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03 km/h

Me apetece tan poco ir a sacar fotos a un tío con su coche después del trabajo (mientras el mío sigue en el puto taller) como tirarme por un barranco. Pero me apetece ganar doscientos mil wones más que respirar ahora mismo. Es decir, que si muero, al menos tendría ese dinero en mi cuenta bancaria y, aunque palmaría, no sería pobre. Me parece un buen epitafio: «Tenía doscientos mil wones en su cuenta bancaria, así que murió, pero lo hizo siendo un poco más rica».

Por eso, aunque solo sea por el epitafio que acabo de pensar, intento ser un poco más positiva frente a mi trabajo de hoy. Es difícil, porque como no tengo coche, Minnie viene a buscarme al trabajo... en Uber. Mi amiga tiene vehículo propio (bastante mejor que el mío), pero hoy debe ser que no le apetece conducir o algo. Aun así, cuando saca medio cuerpo del Uber y alza el brazo para que vaya a su encuentro, me subo con ella. Voy cargada con la mochilita de la cámara, que pesa bastante, así que la dejo de forma dramática en el asiento que hay entre ambas, antes de que el conductor arranque sin decir nada.

«Adoro el asocialismo de algunos conductores de Uber».

—Espero que lo pagues tú —le digo a mi amiga como saludo. Minnie sonríe brillantemente antes de teclear algo en su móvil.

—Ya está pagado, boba —me espeta mientras sigue tecleando—. Es que luego me iré con Suga, no quiero dejar tirado el coche en medio del polígono.

Analizo la nueva información que me acaba de soltar mi amiga de golpe, porque eso me lleva a plantear varias preguntas que suelto a bocajarro.

—¿En el polígono? ¿Para qué coño vamos allí? Es un sitio del todo antiestético para sacar fotos. Y otra cosita que creo que se te ha pasado mencionar... ¿Cómo me vuelvo yo a casa?

—Te puedes gastar parte del dinero en un Uber o bien que te lleve uno de los amigos de Suga; seguro que no tienen problema.

«¿Perdona?».

—¿Perdona? ¿Amigos? En el contrato solo ponía que iba a sacar foto a tu noviete, el que tiene palillos en lugar de patas.

—¡Un respeto! —se queja antes de volver al móvil. Ya puede estar haciendo sexting con él para que le preste tanta atención—. No firmaste ningún contrato, y te va a pagar una pasta, así que a apechugar. No los he visto nunca, pero he oído rumores de que están como un tren.

—¿Y te has cogido al más tirillas o qué?

—¡Rinnie! —vuelve a quejarse. Ni siquiera me mira, porque sigue centrada en su móvil—. Ya verás como en persona te gana más. ¿No decías que tenía unas fotos de mierda? Seguro que con tus excelentes habilidades como fotógrafa consigues sacarle todo el atractivo que tiene.

—No hago milagros —Minnie está a punto de lanzarme el teléfono a la cara, pero parece que le importa más el aparatito que yo, porque vuelve a cogerlo con ambas manos para teclear—. ¿Estás hablando con él?

—Sep. Ya está allí, así que le he dicho que vamos y que luego necesitas chófer.

—Me niego a ir con un desconocido; antes me pago el Uber.

—En Uber también vas con desconocidos. Venga, te estoy ahorrando una pasta —responde, de nuevo sin levantar la vista del móvil.

Al final acabo bufando y dándole la razón. Quiero ser doscientos mil wons más rica, no menos, así que el dinero del supuesto Uber me vendrá bien.

Como Minnie tiene la fantástica capacidad de mantener dos conversaciones a la vez (o más) sin trabarse o equivocarse de conversación, puede perfectamente hablar con Suga y preguntarme a mí por el trabajo el resto del camino. No le pienso dar las gracias porque entonces se lo creerá todavía más, pero creo que sabe que lo haría, porque mirar el móvil en el coche siempre me marea mucho, y así al menos no me aburro de camino al polígono.

La maldigo unas cuantas veces porque, al parecer, el conductor nos deja todavía bastante lejos del sitio donde se encuentra su noviete, y todo ese camino tenemos que hacerlo a patita. Para ella no será un inconveniente, pero para mí —que voy cargada con la mochila de la cámara alas espaldas— es uno muy gordo.

Como consecuencia, cuando llegamos al sitio en cuestión, yo tengo que pararme y apoyar mis manos en las rodillas para recuperar el aire. Mientras tanto, ella corre al encuentro del chaval al que tengo que sacar las fotos.

