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37|Un niño pequeño

Chérie observó a Adam. Respiró profundo, mientras sentía que su cabeza se abombaba y la angustia intentaba apoderarse de ella.
- Mi señora.- balbuceo sin voz, asintiendo por sí ya estaba lista.

Era una sensación horrible acorralada. Atrapada. Chérie una vez más se veía enfrentada al compromiso impuesto por su padre. Christopher había solicitado su presencia en sus aposentos.
Hacia un mes atrás, ella no hubiera sentido esa terrible frustración. Antes de su partida a Escocia, incluso, se estaban volviendo a entender. Algo de cariño, por sobre el respeto había.
Pero ahora, nada podía hacer. Chérie, envuelta en su capa de noche, se encaminó hacia el pasillo. Mientras su corazón protestaba. Porque ese cariño, ese dulce enternecer, solo lo provocaba Lord Cavendish.

Implorando a la Diosa, que parecía había desaparecido, en esa oscura noche sin luna. El silencio ya se apoderaba de los pasillos.
No sabía qué decir, y si es que debía decir algo, no era prudente en presencia de los guardias.

Entonces camino autómata, en dirección a la torre del rey volvió a su pensamiento esa conversación con la Duquesa, esa noche de visita en el burdel.
-Christopher es un hombre más sencillo de lo que piensas. - le había sonreído Lady Aeval. -Y si me permites decirlo. Tú eres una criatura de gran belleza. No hay razón en ti, para que pienses que te desprecia.

-Elisa Medianu, lleva su vástago... - le hablo con la garganta cerrada. Y no quería confesar como la humillaba la indiferencia. -Al llegar el invierno me convertiré en un obstáculo en su camino.

-No es una concepción legítima mi Señora, y ni siquiera han completado su primer año de matrimonio. No hay argumento que valide un mal comportamiento de su parte.

-Es la única razón...- fue a rebatir. Ya lo sabia, era su única misión, asegurar la continuidad de la casta Sword en el trono.

-Muchas mujeres tardan en concebir. No significa nada.

-Cuando al menos, los maridos están dispuestos y hacen el esfuerzo en depositar su semilla...- comentó sin voz. Su mirada se humedeció avergonzada.

Y el asombro de la Duquesa fue evidente. ¿Christopher? ¿No la tocaba? El magnífico rey de Cydonia. Eso no podía ser posible. Ella podía dar fe de que hombre era una fiera. Un verdadero semental.
Después de un necesario silencio. La Meretriz busco sus ojos. -Mi señora...- Exhalo, algo complicada, aunque no imaginaba de que otro modo podría justificar esa actitud. No le parecía que la reina estuviera mintiendo. -Si me permite desnudarle...- le solicitó después de detenerse a pensarlo, con cierta determinación.
Chérie abrió mucho los párpados. Incluso, de la impresión sus pupilas se dilataron y su mirada titiló.
-¿Por qué?- le preguntó. Era una inesperada y chocante solicitud.

-¿Tal vez, alguna imperfección?- respondió honesta.

-No hasta donde yo sé.- se defendió.

Entonces la Duquesa la observó detenidamente.
¿A caso estaba hablando enserio?

Temblando de pudor comenzó a quitarse la camisa de su traje de la guardia real de Cydonia.

Aeval no tardó en descubrir su pecho fajado apretado con precisión. No tenía idea cuánto tiempo había tomado en esconder su verdadera naturaleza.
Entonces la vio desabrochar la amarra de su pantalón.

-Definitivamente no es eso.- sonrío con cierta ternura. Y la intriga se volvió mayor.

-¿Entonces?- preguntó con ese rubor ardiendo en sus mejillas.

Aeval negó frente a esa inocencia de sí misma. Era más bella de lo que se esperaba. Su piel, lozana. Firme. Salvo las huellas del atentado y ese caprichoso accidente, que ocurrió mucho después de contraer nupcias. Perfecta. Se notaba que la joven había tenido un muy buen vivir.

-Algo más...- intento enfocarse, alcanzándole las prendas para que se abrigara de una buena vez.
-Algo debe haber- insistió sin darse por vencida. Algo más complejo.
-Por lo que se sabe, ustedes consumaron con éxito su unión.- le comentó la meretriz.

Chérie no estaba tan segura de eso. Había una gran confusión en su interior. Pero asintió atribulada. Volviendo a recordar que todo suceso en su vida la corte lo comentaba.

