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Historia X

Sinopsis: Hay silencios insoportables.
Número de Palabras: 2000
Genero: Slife of Life/Ligero Angst

[...]

Cuando llega a casa lo primero que oye es la voz de Denki, el saludo automático: "¡Bienvenido!". Un sonido altísimo que se hace oír sobre el murmullo de la televisión, el extractor de la cocina o incluso la música. Un sonido al que responde con un gruñido o una pregunta dependiendo de su humor. Esa es la rutina. Ese día sin embargo lo recibe el silencio y una oscuridad absoluta.

No encuentra a Denki enroscado en el sillón con las luces apagadas viendo una película de terror. No está en la cocina, encaramado a la encimera comiendo helado desde el bote –una costumbre que Katsuki encuentra desquiciante–. Tampoco lo ve en el pequeño balcón, recostado en la tumbona, leyendo alguno de sus libros con el tenue rumor de la música que escapa de sus auriculares. Lo encuentra sentado en la cama, mirando hacia la nada, con su uniforme de héroe aún puesto –sucio y roto–, y las botas de trabajo cubiertas de sangre, lodo y tierra.

Si hay una cosa que Katsuki detesta es la tierra en la alfombra de la habitación, pero ese día ni siquiera repara en ello. Lo que hace es arrodillarse junto a la estatua en la cama y tras un estudio minucioso descubre que, con excepción de los cortes superficiales en manos y cara, el polvo en el pelo, y los rastros de sangre que lo empapan, Denki parece indemne. Descontando, claro está, la expresión hueca que hay en sus ojos.

Unos ojos que usualmente brillan con la picardía de alguien que sabe un secreto, que ha hecho una travesura o que está listo para meterse en problemas. Ojos de un dorado intenso con motas rojizas que parecen desaparecer cuando los miras durante largo tiempo. Ojos que en ese momento parecen negros y vacíos como pozos negros en los que no hay nada.

Piensa en el mensaje de Kirishima: Rehenes en el centro comercial. Denki arrestó a dos de los criminales pero el tercero activó la bomba que llevaba encima. Hay dos muertos. Denki está bien, lo han enviado a casa tras terminar con el papeleo. Piensa en la forma como su corazón se detuvo un segundo al leer la primer frase y en cómo de inmediato tuvo el irresistible impulso de asegurarse de que la frase "Denki está bien" fuera absolutamente cierta.

Y justo como había supuesto, no era así.

Perder a civiles en el trabajo siempre golpea con la misma intensidad, independientemente de los años que lleves en el campo. Katsuki aún se acuerda del primer inocente que no había logrado salvar, y de la sensación de fracaso que se aferró a él durante las semanas que se sucedieron después. Una sensación que resurgía potente y desgarradora cada vez que no conseguía llegar a tiempo. Le había tomado tiempo entender que no había nada de malo en pedir ayuda, casi el mismo que había tardado en descubrir que nadie era inmune a la frustración y la pérdida.

Entendía que no existía un sermón que pudiera aliviar el dolor que Denki estaba sintiendo en ese momento, y como nunca había sido un hombre palabras sino de acción lo que hizo fue suspirar antes de inclinarse para desabrocharle las botas. Lo hizo con cuidado a fin de no salpicar más tierra en la alfombra, después las llevo hasta la entrada para colocarlas en la bandeja situada junto al estante de las pantuflas.

Denki seguía en la misma posición cuando volvió y tampoco reaccionó cuando Katsuki le quito los calcetines. Cuando lo tomó de los codos y tiró hacia arriba, Denki se levantó sin alterar su expresión, tampoco lo hizo mientras se dejaba guiar hacia el baño.

Katsuki lo desnudó con cuidado y en silencio, descartando el uniforme roto en el cesto de ropa sucia junto con la ropa interior. Él mismo se quitó la ropa y después guio a Denki hasta la ducha donde descolgó la regadera de mano para regular la temperatura. El potente chorro que se estrelló contra su muñeca estaba frío y solamente cuando consiguió atemperarse Katsuki lo elevó por encima de la cabeza de Denki. Empujó su barbilla hacia arriba de manera que el chorro se deslizara entre los bucles rubios sin mojarle la cara.