Ante mí tengo seis coches, cada uno de un color y una marca distintas. No me centro mucho en eso, porque veo un corro con lo que deben de ser los conductores de los vehículos y como Minnie va hacia el círculo y se engancha al cuello de uno que tiene el pelo verde menta. Mi amiga (que es tan alta como él con las deportivas de plataforma que lleva) le planta un beso en la mejilla y, según puedo apreciar desde mi distancia, el chico sonríe.

Me acerco más porque mi deber como amiga me dice que tengo que inspeccionar al chaval (aunque ayer le cotillease el Instagram, sus fotos son tan malas que no me puedo hacer una idea), pero también porque es el que me va a hacer un poco más rica, así que debería presentarme. Aunque cuando lo hago no sé si es buena idea, porque mi amiga (cómo no) le está comiendo la boca. El resto de sus amigos se ríen un poco cuando ven la escena, apartando un poco la mirada de la pareja, como si quisieran darles intimidad.

Por supuesto, eso no es algo que yo haría.

—¡Minnie! —le grito. Ni puto caso. Me arrepiento de no haberme traído unas zapatillas de cordones y haberme puesto unas botas que son tan complicadas de quitar de inmediato, porque me la quitaría y se la lanzaría. En su lugar me tengo que conformar con una piedra que encuentro en el suelo y le lanzo al brazo. Ahí se separa—. Si quieres enrollarte con él vete a un puto hotel, pero yo he venido a trabajar.

Los amigos del peliverde se ríen ante mi fantástica intervención, mientras los dos enamorados se separan con los labios hinchados por la sesión de morreo. Entonces me fijo en el chaval, que clava sus ojos gatunos en mí con expresión seria. Al menos más que la que le he visto cuando estaba con mi amiga.

—¿Tú eres la fotógrafa?

—No, si te parece llevo esta mochila en la espalda por gusto —espeto.

—Sí, es ella —responde mi amiga, exasperada. Luego se separa de él para adecentarse la camiseta, que se le había subido—. Lee Haerin. Trabaja en una agencia de fotografía y todo; seguro que te encantan sus fotos.

El peliverde, al fin lejos de mi amiga, se lleva las manos a sus vaqueros negros estrechos y apoya su culo en el morro del coche que tiene detrás. No veo la marca, pero es de un color gris precioso. No como el gris feo de mi coche...

«No te acuerdes de tu coche, sabes que eso te da escalofríos. Pronto estará recuperado».

—¿Te ha explicado Minnie qué tienes que hacer?

—Me dijo que lo hablase contigo y tú solo me citaste aquí. He traído todo el material por si acaso, pero estaría bien saberlo.

—Vale... ¿Conoces Outlawed?

—¿Outqué? —le pregunto.

Sé que existen competiciones de carreras regladas, pero ese nombre no me suena en absoluto.

—Tendré que explicártelo desde el principio entonces... —responde mirando al cielo, como si así pudiese encontrar las palabras, antes de fijarse en mí de nuevo. Veo de reojo que Minnie se acomoda a su lado en el capó del coche—. Outlawed es el nombre de una web en la que los usuarios que paguen una cuota mensual pueden ver carreras de coches en multipantalla. Esto quiere decir que nosotros, los pilotos, tenemos cada uno una cámara en nuestro coche y que el usuario puede acceder a cualquiera de ellas para ver cómo va la carrera. Dentro de la web se pueden hacer apuestas sobre tu conductor favorito y esas cosas. En fin, la parte de vídeo la tenemos más o menos cubierta —me explica—, pero las fotos las solía hacer Jungkook con su móvil y necesitamos algo más profesional. La web está alcanzando unas cifras bastante altas de abonados, así que en principio necesitaríamos las fotos, pero en función de tu disponibilidad y de lo preparada que estés, podrías también encargarte del tema de marketing y...

—Espera, espera, espera —le corto, intentando procesar toda la información—. Supongo que estoy preguntando algo evidente, porque el nombre lo dice todo, pero... esto no es legal, ¿verdad?

—No mucho —responde encogiéndose de hombros. Como si se la sudase al máximo.

—Y... ¿lo seguís haciendo?

—La droga tampoco es legal y mucha gente vive de ella. Pero nosotros no hacemos daño a nadie.

—¡Minnie! —me quejo, porque pensaba que esto iba a ser dinero limpio, pero mi amiga se encoge de hombros.

—Te dije que no lo sabía —admite—. Pero te va a pagar lo acordado, ¿verdad, Suga?

