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Capítulo 23 [ Quiero Otro Año A Tu Lado ]

La fiesta de Año Nuevo había sido una maldita locura.  

Después de que Lobo volviera al hospital —bajo órdenes de Judy— para asegurarse de que el coma no le había dejado alguna secuela recibió atención del mismo doctor que lo había intervenido en la cirugía, mismo que se encargó de hacerle un chequeo exhaustivo para asegurarse de que estaba completamente bien, dejándolo ir bajo ciertas advertencias de tener más cuidado para la próxima, entregándole una receta médica en caso de que presentara algún tipo de dolor o mareos después.

Al salir del hospital se reunió con sus amigos en la guarida, sorprendiéndolos tras disculparse por como se había comportado después de despertar del coma, a fin de cuentas, Lobo siempre había sido más de huir que de pedir perdón, pero eso solo hacia que su disculpa se sintiera más honesta por parte de todos.
Tal vez pasar tanto tiempo con esa coneja policía no había sido tan malo para él después de todo.

Tras el reencuentro la pandilla comenzó a planificar su siguiente fiesta. Ésta vez no irían de viaje al extranjero como solían hacer cada año, tanto por la reciente condición de Lobo como por la repentina desconfianza colectiva hacia los eventos nocturnos en exteriores.
A fin de cuentas nadie quería volver a ir a una fiesta solo para lidiar con el azar de sufrir o no un accidente.

Por esta ocasión harían una fiesta privada, arreglando la guarida para aclimatarla para la siguiente fiesta, reorganizando los tesoros, apilando los lingotes de oro en los rincones, guardando las joyas y monedas de oro en bolsas gruesas al igual que los millones de dólares y euros, dejando solo las obras de arte mientras escondían lo demás en cajas que intentaban mover a zonas donde no pudieran notarse tanto, aprovechando así para limpiar la sala y demás habitaciones del lugar, sorprendiéndose tras encontrar objetos que creían haber perdido hace años atrás.

Después de tener todo listo fue cuestión de tiempo para que Piraña y Tiburón se hicieran cargo de preparar la comida para la velada, mientras Serpiente tenía una videollamada con la chica con la que había salido en la fiesta de Halloween, dejando a Tarántula libre para dar los toques finales en la guarida, decorando los rincones cercanos al techo y ventanas con serpentinas de dorado y globos que daban la bienvenida al año siguiente.
Lobo observaba todo con cierto orgullo, sin poder evitar pensar en su novia y en lo perfecto que sería todo si pudiera venir.

Casi como si hubiera sido una obra del destino Judy le escribió, preguntándole si tenía algún plan para la noche de año nuevo, a lo que Lobo sin dudar la invitó a pasarlo con él, avisándole que a diferencia del año pasado no iría de viaje a ningún lado por lo que podrían pasarla bien.
Judy aceptó su invitación y fue cuestión de tiempo el esperar hasta verla llegar.

La tierna coneja de pelaje plateado y orbes amatistas llegó vistiendo un vestido escotado de dorado con un cinturón blanco y tacones semitransparentes, con una gran botella de vino dulce entre sus manos como un pequeño regalo para su anfitrión.

Lobo para entonces recién había terminado de vestirse con un traje elegante de dos piezas azul marino con corbata dorada, viéndola tras salir al pasillo, saludando animadamente al resto de la pandilla, tan linda, tan educada, tan radiante como siempre.

Fue inevitable el no atraparla entre sus brazos desde atrás, sorprendiéndola en un torbellino de besos que iban desde sus mejillas hasta sus hombros y cuello. La coneja sonrió juguetona y correspondió a su cariño tras girarse hacia él, besándolo en los labios, igual de contenta por verlo otra vez.

Media hora más tarde todo el grupo estaba listo para celebrar, con la radio encendida para estar al pendiente de la cuenta regresiva, asomándose constantemente por las ventanas para disfrutar de la sinfonía citadina que, por esta ocasión, constaba de gritos de dicha, música alta y ecos de fuegos artificiales que sonaban muy a lo lejos. La euforia en el ambiente era electrizante, no había edificio que en si no vibrara bajo la ilusión del nuevo año a horas de llegar.

