CAPÍTULO: 12
LOLA
La imagen de Lukás saliendo de la cafetería. Su rostro, completamente descompuesto al cerrar la puerta con un golpe seco. Mi corazón atravesándome los huesos. Su tinte de tristeza tan desconocido para mí. Las quejas del resto de clientes tras contemplar nuestra escena. La mirada de Nicolás enfocada en mí, pidiéndome una explicación razonable a todo lo que acaba de ocurrir.
No puedo dársela. No tengo una respuesta lógica. Estoy confusa.
Las palabras del joven vienés continúan grabadas a fuego en mi cabeza, repitiéndose una y otra vez. Lukás ha vuelto al país, a la ciudad, a mi vida. Porque, si algo ha conseguido pidiendo un solo café o cantando una canción en medio de la calle, ha sido remover todos los cimientos que en su día creí destruidos. Después, vino el asalto de la realidad. Un asalto que ha ganado con creces.
La realidad era que Lukás ha cambiado. No es el mismo que acaba de huir del Muse's, dejando a la clientela observándose entre ellos, clavando sus miradas en mí, que continúo inmóvil detrás de la barra. Ese chico tiene miedo, está asustado, se siente inseguro. Como si la coraza de hombre seguro de sí mismo se hubiese desvanecido por completo. Pero, ¿cómo no iba a ser así? Su vida ha dado un giro de ciento ochenta grados y yo me he comportado como una auténtica cretina.
Trato de encajar las piezas del rompecabezas pero me falta información. ¿Qué le ha ocurrido? ¿Habrá estado enfermo? ¿O un accidente? ¿Por qué ha decidido regresar?
Una parte de mí me pide a gritos que salga corriendo para buscarle. Mirarle, con su rostro entre mis manos y pedirle que volvamos a reencontrarnos de nuevo. Pausar el tiempo cómo solo nosotros sabemos hacerlo.
Sin embargo, la mano de Nico, aferrada con fuerza ahora a mi antebrazo, hace que me gire sobre mis propios pies. Me sostiene mientras contemplo su semblante serio, rígido. Son pocas las ocasiones en las que Nicolás me ha mostrado esa faceta suya en primera persona.
—Igual lo mejor es que vayas a casa, Lola. Yo me encargo de la cafetería.
—Estoy bien.
—Deja de decir eso, deja de engañarte. No lo estás— consigue leerme el pensamiento sin mostrar una pizca de dificultad—. Encontrarse de bruces con el pasado nunca sienta bien, hay que digerir las cosas. Primero piensa en ti, después podéis hablar lo que se os plazca. Ahora, vete.
No he sido consciente de la tensión que mi cuerpo acumula hasta que los brazos de mi compañero de trabajo me envuelven. Y yo me dejo hacer. Escondo mi rostro a la altura de su hombro, inspirando con calma el armo ácido de su colonia, mezclado con un suave toque a galletas y bizcocho recién hecho. Seguramente, por culpa de dedicar toda la mañana encerrado en la diminuta cocina de la cafetería.
—Gracias —mi voz se escucha casi inaudible, como pendiendo de un hilo. Al igual que se encuentra Lukás en ese mismo instante, cuatro calles más debajo de mi ubicación.
Necesito hablar con él, asegurarle que todo va a estar bien. Que estoy aquí, a pesar de todo, por mucho que me duela reconocerlo. Nunca me fui. Nunca me iría de su lado cuando me necesita. Y la verdad es que Lukás necesita a sus amigos cerca. He sido una completa ingenua todo este tiempo, intentando haciéndome creer a mí misma que la imagen de Lukás Gruber no ocupaba rauda su lugar en mi memoria cada noche, antes de dormir. Que Moulin Rouge se ha convertido en mi musical preferido y es imposible volver a disfrutar de su historia sin pensar en él. En mi mejor amigo. Esa amistad inquebrantable que ilusamente dibujé hecha añicos todo este tiempo y que, en cuestión de minutos, ha vuelto a alzarse al vuelo. Como un ave fénix renaciendo de sus cenizas.
Pero también necesito gritarle que, toda esa valentía que ha mostrado en la cafetería, la dejó en el olvido aquel verano. Dejándome sola, sin respuestas, con mil teorías posibles flotando en mi cabeza Que por su culpa nunca he vuelto a ser la misma. Que él me enseñó que la vida es un salto al vacío y no hay que temer a los cambios de trescientos sesenta grados. Y ahora soy incapaz afrontarlos. Ni el más mínimo.
Necesito vaciar todo lo que llevo dentro al mismo tiempo que quiero guardármelo un poco más y, simplemente, sentarme junto a él y cogerle de la mano.
Tal vez mañana, quién sabe. Pero hoy no va a ser ese día. Primer, necesito asimilar todo lo que ha pasado.
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