-y qué pasó después.- preguntó intrigada.- ¿hubieron otros encuentros?- insistió Aeval.

-hasta que falleció el Rey Christopher- suspiro avergonzada.

-¿Hasta qué falleció Mi Señor?- replicó con esa mirada incrédula.

Chérie la observó terminando de acomodar su pantalón. Una contenida dulce y triste emoción se revelaba en la mujer. Pero estaba lejos de vislumbrar cuál era la razón.

La duquesa, aún recordaba vívidamente esa noche en que su destino se volcó en manos de Christopher.

Hacía casi 20 años atrás. Fue esa noche, después de volver a Cydonia, luego de firmar los documentos de compromiso entre las casas Sworth y Solaire.
El Rey decidió que ya era tiempo de que su primogenito, se enfrentará a esa realidad.

Las señoritas, habían sido escogidas con estricta rigurosidad a finales de su niñez y fueron instruidas. Preparadas celosamente para ese momento. Una de ellas, sería escogida por el heredero para convertirse en su primera amante.
Ninguna de ellas, sabía de hombre alguno. Las jóvenes huérfanas, habían sido traídas directamente el orfanato de los Ángeles custodios. Con la promesa, de que de ser escogidas, podrían acceder a un trabajo en el mismo castillo. Donde se educarían como damas de compañía de la Princesa Scarlett. Un sueño irreal, para cualquier pequeña sin ningún futuro.

Y ahí estaban. Elisa, Mabelle y Leona. Esperando por un milagro. Ajenas, inconscientes de todo ese inconcebible maltrato. Solo esperando el momento de poder brillar.

Ninguna conocía al príncipe. Nunca tuvieron la suerte de ver al rey hasta esa noche.
Tan solo la comadrona, les explico, lo que debían hacer, dependiendo de la situación en que se encontrarán.

Después de un fastuoso baño de agua caliente,  le entregaron un vestido nuevo, de una preciosa tela verde esmeralda. Con los falsos adecuados. Que no le quedaba pequeño ni muy grande. Era maravilloso, estaba fabricado solo para ella. La peinaron con esas cintas de terciopelo. La calzaron con unas adorables zapatillas de satén, ¡incluso le acomodaron un bello tocado de flores de Azahar!
El futuro se tornaba prometedor.

Entonces las tres jovencitas aguardaron en en ese elegante salón.

Y pronto su mirada se quebró cuando el esperado joven eligió a la muchacha de vestido azul. Elisa, antes de dejar la habitación escoltada por los guardias, les dedico esa mirada soberbia, llena de orgullo y desprecio.

-Niña... -escucho al hombre. Ese señor de impresionante garbo. -Ven acá- Mabelle no estaba segura. Pero logro entender ese gesto de la mujer encargada que asentía en medio de un asombro lleno de envidia.

-¿Señor?- iba a decir. Pero no le salieron las palabras. Espantada. El era al menos 20 mayor que ella.

-¿Sabes quién soy?- le preguntó tomándola de la muñeca.
Ella negó sin voz. El hombre vestido de caballero sonrío y la arrastro por ese pasillo en dirección a esa habitación.

-Vamos a hacer esto con calma- le comentó, al ver esa mirada aterrada, cuando cerró la puerta de la habitación. Sin imaginar que afuera dos guardias iban a permanecer en la espera del hombre.

Al medio día siguiente sintió el sacudir de la puerta... El señor ya no estaba. Ella despertó desnuda y adolorida. Pero en verdad no le molestaba. Cuando la puerta a la fuerza se abrió abrupta, entro ese matón y la comadrona. 

-Levántate niña...- le dijo la mujer.

-¿qué?- fue a preguntar, sin imaginar lo que había acontecido.

La señora observó esa bolsa de piel sobre la mesita al lado del catre, que no se atrevió a tomar -Deje un obsequio para ella, del cual cuando vuelva por ella le preguntare- le advirtió con la seguridad de que su palabra era la ley. -No conocerá a otro hombre...- le ordeno el Señor de Cydonia. Dejando una grosera suma de monedas para cubrir todos sus gastos. -Ella será atendida como la señora de la casa. A Lady Azahar nadie la toca- le advirtió.

Esa misma tarde la jovencita se sentó a la mesa de la doña. Le sirvieron de comer faisán y le reservaron una tarta de manzana

Mabelle no supo hasta mucho tiempo después de sus amigas. Distintos caminos iban a seguir las tres muchachas.