—Sí. Ya te he dicho que estamos alcanzando una cifra alta —me responde—. El caso es que, si aceptas, te pagaríamos las fotos de hoy y, además, podríamos hablar sobre un sueldo mensual si decides gestionar la parte más de marketing de la web.

—A ver, a ver... Pero es que, si esto es ilegal, ¿cómo coño voy a promocionarlo?

«Haerin, eres idiota. Ya estás aceptando, ¿te estás dando cuenta?».

—De eso nos encargamos nosotros. Lo que queremos es que quede... chulo visualmente, ¿entiendes? Que no parezca un trabajo de aficionados.

—¿Y si me pillan?

—No te van a pillar —dice, como si fuese una cansina—. Llevamos bastante tiempo haciendo esto y lo máximo que tenemos que hacer es pagar multas. No tienes nada que temer.

Debería decir que no si no quiero más problemas. Es decir, me estoy dejando los cuernos en un trabajo de mierda por ser legal, y ahora este tío me dice que me va a pagar un sueldo mensual por una cosa que, si me pongo a mirar las leyes detenidamente, seguramente incumpla veinte de ellas por lo menos.

Pero también tengo que pensar en que mi situación económica no está para echar cohetes y que, como bien han dicho, no hacen nada malo a nadie, así que...

—Vale —cedo. «Soy una vendida»—. Me puedo encargar de poner la web bonita, pero eso no es marketing, que lo sepas. —Le señalo con el dedo para hacer mi afirmación más rotunda—. ¿Me puedes enseñar la web a ver a qué me enfrento?

Suga saca su móvil de uno de los bolsillos delanteros, donde tiene las manos metidas, y teclea rápidamente antes de pasármelo para que la observe.

La web tiene un apartado en el que se puede ver la multicámara de la que me ha avisado, otro para sus cosas de apuestas que, sinceramente, me interesa bien poco y otro para fotos de las competiciones y los pilotos. Bueno, si se les puede llamar así. Y este apartado, que es el que me interesa a mí... es una puta mierda.

—Es una basura. Lo sabes, ¿no? —Por suerte, suavizo un poco mi discurso. Parece funcionar, porque cuando le miro, asiente—. Es que ni se os ven las caras bien, están prácticamente negras. ¿Cómo coño hacen vuestros seguidores para elegir al conductor que prefieren?

—Por los números y los colores de los coches —explica—. También saben el nombre de cada conductor y eso, pero pensamos que era mejor ser... enigmáticos.

—Una cosa es ser enigmático —digo recalcando la palabra—, y otra es dar la información a medias. ¿Hay algún motivo por el que no se os vea bien aparte de ese?

Suga parece pensárselo un segundo, pero es muy breve. Se nota que es el que dirige el cotarro, porque sus respuestas son bastante seguras, aunque no todo lo que deberían ser.

—A ver, no realmente, porque la web es privada. Pero es un modo de mantener nuestro anonimato.

—Cuando tienes un perfil público de Instagram con fotos tuyas con el coche, dejas de tenerlo. Entonces ¿habría algún problema con que estuviesen en la web?

—No —admite—. ¿Crees que fidelizaría al público?

—Pues no tengo ni puta idea, yo solo soy fotógrafa, pero da mejor imagen poder ver una cara que esta mancha negra.

—Vale, entonces... ¿qué crees que deberías fotografiar hoy?

—¿No tienes claro tú para qué me has contratado?

Suga sonríe un poco, mostrando sus diminutos dientes, antes de responder.

—A ver, tenemos carrera en unos... quince minutos. Queríamos empezar con algunas fotos de los pilotos en los coches en plena carrera. O del coche de delante... Esas cosas.

—Vamos, que me tengo que subir contigo al coche.

—Con él no, que voy yo —se le apropia mi amiga, así que pongo los ojos en blanco—. ¿Nos vas a presentar a los demás?

—Ah, ¿ya existimos? —pregunta un chico con el pelo naranja, que sale del círculo de personas para acercarse a nosotras. Cuando aparto la mirada de su cara (lo que es difícil, porque es muy guapo) para centrarla en Suga, veo que este pone los ojos en blanco y hace un gesto con la mano para que se acerque. El pelinaranja llama a los demás dándoles toques en los hombros.

—Sí, Jimin, sí. Aunque esto también podrías habérselo contado tú.

—Tú eres el que ha contactado con ella —responde encogiéndose de hombros—. ¿Y esta es tu novia? —pregunta, señalando a Minnie.

—No soy su novia. —La respuesta de mi amiga sale tan rápido que casi pisotea las palabras del chico al que Suga ha llamado Jimin. Y se me escapa una risa que acaba en quejido cuando mi amiga me pega una patada en toda la espinilla.

