CAPÍTULO: 21
LOLA
Me cruzo de brazos y, bajo las atentas miradas de mis dos amigas, me encamino hacia la puerta de la cafetería. Lukás se mantiene apoyado contra uno de los enormes cristales que alumbran el interior del local con una intensa luz natural, con una postura relajada, desenfadada. Antes de abrir la puerta, me desato el delantal anudado al cuello y lo deposito en el respaldo de una de las sillas de madera.
-¿Qué haces aquí, Lukás? -pregunto mientras cierro la puerta, asegurándome de que Gala y Abril no se han movido de sus respectivos sitios.
-A juzgar por tu tono de voz, mi visita te ha resultado una sorpresa -deduce el joven lanzando al aire su bastón de color verde para luego agarrarlo al vuelo, sin perder su traviesa sonrisa-. Primer objetivo de la mañana conseguido.
-¿A caso tienes más de un objetivo que me involucre esta mañana?
-Hay que recuperar el tiempo perdido.
Incrédula, muerdo mi labio inferior. Durante este tiempo ausente, me he construido la fachada capaz de olvidar esa aura de misterio que solo Lukás sabe recrear. Y lo maldigo, a él por tener la capacidad de tener siempre la última palabra idónea y, a mí, por ilusa.
-Tengo trabajo, Lukás.
-No tengo ninguna prisa y mi acompañante tampoco. Además, hace una mañana estupenda. Tú decides.
Ni siquiera permite darme una fracción de segundo para reaccionar, preguntarle a qué viene todo esto. Lukás se gira dándome la espalda, dejándome con la palabra en la boca. Separados por una distancia prudente, el joven se detiene delante de un coche Skoda de color verde manzana y vuelve a dirigir su centro de atención en mí.
-¡Si no recuerdo mal los miércoles por la tarde nunca abres la cafetería! -exclama en un tono de voz elevado. Acto seguido, se dispone a abrir una de las puertas traseras del transporte y se adentra en su interior-. ¡Te espero aquí en una hora! ¡De la comida me encargo yo!
Confundida, me llevo las manos a la cabeza de forma que mis dedos se encargan de despeinar mi corto cabello negro azabache. Ahogo una carcajada antes de volver a reencontrarme con mis dos amigas, quienes se mantienen expectantes a mi llegada. Gala tamborilea la mesa con la yema de sus dedos, desafiándome con la mirada. Abril, en cambio, guarda con rapidez su teléfono móvil en el bolso.
-¿Y bien? -me pregunta la primera.
-Me ha pedido vernos en una hora. Me espera fuera -les informo, esta vez, siendo incapaz de reprimir mi alegría. Porque seguir engañándome no sirve de nada.
-¡Seguro que te ha preparado una sorpresa! -exclama Abril, entusiasmada.
-Yo que tu tampoco bajaría mucho la guardia -me advierte Gala-. Somos tus amigas y queremos verte así de feliz pero como ese melenitas moderno te vuelva a hacer daño, lo incluiré en el nuevo batido de la carta de la semana.
Continúo sintiendo daño, rencor. Incluso llegué a odiarle por su culpa, por su repentina marcha sin explicaciones. Llevo a mi espalda meses y meses de preparación, planificando las que serían las palabras exactas que echarle en cara en un posible e incierto reencuentro. Pero la realidad ha sido completamente diferente. Sin preparatoria previa. Superando la vacilante ficción de mis pensamientos. Desde el primer momento que le vi tocando aquella canción para el alma de toda una ciudad como público, todos esos reproches se esfumaron en el aire. Todo mi monólogo, perfectamente ideado, se deshizo entre la letra de aquella canción. Sentí la inmensa ola de alegría que me completa cuando le miro. La que en su día me daba las fuerzas que necesitaba. Que me alentaba, la que me hacía creer en mí misma.
Y es de locos. Como una simple mirada te invierte el rumbo que creías encauzado. Como los acordes de una guitarra afloran en ti lo que consideraste dormido. No importan la complejidad de tus esquemas, existen personas que con su mera existencia los rompen en mil añicos. Lukás es de esa clase de personas.
Y, en el fondo, y por mucho que hiera a mi orgullo, una parte recóndita de mi anhelaba deshacerse de ellos. Lo anhelaba a él.
Eso supera a todo rencor que mi cuerpo pueda experimentar.
Abril emite un agudo chillido mientras se tapa la boca con ambas manos. Gala, quien ya ha guardado todos sus apuntes dentro de su mochila de color agua marina, se dedica a aplaudir con cierta desgana, sin apartar de mí esa mirada de advertencia. La típica mirada que toda amiga tiene para momentos donde no hacen falta las palabras para entenderos.
-Bueno, nosotras nos vamos -le anuncia mi amiga morena a la joven rubia. Abril tarda en reaccionar, pero parece captar la indirecta, pues abre los ojos de par en par cuando Gala le señala en dirección a la puerta-. Queremos detalles, Lola. Y yo un mensaje con tu ubicación durante ocho horas, por si acaso.
-Eres una exagerada.