-¿Entonces, dices, que no te ha tocado desde que falleció el rey padre?

Cherie nego.

-¿recuerdas lo ultimo que paso entre ustedes?

La mirada de la reina titilo avergonzada, no sabia por que importaba esa situación pero esa intensa mirada de la Duquesa, no le dio mas opción que responder. -Estábamos... El estaba -Sus mejillas volvieron a tomar color- ...estaba en la faena... El capitán, el secretario y mi dama de compañía fueron a darle la noticia de que había fallecido... Nos interrumpieron... Y entonces ya no....- le hablo complicada.

Aeval la observaba muy atenta intentando imaginar la situación. -¿Algo mas...?-

-Lloro devuelta en la cama...-suspiro con esa emoción de ese doloroso momento - ... No sabia que hacer, solo lo pude abrazar-

Los labios de la duquesa se separaron hasta que se vislumbro una delgada linea mas clara, la de sus dientes. Incrédula, sus parpados se habían abierto aun mas. ¿Era posible entonces su teoría?

La joya de Bellerose había visto algo que jamas se hubiera pensado.
Desnudo. Magnifico y con esa emoción encontrada de llegar al mundo. Como un recién nacido. Así se había gestado el nuevo rey. Y se había dejado abrazar. Acompañar. Mimar.

El hombre mas poderoso de toda Eastland. Solo era un niño pequeño entre sus manos. Y claro. Es lógico. Los niños pequeños no saben follar.

El rey no se puede dar esa clase de lujos, jamas Christopher primero le iba a permitir esa clase de vulnerabilidad. Estaba educado para la grandeza. Y si no podía hacer sentir mujer a su propia esposa... ¿que demonios quedaba para gobernar?

Después de todo. No era tan sencillo ser rey.

-mi señora...- le hablo, en medio de esa duda, no sabia como dárselo a entender. -Christopher es un gran amante- dio fe de ello con esa seguridad apabullante.

Y esas palabras fueron como un puñal clavado hasta el fondo en medio de su ego.

Ya pronto nacería el vástago de Elisa Mediano. Aeval también lo conocía de forma carnal. Dos putas. Y ella siendo la reina era despreciada.

-no tengo punto de comparación- respondió amarga y a la vez mordaz. Su mirada se volvió aguda y filosa como su propia daga.

Tal vez tendría que convertirse en una puta. Solo el pensarlo, dio paso a la angustia.

-Si acepta mi concejo. - le hablo enfrentando esa mirada terrible. -Solo déjelo proceder sin presión.

-¿Como? ¿Mas aun?- Eso era imposible.

-Estoy segura que pronto recuperara el tiempo perdido- le sonrió.

-ya no se que puedo hacer- contesto ahogada.

-Solo ser la pequeña flor de la que el se enamoro- contestó como si fuera obvio

-¿Pequeña flor?- como es que ella sabia que el la llamaba así.

-Solo ten paciencia... Todo se va arreglar. Solo llevan meses juntos. No es para alarmarse.

-La corte...

-La corte no te debería importar. Eres la señora de Eastland.

Chérie volvió a los pasillos del castillo justo antes de ingresar a la torre del rey.

El Azul infinito. Las fastuosas molduras doradas. El ambiente templado gracias a las perfectas llamas en la chimenea. Todo permanecía igual, a como estuvo, cuando por orden de Christopher permaneció en sus aposentos, mientras se recuperaba de aquel terrible accidente.
Luego lo dejo, cuando Christopher tuvo que viajar a Escocia.

Solo faltaba un gran detalle.

La cama que habían instalado para la reina había desaparecido. Solo, el lecho del Rey ahí.

-Mi Señora.- le hablo con una actitud muy moderada.

-Muchas gracias- Chérie sonrió a Adam indicándole que podía retirarse.

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Sam se detuvo su caballo frente a las olas de una de las extensas playas de la britania Franca.
El atardecer estaba dando paso a esa inmensa oscuridad, teñida de purpura. Aun así el cielo lucia esplendido. Limpio y no tardarían en revelarse esas pequeñas luces que lo salpicaban de luz.
La marea permanecía baja en ausencia de la gran dama, Padalecki movió las riendas luego de observar esa majestuosa soledad.

