
Capítulo 28 [ Te Presento A... ]
— Tranquilo, todo va a estar bien —habló la conejita de blusa blanca y shorts negros hacia su pareja al volante—. Te van a adorar, créeme.
— No lo sé, dulzura —murmuró el lobo bien peinado y vestido por una camisa negra manga larga desabotonada bajo el cuello, con un par de pantalones y zapatos blancos—. No creo que tus padres sean de mente abierta... ¿Qué pasa si los asusto? —insistió, viéndola a su par en el asiento del copiloto, aferrándose al volante.
— No te preocupes por eso, sé que te van a amar —respondió la más joven, palmeando su regazo, intentando inspirarle confianza.
Lobo suspiró pesadamente, mordiéndose la lengua para no insistir en el tema.
Había sido una semana agitada.
Habían avanzado mucho en las planificaciones de la boda, ya tenían reservado el lugar, los músicos para el evento, habían enviado las invitaciones y pactado el código de vestimenta.
Lobo creía que lo más difícil de todo esto había sido el interrogatorio del cura antes de aceptar casarlos, creía que nada podría darle más miedo que Un Hombre de Dios cuestionando sus planes de vida y de pareja, pero vaya que estaba equivocado. Ir a de camino a conocer a los padres de su novia era algo que lo asustaba más que cualquier otra cosa.
— ¿Después de esto podemos ir a conocer a tus padres? —sugirió inocentemente Judy mientras veía el camino.
Olvidenlo. Eso era el doble de aterrador.
Lobo sintió un pequeño infarto sacudirle los nervios, nublandole la visión antes de recuperar el aliento, vacilando frente al volante.
La sola idea de volver a ver a sus padres lo sumía en un intenso pavor, de todas las cosas que haría por ella esa era la única que ni bajo amenaza de muerte llevaría a cabo.
Ni muerto volvería a esa casa, ya suficiente milagro había sido huir ¿Para qué volver? Era un no rotundo.
— No... No es necesario —respondió Lobo tras un largo silencio, forzándose a sonreir para ella.
— Claro que sí —sonrió Judy, cruzando las piernas sobre su asiento, reclinandose en el asiento—. Apuesto que son personas agradables.
El semblante de Lobo se torció en una mueca de disgusto tácita.
Personas agradables decía ella, sin duda la ignorancia era una bendición, una maldita bendición. Si tan solo le contara lo que había sido vivir con ellos, las razones detrás de su huida a los diez años, se arriesgaría a perder todo por lo que había trabajado en los últimos veinte años. No valía la pena.
Ese pasado ya no era su presente, esos recuerdos ya no eran su realidad y ese lobito llorón ya había crecido y cambiado hasta ser alguien irreconocible.
— Apuesto que sí —asintió Lobo con mala gana—, pero seamos sinceros, dulzura —musitó, suavizando su voz a juego con una galante sonrisa—, ni siquiera tengo idea de dónde estén ahora. ¿Por qué molestarse de todas formas?
Era una mentira a medias.
Después de tanto tiempo debía reconocer que era posible que sus padres siguieran viviendo en la misma casona o bien, se hubieran mudado a otro lugar. Quizás el lugar donde vivió ya no existía o quizás sus padres ya habían muerto o se habían mudado de estado, país, continente... Todo era posible, pero no tenía curiosidad de saber.
Judy guardó silencio, notando en su lenguaje corporal una tensión extraña que solo aparecía cuando tocaban el tema.
Velozmente recordó lo poco que Lobo le había confesado de su pasado, sus intereses de niño, sus primeros pasos en el crimen y una que otra mención de su abuela, saltándose por completo la mención de sus padres o lo que lo llevó a huir de casa siendo tan joven.
Recordó también como en la comisaría estaba acostumbrada de ver y escuchar de casos de violencia intrafamiliar, además de haber tenido que lidiar una o dos veces con niños o adolescentes que tras escapar de casa eran encontrados por la policía, quedándose en la estación por breves periodos de tiempo hasta resolver la situación en casa o bien, darlos en custodia de algún familiar que si pudiera darles un entorno seguro.
Inclinó sus orejas hacia atrás. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Es obvio que lo que Lobo había vivido pudo ser algo igual o peor a lo que ya había visto en su trabajo, seguramente el trauma había sido tan fuerte que aún ahora lo seguía atormentando pese a ser un adulto ya desarrollado.
De repente sintió la necesidad de llorar por la pena y la tristeza, aguantando las lágrimas solo porque de soltar una sola sería incapaz de parar y eso preocuparía a Lobo y ya suficiente presión tenía con presentarlo a sus padres y...
