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IX. Lifesaver; Part 2

La película ha terminado hace cerca de quince minutos, pero seguimos aquí.

Los compañeros de trabajo de Taehyung pasean con sus escobas y sus sonidos de odiar al mundo de un lado a otro, juntando los desperdicios que la gente ha dejado caer, mientras nosotros, hundidos en los asientos de la fila superior de la sala y con los talones en las butacas delanteras, estamos inmersos en una discusión muy seria, y que definirá el rumbo de las cosas.

—Que no hombre, créeme. La idea del niño blandiendo su escoba es sólo un simbolismo.

Pero él chasquea la lengua y sacude su cabeza que descansa incómodamente en el respaldo de la butaca. Mientras yo suspiro por dos razones: número uno, es un tozudo. Número dos, mi estómago está lleno de palomitas con extra caramelo. Tal vez eso de la puerta trasera no sea una idea tan mala.

—Y yo digo que hará una aparición en el Episodio IX. Lo veo ya, cortando huevos con un sable de luz tamaño miniatura.

Me río porque ahora lo veo yo también.

—Vale, un trato. Si en la siguiente peli El Niño del Final es protagonista...

—Eh, eh... que yo no dije protagonista. Dije que cortará huevos.

—Vale, si corta...

—Huevos.

—Ya... si los corta-

—No no, espera. —dice enderezándose en su asiento para verme. Su cabello almendrado le cae abierto sobre la frente y puedo ver su ceño fruncido mientras me clava sus elocuentes ojos marrones—.  ¿Por qué no lo dices?

—¿Qué cosa?

—Huevos.

—No tengo problema en decirlo.

—Adelante entonces... —dice con un gesto de su mentón.

Vale, es verdad, me cuesta asquerosamente pronunciar algo del estilo. Suspiro.

—Huevos. —digo con firmeza. Pero sus ojos se entrecierran nada convencidos.

—No vale pensar en los huevos de aves eh. Yo estoy hablando de huevos de humanos ¿sabes? Huevos, pelotas, entre las piernas, con pelos y...

—¡Okay ya! —me impulso del asiento negada a seguir oyéndole.

—¡Ajá! —exclama acusatoriamente, señalándome con su índice—. Lo he notado, no dices groserías. No puedes ni decir huevos, Jung, ¿por qué? es simple anatomía.

—¿Anatomía? Eso no es anatomía.

—¿Cuál es el problema?

—¿Por qué debería ser un problema no decirlas?

—Porque limpian el alma. Está clarísimo. Apuesto a que te hierven las entrañas y no sueltas ni una mierda.

—Sí digo mierda.

—Eso no cuenta, es anatomía también, está al nivel de huevos.

—¡¿Desde cuando la mierda es anatomía?! —la chica que limpiaba un par de filas delante de nosotros levanta la vista en mi dirección con su entrecejo confundido, luego mira a Taehyung y pone los ojos en blanco.

Él sonríe orgulloso. Lo he dicho, lleva de objetivo diario sacarme de quicio.

—Da igual... creo que te haría muy bien.

—Estás recetándome ¿qué? ¿una dosis de improperios? Te recuerdo que eras tú el que se veía como un muerto en vida de un momento a otro, creo que ya sabemos quién aquí debe limpiar su alma.

Otra vez sus frondosas cejas caen sobre sus ojos, pero ya no cargan con ese cachondeo que tenían hace un momento. No, ahora me ve... me ve como lo hizo hace unos días cuando lo llamé "héroe".

Lo sé, soy ridícula. No puedo evitar lanzar el primer golpe cuando me siento cuestionada. Incluso con alguien como Kim Taehyung, que lo único que ha hecho es ser... estupendo.

Baja la vista y se deja caer nuevamente en el respaldo, y yo arreglo mi garganta tratando de hacer tiempo, y de pensar en algo que revierta la incomodidad que se ha instalado de pronto.

—Yo es que... no soporto la música. —suelta bajo, haciendo que su voz gruesa suene casi rota.

Me sorprendo por la confesión. De hecho, esperaba un contragolpe. Ahora soy yo quien se endereza en el asiento. Me giro para enfrentarlo, alzo mi pie hasta la butaca en la cual me encuentro y abrazo mi rodilla. Él baja la vista, de pronto parece que encontrara mis zapatillas deportivas sumamente interesantes. Podría haber sido una confesión cualquiera, como "no me gustan los espárragos" pero, tanto yo sé que no es así, como él sabe que lo he notado.

—¿No la soportas? —su única respuesta es un meneo de cabeza. Estira sus dedos en mi dirección, y sosteniendo el cordón en mi pie, comienza a jugar con él—. Y eso... ¿Por qué?