—Eh, con un poco más de cuidado... —me quejo.

—En fin —interrumpe Suga como si no la hubiese escuchado, levantándose del capó para empezar a señalar a la gente del círculo, que ahora está un poco más abierto para que podamos apreciarlos—. Este pequeñajo que piensa que no le tengo en cuenta se llama Jimin y conduce el Audi rojo —empieza. Lo hace señalando al chico del pelo naranja y luego al coche, para después mirarme a mí, así que supongo que será información que debo retener... y que seguramente no haga porque yo para estas cosas soy muy lenta—. Él se hace llamar V y sí, se ha puesto el pelo azul para ir a juego con el coche. —Parece que le exaspera, y cuando miro al aludido me recibe una con una sonrisa cuadrada brillante. Aunque no brilla más que la del siguiente que me presenta—. Este es J-Hope, y conduce el canario ese de allí que...

—Mi coche es precioso —le interrumpe, poniéndose serio un segundo. No le sale, porque enseguida está sonriendo.

—Sí, sí. Bueno, que hay que empezar —continúa—. Él es Jin y conduce el Lexus blanco. —Ahora señala a un chico rubio, que parece el más alto del grupo—. Y por último está Jungkook, el maknae, que conduce el Mercedes negro que tienes detrás.

Miro al último de ellos y, cuando veo su pelo negro (más largo que el de los demás) y escucho lo del Mercedes, no puedo evitar girarme para comprobar que, efectivamente, mi cerebro está haciendo bien la conexión... Me debería de haber sonado el nombre porque me juré aprendérmelo para hacerle vudú, pero debe ser que mi memoria prefirió olvidarlo por el momento.

Cuando vuelvo a observarle, esta vez con más cara de mala hostia, creo ver a sus neuronas (si es que tiene) trabajar en su cabeza.

—El kamikaze —digo en lugar de todos los insultos que se me pasan por el cerebro. Y entonces sus ojos se abren en reconocimiento antes de apuntarme con su índice.

—La del i10 —replica, diciendo directamente el modelo de mi coche.

—El que está en el taller por tu puta culpa, sí. Gracias por acordarte.

—A ver, que esto es un poco obvio, pero... ¿os conocéis?

Lo pregunta el del pelo naranja, mirándonos a ambos con diversión. No sé por qué, si a mí no me parece gracioso.

—¿Te acuerdas de que el otro día me di un golpecito con una tía...?

—Define golpecito, que me destrozaste todo el faro. Y no tengo un modo de volver a mi casa hoy por tu puta culpa —espeto.

—Golpecito —insiste. Me dan ganas de lanzarme a su yugular, y creo que Minnie se da cuenta porque me para tirando de mi mochila.

—Bien, estupendo. Tenemos que empezar la carrera, así que, ya que os conocéis, súbete en el coche de Jungkook y arregláis las cosas —me dice Suga, yo me quedo con la boca abierta, como si así pudiese escuchar mejor—. Te toca turno, así que, para compensar, luego la llevas a casa y listo.

—¡¿Qué?! —gritamos los dos a la vez.

Pero al peliverde se la suda, porque se da la vuelta para subirse en el lado del conductor del coche gris (un BMW, por lo que veo) que tenía a las espaldas. Imagino que será suyo. ¿Todos tienen cochazos o qué?

—Me niego a subirme a su coche. No tiene ni puta idea de como se conduce. ¿Os contó que me atizó porque iba en dirección contraria? —pregunto. Los demás van a sus vehículos, pero el del pelo naranja se gira solo para enseñarme sus dientes. Qué bien, encima se ríe de mí. Pues ni puta gracia.

—Rinnie...

Mi amiga me llama la atención desde su posición, con la puerta del copiloto del BMW abierta y su cuerpo asomándose por encima de ella. Yo le saco el dedo corazón de mi mano izquierda para que sepa lo que pienso antes de mirar a su novio.

—No quiero ir con él.

—Si aceptas, nos tienes que sacar fotos a todos —responde el peliverde, encogiéndose de hombros—. Además, Jungkook iba a llevarte a casa antes de saber que os conocíais. Te juro que, al menos aquí, no conduce mal.

—No me fío.

—Súbete de una vez y así lo compruebas, ¿no? —dice el muy chulo. Su Mercedes está el último en la fila de coches (o el primero, dependiendo de por dónde se mire), así que tiene que alzar un poco la voz para que le escuche. Cuando me giro, veo en su cara que parece hacerle tan poca gracia como a mí, y mentiría si dijera que eso no me cabrea.