— ¿Es por aquí? —preguntó Lobo mientras giraba el auto hacia una de las calles a la izquierda, viendo con genuino interés la zona de los suburbios.
Su voz frenó el tren de pensamientos que corría libremente por la mente de Judy, espabilandola, haciéndola notar dónde estaban.
La coneja se asomó por la ventana de su asiento, secando las lágrimas acumuladas en sus ojos mientras sonreía con cierta nostalgia ante las calles que la habían visto crecer.
— Sí, ya casi llegamos —respondió, bajando la ventana del asiento del copiloto para sentir la brisa cálida frente a ella, escuchando el silbar del viendo en aquel soleado día, viendo cómo en las calles del pulcro vecindario habían niños jugando con pelotas de fútbol o básquet.
Mientras Judy sonreía emocionada tras volver a su hogar, Lobo intentaba no caer preso de los nervios que comenzaban a invadirlo. Aquella zona era hermosa, limpia, con espacios verdes y gente que convivía de forma agradable, siendo todo lo que no esperaría ver en una zona suburbana de Las Vegas.
Tras estacionarse frente a la ilera de autos en la acera la pareja se bajó del auto y caminó hacia la gran casa de dos pisos, paredes blancas y una piscina inflable en el patio delantero.
Judy se apresuró a correr hacia la puerta, jalando a Lobo detrás de ella.
La coneja se giró hacia su pareja y tras arreglarle la camisa y peinarse un poco mejor a sí misma tocó la puerta tres veces, escuchando vividamente el ruido que había detrás, reconociendo al voz de sus hermanos y tíos dentro en medio de la suave música country que solían poner cada fin de semana desde que era niña.
Se escuchó un conjunto de pasos precipitarse, abriendo la puerta, revelando a una pareja de conejos que, más que sonreír por la visita de su hija palidecieron al notar al lobo que la acompañaba.
— ¡¡Mamá, papá!! —exclamó Judy, lanzándose en un abrazo hacia sus padres, aferrándose a ellos con una gran sonrisa— ¡Los extrañé mucho!
— Nosotros también te extrañamos, querida —respondió la madre, dejándole un gran beso en la mejilla antes de separarse.
— Les presento a mí novio, Lobo —anunció Judy, tras girarse hacia el más alto, tomándolo de la mano mientras sonreía animadamente—. Lobo, ellos son mis padres.
— Hola —saludó Lobo, sonriendo amigablemente ante el par quienes rápidamente comenzaron a temblar tras notar sus colmillos—, es un placer conocerlos.
— Y yo que creía que nuestro mayor problema sería el zorro —quejó el padre de Judy en un susurro hacia su esposa.
— El placer es todo nuestro —respondió la coneja mayor, sonriendo de forma nerviosa mientras retrocedía lentamente.
Judy ingresó a la casa, jalando a su novio detrás de ella, pasando entre sus padres con una gran sonrisa, confiada.
Sus padres se miraron incrédulos antes de cerrar la puerta. Es cierto que la hermana de la coneja mayor les había dicho que su querida hija tenía una relación un lobo feroz, pero no creían que fuera cierto, creían que era un chisme, una vil mentira de esas que suelen esparcirse entre las familias regularmente.
Entre el caos de la casa Judy se movía ágilmente entre el desorden de los juguetes regados sobre los sofás y alfombras, saludando uno a uno a todos sus hermanitos y hermanitas, aprovechando para saludar a sus hermanos mayores y primos quienes estaban en la cocina bebiendo cerveza y hablando de los temas del día.
Lobo se sintió desorientado, alarmado por la cantidad de conejitos que saltaban y corrían libres por toda la sala y habitaciones continuas, trepando las escaleras y jugando contra las cortinas, sin prestar atención a las series infantiles que transmitían en la televisión. ¿Cómo Judy había sido capaz de crecer en un ambiente así, tan ruidoso y desordenado? ¿En qué trabajaban sus padres para mantener a tantos niños?
Se estiró el cuello de la camisa ante la vaga sensación de estarse quedando sin aire, ignorando el hecho de que los jóvenes y adultos de la casa ya habían notado su presencia, rechazandola de forma silenciosa.
— ¿Ya conociste a mis hermanitos? —preguntó Judy, tras volver de la cocina con uno de sus primos más pequeños sobre sus hombros.
— No —respondió Lobo, quien se encontraba acorralado contra la pared, con una expresión estoica mientras un séquito de conejitos lo rodeaba, jalandole los pantalones y la cola, sumamente curiosos.
Judy rió suavemente, bajando a su primito para que se reuniera con los demás, abriéndose paso entre los conejitos para jalar a su novio lejos.