Cuando termino de humedecerle el pelo, cerro la llave y aplicó el champú, deslizando los dedos sobre el cuero cabelludo para masajearlo desde la coronilla hasta la nuca dejando que la espuma blanca se deslizara sobre sus brazos. Nunca le había dicho a Denki que le gustaba su pelo –de un rubio crema que solía elevarse en mechones dispares cuando dormía demasiado– aunque en ocasiones, cuando se distraía, le daba por pasar las manos por su pelo mientras veían la televisión.

Denki cerró los ojos ante el masaje y Katsuki aprovechó el momento para enjuagarle el cuerpo antes de tomar una esponja y el jabón. Le lavó la cara –pálida y vacía–, las pequeñas orejas –la izquierda cubierta de sangre–, el cuello de cisne, y los hombros esbeltos, entonces descendió por el pecho y los brazos procurando no presionar los moretones que veía, en su lugar los masajeó a fin de hacer que la sangre circulara. Fue especialmente cuidadoso con los cortes y los raspones en el cuerpo de Denki.

Se arrodilló frente a él para lavarle los pies y entre las piernas, y cuando terminó le lavó la espalda, los glúteos y la zona blanda tras las rodillas. Lavó a Denki de pies a cabeza, deslizando la esponja por cada resquicio de piel que existía, eliminado a conciencia el polvo y sudor que lo cubrían; lo hizo con el inusual afecto que lo inundaba cuando, tras correrse, se hallaba en el limbo entre la conciencia y la inconsciencia y sus manos cobraban vida propia para acariciar a Denki que ronroneaba sobre él. Un afecto que estaba más allá del deseo sexual y el anhelo, y que entremezclaba ternura y cariño en notas complejas.

Al terminar volvió a enjuagarlo hasta que la espuma desapareció entre ríos de agua caliente y la piel de Denki brilló rosada y limpia con los moretones rojizos destacando como pinceladas furiosas sobre su cuerpo.

Cuando salieron el vapor se había adherido en el espejo y los mosaicos de color verde, y se elevaba en una bruma blanca que saturaba el aire del baño. Katsuki tomó una de las toallas azules doblada y guardada en el estante sobre el inodoro para envolver a Denki con ella. Le seco el pelo y el rostro con cuidado y cuando Denki alzó los ojos para mirarlo la expresión hueca había desaparecido, aunque seguía sin ser enteramente él. Como un foco apagado que está ahí pero no brilla.

Katsuki lo miró mientras le quitaba el exceso de agua del pelo, al terminar lo envolvió en la toalla, le pasó un brazo por los hombros y lo llevó hasta el armario de la recamara. Y aunque a Denki le gustaba dormir desnudo también tenía debilidad por ponerse la ropa de Katsuki –una manía que los había hecho discutir más de una vez–, en esa ocasión fue el propio Katsuki quien escogió de su armario unos pantalones grandes, una camiseta y una sudadera, entonces vistió a Denki con ellos, quien tuvo la suficiente presencia de ánimo para ayudar.

Vestido únicamente con su ropa interior, Katsuki los llevo a la cama donde ambos se encaramaron sobre las cobijas. Se acomodaron uno frente al otro, con las piernas entrecruzadas, los brazos de Katsuki alrededor de Denki, y su barbilla sobre los bucles rubios –podía sentir la respiración de su amante contra sus clavículas–. Y aun entonces el silencio se mantuvo.

Katsuki había dejado de familiarizarse con el silencio desde que Denki entrara en su vida. No había silencio con él alrededor ni siquiera cuando venían películas porque se le ocurrían las preguntas más estrafalarias mientras veían la tele.

"Estrictamente hablando, ¿crees que podría vencer a una horda de zombies?"

