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XVI

VERRATER

24 de Agosto de 2050 (día dos en el internado)

Mis piernas flanquean al salir de la habitación. Después de las descargas emocionales y ser sometida a tratos psicológicos y físicos extremos, por parte de Karla, ella decidió que es tiempo de que salga. Claro está que no para que me vaya; hay dos hombres escoltándome.

Sigo sin saber dónde estoy, Charles ha sido desconectado y no tengo información sobre mis compañeros y Jason.

Los únicos rostros conocidos que he visto son los de Karla y Chiara, ambos de forma borrosa, en los espasmos de los tratamientos.

Pasamos por un largo pasillo lleno de ventanales. Son tantos, que marean. No sé a dónde me llevan, y mis manos y piernas tiemblan. Mis lágrimas comienzan a hacer estragos en mí, no pudiendo evitarlas; cosa que parece molestar a los hombres que me acompañan, ya que, toman de mis dos brazos y me arrastran.

No tengo fuerzas para luchar, no tengo ganas para enfrentarlos. Sé que solo han sido dos días en un lugar desconocido, pero Karla me ha usado de maneras que no he podido aguantar. Cada cinco horas me inyecta de mi peor pesadilla: el Zauce. Un sedante quirúrgico creado especialmente para poner al paciente en un estado de desesperación para saber cómo actúa su cerebro ante las situaciones desconocidas.

Han pasado cinco años desde que fui torturada con él. Aquellos días tenía encima más de ocho médicos inyectándome del sedante.

Cada día me aborrezco más. Yo no pedí ser así, yo no pedí ver nada de lo que veo, yo no pedí tener nada de lo que tengo. A veces, simplemente quiero ser normal.

Nos detenemos frente a una compuerta de metal que cubre toda la extensión de una pared. Parece una bóveda. Y Karla, se encuentra allí con una carpeta digital que da a relucir claramente los rayos X de mi cerebro.

—Es impresionante cómo tu sistema de neuronas a simple vista parece tan ordinario, sin anda especial. Es como si no hubiera explicación de lo  que eres— Alza su vista para encontrar la mía y tiemblo ante la mirada helada. Pareciera que no tuviera alma, no transmite nada más que temple de hielo.

—Y espero que no la haya—escupo las palabras sin poder contenerlas. Suelta una risa sin gracia.

—Para tu mala suerte, la ciencia lo descubre todo. Y yo haré lo imposible por no solo hallar una respuesta, sino cómo sacarlo de ti.

—Inténtelo. Cientos de científicos lo han hecho anteriormente por años y no han encontrado nada—endurece su mandíbula, totalmente disgustada.

—Ellos no son yo.

—Claro, la científica que despidieron del laboratorio Maslow de Ciudad de México, el mejor del mundo; por la sencilla razón que todo se le escapaba de las manos— Al parece mis palabras dieron en un punto sensible, ya que, me toma fuertemente de la mandíbula, obligándome a observarla y aprovecho para demostrarle toda mi rabia.

—Los moralistas no saben que el control a veces también lleva a la destrucción, señorita Kelly Clarkson. — Ahora es ella quien da en mi punto más sensible. Y no puedo evitar escupirle en la cara.

—No vuelva a llamarme de esa forma—retrocede limpiándose, y ahora los hombres me sujetan con mucha más fuerza, inmovilizándome—. Soy Kelly Rider.

— ¿Negándote al apellido de tu padre? —su voz muestra una vil burla que me hace arder en cólera.

— ¡Mi padre murió! ¡Él está muerto para mí! — La bóveda es abierta y un golpe emocional me toma al observar lo que hay detrás—. No, no, no. ¡No!— Justo ahora decido luchar con mis fuerzas, tratando de librarme de los hombres que me tienen atrapada.

Toda lucha es en vano, ya que, dos hombres más me toman, y sollozo fuertemente. El desespero me invade, junto con la rabia, la rabia que aparece cuando él me toma fuerte de los brazos para inmovilizarme.

— ¡¿Por qué?! —grito sin si quiera importarme el que todos me vean— ¡Cobarde! —le grito a Barnett quién me toma del brazo derecho. Me dan arcadas de solo ver su uniforme médico con el mismo símbolo que tenían las puertas en el nivel Experto, en el ferry, mismo símbolo que tiene Karla en su uniforme.

Nadie me presta atención, ni siquiera él, quién solo se limita a observar al frente, arrastrándome con los demás a la hoguera.

Detrás de la bóveda hay cientos de habitaciones con puertas de cristal blindado, que me producen terror. Contagiados en fase cuatro, corren desesperados, tratando de salir de sus cárceles.

— Por favor, no. ¡Barnett! Por el amor de Dios, haz algo— pero no hace nada más que seguir presionando fuerte y avanzando. — ¡Idiota!, ¡confié en tí!, te abrí mi corazón, hice de todo lo que jamás había hecho por alguien.

— ¿En serio creíste que en un mes ibas a ser parte de mi vida al nivel de amarte? ¿de quererte? —sus palabras duelen más, mucho más que las inyecciones, duelen más que las torturas psicológicas, duelen más que todo.