Lumbre... Algún poblado, a lo lejos le pareció vislumbrar algo que se veía encendido.
No tenia idea como había conseguido llegar a ese lugar en tan corto tiempo.

El poblado de Margate lo recibió a unos 30 minutos de camino. Eran unas casas modestas, construidas de barro y madera, las mas ostentosas tenían pintadas sus murallas de cal.

El sigilo de la noche daba a entender que los pescadores ya se aprontaban para el descanso, al amanecer habría una nueva faena por iniciar. Sam comenzó a buscar entre las callejuelas un lugar donde pernoctar.

-¡Aguas!- se escucho el grito de esa mujer que hacia un instante había asomado su rostro por la ventana cerciorarse que ningún poblador estuviera cerca y sin mas lanzo ese balde de aguas servidas hacia la calle posterior... El caballo, parte de su lomo, y casi toda la pierna derecha del emisario de Lady Mila quedaron empapados con los desechos que por fortuna, tan solo se trataba de la mugre que había retirado de los platos de greda, conchas y algo de caldo de mariscos.

-¡Genevive!- se escucho una voz tosca, carrasposa, antes de que la moza fuera a reaccionar. Ella se limito a cerrar las tapas de la ventana y continuar con su quehacer. El hombre alcanzo a notar al jinete, que llevaba los atuendos de la guardia... Incluso, algunas distinciones.

Maurice corrió hacia la puerta de entrada cargando la lampara de aceite. Y se encontró de frente al hombre que se había bajado de inmediato del caballo. Temiendo haberlo ofendido.

-Mi Lord... Perdone... Perdón...- exhalo alterado el hombre. Sam lo observo. Lucia mas bien huesudo. De cabello desgravado trigo... Y había hablado en perfecto francés.

-Fue un descuido de mi mujer.- intento explicar -Esta muy alterada con los malestares de la preñez...- abogo a la piedad. Las mujeres eran algo locas y en ciertas situaciones no se podían controlar.

Sam no imaginaba la impresión que ejercía con sus proporciones. Menos llevando en sus ropas los escudos de Solaire y Cydonia. Debía ser un capitán... Un alto mando...

-¿Tienes, algún lugar... Donde quitarme esta peste?- pregunto confuso rente a la exagerada reacción del poblador.

-Mi mujer...- balbuceo el pescador -Mi señor, adelante...- le indico afligido.

-¿Maurice? - fue a reclamar la castaña al ver la puerta cimbrar. Sus labios se separaron y sus pupilas se dilataron al ver aparecer a ese elegante caballero

-Atolondrada... Aventaste las aguas sobre el Lord...- la regaño sin espera el hombre.

Las mejillas de la mujer se encendieron, en medio de ese bochorno.

-Sam Padalecki. Asistente personal de nuestro capitán general de Eastland, Dean Ackles.- Se presento.

La mujer se puso pálida. Y en un reflejo el favorito de la casa Duncan alcanzo a sujetar a la dama, parecía que se iba a desvanecer.

-Mi señor...- apelo a su misericordia su marido. Cuando vio al hombre acercar a una silla a la moza.

-solo...- hablo contrariado -serian tan amables de acercarme agua fresca...- le solicito.

-por supuesto- contesto Maurice.

-Y si me indicas alguna hostería... -solicito.

-En este pueblo no hay- escucho a la mujercita -Permitamos alojarlo esta noche mi señor- continuo avergonzada sin levantar la mirada.

-me honrarían con su amabilidad- respondió.

-voy por el agua. -hablo Maurice.

-Voy a preparar la habitación- respondió la mujer. -¿Ya ceno mi señor?- continuo.

Sam no respondió aunque no había cenado. Pero el pesado olor a mariscos no le abría tampoco el apetito.

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Mike estaba demasiado inquieto. No había forma de calmar su espíritu. Su mente. Ya se había retirado a sus habitaciones y en cuanto se enfrento a la quietud afloraron todos esas ideas, que solo lograron torturarlo. No quería pensar donde se encontraba Chérie. Ahora menos que nunca quería saber, que ella se encontraba a merced de los deseos de Christopher. Era su deber real. Era lo correcto. Pero su corazón y mente se revelaban. La desesperación lo invadía, de tan solo preguntarse que seria lo peor ¿Que ella lo disfrutara o que el la obligara a hacer cosas que de verdad no...? Y lo invadió la impotencia, de no poder hacer nada. Mientras las sensaciones mas salvajes que ella le había provocado volvían a su mente. ¿Chérie seria capaz de besar a Sworth con esa necesidad que a él le había revelado de ese modo tan encantador? ¿o simplemente la reina era una bruja y solo había caído en su macabro hechizo? Pero tal vez era él quien la había atrapado.

