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Capítulo 30 [ Déjame Guiarte ] +18

Habían llegado a Hawaii hace poco más de media hora.

El vuelo se había sentido rápido entre las largas conversaciones que tuvieron en primera clase, bebiendo los dulces licores que ofrecían en la barra a la par de sus asientos, bromeando entre ellos mientras compartían sus planes para el próximo mes, incluyendo expediciones en la isla, viajes a las playas cercanas al hotel y, por supuesto, descubrir la gastronomía y cultura local.

La noche seguía siendo joven para ellos y el clima tropical en conjunto de la fresca brisa del mar que los acompañó desde que salieron del aeropuerto hasta llegar al hotel no hizo más que recargarles las energías.

El silencio natural que adopta la oscuridad después de las doce no era incómodo en lo absoluto, al contrario, era perfecto para escuchar el sonido de los grillos cantando en las lejanías, complementándose por el murmullo de las olas estallando contra la costa y, por supuesto, la iluminación natural que aportaban las estrellas que resplandecían en el extenso cielo azabache.

Después de llegar al hotel y hacer el check-in se desplazaron velozmente hacia su habitación, subiendo hasta el piso más alto, ingresando al que prácticamente sería su hogar por los siguientes treinta días.

Se trataba de la habitación más cara y por ende la más completa en todo el hotel. Contaba con suelos pulidos de mármol, paredes de color crema y lámparas de cristal con luz amarilla anexadas a los techos, con un conjunto de sillones de cuero marrón rodeando una mesa de centro de madera donde estaba el menú del hotel, los mapas de los museos locales, el número de la recepción y la clave del internet de la habitación. Todas las habitaciones, desde el cuarto de baño hasta el cuarto principal contaban con una vista panorámica del mar frente a ellos, con cada habitación contando con puertas corredizas de madera con persianas plegables, mismas que invitaban a caminar hacia la terraza que contenía una piscina temperada privada con iluminación azul bajo el agua.
Tenían medio piso solo para ellos, quinientos metros cuadrados únicos para su pasión y disfrute.

— ¡Ésto es increíble! —exclamó la conejita que ahora vestía un enterizo corto blanco con cuello en V y sin mangas, mismo que se había puesto en el baño del aeropuerto tras aterrizar— ¡Lo amo!

— Solo lo mejor para la Señora Wolfgang —respondió el lobo a sus espaldas, jalando el par de maletas que habían traído para el viaje, usando todavía su traje de bodas—. La verdad no está mal...

La coneja recorrió ansiosa la gran sala, notando en las paredes las decoraciones con temática Polinesia, como máscaras nativas y pequeños mapas de las islas, inspirándole curiosidad.

Después de que Lobo dejara las maletas a un lado vió a su alrededor, explorando la zona del baño que contaba con azulejos blancos y detalles de flores tropicales en las paredes, con un jacuzzi adornado por pétalos de rosas en sus aguas en compañía de diez juegos de velas amarillas en sus bordes, a la par de la salida hacia la terraza, una ducha con puertas de cristal, un inodoro y una mesilla donde habían cuatro paños de azul y blanco perfectamente doblados y listos para su uso.

Volvió en sus pasos y, curioso, notó un rastro de pétalos rojos que iban desde el centro de la sala hasta el cuarto principal. Silenciosamente avanzó y tras cruzar el umbral notó como los pétalos guiaban directamente hacia la cama.
La habitación en sí era grande, casi tanto como la sala, contando con una gran cama más grande que la que ya tenían en casa, con sábanas blancas impecables que se extendían hasta las almohadas rellenas de plumas, decorada en su esplendor por cientos de pétalos de rosa que cubrían cada espacio del lecho. A los pies de la cama se encontraba una pequeña mesa en la que se presentaba una botella helada de champán con dos copas altas. Se giró hacia atrás notó en la pared el gran televisor de pantalla plana que destacaba vagamente por las luces de las lámparas encendidas en las mesitas de noche a los lados de la cama.

