Historia VII
Número de palabras: 1692
Sinopsis: Ángeles y demonios susurran en nuestros oídos. Una palabra suya puede armarte de valor o convertir tu placer favorito en la peor de tus pesadilla
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"Ángeles y demonios susurran en nuestros oídos. Una palabra suya puede armarte de valor o convertir tu placer favorito en la peor de tus pesadillas"
Lo cierto es que sí, el cielo y el infierno están aquí –invisibles e inalcanzables–, pero la realidad de la situación es un poquitín más complicada que eso y el asunto pasa completamente desapercibido para la mayoría de los mortales así que intentemos explicarlo.
Cuando un mortal nace se le asignan dos guardianes: Un ángel que intentara guiarlo por el camino del bien y un demonio que tratara de tentarlo con los places más oscuros que se encuentren en el mundo. Esa se supone que es la idea original: Dos fuerzas que luchen porque sus voces se infiltren en la conciencia humana hasta empapar su esencia de una luz blanca o de una negrura absoluta.
Fácil, ¿no?
Sin embargo, cualquier artista sabrá que usualmente las cosas –proyectos, ideas, planes– nunca resultan como se supone que deben resultar. Lo que se espera no es lo que se obtiene, y... bueno, al final lo que debería ser una constante batalla entre el bien y el mal se reduce a una constante lucha entre el sentido común y el instinto. Después de todo, ¿qué grandes decisiones puede tomar un bebe que apenas está aprendiendo a gatear?
"No metas el dedo en el enchufe" es el susurro en su oreja derecha, una voz enfurruñada y seca sin pizca alguna de amabilidad.
"No pasa nada" dice el susurro en su oreja izquierda, una deliciosa candencia que parece miel dulce en sus oídos. "Un toquecito no hará nada"
Eijirou Kirishima, criatura mortal de quince meses, se saca la mano de la boca y balbucea. Su mano húmeda se agita en el aire dirigiéndose inevitablemente hacia el enchufe en la pared.
"¡No lo hagas!" repite la voz gruñona.
"¿No tienes curiosidad por saber qué es o qué hace?" dice el murmullo dulce.
Eijirou se ríe y el sonido atrae la atención de su madre que de inmediato se mueve. Grita y lo levanta diciéndole con voz firme.
—No se meten los dedos en los enchufes, cariño. Venga, es hora de tu siesta.
Recostado en su cuna, Eijirou oye a su madre cantar mientras él se da a la tarea de agitar piernas y brazos en el aire mientras succiona su chupón con ganas. Cerca de su cabeza, dos sombras diminutas e invisibles lo observan.
"Esa victoria es mía" dice la voz gruñona.
"No, lo siento, no cuenta" responde la dulce voz. "Hubo interferencia externa"
"Toda interferencia sigue el plan de Dios. Así que lo correcto fue que no metiera los dedos en el enchufe"
"Eres un aburrido, este bebé necesita emoción en su vida"
"No necesita meter los dedos en un enchufe"
"Tal vez no, pero la experiencia que saque de ahí será inolvidable."
Eijirou se ríe mientras su madre le canta y eventualmente se duerme.
[...]
Alguien –posiblemente Dios– decidió que cada dupla se mantuviera invariante a lo largo de los siglos, también les permitió desarrollar una personalidad propia. De esta forma cada pareja de guardianes vela por las decisiones de su humano desde que nace hasta que muere que es cuando son enviados con su siguiente mortal.
En ocasiones alguno de ellos consigue superar –o incluso– suprimir casi por completo a su contraparte provocando que el humano en cuestión obedezca de forma incondicional los consejos de su guardián dominante. Son casos raros donde esto llega a ocurrir, también son peligrosos porque la mayoría de ellos termina con la destrucción del mortal. Es más común que la pareja de guardianes maneje un balance entre ambos extremos.
Por suerte para Eijirou Kirishima, sus guardianes han pasado siglos perfeccionando una dinámica única que se basa en dos cosas: Experiencias nuevas y muchísimo sentido común. Tras siglos y milenios juntos, los guardianes de Eijirou han aprendido a exprimir por completo el potencial de su humano de turno.
Denki, el demonio rubio con ojos dorados y un mechón de pelo tan negro como el color de sus alas, se encarga de alimentar el impulso, el carácter, la maña y el humor que dotaran a la vida de su humano de un sabor único. En cambio, Katsuki, el ángel rubio con los ojos escarlata y una piel nívea tan blanca como sus alas, se asegura de mantener a su humano vivo y de ofrecerle una serie de parámetros morales que lo guiarán a través de su vida con rectitud y éxito. Juntos han pasado años moldeando consciencias, siendo testigos de la impredecibilidad humana y también, porque no decirlo, quejándose del compañero que les ha tocado.
Porque si hay algo que Denki y Katsuki han aprendido a lo largo de todo ese tiempo es que su acompañante es la persona más necia e insoportable que pueda existir en todo el universo. Claro que si preguntaras la razón de sus desacuerdos te darías cuenta de que en realidad el asunto es bastante simple.
Observa por ti mismo.
[...]
