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Campo a través.


Parecía una noche fresca. El viento soplaba y el sonido de los animales del bosque se oía en medio de la oscuridad, mientras corría campo a través, descalza, desorientada y herida, con los pies magullados por los palos y las piedras. No tenía tiempo de detenerse a descansar. Una horda de campesinos enfurecidos y atemorizados por la ola de asesinatos y desapariciones de los suyos, la perseguían para darle caza, en busca de desahogar su frustración y saciar su sed de venganza. La habían hecho huir de su cabaña recóndita, donde durante meses había estado tranquila, alimentándose de animales y de los frutos que caían de los árboles, sin hacerle daño a nadie. Bien se sabía que los suyos eran repudiados por la fama que les precedía, pero ella no había herido a nadie y no tenía la intención de hacerlo... hasta ahora. Había escuchado rumores del fin tétrico que tenían los de su especie cuando caían en manos de los furiosos pueblerinos y por eso procuró durante años mantenerse lejos de las ciudades y de los pueblos.
Continuó corriendo, siendo la luna su única guía y aliado. La pequeña horda de humanos no eran la única amenaza para ella: los aullidos de los lobos se oían por toda la zona también. En cualquier momento se encontraría con alguno de los dos, ya que no podía saber con seguridad hacia donde era conveniente parar.

"Voy a morir", pensó con temor. 


Era mentira eso de que no sentían miedo o dolor. Era un mito creído por todos en las tierras donde habitaban los suyos. Hacía más fácil sentir odio y asco, más fácil cazarlos sin antes intentar comprender que al final, no eran tan diferentes. Querían liquidar a todos los de su especie. No eran monstruos horribles como todos creían: tampoco había forma de dárselos a entender, ya que no hablaban la misma lengua.


Avanzaba cada vez más lento, un poco agotada y débil, tropezando con sus propios pies y finalmente cayendo sobre una roca, quedando aturdida sobre las hojas secas. Su ropa hecha girones ya casi no cubría su delgado cuerpo y el pelo enmarañado se le metía a la boca. Intentó arrastrarse hacia un arbusto cercano, cuando empezó a escuchar al grupo acercarse y una vez lo logró, se acurrucó con la esperanza de pasar desapercibida. Estaban cerca, lo sabía por la luz de las antorchas que se filtraba en medio de la vegetación. Se quedó muy quieta, temblando en su lugar, aprontando los ojos y abrazando sus piernas amoratadas con fuerza. 


—Esperen—, advirtió un hombre, y sin necesidad de entender lo que decía, comprendía lo que pasaba porque los pasos se detuvieron—. Tiren el aceite por allí. 


Atendió con espanto al sonido del líquido espeso derramándose sobre la tierra mientras el aroma de este la alcanzaba. Se encontraban muy cerca de él al menos lo suficiente para no darle oportunidad de escapar. El calor de las llamas golpeó su piel fría. Tuvo miedo: a pesar de que sola era capaz de enfrentarse a los campesinos, no se podía defender del fuego. Decidió trepar el delgado tronco del árbol donde estaba apoyada para evitar se quemada, aunque tarde o temprano, este acabaría consumido. Subió hasta la copa, obteniendo así una visión más abierta del panorama. Uno de los hombres se percató, apresurándose a contarles a los demás donde se encontraba. Todo el grupo alzó la cara para observar a una chica aparentemente joven y semidesnuda, observarlos de vuelta, con ojos completamente negros y la melena bamboleándose al ritmo de los árboles. Se habían petrificado: la mayoría de ellos nunca habían visto directamente a un ser de la noche, y quedaron petrificados por su belleza oscura y misteriosa. 


—Es sólo una chica...—, susurró uno de ellos, sin dejar de mirar a la mujer, en lo alto del árbol.

— ¡Es un monstruo! —, le gritó el que parecía ser el líder y le arrebató el bidón con aceite, rodeando el árbol, para acabarlo de empapar y seguido de esto lo encendió con la antorcha.


La chica mostró los dientes, filosos y amenazantes, como un animal acorralado, mientras las llamas seguían subiendo y desesperada, miraba de un lado a otro buscando una salida. Cuando la encontró, la tomó y sin dar pistas, saltó sobre el hombre más robusto, pasando por encima de las llamas, cayendo sobre su pecho con fuerza. El hombre quedó tendido en el suelo, mientras gritaba horrorizado y el grupo empezaba a retroceder, tan llenos de pánico que algunos dejaban caer las antorchas y corrían para alejarse. Algunos se quedaron e intentaron espantarle de manera inútil, tirándole palos y piedras, afanados por rescatar a su amigo, pero todo fue en vano. Ella volvió a mostrar sus dientes, esperanzada en hacer huir a los pocos que quedaban.

—Ayuda... ¡No se vayan! —, susurró el hombre estirando su mano hacia sus compañeros, mientras veía como se iba y lo dejaban atrás. La chica lo miró—. Déjame ir, por favor.

Estaba moviendo su boca, pero no podía entenderlo. 


—También tengo miedo... —respondió ella—, también tienes miedo.

El cuerpo robusto de él temblaba, y su frente estaba perlada por el sudor, así que se quitó de encima, e hizo un ademán con su mano, indicándole que se fuera, mostrando sus dientes de nuevo. El tipo se arrastró unos metros y empuño su cuchillo en dirección a ella, vociferando cosas como un loco, amenazándola. La situación era muy confusa. ¿Por qué simplemente no se iba?

— ¡Vete! —, gruñó ella, y dio un par de pasos en su dirección. Él retrocedió. — ¡Vete! ¡Déjame en paz! —gritó, y al parecer, eso realmente lo aterró.

De un segundo a otro, el hombre dio un traspié y cayó al suelo, hiriéndose con su propio cuchillo, ocasionando una hemorragia formidable, que seguro le causaría la muerte. Ella se acercó con cuidado, intentando parecer lo menos amenazante posible, y se quedó por largos minutos viendo al hombre desangrarse lentamente, mientras se quejaba y gemía de dolor. El fuego a su alrededor seguía vivo y se extendía cada vez más, así que finalmente, cuando lo notó muy débil, lo arrastró lejos y apoyó su cabeza en una roca. Desgarró su camisa, y descubriendo la herida, vertió un poco de su propia sangre en ella, llevando a cabo una especie de ritual que sin duda, lo sacaría de ese estado y le permitiría sobrevivir. O eso esperaba. Jamás habia hecho algo así con un humano.

Finalmente, se dio vuelta y corrió hacia cualquier lado, en busca de un lugar nuevo para esconderse. 

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