— ¿Quieres un trago? —preguntó Lobo, asomándose desde el interior de la habitación tras tomar la botella que había para ambos.

— ¿No es mucho alcohol por una noche? —rió la coneja, sonriéndole mientras se acercaba rápidamente a él, tomando la botella entre sus manos para verla de cerca.

— Siempre digo que hay que abusar de las cosas buenas mientras se pueda —respondió, mientras tomaba una de las copas.

Para el Señor y la Señora Wolfgang —dijo Judy, leyendo en voz alta la inscripción sobre la etiqueta dorada anexada al cuello de la botella—, Disfruten de la Luna de Miel. Aww, que lindos —musitó, abrazando la botella contra su pecho.

— Son una ternura —añadió el Lobo, tomando la botella, abriéndola con facilidad antes de servir el líquido de dorado y espumoso esplendor dentro de las copas—. ¿Un brindis, mi Señora?

— ¿Otro? —rió ella, tomando su copa mientras miraba hacia el techo, pensativa— Por nuestra felicidad —sentenció finalmente, alzando su copa.

— Por más viajes como este ¡Salud! —añadió el más alto, sonriendo animadamente mientras chocaba su copa con la suya, bebiendo todo el contenido de un solo trago.

La más joven bebió un sorbo, sonrojandose mientras veía a su marido, apreciando lo apuesto que se veía con el pelaje despeinado, contrastando con la elegancia de su traje ¿Siempre había sido tan atractivo?

Por otro lado Lobo veía de soslayo a su esposa, ansioso. Esta noche era importante, no solo porque era la primera vez de ella fuera del país si no porque, más importante aún, sería la velada en la que consumarían su unión.
Solo Dios sabía cuánto tiempo había pasado bajo la regla de la abstinencia solo por ella.

La pareja tomó asiento sobre la cama, con la conejita terminando de beber el champán mientras el lobo se servía otra copa, soñando despierto con todo lo que harían, con cómo se haría cargo de ella, con como le demostraría su amor en mil y un formas por el resto de la noche.

— Entonces... —carraspeó Lobo, levantándose de la cama, dejando su copa sobre la mesa cercana mientras se ponía frente al espejo de la habitación— ¿Te sientes cansada, quieres dormir? —preguntó, mientras se quitaba la corbata del traje.

— La verdad no —respondió Judy, dejando su copa sobre la mesita de noche, viéndolo con particular atención— ¿Y tú?

— Tengo más energía que una bala en este momento —sonrió el más alto, quitándose la parte superior del traje, echándola a un lado al igual que el chaleco y los zapatos, quedando únicamente con la camisa y los pantalones puestos—, así que...

— ¿Tienes hambre? —sugirió la más pequeña, subiéndose por completo en la cama, intentando no distraerse demasiado con la figura de su novio, manteniendo la compostura.

— Sí, pero no llames a los de servicio a la habitación —sentenció, subiéndose en la cama, acorralandola lentamente con una sonrisa pícara, llena de deseos aún no confesados—, porque el hambre que tengo no me lo van a solucionar ellos.

La más joven respiró de forma profunda, con un fuerte sonrojo apoderándose de sus mejillas hasta alcanzar sus orejas. Esto realmente estaba pasando.
Por más que hubiera tenido sueños particulares sobre cómo sería esta noche todo estaba fluyendo más allá de sus expectativas.

Las manos de Lobo recorrieron sus hombros, bajando por sus brazos hasta aferrarse a sus muslos, apretandolos mientras depositaba suaves besos en su cuello desde atrás, aprovechando para chupar y lamer a su gusto, escuchándola jadear en voz baja, con su pelaje erizándose gracias a él.

Poco a poco el lobo la fue acorralando contra las almohadas, acomodándose sobre ella, uniéndose a ella en un caluroso beso, explorando su cavidad bucal a placer, sin incomodarse por notar las notas a alcohol en su paladar, disfrutando cada segundo.
Judy inclinó sus orejas a los lados, sintiéndose indefensa ante él, dejándolo actuar mientras posaba sus manos sobre su pecho, apretando su camisa con fuerza al ritmo de sus besos.