— Suficiente, abran espacio —comandó la coneja de ojos amatistas, ganándose las quejas y furias de sus hermanitos quienes perseguían al lobo, aferrándose a sus pies para detenerlos—. Si no se comportan le diré a mamá —amenazó duramente.
Como si fuera una especie de hechizo todos los conejitos soltaron al lobo, retrocediendo entre chillidos agudos, dispersandose en la sala. Lobo parpadeó varias veces, incrédulo mientras recuperaba el equilibrio entre los brazos de su novia quien sonreía triunfante, feliz de saber que su autoridad seguía en pie.
— Siempre funciona, no volverán a molestarte —sonrió, dándole al lobo un fuerte beso en la mejilla—Ahora ven.
Rápidamente la coneja comenzó a subir las escaleras, siendo seguida de cerca por el lobo de gris, quien de vez en cuando se giraba hacia atrás, haciendo que los pocos conejitos que lo seguían retrocedieran entre risillas, escondiéndose de él.
— Hay demasiadas —comentó Lobo tras notar como en las paredes a la par de las escaleras había una cantidad inmensa de retratos, tanto de fotos grupales por navidad o alguna graduación como fotografías únicas para cada uno de los niños o adolescentes de la casa— ¿Cómo le hacen para recordar tantos los nombres?
— Es un don —sonrió Judy antes de detenerse frente a la zona con las fotos más viejas.
Lobo miraba atentamente cada una de las fotos, fijándose en los sutiles cambios tras cada una, fuera el tamaño de los conejitos al lado de sus padres o los lugares en los que posaban, algunas veces en una playa, otras veces en un parque temático y en otras en un bosque de campamento.
Cada imagen irradiaba una vibra cálida, familiar, amena, siendo todo lo que él no pudo vivir, siendo lo que había deseado para su infancia, lo que tuvo que rechazar al entregarse a una vida adulta antes de tiempo, lo que ansiaba darle a sus propios hijos una vez que los tuviera.
Mientras más cerca estaba del segundo piso más viejas se veían las fotos, siendo un viaje en reversa por la historia de la familia, deteniéndose ante la sección que parecía representar el inicio de todo, fijándose en una foto en especial.
La foto en sí presentaba a la misma pareja de conejos que había conocido antes, más jóvenes y delgados, posando sentados en lo que parecía ser una balsa a mitad de un lago durante un atardecer, vistiendo como era la costumbre en los noventa, abrazados mientras compartían una expresión risueña.
Sonrió dulcemente ante la imagen, conmovido ante la dulzura del amor que se mostraban, sin embargo toda su calma se desmoronó cuando al ver la foto de al lado ya estaban en el altar, vestidos para la ocasión, sonriendo de oreja a oreja.
— Se veían... muy jóvenes ¿No? —comentó, viendo ambas fotos una y otra vez, confundido.
— Se casaron con un año de noviazgo —explicó la coneja, viéndolo con una sonrisa ladina.
— ¿Un año? —repitió, escondiendo su sorpresa lo mejor que podía, devolviéndole la sonrisa— En ese caso vamos tarde ¿No crees?
La coneja rió suavemente, tomándolo de la mano para llevarlo al pasillo del segundo piso.
— Vamos a tiempo —corrigió Judy, mientras lo guiaba por el resto de la casa.
— Digo, si hubiera sido por mí nos habríamos casado al tercer encuentro —añadió Lobo, con una sonrisa maliciosa, soltandola para acomodar sus manos sobre su cintura, siguiéndola desde atrás—, solo digo.
Judy liberó una risotada antes de abrir la que era su antigua habitación, una que tenía en la puerta un gran póster que la comisaría de Las Vegas le habían dado en un evento a mediados de 2010.
La habitación era pequeña. Apenas contaba con una ventana con vista a la calle principal, paredes pintadas de púrpura, una cama individual con mantas y cojines de flores rosadas y moradas, con una estantería anexada a un lado donde se encontraban sus peluches y muñecas olvidadas en el tiempo. A los pies de la cama había una cesta de mimbre con una pelota de tenis y una toalla azul dentro.
Lobo inclinó sus orejas, no era así como imaginó la habitación de su querida prometida.
— ¡Bienvenido a mi cuarto! —sonrió la coneja, cerrando la puerta detrás de ella— Toca todo lo que quieras.
— Si insistes —respondió sin vacilar el más grande, girándose velozmente hacia ella, elavando sus manos para tocarla directamente en los senos.
— En la habitación —aclaró Judy, deteniendo su agarre tras tomarlo de las muñecas, torciendole las manos hacia atrás.