Durante todos los siglos en los que ha existido en el mundo de los mortales si algo le ha quedado claro a Denki es que son los humanos quienes llevan el peso de sus vidas y ellos están ahí simplemente para disfrutar el viaje. Para ofrecerles oportunidades y experiencias nuevas.
Katsuki, por supuesto, no está de acuerdo con su visión. Han tenido la misma discusión durante años –eones tal vez– acerca de su papel en el gran plan de Dios y todo lo que eso conlleva. Katsuki se toma el asunto con muchísima seriedad, pero es que los ángeles suelen ser unos testarudos malencarados que se creen por encima de cualquiera que no tenga sus alas blanquecinas y su halo dorado.
—Eres una vergüenza —suele decir a cada rato. Pero el problema con los insultos que se repiten invariantes año tras año es que van perdiendo fuerza hasta que se convierte en palabras sin sentido.
Si en un principio Denki había devuelto el insulto, ahora se tomaba el asunto como un reto personal, y es que no había nada más satisfactorio que hacer rabiar al ángel que le había tocado como compañero. Tal vez fuera parte de su naturaleza encontrar placer en algo tan mundano, pero es que era imposible resistirse a ese ceño fruncido. Por eso había hecho uno de sus objetivos primordiales el tocarle las narices.
—No sé qué quieres que haga —le decía solo para molestarlo–, así me hizo Dios.
Eso hacía que Katsuki rechinara los dientes algo que Denki encontraba profundamente satisfactorio. Al final discutían –como siempre– hasta que Katsuki se hartaba de él y lo echaba del hombro que le correspondía. Entonces Denki se veía obligado a volver a su propio hombro donde terminaba por aburrirse porque no había muchas cosas que hacer cuando el bebe humano que tienes que aconsejar no está listo ni para romper toques de queda ni para verse tentado por los placeres de la carne.
La clase de placeres que preferiría probar con Katsuki, pero es que el maldito ángel simplemente era un mojigato de primera. Un ciego que no podía ver la chispa que existía entre ellos, la pasión que se escondía ahí.
¿Por qué rayos Katsuki se negaba a ver una verdad tan inmensa como el jodido tiempo?
[...]
Por alguna extraña –mórbida y sádica– razón, Katsuki había terminado compartiendo su trabajo con el peor demonio del inframundo. Peor no en el sentido estético porque si Denki tenía algo era una belleza demoniaca capaz de mover el piso de cualquier idiota que se dejara encandilar por su bonita figura o sus brillantes ojos. Tampoco peor en su actitud porque el maldito tenía un encanto arrollador capaz de responder sarcasmos e ironías con una facilidad que solo podía explicarse con sus poderes oscuros.
No. Peor en el sentido de que el maldito era un toca narices calenturiento, que insistía en querer ser su amigo –o algo más–, y Katsuki no estaba para nada de eso. Tenía un trabajo que hacer. Un trabajo que llevaba haciendo desde que su consciencia despertara en su mundo para cumplir con la voluntad de Dios.
Y si bien su trabajo era –en ocasiones– aburrido, eso no justificaba la repentina obsesión de Denki con él. Una obsesión que pronto cumpliría otro siglo más. Un siglo más de discusiones, sonrisas coquetas, comentarios en doble sentido, y toques para nada inocentes. Lo único que Katsuki quería era guiar a ese nuevo bebe humano por el sendero de la rectitud, la excelencia y el maldito camino de la verdad.
¿Por qué carajos Denki no podía dejar de poner a prueba su compromiso?
[...]
¿Lo ves?
Al final la constante lucha entre el bien y el mal no involucra a los mortales, involucra a las criaturas que cuidan de ellos. ¿Es el placer un pecado? ¿Y si lo es por qué Dios lo ha creado? ¿Es el amor entre ángeles y demonios un tabú? ¿Y si lo es por qué Dios los hace trabajar juntos? ¿Puede un demonio ser honesto o puede un ángel amar a alguien más que a Dios? Preguntas que Katsuki y Denki han tenido que barajear a lo largo de los siglos unidos en un tira y afloja eterno; y mientras ellos dudan, el trabajo continua.
"No te comas esas cosas" dice la voz de miel a lo que Eijirou balbucea.
"Si no quieres ser un enano el resto de tu vida te comerás las malditas verduras" dice la voz gruñona.
"Son verdes" dice la voz a su izquierda "nada que sea verde puede saber bien"
"Ayer te comiste un crayón del mismo color"
"Y sabía feo, ¿te acuerdas?"
Y es así como el pequeño Eijirou lanza el arbolito verde al suelo para absoluto espanto de su madre.
—No se tira la comida —dice ella pero su bebe solamente se ríe.
Sí, el cielo y el infierno están aquí –invisibles e inalcanzables–, pero en todo el mundo solo existe una dupla como la que hacen Denki y Katsuki. Y hasta el momento todos los humanos que han educado han sido un éxito en lo suyo. Tal vez ellos tengan esperanza de resolver sus diferencias, ¿no lo crees?
[NA]
Estoy segura de que Katsuki eventualmente terminará cediendo, aunque quien sabe. El muchacho tiene una cabeza más dura que una roca. XD
Saludos y gracias a quien lee. Feliz fin de semana.
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