El calor estaba subiendo y Lobo ya comenzaba a sentir esa incomodidad creciendo dentro de sus pantalones, nublandole el juicio, arrastrándolo de regreso a sus instintos más primarios, provocando que su actuar fuera más posesivo sobre su esposa, tomándola de la cintura mientras desviaba sus besos hacia su cuello, inhalando su fragancia a flores y vainilla, dejando pequeños chupetones bajo su pelaje.

Intentaba colarse entre las piernas de la coneja, pero cada vez que lo intentaba esta las cruzaba o ladeaba sus caderas para evitarlo, divirtiendolo como si fuera una clase de juego donde solo debía esforzarse un poco más para ganar.

— ¿Qué pasa, dulzura? —preguntó con voz ronca contra su cuello, depositando pequeños besos contra su mandíbula, acariciando su cintura de arriba abajo— No me digas que eres virgen ¿O sí? —burló, sonriendo maliciosamente mientras continuaba con sus atenciones.

Judy se tensó en su lugar, inclinando la mirada mientras apretaba los labios, visiblemente nerviosa.
Lobo alzó sus orejas golpe, notando su incomodidad, siendo suficiente para que dejase de tocarla y le diera un poco de espacio.

— Sí eres virgen... —reconoció, viéndola con un brillo especial en los ojos, como si hubiera encontrado el más grande tesoro, la mejor de las sorpresas, el más valioso de los regalos—, oh, Judy... —susurró en voz baja, tomándola de la mano para entrelazarla con la suya.

— Lo siento —susurró ella, separándose de él, dándole la espalda para cubrirse el rostro, sumamente apenada por la forma en la que su secreto había salido a la luz.

Lobo suavizó su mirada, sintiendo una gran oleada de ternura por ella, intercambiando su lujuria por un genuino sentimiento de pasión y protección, cambiando radicalmente todos los planes que tenía para el resto de la noche.

Este era el momento ideal para demostrar en qué era bueno, de la forma más buena posible.

— Shh, calma —ronroneó él, pegándose nuevamente a ella, tomando delicadamente sus manos para separarlas y así ver su tierno rostro—. Respira... Me encargaré de que te sientas bien —prometió con una voz suave, besando los dorsos de sus manos con cariño—. Confía en mí.

La más joven sintió sus mejillas arder nuevamente, con sus ojos llenándose de pequeñas lágrimas. Estaba nerviosa y no sabía qué debía hacer, no tenía experiencia alguna en este tipo de cosas y no quería parecer una coneja estúpida solo por eso, se suponía que su especie por instinto sabía qué hacer en esta clase de situaciones ¿Por qué ella no?

Lobo sonrió con cierto cariño tras notar su silencio, la forma en la que movía ligeramente sus ojos de lado a lado, esa mirada que delataba sus batallas internas, lo conocía bien y por ende sabía también como ayudarla.

Juntó cuidadosamente sus labios con los de ella, besándola con todo el amor que podía entregarle, tomándose su tiempo, obligándola a concentrarse en él mientras la abrazaba por la cintura. Judy correspondió, con su mente quedando en blanco tras sentir como la lengua del mayor irrumpia en su paladar con cierta urgencia, dejándose llevar pese a los nervios que hacían que su corazón latiera con fuerza.

Ahora que Lobo sabía su pequeño secreto era más que necesario para él el ofrecerle una experiencia agradable. Él no era cualquier desconocido en un callejón en búsqueda de un polvo fácil, no, era su esposo, el amor de su vida, su confidente y por eso mismo se encargaría de tratarla bien y por ende prepararla adecuadamente, tardase lo que tuviera que tardar, lo lograría.
A fin de cuentas los placeres se disfrutan más cuando se toman su tiempo para llegar.