"No" había dicho Katsuki sin mirarlo. Era su respuesta favorita para casi todo, pero eso en lugar de desanimar a Denki lo hacía teorizar sobre lo que debía mejorar para poder lograrlo.

Tampoco había silencio al comer o al ducharse –no cuando Denki quería meterse en el cuarto con él y no dejaba de hacer sugerencias sobre su tamaño y figura–. No había silencio en sus viajes al supermercado –no cuando a Denki le daba por cotejar cereales en voz alta y leer las recetas que venían en las latas de sopa–. No había silencio cuando tenían sexo –no cuando Denki gemía de esa forma y murmuraba incoherencias entre embestidas–. No había silencio ni siquiera cuando estaban enfadados porque entonces era momento de gritarse.

Tener a Denki con él en silencio es una experiencia aterradora, porque es tenerlo ahí, entre sus brazos, sentirlo respirar, tibio y firme junto a él, y saber que su mente se encuentra muy lejos. Probablemente siga en la escena del desastre, repitiendo la misma secuencia una y otra vez, preguntándose qué pudo haber hecho diferente, qué habría pasado si no hubiera actuado a tiempo, dudando sobre su desempeño. O incluso pensando lo cerca que había estado de morirse.

Y envuelto en ese silencio antinatural Katsuki piensa lo mismo.

Piensa en su primera estadía en el hospital, en el enfado de Denki por su distracción, en el dolor de su voz al aferrarse a él y decirle: "Si te mueres te mato". No lo había entendido entonces y era triste que fuera a comprenderlo ahora, en ese silencio que parecía crecer y extenderse infinitamente. La idea de que ese silencio pueda ser eterno, que llegue un momento en que esa casa esté vacía y su vida vuelva a ser un ciclo interminable de trabajo y deber, lo hace estrechar su abrazo. Eso no altera el silencio que de pronto parece inmortal. Y él, que no es un hombre de palabras, comprende de pronto que podría hablar durante horas, escupir gritos, maldiciones, y toda clase de discursos, y cada sonido moriría entre las brumas de un silencio que no sabe cómo enfrentar.

Porque es Denki quien sabe llenar el silencio, con preguntas o tarareos, comentarios absurdos o trucos verbales. Es Denki quien se apareció en su vida, con su expresión juguetona y sus manos inquietas, para llenarla de ruido y vida. Y ahora está ahí, tibio y firme junto a él, en silencio aunque completamente despierto –de eso Katsuki esta absolutamente seguro pues conoce a la perfección la respiración sosegada y tranquila de un Denki que duerme–.

El silencio es un manto negro que parece envolverlos en capullos separados y Katsuki no lo soporta, así que decide que es su turno para acabar con él. Sin alejarse, pasa una mano por el pelo de Denki y acaricia con suavidad los bucles rubios a la vez que le dice algo muy simple.

—Te quiero.

Una confesión diminuta que aparta el silencio y lo desgarra. Lo repite por si acaso para evitar que las hebras se reconstruyan hundiéndolos en esa afonía aberrante. Sigue repitiéndolo, pronunciando con cuidado y afecto, deslizando las puntas de sus dedos por la oreja de Denki y el borde de su pelo.

—Te tengo —le dice apretando su cuerpo contra él y frotando su boca contra la coronilla de Denki—. Estoy aquí, Denki, te quiero —y continúa, porque es lo único que se atreve a decir. La única verdad que sabe no cambiara.

Horas y horas después siente a Denki tensarse justo antes de que sus manos cobren vida y lo envuelvan, entonces lo siente sorber aire mientras su cuerpo tenso tiembla cada vez con más violencia hasta que finalmente se rompe y Denki llora, aferrado a él, con la cara húmeda contra su pecho y los dedos hundiéndose contra su costado.

Katsuki lo sujeta, lo mece con afecto, y lo deja desahogarse en silencio. Un silencio húmedo que ha dejado de parecer amenazante y que se asemeja más a una herida que respira. Y Katsuki respira con ella porque sabe que solo así terminara curándose. 


[...]

NA/ Hola de nuevo

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