—No me hace falta comprobarlo, gilipollas —le grito, y escucho la risita de Minnie por detrás—. Pero voy. Espero que me pagues los doscientos mil, Min Suga.

El peliverde asiente pesadamente antes de meterse en el coche y, cuando veo que ya no puedo discutir más, me encamino al coche causante de mis pesadillas. Lo peor es que encima está reluciente y es... precioso. Maldigo mi suerte al menos ciento veinte veces cuando llego a la puerta del copiloto. El imbécil del propietario está apoyado con su antebrazo en el techo del vehículo y ahora me observa con diversión. O vamos, eso es lo que puedo intuir de esa mueca.

—¿Ya te has cansado de quejarte?

—No: como te estrelles estando yo dentro y me mate, mi fantasma volverá de entre los muertos para perseguirte toda la vida, así que tenlo presente. Cuando me baje del coche, como si te quieres hundir con él.

Ahora le debe de hacer gracia de verdad, porque se ríe antes de retirar el brazo de donde estaba y meter su cuerpo en el vehículo. No me queda otra más que hacerle caso, quitándome la mochila a mis espaldas para dejarla a mis pies una vez estoy dentro. Hasta el interior del puto coche es bonito. Huele a nuevo (aunque quizá no lo sea, pero al menos parece bastante cuidado), los asientos (personalizados, por supuesto. No tengo mucha idea, pero no tienen pinta de ser los asientos de un Mercedes, sino más bien los que ves en los juegos de coches en los recreativos) son comodísimos y, cuando arranca, unos leds de color morado iluminan el habitáculo.

—Guau —se me escapa.

—Lo sé, es una maravilla —responde con suficiencia, acariciando el volante.

—Tener semejante coche no te hace mejor conductor —replico, sacando mi cámara de la bolsa. Como la distancia entre el tipo este y yo no es muy grande, decido cambiar mi treinta y cinco milímetros fijo por un dieciocho. Así al menos dará mayor amplitud y no le fotografiaré hasta los pelos de la nariz.

—Ni a ti fotógrafa esa cámara. No entiendo por qué Suga te lo ha pedido.

—Porque tus fotos son una puta mierda. —A él sí que se lo digo. Vaya, es que se lo merece: no debería tener el ego tan subido.

—Y tus reflejos también —replica, aludiendo al puto accidente. Le miro con acidez antes de colocar el objetivo con rapidez y un poco de rabia. Mi bebé no se merece eso, pero creo que así capta que me está sacando de quicio.

—Pues por tu bien espero que los tuyos estén estupendamente. Porque el otro día desde luego que no estaban en su máximo apogeo.

—Si no tu fantasma me perseguirá, ¿no? —pregunta, volviendo a sonreír de medio lado—. Ponte el cinturón, quedan... cinco minutos —responde después de observar el reloj digital de su muñeca.

—Si, no vaya a ser que salga despedida....

El kamikaze chasquea su lengua. Sí, sé que soy una pesada, pero así al menos lo entiende. Sobre todo, espero que lo haga mientras sigo murmurando que la seguridad es lo primero mientras vas en el coche de un loco, cuando aseguro mi cuerpo dentro del coche. También coloco la correa de la cámara sobre mi cuello y engancho la mano en la chiquitita que tengo en un lateral de la cámara para asegurar el doble.

Hago un par de pruebas sacando fotos a su perfil (iluminado por las luces moradas del vehículo), a sus manos (cubiertas por mitones de cuero en el volante) y a la carretera al frente (en la que todavía no hay ni rastro de coches). La panorámica no es del todo mala, y la iluminación seguro que no es tan terrible como la que tenían las fotos que he visto antes, que parecían hechas por un ciego. Bueno, seguro que un ciego es capaz de sacarlas más iluminadas.

—Tres, dos, uno...

Miro en su dirección en cuanto lo dice, pero enseguida tengo que clavar la vista al frente, porque el coche sale despedido hacia delante y, como consecuencia, mi cuerpo parece querer fusionarse con el asiento a mis espaldas. Agarro la cámara con más firmeza, pero mientras estoy ahí, siendo absorbida por la velocidad, pienso más en mi propia vida que en que tendría que estar sacándole fotos.

—Nunca has ido a tanta velocidad, ¿verdad?

—¿A cuántos kilómetros vas?

—Ciento cincuenta —dice y, en ese momento, gira, por lo que ahora mi cuerpo parece querer salir disparado por la puerta.

—¿Lo haces aposta? Así no puedo sacar fotos.