— Sin duda has sabido hacerme esperar —susurró suavemente, con su aliento recorriendo la piel de la más joven mientras sus manos fluían detrás de su espalda para bajar el cierre de su enterizo—, no puedo creer que hayas pasado tantos años reservandote para mí...

Su esposa sonrió, sonrojada mientras se encogía de hombros, viendo como el mayor tiraba a un lado su ropa, procediendo a quitarle el brasier de encaje blanco junto a las panties de mismo color, dejándola completamente desnuda frente a él.

Lobo se tomó un momento para apreciar la obra de arte que tenía frente a él. Esos pequeños senos redondos, esa fina cintura, esas anchas caderas, esos muslos generosos en carne al igual que sus glúteos, en efecto, era una maravilla, un deleite para sus ojos.
De todas las mujeres que había llevado a la cama ella sin duda se llevaba el premio a la más hermosa.

Se inclinó sobre ella, dejando un camino de besos húmedos que bajaban lentamente hasta su estómago, deteniéndose en la zona de su pelvis mientras masajeaba cariñosamente sus caderas, adorando su tierno cuerpo, relajandola para lo que venía a a continuación.

Judy lo veía atenta, sintiendo sus mejillas arder por los besos que dejaba sobre su piel, dejándola sin palabras ante sus acciones, jadeando en voz baja, tímida.

— Necesito que te relajes —pidió Lobo, hablándole con un tono firme pero gentil a la vez, quitándose la camisa para echarla a un lado—, puede que se sienta incómodo al principio, pero vas a estar bien.

Judy arqueó una ceja ante su advertencia, viendo cómo se posicionaba sobre ella, separando ligeramente sus piernas mientras acariciaba tentadoramente el interior de sus muslos, masajeandolos con la presión suficiente para hacerla temblar y jadear agudamente por momentos, deteniéndose frente a los labios de su sonrojada vagina, separándolos tentadoramente antes de comenzar a frotar su pulgar contra su clitoris en movimientos circulares que abarcaban todo su centro.

La coneja cerró sus ojos de golpe, sintiendo como el placer iba aumentando, extendiéndose por el resto de su ser, haciéndola estremecerse entre suaves gemidos que intentaba contener, cubriendo su boca con su mano mientras cerraba los ojos.

— No te contengas, dulzura —susurró su esposo contra su oreja, sonriendo pícaramente—. Quiero escucharte... No seas tímida...

Judy liberó un chillido agudo, aferrándose a él mientras abría sus piernas un poco más, haciendo que el mayor sonriera con aprobación.

Lobo comenzó a juguetear con los rosados labios de su esposa, abriendolos y cerrandolos mientras seguía presionando su clitoris, notando como de apoco se iba poniendo más húmeda, invitándolo a continuar.
Lentamente metió su dedo medio en el interior de la más joven, ejerciendo un poco de presión ante su estrecho canal, sintiendo como sus paredes intactas ejercían presión para empujarlo, sin dejarle otra opción más que la de llevar un vaivén suave donde de apoco se abría camino dentro de ella.

— Está bien, lo estás haciendo muy bien —susurró hacia Judy, notando como esta liberaba pequeños siseos, retorciéndose ligeramente bajo su toque—, respira... Todo está bien —añadió, repartiendo pequeños besos sobre sus labios y mandíbula, distrayendola mientras seguía masturbandola.

La coneja intentaba seguir sus instrucciones, respirando de forma honda ante cada movimiento que hacía dentro de ella, asimilando lentamente a la sensación, con su pequeño interior aferrándose al dedo de su pareja, bañandolo con sus jugos conforme menos resistencia había.

— Esa es mi chica —sonrió Lobo, depositando dulcemente un apasionado beso en sus labios, aprovechando para meter un segundo dedo dentro de ella y de esa forma seguir con las pequeñas embestidas.

