte a conseguirlos.

—No todos los sueños se cumplen.

—Sobre todo los que no intentas —interviene de nuevo, raudo y con esa sonrisa que me roba el aliento—. Lola, créeme cuando te digo que tienes mucho talento. Eres un diamante que solo necesita ser pulido para brillar. Confía en mí.

—¿Y cómo piensas ayudarme?

Lukás realiza una pausa para beber un poco más de su refrescante granizado de limón antes de seguir hablando. Es curioso como su mirada no deja de analizar cada uno de mis movimientos, como si yo fuese lo más preciado que había visto nunca. Como si fuese a desaparecer.

—Vamos —me pide poniéndose en pie e iniciando la marcha. Inquieta, me doy prisa en alcanzarle.

—¿A dónde vamos?

—A mi residencia de estudiantes. Tengo una cámara de fotos deseosa de que alguien como tú sepa utilizarla.

No me cabe la menor duda de que Lukas Gruber, el chico de la butaca trece, nunca va a dejar de sorprenderme.






Los recuerdos de aquella tarde de verano se alojan en mi subconsciente convertidos en antídoto a mis propios sentimientos. Mis piernas comienzan a flaquear después de varios metros recorridos a la máxima velocidad que mis zancadas alcanzan. Ni siquiera he sido consciente del momento en el que las lágrimas han dejado de brotar de mis ojos. Me siento vacía. Parece como si alguien me hubiese arrancado del pecho mi posesión más valiosa y la hubiese arrojado al vacío, sin remordimientos, dejándome helada bajo la abrupta tormenta que se ha desatado hace unos minutos. Las pocas personas que caminan por las calles aceleran sus marchas buscando un tejado donde refugiarse. Yo, en cambio, me mantengo inmóvil, sin fuerzas, sin esperanzas para poder continuar avanzando. Todos me miran. Me observan y pasan de largo. Nadie se para a preguntar si estoy bien.

—¡Lola!

La figura de un joven alterado, sosteniendo un paraguas de color negro sobre su cabeza, abrevia sus pasos hasta llegar a mi posición.

—¿Qué estás haciendo? ¿Estás bien?

Samuel se muestra preocupado por, seguramente, mí terrible y empapado aspecto. No tengo ninguna respuesta válida que responda a ninguna de sus preguntas.

—Vamos, vas a terminar cogiendo una pulmonía.

Ese, ahora mismo, es el mínimo de mis problemas.

Su brazo me atrae consigo hasta terminar juntos debajo de su paraguas. Refugiada bajo la rígida tela que nos cubre, siento como los restos de la lluvia en mi pelo descienden hasta aterrizar sobre el puente de mi nariz. Sin embargo, nada consigue detener el temporal que siento en mi interior, arrasando a su merced con todo lo que encuentra a su paso. Tampoco soy capaz de mirar a Samuel a la cara.

—Puedo acompañarte a casa —se ofrece voluntariamente. Un desagradable escalofrío recorre mi espalda.

—¡No! —exclamo, mirándole asustada—. No puedo.

Su mirada compasiva no pierde el contacto sobre la mía. Hasta ahora no me había percatado de su acento característico, ni de las largas pestañas que protegen sus ojos verdosos. Inevitablemente, visualizo a Lukás reflejado en las pupilas de su buen amigo.

—Llévame con él —le pido con un hilo de voz, dejando que sea mi corazón quien tome el control de mi cuerpo.

Samuel arquea las cejas, dibujando una mueca graciosa en su rostro.

—A sus órdenes, mademoiselle.

Forzando su espalda con una postura incómodamente erguida, me ofrece su brazo, para engancharme a él, sin dejar de interpretar su pequeña imitación de un caballeroso hombre francés. Involuntariamente, Samuel es el primero que logra hacerme reír en toda la tarde y, algo me dice, que él también se ha dado cuenta de ello.

—Casualmente, iba a llevarle unos cuántos discos de música de verdad.

—¿Música de verdad?

—U2, Scorpions, Aerosmith, Green day... El rock de los años 90, pequeña aprendiz. Toma, sujeta el paraguas, por favor —tomo entre mis manos el frío mango que lo sostiene mientras Samuel rebusca en el interior de una vieja mochila de tela con el logo de Nirvana estampado en ella. Chasquea la lengua cuando da con aquello que está buscando—. Le hará mucha más ilusión a Lukás que seas tú quien le de este disco.