Esa madrugada Mike despertó enredado en los brazos de Chérie. Algo antes de las cinco de la mañana. Ella apoyaba su torso sobre el.

El hombre sonrió y también se le escapo un suspiro al entender que de verdad estaba ahí.

La habitación se había tornado fresca. Mike cubrió su cuerpo desnudo con el edredón y la mantuvo sobre el.

Acaricio su cabello, ordenándolo tras su oreja y sin buscarlo se encontró con esa cicatriz que acusaba un golpe que debió ser mortal.

Tembló de terror al imaginar otro final. Y se cuestiono de como todo aquello era posible. Jamas imagino que el destino precipitara las cosas de ese modo. No se atrevía a preguntar como Mila había obrado tan elaborada cura. Iba a intentar no pensar mas. Sentía que algo fuera de este mundo estaba en medio de todo. ¿Pero como lo iba entender? Esas supersticiones, eran dignas de viejas, seniles... No de hombres con las responsabilidades que el atendía.

Las yemas de los dedos indice y medio de Cavendish se movieron con ternura, sobre la cicatriz. El hombre ni siquiera lo alcanzo a notar. Un pálido brillo en un tono rosa se esparció por la marca al contacto de sus dedos y pareció absorberse en la piel de la princesa. Como un inesperado remedio que no imaginaba como contribuiría mucho en su mejoría.

Mike beso la frente de la jovencita que seguía dulce abrazada a el. Intento, tal vez dormitar, poco faltaba para el amanecer. Y esa madrugada, no quería levantarse de su lado.

Cavendish ingenuo de si mismo salio de la habitación, tenia que encontrar una solución, o en esa silenciosa oscuridad terminaría por enloquecer.

Mila somnolienta se asomo a su puerta luego de escuchar esos repetidos golpes. -¿Mi Señor hay algún problema?- Pregunto en medio del espanto al encontrarlo frente a ella. Estaba muy agotada. Y no esperaba que las cosas en el castillo empeoraran.

-Perdón por lo avanzado de la noche...- Le hablo avergonzado- ¿Seria posible que me prepararas una de esas tizanas que nuestra Señora bebe para descansar?

La mirada de Lady Isabey se despejo exaltada. No era posible, Mike, probablemente no había caído en ese importante detalle. Las tizanas de la reina buscaban con desesperación, que volviera su menstruación.

- Puedo acercarle una tizana, pero no provocaría algún efecto positivo - Contesto intentando mantener discreción. Luego al observar su frustración dio un paso hacia atrás, permitiendo a Mike ingresar a sus habitaciones.

De una repisa, empotrada en una de las murallas de su comedor, tomo un frasco y saco una cantidad de hojas secas y las acomodo en dos finos jarros de porcelana, luego dejo caer desde el caldero en su chimenea, con un cucharon abundante agua hirviendo. Mila agrego una cucharada de miel y lo invito a sentarse ofreciendoselo.

-¿Que es esto?- le pregunto, le pareció familiar el aroma de la planta.

-Flor de Tilo.- respondió en calma. Observo su propia taza y la acerco para soplar su vapor.- Calma los nervios- Le explico.

-¿esas pequeñas en racimos que florecen en verano?- pregunto intentando recordar.

Mila lo observo detenida. ¿A caso el secretario real también tenia otros talentos, como el de la botánica, a parte de los asuntos de estado y combate? Ya antes había logrado encontrar de un modo insólito, los "ingredientes" para despertar a la reina y curar esa horrible herida. ¿A caso era una coincidencia o algo mas? Mila ignoraba que Mike había llegado al altar y presenciado ese ritual. Seguramente, si se hubiera enterado de ese detalle, se atreveria a afirmar que Cavendish era dueño de una capacidad mas allá de lo comprensible.

-a-ha.- afirmo. - ¿Apeteces unos bombones de cerezas al coñac?- Le acerco un platillo con algunos chocolates y se llevo uno a la boca.

Mike se sonrió. Nego en silencio. Ni en esa instancia podía olvidar. Era como si le estuviera ofreciendo a la reina misma. -Solo quiero dormir- exhalo sin voz.