Mientras la tierna pareja bailaba animadamente ante las canciones que la emisora presentaba antes de la cuenta regresiva para la media noche poco o nada les importaba saber dónde podrían estar Diane o Nick, jurando e hiperjurando que la gobernadora estaría reunida con sus familiares y que el policía estaría celebrando en la comisaría junto a sus compañeros de turno, sin imaginar que realmente ambos zorros estarían conviviendo incómodamente en uno de los bares del centro de la ciudad en una coincidencia aborrecible, bebiendo a fondo blanco vaso tras vaso de whisky como si eso les ayudara en algo ante el hecho de que las personas de quienes estaban enamorados estaban en brazos de sus peores rivales.
Nick miraba de soslayo a la Gobernadora, incómodo por el doble secreto que guardaba de ella, siendo uno el de su alter-ego como una ex-ladrona reconocida y el otro la forma en la que había logrado acceder a esa información. No conforme a haber tenido su primera vez con ella también había sido su peor noche por mucho. Diane por otro lado no parecía verse incómoda a su lado ni mostrar una pizca de arrepentimiento por lo que habían hecho con tal de que él supiera quién era ella realmente, a este punto solo podía lamentarse no haber hecho más para que Lobo la hubiera elegido a ella por encima de Judy.

Una tregua entre miserias compartidas era lo único que calmaba la noche para aquel par de desdichados zorros.

Una vez que comenzó la cuenta atrás para recibir el año nuevo todos en la guarida se juntaron junto a la radio, siguiendo el conteo hasta el final, estallando en gritos y victoreos en sincronía con los fuegos artificiales que estallaron velozmente a un par de calles, tiñendo el cielo de vibrantes colores y detonaciones que competian para callar los gritos de júbilo que se escuchaban desde todos los edificios.

Mientras la pandilla se abrazaba, saltando felices por llegar vivos a otro año, la pareja se besó apasionadamente, invadidos por la emoción de vivir su primer año nuevo juntos, impactados por todo lo que habían tenido que vivir ese año, impacientes por las sorpresas que el siguiente pudiera tener para ellos.

Durante el resto de la noche bailaron y cantaron como si no hubiera un mañana, bebiendo litro tras litro de alcohol hasta no poder más, perdiéndose a sí mismos entre las risas y el buen humor de la convivencia hasta no poder más.

Al amanecer siguiente todo estuvo en silencio, al igual que el resto de la ciudad.

La guarida estaba hecha un desastre.
Habían botellas de vino vacías rodando por los rincones, rastros de serpentinas y confeti regados en la sala, cocina y pasillos, con las estatuas de mármol portando gorritos de fiesta y lentes de sol que les habían puesto en algún momento de la noche anterior, con migajas de pastel y dulces regados en cada esquina, mezclados entre los pedazos de vidrios rotos producto de las copas que en algún momento se rompieron sin querer.

Nadie fue capaz de despertar a tiempo. El amanecer del primero de enero pasó sin pena ni gloria y mientras algunos se levantaban con un dolor que les calaba hasta el alma otros simplemente no se movían, invadidos por un cansancio irreal que los mantenía cautivos en los rincones de sus camas o sofás.
La noche de excesos nacional que traía como consecuencia el amanecer más molesto de todo el año.

Lobo apenas pudo ser capaz de despertar a las seis de la tarde, abriendo sus ojos lentamente ante los rayos del sol que se iban ocultando tras el horizonte, bañando con su luz dorada toda su habitación, cegandolo momentáneamente.

Se rodó a un lado y grande fue su sorpresa al encontrar a su novia dormida plácidamente entre sus sábanas, aún vestida con el vestido de la velada anterior, notando como sus tacones estaban tirados a un metro o dos de la cama. Sonrió dulcemente, acurrucandose entre las almohadas en lo que se acomodaba en un ángulo diferente para verla mejor.
Ella siempre se veía hermosa, sin importar la posición, la ropa, la ocasión o la hora, siempre se veía perfecta.

Aquel lobo apenas podía recordar lo vivido la noche anterior.
Recordaba la música cortesía de Tarántula y Piraña, los bailes con su novia y las peleas entre Tiburón y Serpiente. Recordaba haber tomado una gran cantidad de fotos al lado de Judy, como recordaba haber grabado parte de los fuegos artificiales y peleas entre sus amigos, solo para tener con qué molestarlos en caso de que dijeran que algo así no habría pasado.

Lobo posó cuidadosamente una de sus manos sobre las mejillas de Judy, jadeando en silencio tras notar lo mucho que le costaba mover sus brazos y cuerpo, sin duda beber tanto alcohol no había sido la idea más inteligente, pero si había algo que sabía hacer bien era encontrarle lo bueno a cada consecuencia de sus actos y esta no sería la excepción.