Observo la carátula del tercer álbum de la banda de rock americana Green day. Una explosión de colores suaves, literalmente, da vida al nombre del grupo escrito con voluminosas letras amarillas en la parte superior del disco.

—La pista número 8 y la número 10 son mis favoritas —me señala—. No olvides decirle que viene de parte del segundo gran amor de su vida. Yo.

Al referirse a sí mismo, golpea su pecho, a la altura de su corazón, con la palma de su mano. Dejo escapar el aire entre mis dientes, simulando una corta risa al escuchar su cometido.

—Parece que estás muy seguro del lugar que ocupas. Aunque, ¿te sientes afectado por ocupar el segundo puesto?

Una risa limpia y honesta se esfuma del interior de su garganta hasta llegar a mis oídos.

—Me enseñaron que, igual que hay que saber ganar, es de sabios saber perder —me propicia un amistoso empujón en mi costado—. Aunque, me caes bien, Así que, si eres tú quien ocupa el primer puesto, acepto con orgullo la medalla de plata.

—¿Cómo estás tan seguro? —me reitero, pero no encuentro una respuesta.

Continuamos caminando por las resbaladizas y estrechas aceras hasta detenernos frente a un antiguo edificio, amparado por una enorme puerta de barrotes negros y cristal. Alzo mi vista hacia el cielo, observando las robustas paredes de ladrillo rojizo desgastado, ahora de tonalidades más oscuras debido a la reciente lluvia.

—Es aquí. —Samuel llama al timbre que comunica con el piso de Lukás antes de que yo pueda actuar. Al momento, la familiar voz de joven de pelo largo se escucha entrecortada, preguntando quién llama—. Soy Samuel, traigo algo que te va a encantar.

Incrédula y ligeramente desorientada por la repentina actuación de mi acompañante inesperado, le sostengo la mirada a Samuel, pidiendo una explicación.

—¿Vas a venir conmigo, no? 

—Pequeña aprendiz, es el momento de seguir sola tu camino.

—Samuel, ven conmigo. Por favor.

—Lola, no sé qué ha podido pasarte pero, sea lo que sea, tu corazón quiere subir al cuarto piso y silenciar a tu cabeza por unas horas. Tú misma has sido quien me ha pedido llevarte hasta él. Pues aquí estás —sus manos se apoyan sobre mis hombros—. Y, ahora, vive. Por ti.

Sus palabras me arrancan un profundo suspiro. Con cierta sorpresa por su parte, le abrazo, alzándome sobre mis talones para agradecerle su compañía bajo la tormenta y su consejo que impide que mi propio e imparable temporal interior continúe abatiéndome. Sujeto con fuerza el CD de música entre mis manos, me introduzco en el portal y camino hacia el ascensor del patio. Antes de abrir la puerta, volteo mi cabeza en dirección al exterior. Samuel ha desaparecido. En fracciones de segundo comprendo que ha llegado la hora de emprender el resto de mi camino, sola.

Un sendero ascendente de cuatro pisos que me resulta interminable, sobre todo, al contemplar mi reflejo en el espejo. Tengo los ojos hinchados a causa de mi prolongado llanto, las mejillas enrojecidas por el frío o, todavía, por mi esfuerzo a la hora de correr todas esas calles que ahora quedan a mis espaldas. Mi cabello luce humedecido a causa de la lluvia, igual que mi ropa y zapatillas, las cuales, lucen ahora un color mucho más sucio. De pronto, siento ganas de vomitar y se me eriza la piel en el momento que el ascensor se detiene con un golpe brusco en la cuarta planta. Me tomo unos minutos para exhalar el aire contenido en mis pulmones e, impulsada por las palabras de Samuel, empujo la puerta. Sobresaltada por el impacto de la misma al cerrarse, levanto la mirada hacia cuatro puertas de madera maciza, tres de ellas permanecen bloqueadas, salvo la que se sitúa más a la derecha del largo rellano.