Judy jadeó de forma entrecortada en medio del beso, aferrándose a su esposo mientras su coño se humedecía, lidiando con los ligeros arrebatos de dolor ante los dígitos que se abrían paso dentro de ella y el placer remanente que dejaban tras cada movimiento.

El mayor se encontraba inclinado ligeramente sobre el pecho de su esposa, chupando juguetonamente sus senos, repasando la forma de sus pezones con su lengua mientras separaba sus dedos dentro de su chorreante coño, abriéndola un poco más en medio de sus pequeñas embestidas, sintiendo su erección presionar duramente contra sus pantalones, incomodandolo de una forma casi placentera.
Solo debía esperar un poco, solo un poco más...

Judy gimoteaba cada vez más alto, olvidando sus penas por segundos, abrumandose ante la cantidad de sensaciones que hacían su cuerpo arder en el placer que solo ahora podía conocer.

Sintió una sensación electrizante, algo que solo había conocido mediante los libros que solía leer a altas horas en la madrugada, el sentimiento que bien aclamaban por ser lo más parecido a estar en el cielo.
Un agudo gemido escapó de sus labios, tensando sus piernas mientras su interior se apretaba alrededor de los dedos que su marido bien había enterrado hasta los nudillos dentro de ella, su primer orgasmo, en sus manos, que maravilla, qué sentimiento.

Cansada, comenzó a jadear, rendida y con su cuerpo siendo dominado por los espasmos, las sombras del placer que subían y bajaban, rogando por más.

Lobo la besó tiernamente en la frente, sonriendo dulcemente mientras retiraba sus dedos de su interior, sintiendo que había sido suficiente.

— Lo hiciste bien, dulzura, muy bien —infundió Lobo, irguiendose sobre ella con una sonrisa pícara—, pero ya he esperado suficiente... Veamos si puedes manejar algo real.

Lobo bajó el cierre de su pantalón, quitándoselo junto a sus boxers negros, revelando la palpitante erección que había estado aguardando para salir, goteando líquido preseminal por su larga extensión.

Judy sintió que ahogaba con tal solo verlo, alarmada. ¿Como harían que esa cosa entrara en ella? ¿Por qué era tan grande? ¿Todos los lobos la tenían así o era solo él?

— Mis ojos están aquí arriba —burló Lobo, tomando a su esposa de las mejillas para elevar su mirada hacia la suya—. Concéntrate en mí —añadió, mientras tomaba una de las almohadas libres para acomodarla debajo de la cadera de Judy, elevandola ligeramente para que estuviera más cerca de él.

El mayor se desvió ligeramente hacia una de las mesas de noche, abriendo la gaveta de esta, encontrando en su interior un frasco de lubricante de coco, sin creer que los del hotel si hubieran tomado en cuenta el pedido extra que había hecho cuando reservó la habitación.

Virtió una cantidad generosa sobre los pliegues de la vagina de su esposa, dejando el resto para esparcirlo sobre su larga extensión, acomodándose entre las piernas de la más joven, rozando la punta de su polla contra su entrada de arriba a abajo, tentadoramente, divirtiéndose con las expresiones que su dulce conejita hacía con esos ojos brillantes por la lujuria que volvía a tomar control de ella y la forma en la que esos labios entreabiertos dejaban escapar suaves gemidos de urgencia, era simplemente hermoso.

Tomando la base de su pene comenzó a ejercer una pequeña presión contra su estrecho canal, empujándolo lentamente hacia adelante en pequeños vaivenes que le arrancaban pequeños jadeos por las ansias que no lo dejaban en paz.

Lobo no era ningún primerizo. Desde adolescente había tenido toda clase de experiencias con lobas, humanas, leonas e incluso una Tigresa durante la semana que pasó escondiéndose en Shanghái, pero nunca en su vida había sentido algo como esto, una conejita virgen, reservada únicamente para él, era más de lo que habría podido pedir, más de lo que habría podido merecer.
Se sentía como estar en el mismo cielo, El Paraíso.