—Es una carrera de coches, Rinnie —dice, copiando el nombre por el que me ha llamado mi amiga. Ahora mismo iría a tener unas palabritas con ella.

—Para ti Haerin, imbécil —le suelto.

—Qué más da —replica, volviendo a girar. Lo peor es que como tengo la mano derecha puesta en la cámara, no puedo sujetarme al asidero superior del vehículo—. El caso es que te doy un par de vueltas para acostumbrarte. Voy ganando, pero, seguramente, a la tercera Suga empiece a usar su técnica de siempre...

Parece que habla más para sí mismo que para mí y, cuando miro al frente, compruebo que lleva razón: no hay ni un solo coche delante del Mercedes.

Quizá porque supongo que la situación para mi empeorará cuando avancen las complicaciones, hago caso a su recomendación.

—¿Cuántas vueltas son? —pregunto.

—Veinte —responde—. ¿Necesitas que te las vaya indicando?

—Pues estaría bien, sí. Así veo el tiempo que me queda.

No rechista porque supongo que está tan concentrado en su trabajo como lo estoy yo con el mío. Cuando me indica que ya ha comenzado la segunda vuelta, intento acordarme mentalmente de los movimientos que ha hecho mi cuerpo para poder acomodarlo y sacar las fotos. Por eso, como sé que ahora hay una recta bastante larga, me apoyo contra la puerta y llevo la mirilla a mi ojo derecho para observar antes de ajustar la velocidad y el diafragma. No estaba mal, pero seguramente saliesen borrosas. Cuando lo tengo más o menos, empiezo a sacar fotos en ráfaga y, justo cuando gira, bajo la cámara para observar el resultado. Me limito solo a ver la calidad de la foto y, como parece decente, acabo pasando al siguiente tipo de fotos que se me han ocurrido: las del volante.

Estas son un poco más complicadas, porque en las curvas se mueve demasiado, pero, jugando con la velocidad, consigo un efecto de movimiento que queda bastante chulo. Y como parece que le he cogido el gustillo a fotografiar cualquier cosa que no sea su cara, hago lo mismo con la palanca de cambios y con el freno de mano cada vez que derrapa.

Como bien me ha indicado, cuando avisa de la cuarta vuelta, un coche se cuela por mi derecha, así que aprovecho para sacarle fotos a través del cristal dado que no puede sobrepasar al Mercedes.

—¿Puedo abrir la ventanilla?

—Solo un poco —me advierte.

Entiendo que es porque el viento resuena con fuerza en el vehículo y eso le distrae en cuanto abro un poco, pero aun así me las apaño para sacar el objetivo ligeramente (con mucho cuidado) y sacar un par de fotos para probar. Enseguida la cierro para volver a observar el resultado y, entonces...

—Mierda —se queja mi querido amigo, dando un golpe en el volante cuando finalmente le sobrepasa.

Yo aprovecho para sacarle fotos a la parte de atrás del coche a través de la luna delantera (esquivando, por supuesto, la cámara que tiene colocada justo en mi lado del coche, lo que es un poco complicado), y después de eso solo me queda esperar.

Repito algunas de las fotos que ya había hecho y cuando creo que tengo bastante material (será demasiado cuando me ponga a editar), simplemente abandono la cámara entre mis piernas para poder agarrarme al asidero y observar como el moreno a mi lado lucha con uñas y dientes para superar al BMW que tengo delante... hasta que lo rebasa.

Alzo la cámara para volver a fotografiarle justo cuando lo hace, porque su expresión, al contrario que las otras que tengo de rancio máximo, es de júbilo, y eso seguro que a alguien le atrae. Por mí, hubiese preferido que hubiese ganado el noviete de mi amiga, porque seguro que eso luego implicaría celebración para ella (como si no fuese a follar igual), pero cuando llegamos a la vuelta veinte, el resultado no cambia: gana el puto kamikaze.

Saco un par de fotos más cuando reduce la velocidad y entonces el móvil (que tiene sujeto en una especie de soporte que se engancha en las rendijas del aire acondicionado), empieza a emitir unas voces.

—Jungkook —le llaman. Parece la voz de Suga, que es al que más he escuchado—. Nos marchamos cagando leches. Te toca guardia, así que ya sabes lo que tienes que hacer.

«¿Qué?».

—¿Tienen pruebas?

—Ninguna, o eso parece. Ya sabrás cómo improvisar.

—Descuida —dice, y luego se acerca al móvil para colgar la llamada antes de aparcar el coche de golpe.