El lobo reprimió un quejido, suspirando por la nariz antes de soltarse, sobándose las muñecas mientras se encogía de hombros, sorprendido de que aún tuviera la capacidad de mantenerse en guardia frente a él, encontrándolo inherentemente atractivo.
— Bien, veamos que hay aquí —resopló Lobo, echándose sobre la cama, escuchando el rechinar de los resortes debajo de él.
Olfateó el olor que permanecía entre las sábanas, encontrando un aroma más dulce que el que tenía su novia actualmente. Sonrió complacido, extendiendo sus manos bajo la almohada para acercarla más a él, tropezando con lo que parecía ser un diario.
— No... No me digas que eras de esas —habló Lobo, esbozando una gran sonrisa mientras se sentaba de golpe en la cama, fascinado por su descubrimiento— ¿En serio tenías un diario?
— No es para tanto —respondió Judy mientras tomaba asiento a su lado, jugando distraídamente con una de sus orejas caídas—, solo lo usé hasta los catorce...
— Veamos que encuentro por aquí —murmuró, abriendo el diario de golpe, pasando velozmente las páginas hasta detenerse en una al azar—. Querido Diario, hoy soñé que Guideon me cortaba las orejas... ¿Quién es Guideon? —preguntó, girándose a verla, ligeramente preocupado por lo leído anteriormente.
— Era el chico que me hacía bullying de niña —explicó, desviando la mirada—. Era el bravucón del salón... Se la pasaba burlándose de mí solo por ser una coneja. Llegaba a jalarme de las orejas por diversión y una vez me rasguñó la mejilla tan fuerte que llegué sangrando a casa.
Lobo la escuchaba atentamente, con su rostro adoptando nuevos niveles de preocupación palabra tras palabra. Era consciente de que por aquellas épocas ni siquiera sabía que Judy existía, es más, mientras ella estudiaba y se formaba para su futuro el bien estaba en una gira de robos por Europa, fumando y tomando sin preocuparse por el mañana, pero vaya que deseaba haber estado ahí para ella y, al menos, ayudarla contra el idiota que tanto la había lastimado.
— ¿Y tus padres? —preguntó Lobo, notando como la mirada se Judy se encontraba clavada contra el suelo, aferrada a las sábanas debajo de ella, como si hablar del tema le incomodara y doliera por igual— ¿Qué hicieron ante eso?
— Dijeron que probablemente lo hacía porque estaba enamorado de mí —respondió, esbozando una sonrisa cínica mientras se acostaba sobre el regazo de Lobo—. De todas formas no sabían que era un zorro, así que...
Lobo suspiró, dándose una fuerte palmada contra la frente, decepcionado de los que serían sus suegros. No entendía. ¿Por qué, antes, los padres le insistían tanto a sus hijos que si alguien los trataba mal era porque probablemente los amaban en secreto? Era repugnante.
Ni siquiera él, que había tenido una vida manchada por delitos de todo tipo; entendía la lógica detrás de algo así.
— En verdad lo lamento, dulzura —respondió Lobo tras un largo silencio, acariciando suavemente su cabeza, intentando transmitirle calma.
— No fue tu culpa —dijo Judy, girándose hacia él, viéndolo desde abajo, acurrucada contra su regazo—. Pasó hace mucho tiempo... De todas formas se disculpó conmigo durante el baile de graduación.
— Al menos —murmuró el lobo, desviando la mirada, sin dejar de acariciar distraídamente la cabeza de Judy, sin confiar que una simple disculpa fuera suficiente, tal vez si rastreaba a ese hijo de puta podría...
— Hey —llamó Judy, estirando su mano para tocar su mejilla, sonriéndole de forma ladina—. Nada de planes.
— Pero... —balbuceó el lobo, ligeramente alarmado ¿Cómo pudo saber que ya tenía un plan en camino?
— Nada —cortó la coneja, levantándose para darle un beso rápido en los labios—. Conozco esa mirada, así que déjalo hasta ahí.
Lobo suspiró, saboreando la derrota.
Era frustrante que ella fuera tan perceptiva. Si con tres años de relación ya leía y conocía cada una de sus miradas ¿Qué podría esperar para los próximos cinco años? A este ritmo se quedaría sin secretos o sorpresas.
Aún así no podía negar que disfrutaba de cederle el control aveces, no siempre podía dejarse llevar por el instinto y para eso ella estaba ahí, para mantenerlo cuerdo e inspirarlo a ser su mejor versión...
Aunque reservaría ese plan para más tarde ¿Quién dice que no necesitas un plan para estorbos como ese? Siempre necesitas uno, aún si las cosas van bien, siempre es necesario.