—Eres un cobarde— Las fuerzas se me acaban para gritar. Me sueltan dentro de una de las celdas y me encierran con los contagiados. Todo me duele: el cuerpo, el alma, el espíritu y el corazón. Su vista dura me lleva a llorar más.

Este no es Barnett.

Trato de convencerme de que no es él, de que solo está fingiendo, pero esa mirada inescrutable, igual a la que me brindó cuando nos conocimos, me hace perder esperanza.

— ¡Traidor! —es lo único que logro soltar cuando se aleja.

Karla está del otro lado, cruzada de brazos, expectante a lo que vaya a suceder, y no me da tiempo ni de seguir llorando, cuando ya tengo a todos los contagiados encima de mí, ansiando mi carne, mi piel, mi alma...

No hago más que enfrentarlos, es mi vida, voluntad, fuerza y dignidad las que están en juego y yo no voy a perder. Los ataco tal y como me enseñó Maxwell, basta con solo tocarlos para que caigan uno por uno. La mezcla de sentimientos me dan impulso para atacar. Y no solo veo a los contagiados, sino a todos mis recuerdos tortuosos, junto con ellos.

La ausencia de mi padre en mi crianza.

Las pesadillas con tan solo cinco años.

Las jaquecas y visiones de guerra a mis doce.

Los tratamientos y horas en hospitales de alta calidad, en los que no había comida, agua ni luz.

Cientos de médicos curioseando en mi mente para encontrar lo que soy.

Recuerdos vagos de mi madre conmigo en casa, y máquinas cardíacas junto con implementos quirúrgicos.

Cada viaje y cada día sin estar con ella.

La separación definitiva en el ferry.

Los ataques de ansiedad.

Más visiones.

Los secretos.

Las peleas.

Karla.

Chiara.

Barnett.

Cada recuerdo me impulsa. Tomo a uno por el cuello, dejando que mi energía lo consuma lenta y tortuosamente, mientras con la otra doy golpes en el pecho a todo el que se me acerque. Pequeños toques los hace caer, consuemiéndose en un brillo blanco que al final los desvanece.

No sé cuánto tiempo transcurre, no tengo idea si es de noche, de día, si ya amaneció. Pierdo la noción de todo. Y ya no pienso en las vidas de las personas que han sido consumidas, ya no pienso en nada más que no sea salir de este lugar. Porque lo haré.

Cobro conciencia cuando ya no hay nada a qué atacar. Todos los cuerpos yacen inertes bajo mis pies y otra ola de llanto me toma al ser conciente de lo que pasó.

He asesinado.

He matado a todo el que se me acercó, con tan solo ser yo. Quiero seguir golpeando algo, pero no hay nada más que la puerta de cristal, así que con furia la golpeo pero no sé rompe, no pasa nada; es de vidrio blindado y no tengo fuerza suficiente para poder romperla. Pero no me rindo, así que la sigo golpeando mientras las lágrimas ruedan por mis mejillas. No lo hago por salir, lo hago para desahogar todo lo que siento.

Karla me observa al otro lado, con una sonrisa perturbadora. Chiara está a su lado en una silla de ruedas, mientras Barnett le susurra algo que también la hace reír. Thiago también está allí, a la derecha de Karla, cruzado de brazos.

Lloro, pataleo sin importarme que me estén viendo. Hasta que cuatro hombres más, abren la puerta para sacarme. Me toman de los hombros y me deslizan hacia Karla que me ve como si fuera un trofeo. Un asqueroso trofeo.

—Media hora. Media hora te tomó arrasar con más de cien contagiados. No has sufrido más que ciertos rasguños en los brazos y rostro. La cabina tomó muestras de  tu actividad cerebral, junto a tus ritmos cardíacos y estado de sistema inmunológico, nervioso y cognitivo— No le respondo, solo me limito a ver a Barnett, tengo rabia, tristeza y decepción que transmito claramente en mi mirada.

Yo no lo amaba, nunca llegué al momento de tomarle ese sentimiento que llaman amor. Era muy pronto para sentirlo, pero sí que le había agarrado un cariño que por más que esté frente a él, viendo su semblante endurecido, su uniforme repugnante y su mirada helada; no se va, no desaparece, sigue allí latiendo fuertemente y es lo que más me duele, no poder odiarlo como quiero odiarlo.

—Nada en ti pareció haber sido alterado. Ningún síntoma del virus, ningún estrés causado por tanta presión. Tu cuerpo actúa ante esto como si fuera un paseo, como si fuera un juego. Es como si supiera que lo que parece peligroso, en realidad no es dañino— Continúa hablando la hija de Jason y esta vez sí le mantengo la mirada.

—Gran ejemplo que le da mi sistema a usted.  A veces lo que menos creemos que nos puede dañar, es lo que nos termina destruyendo— dirijo mis palabras y vista a Barnett. Pero tanto él, cómo ella, me ignoran.