—¿Qué haces? —le pregunto. Pero él está absorto, quitando el soporte de la cámara que tiene en el salpicadero de mi lado del coche para dármela.

—Guarda todo en tu bolsa. Tu cámara también.

—¿Me vas a explicar qué coño pasa? —El kamikaze bufa antes de salir el coche para vete tú a saber el qué y, cuando vuelve, insisto—. ¿Y bien?

—Viene la poli —me avisa. Abro los ojos todo lo que puedo y él chasquea la lengua. Lo ha hecho varias veces y me parece un gesto de que, claramente, le saco tanto de quicio como él a mí—. Pasa siempre, tú solo guarda las cosas, sígueme el rollo y todo irá bien. Pero, en serio: sígueme el rollo.

—Ni muerta —respondo. Él vuelve a bufar, pero el sonido se corta cuando ve que, al menos, me he puesto a guardar las cosas en la bolsa de la cámara.

Una vez me incorporo con todo perfectamente guardado, le observo quitarse el cinturón y tamborilear nervioso en el volante, mirando al frente y a los retrovisores cada poco tiempo. Pero no digo nada, porque claramente viene la policía y eso significa problemas. Ya me he metido en bastante movida accediendo a esto; encima por un dinero que no me han pagado, es que es de risa.

—Ya vienen —avisa, aunque, de nuevo, parece ser algo que dice más para él que para mí. Sin embargo, le miro, y me parece una idea terrorífica cuando veo que se abalanza sobre mi cuerpo, concretamente sobre mis labios, y lleva una de sus manos a mi cintura.

Cuando su boca choca con la mía, intento apartarme todo lo que puedo, pero él me mantiene fija en mi posición con fuerza. Aun así, se separa de mis labios un poco para volver a susurrarme que le siga el rollo.

—Ni de coña —le repito.

—¿Quieres ir a la cárcel?

Sé que es una amenaza, y surte efecto, porque la próxima vez que me besa le dejo hacerlo. Es una puta mierda, porque ni siquiera me gusta y encima le estoy dando el privilegio de estar en la reducida lista de tíos con los que me he morreado, pero me dejo llevar un poquito, y solo un poquito. Pienso todo el rato que menudo asco, pero la verdad es que el tío sabe besar y, pasados unos segundos, deja de fingir tanto que esto es una puta farsa y me mete la lengua en la boca. Su mano aprieta mi cintura con un poco más de fuerza cuando la mía choca contra la suya y, en ese momento, escuchamos un par de golpes en el cristal de su lado del coche.

El kamikaze se separa de mi boca con todos los labios hinchados para encarar al policía (así que supongo que ha sido buena idea dejarme llevar un poco para darle veracidad). Baja la ventanilla con mucho cuidado y, solo entonces, miro al hombre canoso que se asoma por el hueco que ha dejado libre para inspeccionar el vehículo. Más bien, quién está en él.

—Perdone, caballero —empieza el poli, bastante azorado, mirando directamente al kamikaze—. Siento... interrumpir, pero ¿podría concretarme cuánto tiempo llevan estacionados aquí?

—Mmm... Unos quince minutos. Ya sabe, estaba a punto de...

¿Pero y este tío de dónde coño ha salido? Aparto la mirada de él y la centro en la ventana a mi lado, porque si no, seguramente nos delate más de la cuenta.

—Y en esos quince minutos, ¿no ha visto ningún coche conducir a excesiva velocidad, derrapar o... algo? —le corta el agente. Normal, yo tampoco querría saber nada más.

—Nada, agente —responde solemne—. Como comprenderá, tenía mi atención puesta en otras cosas.

«Gilipollas».

—Ya, comprendo... De todos modos, le recomendaría abandonar el polígono. Ya sabe que este tipo de cosas no están del todo permitidas...

—Sí, claro. Gracias por el aviso, ahora mismo nos marchamos. ¿Le puedo ayudar en algo más?

—Nada más. Circule, caballero.

Ahora giro la cabeza para ver como el kamikaze asiente antes de subir la ventanilla, ponerse el cinturón y volver a arrancar. Lo hace sorprendentemente despacio, teniendo en cuenta la velocidad que ha alcanzado antes el coche.

—La próxima vez que te diga que me sigas el rollo, me lo sigues —me dice cuando empezamos a dejar atrás al policía.

—¿Y en qué parte de tu discurso se te olvida mencionar que tienes intención de comerme los morros? —pregunto más que cabreada por su tono de mandón.

—Solo he fingido que te besaba, no te motives.

—Ya, fingir. Pues tu lengua no me ha dicho lo mismo, campeón —espeto.