Lukás permanece apoyado sobre el marco de la puerta de su domicilio, vestido con ropa cómoda de chándal y sus ya familiares gafas de sol oscuras cubriendo sus ojos castaños.

Vive. Por ti.

A medida que me aproximo a él, se expresión se tensa y su postura se recompone en una mucho más rígida y austera. Sus brazos se muestran tirantes, pegados al costado, y sus pies se mueven con nerviosismo, sin despegarse del suelo. Me arriesgaría a decir que incluso le escucho el fuerte latir de su corazón cuando me posiciono delante de él. El aire cálido de sus labios me roza la frente antes de disponerse a hablar. Pero yo consigo ser más rápida que él.

—Le he pedido a Samuel que me trajese hasta aquí, es una larga historia —tomo una nueva bocanada de aire, sintiendo que hablo mucho más deprisa de lo normal—. Solo sé que no he podido sentirme como en casa hasta ahora desde que he salido de ese hospital.

Lukás refleja un semblante serio a la vez que compasivo y transparente a mis ojos. Se hace a un lado, dejándome pasar al interior de su modesto piso.

—Por cierto, —le indico, haciéndole entrega del disco de música de rock americano —Samuel me ha dado esto para ti. Me ha dicho que va de parte del segundo amor de tu vida. Creo que está algo celoso.

La ronca risa del muchacho rubio se adueña del espacio que ambos compartimos. Lukás toma entre sus manos el CD, examinando con las yemas de sus dedos el contorno de plástico duro de la carcasa desgastada y, con un simple gesto, la abre, separando ambas cubiertas.

—Tendrá que aprender a vivir con ello —asegura mientras sus dedos abandonan el plástico para indagar en el tacto suave y forma circular del disco—. ¿Te parece bien si lo escuchamos? Tengo un viejo reproductor de CDs guardado en mi armario.

Rescato de nuevo el disco de música y abro un robusto armario de madera. El fresco aroma a suavizante de las prendas de ropa perfectamente colgadas en las perchas consigue embriagarme, retrasando por milésimas de segundo la búsqueda del reproductor de música. Lo localizo encima de un grupo de camisetas. Un reproductor de color negro y, a simple vista, antiguo, con cierto matiz retro. Lo atrapo entre mis brazos y lo coloco encima de su escritorio, junto a su ordenador. Acciono el botón que, automáticamente, abre la cubierta que me permite introducir el CD de Green day. La cierro, presiono el play y avanzo hasta la pista número 10, recomendada por Samuel. Los primeros acordes de When I Come Around comienzan a sonar. Repaso mi labio inferior con la punta de la lengua, nerviosa, expectante.

Lukás camina detrás de mí, rozando mi brazo con el contorno de su mano al pasar por mi lado para adentrarse en la cocina. Justo ahora, en este mismo instante, sintiendo como la electricidad recorre mis venas con su suave y casi inapreciable toque, comprendo las palabras que el mismo Lukás me dijo en mi recuerdo de aquella tarde de verano con gusto a menta con chocolate y electrizante sabor a limón.

—Lukás —le llamo con sutileza—. ¿Sigues guardando aquella cámara de fotos?


¡HOLA BONICOS! ❤ Antes de nada, voy a volverme loca con los guiones de la novela. Soy consciente de que así "cortitos" no están bien, pero os prometo por Rowena Ravenclaw que yo en Word (que es donde escribo los capítulos), están más grandes, como tendrían que salir aquí. Pero nooooo 😭😭, al subirlo a Wattpad se me cambian e incluso, a veces, se cambian por este símbolo: 3/4 

Sí sí, como  el andén 9 3/4 pero sin el 9 (así que, si veis alguno que me haya dejado por cambiar, avisadme por fa) 😊

VOY A VOLVERME LOCA.

En fin, yo y las tecnologías no avanzamos en nuestra relación pero, ¿y Lola y Lukás? ¡Contadme qué os ha parecido el capítulo!

Hoy quiero dedicárselo a beeckymt
Gracias por todo el apoyo desde que decidiste a darle una oportunidad a mi novela. De verdad, eres genial y una persona maravillosa. Aprovecho para deciros que su historia es BRUTAL, de lectura obligatoria ❤❤

Os adoro ❤. Cuidaros mucho.

María.

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