— Judy —llamó su madre desde el otro lado de la puerta—. Cielo, el almuerzo ya está listo.
— ¡Claro mamá! —exclamó la coneja, separandose rápidamente de su pareja— ¡Voy en un minuto!
— ¿Crees que sepa que estoy aquí? —preguntó Lobo con voz socarrona, asomándose por entre las orejas alzadas de la más joven, rodeandola desde atrás con sus brazos.
— Sshhh —siseó la coneja, intentando cubrirle la boca bajo la paranoia de que su madre siguiera ahí—, no hagas ruido...
— ¿Ahora nos escondemos de tus padres? ¿Eres una niña mala? —rió, besando las manos que intentaban callarlo, agitando de lado a lado su cola, divirtiéndose con la tensión que había.
— ¡Judy, tu padre quiere que bajes ya! —exclamó la coneja al otro lado de la puerta.
La pareja se tensó y las risas se detuvieron súbitamente. Se separaron de golpe, con los ánimos del lobo cayendo en picada mientras los nervios de la coneja iban en ascenso.
— ¡Ya voy, ya voy! —respondió Judy tras salir de la habitación, siguiendo a su madre escaleras abajo.
Lobo salió tras ella, demorandose un minuto o dos por haber echado un último vistazo a las páginas del diario de la más joven, escondiendolo bajo la almohada antes de alcanzarlas en la sala.
Una vez que puso un pie en el primer piso nuevamente fue rodeado por un ejército de conejitos que brincaban a su alrededor, intentando llamar su atención mientras chillaban y le hacían preguntas de todo tipo, sin dejarle otra opción más que arrastrar a los pocos que se aferraban a sus brazos y piernas, avanzando con dificultad hacia el salón comedor donde estaban los otros integrantes de la familia.
— Oye, Bonnie —comentó una coneja de pelaje color crema y vestido rosa hacia la madre de Judy—. ¿Quién es el galán que va por allá? ¿Crees que a tu hija le interese compartirlo? —preguntó, apuntando al lobo que intentaba mantenerse en pie pese al desafío que eran los conejitos encima de él.
La madre de Judy le dió un golpe en el hombro a su hermana, escandalizada, sin entender el motivo de la risa de esta, apartándose velozmente con el tazón de la ensalada para ponerlo sobre la mesa.
— ¡Stu, cielo! —llamó Bonnie, captando la atención de su esposo al otro lado del salón— ¿Puedes poner un poco de orden? —exclamó, notando como sus hijos y sobrinos correteaban y jaloneaban los manteles, gateando debajo de la mesa en un frenesí caótico.
El conejo mayor acató la instrucción y con un fuerte silbido puso en fila a todos sus hijos, aturdiendo al lobo quien tuvo que reafirmarse de una de las paredes mientras los conejitos a su alrededor lo dejaban en paz para seguir las órdenes de su padre.
Judy fue acomodando junto a sus hermanos y primos mayores a los pequeños en cada asiento de la mesa, ayudando a repartir los platos que faltaban mientras los otros adultos llegaban a tomar asiento, poniendo de su parte para mantener a los niños quietos.
Lobo observaba sorprendido como funcionaba la dinámica familiar, sintiendo un nudo en la garganta, tal vez celos. ¿Cómo era vivir en un entorno donde todos cooperaran entre sí, confiando plenamente en los lazos de sangre? ¿Qué habría sido crecer en un lugar como este? ¿Podrían sus suegros tener la amabilidad de darle consejos para tener el mismo control una vez que tuviera a sus hijos? ¿Cómo entre tanto caos esta familia encontraba una forma de mantener el orden?
Después de que todos tomaran asiento Lobo fue guiado por Judy para sentarse junto a ella en el centro de la mesa.
El banquete era a lo menos apetitoso, habían tres botellas de dos litros de refresco repartidas a lo largo de la mesa, dos pasteles de zanahoria con cubierta de fresas, puré de papas, arroz con guisantes con picadillo de zanahoria y papa, sopas de verduras y pan acompañado de aceite de oliva para remojar.
Lobo estaba listo para servirse un plato cuando notó como una de las primas de Judy ayudaba a una de las abuelitas a tomar asiento a su lado, llamándole la atención.
— ¿Ella es tu abuela? —preguntó Lobo a su novia en voz baja, viendo a la señora de soslayo.
— Así es —asintió la coneja antes de asomarse para ver a su abuelita, una encantadora coneja de pelaje esponjoso y ojos azules.
— Mire abuelita, nuestra Judy se hizo novia de un lobo —anunció la coneja de blanco mientras guiaba a la coneja mayor frente a la mesa.
— ¿De un bobo? —repitió la abuela con un tono suave e inocente.