Poco a poco logró estar dentro de ella, deslizándose de forma suave en su interior, sintiendo la ligera resistencia de su virginidad ceder por completo ante él, permitiéndole llegar hasta el fondo de ella, sintiendo como el coñito de su esposa se aferraba fuertemente a su polla, en un agarre aterciopelado pero fuerte que lo anclava a ella.

— Necesito un momento... —jadeó Lobo mientras se encorvaba hacia adelante, cubriendo a su esposa debajo de él, controlandose para no correrse en ese mismo instante, adaptandose a la divina sensación de ser el primero dentro de ella.

Nada lo había preparado para un momento como este, a la mierda la experiencia que había adoptado tras años, esto era demasiado para él.

Judy jadeó suavemente, entre la fina línea del dolor y el placer, removiendose un poco mientras se aferraba a su esposo, escondiendo su rostro contra su pecho, temblando mientras su interior se acomodaba para darle espacio a la gran polla dentro de ella, abultando su vientre en el proceso.

— Respira, respira dulzura... Todo está bien —susurró dulcemente el mayor, plantando suaves besos sobre su frente, bajando hasta su cuello, sobando su cintura para distraerla—, estoy aquí.

Lobo no podría culparla de sentir dolor, a fin de cuentas era su primera vez y no podía apresurarla a tomar su gran polla, de por sí ya era algo difícil para las de su misma especie, no podía imaginar lo difícil que sería entonces para su esposa.

Judy inhalaba y exhalaba de forma profunda, sintiendo el calor de su cuerpo contra el de Lobo mientras se acostumbraba a la sensación, sobrellevandola, serenandose hasta sentir que su interior se relajaba al igual que el resto de su cuerpo, dejándola pensar con claridad otra vez.

— Eso es —musitó Lobo—, esa es mi chica —añadió, besando tiernamente sus labios mientras acunaba su rostro entre sus manos, agitando de lado a lado su cola, felíz de que pudiera sentirse mejor.

La coneja correspondió al beso, posando sus manos sobre sus hombros, excitada a la vez que iba superando sus nervios.

Poco a poco el lobo comenzó a moverse, iniciando con pequeños vaivenes que iban agarrando velocidad tras cada segundo, estabilizandose en un ritmo constante que llenaba la habitación de suaves jadeos que se perdían entre el crugido de la cama debajo de ellos.

Judy gemía suavemente, cerrando sus ojos mientras sentía su interior estirarse y contraerse ante cada movimiento, con la polla de Lobo llegando un poco más lejos tras cada embestida, atormentandola con un placer creciente que iba nublando su juicio, siendo esa la principal razón por la que rodeó la cintura del mayor con sus piernas, dejándole más espacio para moverse mientras lo invitaba a continuar.

Lobo la cubrió debajo de él en un caluroso abrazo, atacando su cuello con besos y mordidas suaves mientras continuaba embistiendola, prolongando su placer en lapsos donde se detenía para frotar su pelvis contra la de ella, ganando tiempo para no acabar antes y así continuar, arrebatándole gemidos agudos, disfrutando de verla retorcerse debajo de él, perdida en el placer que solo él podía brindarle, a su merced.

— No te contengas —incitó el mayor mientras aceleraba sus embestidas, tomándola de la mandíbula para que lo viera a la cara mientras que con la mano libre frotaba su clitoris al compás de cada embestida—, vamos, quiero ver cómo deshaces.

Judy cerró sus ojos con fuerza, sintiendo como las olas de placer en su cuerpo arrasaban con cualquiera de sus otros sentidos, aprisionandola en un torbellino de sensaciones que le robaban las palabras, chillando agudamente entre sus gemidos, sintiéndose al límite.

Lobo atrapó sus labios en un beso hambriento, tragándose todos sus gemidos, mientras seguía frotando su clitoris con su pulgar, enredando su lengua con la suya, sin dejar de moverse a un ritmo constante.