-Y que lo digas -reprocha Abril-. Pero estoy con Gala en saber todos los detalles. Prometo leer el grupo en cuanto pueda, he quedado con Fabián en menos de una hora.
Juntas me lanzan un beso al aire y me dejan sola en el Muse's, con el sonido de mi risa de fondo. Puede que no ocurra nada por cerrar la cafetería un poco antes de lo habitual. Visto lo visto, no parece que nadie más vaya a venir.
Termino de limpiar la pila de vasos sucios para luego guardarlos dentro de sus estanterías correspondientes y paso un trapo humedecido por encima de la barra y de las mesas que llenan el espacio del local. Todo en un tiempo récord. Con una escoba, recojo los trocitos de servilletas de papel que yacen sobre el suelo y, cuando acabo, doblo mi delantal y lo deposito, junto al delantal de Nico, encima de la barra, ahora reluciente. Mañana es su turno para abrir la cafetería por la mañana y, desde hace un tiempo, decidimos dejar los delantales ahí para que, quien llegase primero, pudiese encontrarlos con facilidad.
Antes de dar por finalizada mi jornada laboral, dedico echar un vistazo a mi aspecto en el espejo del baño. Con un poco de agua, le doy forma a mi cabello y me arreglo las arrugas de mi ropa todo lo que puedo. Recuerdo guardar por la mañana un carmín de color rojo en uno de los bolsillos de mi pantalón vaquero rasgado, así que, aplico una fina capa de color sobre mis labios. Sin ese color sobre mi rostro, incluso me cuesta identificarme.
Tomo aire y, tras una última comprobación de que todo está en orden, cierro con llave la puerta del Muse's y, de puntillas, alcanzo el extremo de una pesada persiana metálica y la bajo hasta hacer tope contra una cerradura metálica sobre la acera de la calle.
Entrecerrando los ojos por culpa de la luz del sol, a lo lejos, diviso el coche de color verde aparcado en el mismo lugar que hace aproximadamente media hora. A medida que me aproximo, con las manos introducidas en los bolsillos de mi cazadora vaquera, intuyo dos figuras dentro del mismo. Me sitúo a su altura y, titubeante, golpeo con los nudillos en el cristal derecho de las puertas traseras. Un sobresaltado Lukás es quien me de acceso al interior del vehículo. Mientras me retuerzo intentando no golpearme con el techo del vehículo, escucho como Lukás mantiene una conversación corta con el conductor, un joven de pelo rapado y grandes ojos verdes, los cuales, me examinan a través del espejo retrovisor.
-Samuel -le llama Lukás-, te presento a Lola. Lola, este es Samuel, mi antiguo compañero de residencia aquí y un buen amigo que hoy va a ser nuestro chófer.
-Es un placer trabajar para vosotros-. Comenta animado Samuel, imitando la voz grave de un señor de avanzada edad-. Encantado de conocerte, Lola.
-Lo mismo digo.
No entiendo absolutamente nada.
-Bien -Lukás se abrocha el cinturón y yo le imito-. Señor conductor, ya sabe el destino.
-Abrochaos los cinturones y, si tenéis sed, creo que hay un poco de agua en una botella encima del maletero. Aunque no os la recomiendo, creo que venía con el coche el día que lo compré a aquel tipo... Un hombre muy raro, tenía una dentadura dorada y le faltaban...
-Samuel, arranca.
El muchacho se da por aludido y se da prisa en encender el motor. Parece un chico peculiar, pero me resulta agradable.
-Solo hay una norma dentro de mi coche -anuncia, marcando una pausa de silencio que nos mantiene atentos a Lukás y a mí-. ¡Nadie más que yo se encarga de escoger la música!
Tras pronunciar sus palabras, Lukás y yo nos reímos con ganas. Él posa su mano sobre el estrecho asiento que nos separa, de forma que el dorso de esta permanece inmóvil contra la rugosa tela que tapiza los asientos traseros. Su rostro, cubierto en parte por esas densas y opacas gafas que le acompañan, me dedica una sonrisa torcida. Nerviosa, exhalo lentamente, queriendo dejarme llevar.
Cierro los ojos, deleitándome con la melodía de Broken strings que suena en la radio. Son tres minutos y medio que me consiguen teletransportarme dentro de un mismo viaje a un paradero desconocido. Lo cual, no deja de atormentarme de cierto modo. Pero, en medio de la incertidumbre, me siento segura, cómoda, como en casa.
Entonces me doy cuenta de que nuestras manos se han unido en aquel misterioso viaje.
¡HOLA A TODOS! ¿Cómo estáis? Bueno, espero que os haya gustado mucho el capítulo porque, el siguiente, viene cargado de emociones ❤🙊
Os dejo arriba la canción que suena en el trayecto de coche que comparten Lukás, Lola y, su audaz conductor, Samuel JAJAJAJA. La canción es una de mis favoritas y justo estaba escuchándola mientras escribía la escena final.
Dejadme una ⭐ si os ha gustado y contadme: ¿Tenéis alguna idea de cual puede ser el plan de Lukás?
Cuidaros mucho y, siempre, gracias.
UN BESO ENORME ❤❤❤❤
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