El conjunto de hermanos mayores de Judy y varios de sus primos estallaron en risas ante el comentario de la mayor, mientras Lobo bajaba la mirada, sintiéndose avergonzado.
— No. Es lobo, abuelita, lobo —corrigió la conejita de blanco.
— ¿Un loco? —repitió la anciana, notablemente confundida.
— No, abuelita, es un lobo, lo-bo —corrigió Judy con un tono suave pero efusivo, tomando la mano de su novio por debajo de la mesa.
— Es un placer conocerla, señora —saludó Lobo, extendiendo su mano hacia ella, sonriéndole de forma suave, viéndola a los ojos.
La coneja anciana le pellizcó duramente el brazo, jalandole parte de la piel. Lobo liberó un quejido, echándose hacia atrás sumamente confundido, dolido por el apretón.
— ¿¡Pero qué le pasa!? —reclamó Lobo, más preocupado que enojado.
— Estás muy flaco —quejó la coneja de chal rojo mientras lo examinaba, viéndolo de arriba abajo—. Ya no hacen a los lobos como antes. En mis tiempos los lobos median dos metros y eran musculosos...
La mirada de Lobo se perdió en el vacío, dejando de sobarse el pellizco por un momento. Era la primera vez que le decían algo así y se sentía mal, como un fuerte golpe contra su ego.
— Ay, mamá —dijo Bonnie mientras se servía un vaso de refresco—. En tus tiempos todos los depredadores medían dos metros.
— Y las casas costaban mil dólares —reclamó la anciana mientras una de sus nietas le servía un plato para el almuerzo—, lo que daría por volver a esos tiempos... ¡Y tú debes comer más! —regañó por último, pinchando al lobo con su tenedor, haciéndolo sobresaltarse en su lugar.
Judy rió suavemente mientras Lobo arqueaba las cejas preocupado. Primero los hermanitos de su novia lo acechaban, luego lo comparaban con los lobos de hace tres generaciones y ahora lo agredian físicamente ¿Qué otra cosa podría salir mal?
— Entonces, Lobo... ¿Ese es tu nombre real? —preguntó Stu, con su comentario agazapando el resto de las conversaciones que fluían alrededor de la mesa, centrando la atención de todos en el invitado del día.
— Sí... Bueno, no —titubeó Lobo tras servir en su plato un pedazo del puré de papa con la ensalada—, es que...
— Me parece redundante que tu nombre sea el mismo de tu especie —añadió el conejo mayor, ganadose las pequeñas risas de sus hijos más cercanos, a excepción de Judy quien lo vió, haciendo una mueca reproche hacia él.
— Mi nombre real es Louis, Señor —respondió, viéndolo fijamente a los ojos—, pero...
— Louis, seguro... ¿Y a qué te dedicas? —preguntó el conejo, devolviéndole la mirada con una hostilidad extra.
Judy se ahogó con el refresco que estaba bebiendo, golpeándose el pecho de forma desesperada en lo que intentaba recuperar el aire. Lobo se mantuvo calmado y su expresión permaneció imperturbable.
— ¿Por qué el interés, Stu? —preguntó el lobo, antes de llevarse el primer bocado a la boca.
— ¿Por qué el interés? —burló, apoyando ambos codos en la mesa— Por que se supone que vas a casarte con mi hija y si eso pasa tendrás que mantenerla de algún modo.
— ¿Como que si eso pasa? —cuestionó el lobo, dedicándole una mirada afilada a su suegro.
— ¡Heyyy! ¿Si se acuerdan cuando Annie se perdió en Disneyland? —interrumpió Judy, levantándose de golpe de la mesa, sonriendo de forma forzada— ¡Fue una locura, porque-!
— Entenderás que eres un depredador, hijo —respondió Stu, ignorando completamente el comentario de su hija—. Y un depredador jamás seria un buen marido para una presa.
— Vamos por partes —dijo Lobo, sonriendo de forma forzada mientras sentía como los límites de su formalidad se iban fracturando—. ¿Quién dice que no puedo ser un buen marido? ¡¡Obvio que lo seré!!
— No, no puedes serlo —negó el conejo, cruzándose de brazos mientras negaba con la cabeza—. Los lobos como tú deben estar con las lobas, o con las... humanas—añadió, escupiendo la última parte con cierto asco.
— Dulces galletas con queso... —maldijo Judy en voz baja, tomando asiento nuevamente, cubriéndose la cara con las manos.
La situación estaba jodida...
E iba a empeorar.
Lobo liberó una risotada, golpeando la mesa con fuerza, haciendo que todo lo que estase en esta temblara con brutalidad, alarmando a todos los presentes.