-Creo que puedo hacer algo mas por ti.- Mila se levanto buscando un pañuelo y acomodo flores secas de manzanilla, azahar y lavanda, luego lo amarro con una cinta de ceda.- Ponlo bajo la funda de la almohada.-

Mila intento controlar su curiosidad, sobre todo, tras la extraña reacción de Mike, frente a la visita de Lady Dove. Teniendo en cuenta, lo que había escuchado de boca de Scarlett, era a lo menos intrigante. Pero sentía que por ahora no debía inmiscuirse. Seguramente ya se enteraría de ese modo directo, como la confidente de Chérie.

Mike termino de beber la infusión y se levanto -Gracias Mila- Le hablo antes de recibir el atado de hiervas.

La francesa vio titilar esos bellos ojos verdes. Había mas en esa mirada de lo que el hombre se atrevía a aceptar. Esa ansiedad y frustración, ahora le daban ese aire melancólico y dulce. No era difícil imaginar cual era el problema. -Ve a descansar- respondió recordando que Chérie estaba en la habitación de Christopher.

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No estaba muy segura de como había llegado ahí. Solo de pronto se dio cuenta que estaba sentada sobre las piernas de su señor, de lado inmersa de ese gran abrazo. Entonces se encontró con esos profundos ojos azules, y le pareció que el mismo cielo le sonreía. Recobrando el aliento, apasionado beso.

La reina sintió ese movimiento amenazante bajo sus posaderas y dio un respingo. Algo nerviosa. ¿Por que justo ahora las inseguridades del Señor de Eastland se disipaban?, su mano se movió segura bajo las faldas de su enagua de noche.

-Nunca conocí labios mas dulces.- escucho esa grave y emocionada voz al tiempo que con una inusitada delicadeza sus dedos se movieron sobre su boca, en dirección a su cuello... los besos de Sworth se dirigieron a su hombro tras deslizar el tirante de su enagua. Lo recorrió disfrutando de la tibia piel de la francesa, llenando sus pulmones del aroma de su cabello... sintió que su piel comenzaba a crisparse al notar su cálida respiración, debilitandola inevitable.

-¿Nunca?- balbuceo intentando razonar.

-Nunca imagine que mi mujer seria capaz de semejante nobleza.- Continuo volviéndola a mirar, ahora con algo de vergüenza. - Y estas aquí. - suspiro.

-¿De que hablas?- se atrevió a preguntar.

-Imagino que luego de su visita al castillo, ya debes haber descubierto quien es Lady Aeval.- respondió sin mirar. Era mas interesante desatar ese fino lazo de ceda. para descubrir su pecho.

De inmediato pareció que se enroscaba al sentir esa mano inmiscuirse bajo el camisón.

-¿Christopher?- Busco ahora su mirada ¿Acaso debía inferir que aquello era una especie de ofrenda de perdón?.

-Hay ciertas cosas que no puedes esperar de una doncella tan pura como tu, mi pequeña flor.- intento explicarse. Aunque las justificaciones sobraban. El era el rey, y como tal, podía hacer lo que quisiera.

-¿Que cosas?.- pregunto ahora suspicaz.

-Cosas que ninguna dama con educación aceptaría.- Respondió algo contrariado. Caer en detalles y espantarla, no. aunque el peor de los escenarios seria simplemente no poder cumplir con las expectativas que no se atrevía a plantear.

-No pretendo ser una puta, pero sin la experiencia no llegare a convertirme en una buena amante.- le hablo de pronto sin detenerse a pensar en lo que decía. Solo lo soltó, con crudeza.

Christopher clavo su mirada en en ella. Ahora con esa actitud severa. Pero Chérie no se dejo intimidar.

Acto seguido mano del rey se inmiscuyo bajo su bombacho, ella cerro los ojos al sentir sus dedos hundiéndose en su húmeda piel... respiro profundo. Y Christopher, que la observaba muy atento, descubrió en su rostro, esa expresión dolorida, que en segundos se transformo en placer.

No estaba segura de lo que paso, ella solo lo sintió gruñir... y luego su mano libre la inmovilizaba del cuello obligandola a recibir ese salvaje beso. Chérie comenzó a temblar. No era posible. ¿Acaso esta noche terminaría ese asunto por meses pospuesto?

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Owner & Lord continua pronto.

Gracias por la espera, sus valiosos votos y comentarios.

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