Lentamente se pegó más al cuerpo de Judy, sirviéndole de escudo para cubrirla de los invasivos rayos del atardecer que se colaban por la ventana de su habitación, utilizando sus pocas fuerzas para quedarse en una postura cómoda donde pudiera sentirla completamente a su lado, escuchando su respiración suave, percibiendo su tierno aroma, notando el calor de su cuerpo contra el suyo entre la ropa.
Podía tener una resaca de los mil demonios destrozandolo desde adentro, pero se necesitaría mucho más que eso para poder robarle la alegría que le daba estar junto a su novia.

La joven coneja bostezó, parpadeando varias veces, siseando en voz baja tras notar la pesadez que sentía en todo su cuerpo, apenas logrando moverse para estirar sus brazos.

— Buenos días —saludó dulcemente el lobo con una sonrisa serena pese al dolor que sentía en todo el cuerpo—, o debería decir... Buenas tardes —burló, ensanchando aún más su sonrisa.

— Siento que me caí por las escaleras —murmuró la coneja mientras miraba fijamente al techo.

— Y yo —rió el lobo, haciendo que la más pequeña sonriera también—, pero no me arrepiento de nada...

Judy se giró para verlo de medio lado, dudando si dormir un poco más o si levantarse directamente para irse a su casa.
Sintió la calida mano de Lobo sobre su mejilla, sobandola suavemente mientras este le sonreía amigablemente, pensando en todo y en nada, perdido en sus hermosos y grandes ojos, aún cuando estaban nublados por el cansancio brillaban como dos faros en la oscuridad de su retorcida alma y eso le fascinaba.

— ¿Qué pediste anoche? —preguntó Judy en voz baja— Tu deseo de año nuevo ¿Cuál fue?

— Mi deseo... —repitió Lobo lentamente, cerrando los ojos mientras intentaba pensar— Yo deseé pasar otro año contigo.

— Ay, Lobo...

— Es la verdad. Quiero otro año contigo, princesa —afirmó con seguridad, rodeándola lentamente entre sus brazos, acurrucandose contra ella mientras agitaba su cola de lado a lado—. No quiero dinero, ni viajes, ni fama... Solo te quiero a ti.

Judy correspondió lentamente al abrazo, agitando por igual su rabito ante la felicidad que le daba escuchar su confesión.

— Ahora me siento estúpida por haber deseado un ascenso en mi trabajo —murmuró ella con cierta vergüenza, inclinando sus orejas hacia abajo, acurrucada contra el pecho del más alto.

Lobo rió suavemente, sobando la cabeza de su novia mientras se relajaba un poco, sobrellevando las oleadas de dolor por la resaca.

— Eso es importante también —accedió Lobo, dejándole un suave beso en la frente—. Creo que tú deseo si se puede cumplir.

— Igual que el tuyo —respondió Judy, alzando su mirada hacia él, atrapando sus labios en un dulce beso.

El lobo correspondió dulcemente, cerrando los ojos mientras se dejaba guiar por ella, reposando sus manos sobre su cintura, demasiado cansado para dominarla por hoy.

— ¿Ya viste el atardecer? —preguntó Judy, tras asomarse ligeramente por encima de la sombra del lobo, esforzándose para sentarse en la cama para verlo mejor, acostumbrando su vista ante el brillo dorado que se colaba tras las ventanas.

— Sí... Está lindo ¿No? El primero del año —respondió Lobo, siguiendo su mirada hacia la misma puesta de sol.

— El primero de muchos otros —susurró suavemente la coneja, robándole un beso nuevamente.

El Lobo no se resistió, correspondiendo dulcemente a ella, abrazándola contra su cuerpo para volver a acostarla sobre la cama, dejándose llevar mientras degustaba la dulzura en sus labios, mientras la coneja hundía sus manos sobre el pelaje del mayor, atrayendolo más a ella.

Poco a poco, entre suaves besos la pareja se quedó dormida nuevamente, alargando su descanso hasta el fin del ocaso, sin pena ni culpa por haber desperdiciado un día completo durmiendo, serenos de haberse tomado un descanso tras la extenuante noche de fiesta y descontrol, seguros de que al amanecer siguiente estarían con más energía y disposición para el nuevo año...
A no ser que decidieran volver a pasar todo el día en la cama, solo para asegurarse de poder descansar correctamente. Era una posibilidad al fin y al cabo.

Solo el tiempo diría qué pasaría de ahora en adelante.

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