— ¿Así que no merezco una coneja? ¿¡No merezco a su hija!? ¡¿Eso es lo que dice?! —exclamó, viéndolo sumamente furioso, sin vacilar en mostrar sus afilados colmillos.
— Loby, Loby basta —susurró Judy, tomándolo del hombro para intentar calmarlo, tensa mientras notaba como sus hermanos se divertían por la situación.
— ¡Precisamente! —exclamó Stu firmemente—. Nuestra hija no es cualquier coneja. Es la más valiente, inteligente y preparada de la familia ¡Y no merece a alguien como tú!
Judy alzó sus orejas, atenta ante las palabras de su padre, siendo la primera vez que lo oía reconocer su valentía y logros, haciéndola tener sentimientos encontrados.
— ¡Claro que merece a alguien como yo! —reclamó Lobo, encimandose sobre la mesa con un aire furioso, con su pelaje erizándose por la ira— ¡Merece a alguien que la admire, que la quiera por lo que es! ¡Que esté ahí para ella cuando gane o cuando pierda, que sepa de sus lados buenos y malos y aún así esté dispuesto a meter las manos al fuego por ella! ¡¡Merece a alguien que vea que es más que una coneja, más que una policía, más que cualquier chica de este mundo!! ¡¡Merece a alguien que la ame sin condiciones y la vea por la Diosa que es, y ese alguien soy yo!! —gritaba, enfatizando cada una de sus palabras con un golpe contra la mesa— ¡¡Y no espero su bendición para casarme con ella, porque lo haré de todas formas!!
Toda la familia se le quedó viendo, boquiabiertos, aterrados por la pasión que desbordaba tras cada palabra que salía de él. Hasta los niños se habían quedado sin palabras y los adolescentes y tíos ebrios se mordían la lengua por miedo a decir cualquier cosa.
Judy no sabía qué decir.
Sus ojos estaban llenos de lágrimas que lentamente iban saliendo, corriendo libremente por sus mejillas. Nunca nadie se había impuesto así ante su padre ¿Era esa una declaración de amor? ¿Era esa la forma en la que siempre había soñado que pidieran su mano?
Una vez que el impulso se desvaneció Lobo volvió a tomar asiento, respirando de forma pesada, con la adrenalina aún corriéndole por el cuerpo.
— Así hablaban los lobos en mis tiempos —comentó la abuelita, llevándose un bocado del almuerzo a la boca con una gran sonrisa.
Lobo notó como su novia lloraba en silencio, haciéndolo sentir culpable. Inclinó sus orejas hacia atrás y con un tono suave comenzó a hablarle, intentando tomar sus manos, rodeándola entre sus brazos, dolido, sintiendo que se había sobrepasado.
Stu y Bonnie se miraron mutuamente, pensativos hasta sonreírse, suspirando en voz baja.
— Pues creo que será la boda más memorable del año —habló Stu, tras un largo silencio—. Apuesto que será noticia...
— ¿Cómo dice? —gruñó Lobo, alzando tediosamente la mirada hacia su suegro, sin separarse de Judy quien también se giró a verlo.
— Digo. No todos los años un lobo y una coneja se casan —explicó, sonriendo de forma ladina—. Me equivoqué, Lobo. Es... probable que sí merezcas a nuestra hija. Tienes nuestra bendición para casarte con ella.
Lobo y Judy abrieron sus ojos de golpe, atónitos por lo que el conejo mayor decía, sintiendo como un gran peso se les quitaba de encima.
Judy saltó fuera de su silla, corriendo hacia su padre, abrazándolo con fuerza mientras lloraba de alegría.
Lobo la dejó ir entre los aplausos de los familiares, sintiéndose en paz por primera vez en todo el día.
— ¡¡¡Tío!!! —gritaron en coro todos los conejitos, echándose sobre el lobo de golpe, tirándolo contra el suelo en un frenesí de abrazo y chillidos.
Los gritos de Lobo fueron ahogados por los alegres chillidos de los conejitos que saltaban sobre él y jalaban sus orejas, nariz y ropa como si fuera una especie de trofeo a dividir, mientras tanto, los adolescentes tomaban fotos y grababan extractos del momento mientras los adultos rodeaban a Judy para felicitarla y hacerle preguntas sobre su compromiso.
El almuerzo acabó exitosamente entre abrazos y promesas por venir, la conejita se despidió de su familia para después correr hacia su novio quien se encontraba cerca de la puerta, despeinado y cansado por lo que había sido lidiar con cincuenta niños que no sabían respetar su espacio personal.