—Tenía que ser convincente —responde y, aunque le miro, su vista está fija en la carretera—. Normalmente cuando llevamos chicas en el coche, la maniobra de distracción más sencilla es fingir que nos estamos dando el lote. Este polígono se usa bastante como picadero, así que a la pasma no le suele extrañar.

—Ajá, sí. Muy interesante. Cuéntame algo más, como con cuántas chicas has hecho esto mismo.

—Te lo estoy explicando para que no pienses que me apetecía besarte. Ni siquiera me ha gustado.

Será imbécil.

—A mí tampoco, gilipollas —replico.

—Pues perfecto.

—Perfecto.

No entiendo por qué parece tan molesto, si nos hemos librado. De hecho, la molesta debería ser yo, que me he visto con un pie en la cárcel por no hacer nada, y encima he tenido que besar al kamikaze que destrozó mi coche. Eso me recuerda...

—Vivo en Cheongpadong —le aviso. Y, cuando me pregunta el sitio concreto, se lo digo para que me deje en la misma puerta.

El tío no vuelve a emitir ni una palabra hasta que detiene el coche enfrente de mi edificio, así que tampoco pierdo mucho el tiempo a la hora de salir del vehículo. Cojo mis cosas con rapidez antes de desabrocharme el cinturón y abrir la puerta del copiloto para poder salir. Estoy a punto de cerrar de golpe, pero me acuerdo de otra cosa de vital importancia antes de eso.

—Dile a tu amigo Suga que me debe doscientos mil wones.

—Que se lo diga tu amiga, que estará con él.

—Es que también se lo voy a decir a ella, pero quiero meter presión. Además, me lo debes. Y como me debías esto también, te quedas sin tu agradecimiento. Espero no tener que verte mucho, kamikaze.

—¿Vas a llamarme así todo el rato?

—Te define más que tu nombre —respondo encogiéndome de hombros. Y tal y como hizo él cuando me reventó el coche, no le doy posibilidad a réplica—. Adiós.

Cierro la puerta de golpe y, tan cargada como he llegado, subo las escaleras hasta el ático que comparto con Namjoon. Cuando tecleo el código de la puerta y entro, dejo mis zapatos a un lado antes de observar que mi amigo, como siempre, ha vuelto a quedarse dormido en el sofá, con el portátil sobre las piernas. Había sacado dos raciones de kimbap que hice ayer (porque él no tiene unas capacidades para la cocina increíbles, vaya) y la de su plato ya está ventilada, así que, en agradecimiento por pensar en mí, cierro la tapa del ordenador (después de comprobar que se ha quedado, como siempre, con media palabra escrita), le arropo y coloco su cabeza encima de una almohada antes de llevarme a mi habitación el plato que me ha preparado. No me preocupo excesivamente por su estado, porque el sofá es bastante cómodo. No por nada Minnie viene tanto a usurpárnoslo.

Una vez en mi cuarto, suelto la mochila en una esquina de la estancia antes de tirarme al colchón y empezar a engullir la comida. La adrenalina da hambre.

Aunque sé que debería pensar en el dinero que no se me ha pagado, en las fotos que tengo que editar y que he aceptado trabajar en algo bastante ilegal, ahora nada me preocupa más que el kimbap en mi estómago.

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Jelouuuu

I'm back con esta cosa nueva que bueno... acaba de arrancar. En este capitulinchi ya podéis ver un poco de qué va a ir la movida y la maravillosa relación que tiene la Rinnie con el JK... Sé que las cosas van bastante más aceleradas que en el resto de mis proyectos, pero así es esta historia. De hecho me gustaría que fuese un poco más corta (es decir, no hacer 50 capítulos), pero eso no puedo prometerlo todavía. 

El caaaaso, ¿qué pensáis? ¿Os gusta el rumbo que está tomando? ¿Os gusta lo poquito que se ha podido ver de este JK? Contadme, que estoy más que intrigada por ver qué pensáis. 

En otro orden de cosas... he llegado al 1K en los seguidores de esta buena plataforma así que... ¡MIL GRACIAAAAS! Me parece una cifra como gigante para lo que esperaba en un principio, así que mil gracias por leerme y confiar en lo que escribo hasta el punto de seguirme para estar tunned con las actualizaciones. Sois las mejores <3

Y como no tengo nada especial que subir de celebración ni ná, me despido hasta el viernes con Into The Fray.

¡Os leo! <3

PD: en multimedia os he dejado al verdadero protagonista de esta historia, el Mercedes con las lucecitas moradas del JK.

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