Arruga su nariz unos segundos y sigue sin mirarme a los ojos. Nunca lo había visto así, tan... vulnerable. Supe que algo le sucedía más temprano, cuando salió pitando por la puerta trasera. Confesión de hoy: me sentí algo preocupada por mi extraño compañero Kim Taehyung. ¿Será un asunto de devolver favores? Lo cierto es que no me equivocaba. No es que sea nada buena leyendo a las personas pero, Taehyung es como uno de esos audiolibros que se leen solos y a todas voces.

Al parecer, no piensa darme respuestas, sigue ensimismado con el plástico que recubre la punta de mi agujeta, haciéndome a mí bajar la vista también y buscarle lo fascinante al asunto. Lo tornea entre sus largos dedos, enredándolo en toda su extensión. Sus manos son enormes pero delicadas, y el tono verdoso de sus venas bajo la piel dorada me provoca seguir el camino de ellas con la punta de mi índice. Tal vez sería extraño si lo hiciera. Aunque algo es cierto, Taehyung me hace sentir que nada es demasiado extraño como para ocultarlo.

—Bueno, yo... es cierto. No puedo maldecir, y un montón de cosas más... —su mirada cambia, como si hubiera sido arrancado de sus cavilaciones por mi ridícula confesión. Supongo que no es mala idea quitar sus asuntos del foco si eso lo hace sentir mejor. Además, por alguna razón, no me cuesta tanto soltar los míos frente a él—. Mi madre... siempre quiso que yo fuera una "señorita". Y aunque he intentado anteponerme a ese estúpido constructo social que ella respeta como ley primera, supongo que ha calado en mí de más maneras de las que quiero admitir.

Sus dedos sueltan mi zapatillas y se irgue un poco sobre su asiento, mientras ahora soy yo quien se niega a alzar la vista. No sé porque estoy soltando esto, pero se siente bien decirlo en voz alta. De hecho, siento como las palabras queman mi garganta como bilis queriendo salir una tras otra.

—Por eso... ¿por eso te vistes así?

Así. Me río sin ganas.

—No, y sí. Tampoco soy un circo ambulante eh. Me visto con lo que me queda cómodo, con lo que me hace sentir a gusto, nunca me fijo si estoy en la sección de chicas o chicos. Igual que me corté el cabello porque me resultaba práctico. Diría que la practicidad ha sido mi estandarte durante largos años.

Sus comisuras se elevan despacio y apoyando el codo en el posabrazos que nos separa, deja caer su mentón en su palma sin quitarme los ojos de encima.

—¿Desde cuándo decidiste eso?

Desde cuándo.

Mis tripas se revuelven. No es una sucesión de recuerdos bonitos, si lo pienso detenidamente. No sé si quiero ahondar tanto... 

—¿Sabes cuál creo que es el peor enemigo del hombre?

—Cuéntame... —dice, acomodándose otra vez en su asiento. Parece un niño esperando los relatos de las aventuras de su abuelo. Al menos sus grandes párpados ya no tragan sus ojos con pena. Lamento la decepción que voy a causarle soltando la mierda de mi cabeza.

—Las costumbres.

—Supongo que: "El hombre es un animal de costumbres" es una frase que-

—Uf, odio esa frase. —sus ojos se angostan dulcemente cuando me sonríe—. Porque "las costumbres" son, muchas veces, un amplio mar de injustificados criterios. Injustificados y peligrosos.

—Pero hay costumbres geniales. Por ejemplo, mi abuela solía prepararnos la mejor sopa del mundo cada mañana para el desayuno.

—Bueno, eso si es genial. En mi caso, mi madre solía calzarme vestidos tan incómodos y coletas tan tirantes y altas, que me causaban dolor de cabeza.

Se ríe, pero no exagero.

—Eso sí que es una mierda. ¿Qué dijo cuando cortaste el cabello?

—Lloró. Lloró como si me hubieran amputado un brazo con una cuchara. ¿Ves? Las costumbres son peligrosas. Sé que es ridículo pero también sé que sus lágrimas son reales.  No la culpo, entiendo que la vida que ha llevado le ha enseñado eso. Y entonces se sintió dañada, por algo tan banal como la forma de mi cabello. Eso es lo peligroso de las costumbres, nos generan hábitos que a la larga o la corta, pueden volverse en nuestra contra, o en la de los demás.

—Y sin embargo, tú has caído frente al no uso de groserías.

—Yo he caído frente a una gran cantidad de cosas, Taehyung... Si pienso en mi adolescencia, me sentía determinada y certera, pero con los años creo que sólo me he engañado. Es como... si hubiera fracasado en mi intento de ser libre... —joder, se siente como la confesión más ácida que he soltado en mi vida. De hecho, no podría haber hallado estas palabras si no las dijera en voz alta.