La pareja se fue de la casa durante el ocaso, con la conejita saltando supercontenta a los brazos de su novio, trepandose hábilmente sobre él para plantearle un gran beso en los labios. Lobo correspondió, haciendo lo mejor que podía para sostenerla entre sus brazos, acomodando las piernas de la más joven alrededor de su cintura para sentirla más cerca de él.
— ¡Estuviste fantástico! —exclamó Judy, separándose del lobo para plantar fuertes besos alrededor de la cara de Lobo— ¿Todo lo que dijiste fue en serio? —preguntó, viéndolo a los ojos, perdiéndose en aquellos orbes ámbar que brillaban de forma especial ante los últimos rayos del sol.
— Vino del corazón —profesó, besándola castamente en los labios— y, tal vez... Me inspiré un poco con lo que encontré en tu diario. Solo un poco.
— ¡Lobo! —quejó, dándole un suave golpe en el hombro, sonriéndole de forma incrédula.
— Oh, vamos dulzura ¿En serio me vas a reclamar por hacer tu sueño realidad? —rió, inclinandola hacia abajo para besarla apasionadamente.
Judy correspondió al beso, aprovechando para poner los pies en la tierra y separarse poco a poco.
— Eres un Lobo Travieso —reprochó, dándole un pequeño toque en la nariz.
— Pero soy tu Lobo Travieso ¿No es así? —musitó con una voz ronca, besándola suavemente en la frente mientras posaba sus manos sobre la cintura de la más joven.
Judy se aferró a él, todavía emocionada por el éxito que había sido la reunión con sus padres. Sin duda recordaría para siempre la forma en la que Lobo expresó su amor hacia ella, tan valiente, tan apasionado, tal salvaje...
Tan él.
— Estaba pensando... Ya que estamos en Las Vegas, podríamos aprovechar y recorrer la ciudad —sugirió, recostándose de su auto mientras la veía fijamente.
— ¿De verdad? —Judy alzó una ceja ante su sugerencia, cruzándose de brazos mientras ladeaba su cabeza.
— Jamás he estado aquí —ella soltó una risotada—, es en serio. Me gustaría conocer la ciudad en la que creciste, de verdad.
— ¿Jamás has estado en La Ciudad Del Pecado? ¿Es en serio? —burló ella, abriendo la puerta del copiloto para meterse al auto.
— Lo raro aquí es que tú, una coneja intachable, haya nacido en La Ciudad Del Pecado —respondió el lobo, rodeando el auto para subirse al asiento del conductor—. En serio, nena ¿Las Vegas?
— ¿Te digo un secreto? —preguntó, haciéndole señas con el dedo para que se acercara. Lobo se inclinó hacia ella, atento a lo que pudiera decir— En realidad nací en Texas, pero nos mudamos aquí cuando tenía seis años...
Lobo abrió sus ojos de golpe, sin poder evitar sonreír de oreja a oreja, golpeando el volante con euforia.
— Lo sabía —susurró para sí mismo, encendiendo el auto para ponerlo en marcha fuera del vecindario—. Eres una conejita llena de sorpresas ¿No?
— Tengo mis trucos —admitió, cruzándose de brazos, dirigiendo su vista hacia el camino que había en frente—. Y respecto a ese tour... Supongo que no tenemos prisa para volver.
— Ajá...
— Mañana es domingo... —continuó, enumerando las opciones para quedarse un poco más en la ciudad.
— Sigue —musitó el mayor, haciéndole un ademán con la mano derecha para que continuara hablando, ansioso de ver su veredicto final.
— Y no tenemos planes... —murmuró pensativa, sobando su mentón.
— Exacto —asintió con la cabeza— ¿Qué dices, amor? ¿Nos quedamos?
Judy lo vió de soslayo, sonriendo con malicia, segura de haber tomado una decisión.
— Espero que tengas dinero para quemar, Lobo —advirtió, poniéndose los lentes de sol para resistir los brillantes rayos de sol que pasaban por el parabrisas—, porque no saldremos de aquí en un buen rato.
Lobo aulló en aprobación, pisando el acelerador a fondo para desviarse velozmente hacia el centro de la ciudad, derrapando en cada curva mientras presionaba el claxon para celebrar, siendo acompañado por Judy quien sin poder resistir la emoción comenzó a aullar también, disfrutando del momento como si no hubiera un mañana, subiéndole el volumen a la radio que transmitía el icónico Viva Las Vegas de Elvis Presley, encajando perfectamente con el momento en el que se adentraban al mundo de luces de neón, apuestas, alcohol y azar.
Esta noche sería única...
Y sin duda la recordarían por la resaca que los azotaria al día siguiente de camino a casa, pero esa, esa es otra historia.
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