— ¡Lobo! —gimió Judy tras separarse del beso, gimiendo de forma entrecortada ante las embestidas de su marido— ¡Te amo! ¡Eres un buen chico! ¡Un buen chico! —gritó, sin poder pensar correctamente, diciendo lo primero que se le pasaba por la mente ante el placer que ya estaba acabando con ella.

Lobo escuchó atentamente cada una de sus palabras, con su corazón dando un vuelco por la sorpresa, despertando algo en él.

El autocontrol desapareció.
Lobo tomó las piernas de su esposa y tras separarlas al límite comenzó a penetrarla a un ritmo castigador, enterrándose hasta el fondo de ella solo para salir y volver enterrarse una y otra vez en su interior, jadeando de forma pesada, dominado por una fuerza que hasta ahora desconocía, haciéndola gritar, sintiendo como clavaba sus dedos sobre su espalda, aferrándose a él en un intento desesperado por recuperar el control mientras él movía sus caderas en un frenesí salvaje.

Sí, él era un buen chico, el mejor de todos y por eso no había nadie como él para empujar a su esposa al abismo del placer en el que él ya estaba.

La cabecera de la cama golpeaba furiosamente contra la pared, con ambos gritando y gimiendo en voz alta por sobre los chirridos del colchón, marcando el compás de su pasión con el sonido húmedo de sus pieles chocando, bañados por el sudor fruto del éxtasis que habían estado posponiendo hasta ahora.

Se sentía bien, divinamente bien, nada en este mundo podía compararse a este placer y eso era lo mejor.

Lobo no pudo resistirlo más y tras enterrarse hasta la base dentro de su esposa liberó un gruñido desde el fondo de su garganta, eyaculando en las profundidades de su pareja, llenándola hasta desbordar, temblando sobre ella mientras sentía que todo le daba vueltas.

Judy liberó un gemido agudo, arqueando su espalda mientras su cuerpo cedía a los espasmos, llegando al orgasmo por segunda vez mientras su coño temblaba alrededor de la polla de Lobo, sin aliento, respirando de forma pesada.

El mayor la besó tiername en los labios y mejillas, tomándose un momento para recuperarse antes de salir lentamente de ella, echándose a un lado, cubriendo sus ojos con el dorso de su brazo, quedando unido a ella solo por el hilo de semen que unió la punta de su pene con el coño de su esposa por un par de segundos.
Ésto sin duda había sido demasiado, incluso para él. Jamás había sentido algo como esto.

Sin embargo la noche estaba muy lejos de terminar.

Rápidamente la coneja se montó sobre él, acomodándose sobre su polla mientras apoyaba sus manos contra el pecho del mayor, sonriéndole de forma traviesa, con aquellos orbes amatistas brillando con un fuego que amenazaba con consumirlo hasta que saliera el sol.

— E-Espera —balbuceó el lobo tras notar como su pareja comenzaba a frotar su coño contra su pene, haciéndole retorcerse debido a lo sensible que estaba todo su cuerpo—, Ju-Judy...

— Tu ya te divertiste. Ahora me toca a mí —sentenció la coneja mientras movía sus caderas de adelante hacia atrás sobre su polla, sonriéndole de forma perversa, dejándose llevar por sus instintos salvajes.

El lobo la miró horrorizado por un momento y antes de que pudiera decirle cualquier cosa fue atacado con un beso caliente y letal que bajó sus defensas de un solo golpe, haciéndole poner los ojos en blanco, rindiéndose mientras correspondía al beso de su esposa, dejándose hacer.

La más joven acarició de arriba a abajo su pecho, manteniéndolo debajo de ella mientras ejercía todo el control de la situación, tragándose los jadeos y quejidos del mayor con una sonrisa pícara, sintiendo como la polla de Lobo se ponía dura otra vez, tensandose contra los pliegues de su vagina, dándole la señal para comenzar.

— Buen chico —sonrió Judy con aprobación, mientras su esposo bajaba sus orejas, sonrojado.

Esta sería una noche larga, muy, muy larga.

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