—No creo que lo hayas hecho. No mientras lo estés intentando, nada termina aún.

Su mirada se torna tan seria y sincera que me pone algo nerviosa. Bajo la vista una vez más repasando mis palabras y las suyas.

Mi eterna batalla contra el mundo se ha tornado más difícil en estos últimos tiempos. Varias veces me he preguntado si es inútil, si al final, al crecer, todos nos volvemos autómatas infelices, y no hay forma de escapar de ello. Será que las costumbres son inevitables y en nuestra naturaleza se encuentra la necesidad de aferrarse a axiomas, a los hábitos vacíos que nos han inculcado. ¿Será ese el quid de la cuestión?

El roce de sus dedos en mi antebrazo me quita mi ensimismamiento, y llevo los ojos a ellos, que sube por mi piel hasta alcanzar mi muñeca. Allí los enreda y tira suave, ganándose mi mano. La analiza con cuidado, igual que yo lo hacía con las suyas hace un momento. La única diferencia, es que yo me contuve de hacer lo mismo.

—¿Qué haces?

—Es que son jodidamente pequeñas. —dice, sosteniendo mi palma en la suya, mirándolas fijamente. Están algo pegajosas por el extra caramelo, las puntas de mis dedos se adhieren a las líneas que surcan su piel. Me río sin que lo note—. ¿En cuál etapa del embarazo se desarrollan las mano?

—¿Y yo por qué voy a saber eso?

—Pareces saber muchas cosas inútiles. Estoy seguro que es en la última, y tú madre dijo "ya basta de esta mierda" y te tuvo así. Con esas manitas de feto.

—Estoy comenzando a ofenderme. Además, estoy bastante segura de que las manos no quedan para lo último.

—Como un pastel crudo.

—Okay suficiente. —retiro mi mano de la suya exageradamente y él deja salir una risotada que nuevamente llama la atención de la chica, que ahora está casi al final de las filas.

—Solo bromeaba, Jung. —dice extendiéndome su mano una vez más, esperando la mía—. Anda...

despacio la dejo caer otra vez en su palma y... se siente bien. Joder, Kim Taehyung se siente bien. Él es condenadamente... cómodo.

—¿Puedo pedirte algo? —susurro, mientras sus uñas comienzan a quitar los restos de esmalte que quedan en las mías.

—Lo que se te ocurra. —responde sin verme.

—No me llames Jung. Me recuerda... me recuerda a mis padres. Mamá siempre le ha dicho a mi padre por su apellido.

—¿Lo dices en serio? —sus ojos sorprendidos buscan los míos.

—Sí, tienen una gran diferencia de edad. Mi padre y mi abuelo eran colegas. Ella siempre lo ha admirado mucho y desde que lo conoció, ha sido el señor Jung. Incluso después de casarse y tenernos. 

—Es que Jung te va muy bien... —dice y automáticamente, mi ceño se ajusta—. Aunque tal vez Jungsie te quede mejor.

—Jungsie.

—Jungsie.

—¿En serio?

—Totalmente.

—¿Por qué a las personas les cuesta tanto usar mi nombre?

—Tal vez te lo han elegido mal.

A pesar de lo ridícula que termina siendo nuestra charla; de que estemos mirándonos a la cara con burlones gestos en los labios, no he pasado por alto como su mano aún sostiene la mía. A pesar de sus destellantes bochas oscuras que no se despegan de mis ojos, y su lengua despreocupada que acaricia una comisura en medio de su sonrisa; no he pasado por alto como su pulgar me roza cada tanto el dorso y, principalmente, no he sido capaz de ignorar lo bien que se siente.

Pacífico, cálido. Ligero. Como flotar en el agua.

—Kim, la función comienza en cinco. —interrumpe la chica, antes de salir por la puerta de la sala.

Él asiente al espacio vacío y vuelve a verme con algo de disimulada pena.

—Entonces —digo con afán—, si El Niño del Final corta huevos en el Episodio IX, yo invito con las entradas. Sino, lo haces tú. Y por la puerta al frente eh. No vale el comodín de Teddy.

Su sonrisa se ensanchó en el instante en que dije "huevos" y al final de mi declaración, suspiro con fingida decepción.

—Vale, tenemos un trato, Jungsie.

Jungsie. Tal vez... no suene tan mal.

Que empiece el salseo ya ¿no?
Me estoy tomando mi tiempo, lamento las demoras.
Mi recompensa:


Me arrastro fuera de aquí.

Amorpatóos♥️

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