—Aunque ha sido impresionante tu labor aquí, tus evaluaciones siguen inconclusas. Sabrás lo que significa eso. Menos resultados, más tiempo —recorre su mirada por mis rasguños con falsa indignación—. Espero no salgas igual de lastimada.

**
5 de Septiembre de 2050 (día catorce en el internado)

Ya no tengo una habitación que me proteja, hace dos días me cambiaron a una de las celdas, junto con una chica de cabello platinado y ojos grandes de color oscuro. No habla, solo se limita a esperar a que la busquen a las horas precisas. Es prisionera como yo, solo que no sé el porqué.

Así como a ella la vienen a buscar en horarios fijos, a mí me llevan a más celdas dónde tengo que enfrentarme con más contagiados. Algunos son tan repugnantes que me rehúso a tocarlos, cosa que molesta a Karla. Sin contar, la cantidad de veces que llega con el Zauce para evaluar mi cerebro.

No he tenido visiones desde que llegué a acá y eso interrumpe y frustra su investigación. No he comido bien, estoy pálida, delgada, tengo manchas moradas bajo los ojos y los labios resecos.

A veces, entre el ensimasmiento del Zauce, suelo recordar a Mamá, Magui, Jason, Cayden y Adler. Incluso, a veces recuerdo a Maxwell y sus entrenamientos. A Amaia y lo que parece más loco, es recordar a Jenny con sus aires de superioridad y arrogancia. En ese entonces creía que mi único problema era enfrentarme a ella y su posesión hacia Barnett.

Ahora mis problemas se resumen a tratar de sobrevivir a los fuertes tratamientos, a los contagiados y a poder salir de aquí.

Estoy en medio de la nada, no hay pasillos que me puedan llevar a ninguna salida, hay miles de vigilantes, cientos de puertas como la bóveda y rendijas con cerradura de dígitos.

Me hago un ovillo en la esquina de la celda, mientras la chica se encuentra de pie frente a la puerta, esperando.

—No tengo idea de porqué haces eso, pudiendo sentarte—le hablo aún sabiendo que no recibiré respuesta. Pero esta vez, me sorprende.

—Si me siento, me castigan— tiene una voz encantadora pero suena apagada y triste.

— ¿Quiénes te castigarán?, ¿ellos? ¿Karla? —ella niega y por primera vez, me dirige la mirada.

—Mis demonios. Si me siento, desfallezco, mis peores pesadillas aparecen y mis traumas resurgen. Prefiero mantenerme ocupada, esperando a que lleguen por mí— No tengo palabras para lo que acaba de decir, así que solo callo.

» Mi nombre es Terry —pronuncia después de largos minutos de silencio—. Yo era parte del nivel Experto en el ferry Jhonsson— Esta vez no evito observarla con curiosidad.

— ¿Y qué pasó? —respira profundo antes de hablar.

—Al parecer mi estadística era más alta que la de mis compañeros. Todos iban en un 98%, pero yo estaba en el 99,9% . Eso llamó la atención de Karla y pues..., no fui agradable ante los ojos de su hija, Chiara. Compartíamos habitación— Todo comienza a encajar. La chica que estaba antes de mí. El misterio de cómo un día estaba y al otro no.

— ¿Te sacaron?

—Me encerraron en los niveles inferiores. No soy inmune como tú, pero Karla necesita de porcentajes altos para hallar lo que desea—pasa la mano por su cabello y pequeñas lágrimas rodean su pupila—. Mis torturas no se parecen a las tuyas, pero sí que son crueles— Bajo mi rostro, sin poder decir nada.

— ¿Sabes cuál es le verdadero fin de Karla? —pregunto, desviando el tema.

—Quiere descubrir la inmunidad ante enfermedades. No solo ganaría un Nobel, sino que tendría acceso a los mejores laboratorios del mundo. Demostraría que se equivocaron con ella. Sus fines no son para la humanidad, son para ella. Ve que no implementa la moral en sus tratos.

— ¿Y crees que haya modo de detenerla? —frunce sus labios, pensativa.

—Hay una manera, pero se necesita un ejército para eso. No es solo detenerla a ella, sino a los cientos de hombres que le juraron lealtad.

— ¿Crees que eso nos hace egoístas? —pienso en las personas contagiadas, en los humanos que sufren cada día de enfermedades letales, pienso en la mamá de Amaia, pienso en cada persona postrada en cama .

—Creo que hay mejores formas de conseguir un mundo equilibrado, que ésta.

— ¿Nos arriesgamos?

—Quiero devolverle todo el sufrimiento que he pasado desde que estoy atada a ella. Así que sin duda alguna, me uno.

Nos interrumpimos al ver llegar a uno de los guardias, que viene por Terry. Ella sale, impaciba, tranquila y serena, pero sus manos tiemblan; y eso solo me hace confirmar que su destino no es pacífico.

Ambas saldremos de acá, y detendremos a Karla. Ambas lograremos hacerla caer. No es egoísmo, es voluntad para hacer algo mejor que torturar.

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