— ¿Sabías que los lobos tienen la cabeza vacía? —comentó Nick animadamente mientras mantenía la vista al frente.
— Sí —suspiró Judy, con los brazos cruzados, sentada al lado de él en el asiento del copiloto de la patrulla—, llevas al menos tres años diciéndolo...
— Es que es un hecho, uno muy divertido —respondió con su sonrisa ensanchandose ante el orgullo que le daba no ser un lobo.
La joven coneja suspiró nuevamente, recostando su cabeza en la ventana de su asiento, distraída en sus propios pensamientos.
Aquel día había sido difícil, rudo, malo, de los peores en toda su trayectoria.
La cantidad de papeleo atrasado que había tenido que actualizar, las dos persecuciones a un par de criminales nuevos en la ciudad, las llamadas de broma para las que fue un blanco fácil y, como si no fuera suficiente, el regaño que la Jefa Luggins le había hecho frente a todos había sido de lo más humillante.
Nick había estado ahí, en cada momento de su terrible día y, como siempre, hizo todo a su alcance para ayudarla. Trabajó codo a codo con ella para terminar el papeleo, cubrió sus espaldas durante la captura de los dos criminales a lo largo del día, replicó y devolvió astutamente las bromas a los vagos que la habían llamado y, como si no fuera suficiente, abogó por ella frente a la Jefa Luggins, sin importarle quedar mal frente a esta con tal de defender a su amada, restregándole en la cara a su jefa lo bien que Judy hacía su trabajo y como debería ser más respetuosa hacia ella.
Grandes y pequeños actos que formaban la diferencia en un día sombrío, siendo esa la principal razón por la que Judy lo tenía como pareja en la estación y mejor amigo en la vida.
Aún así, pese a todo lo que él había hecho y seguiría haciendo por ella; no era suficiente para hacerla sentir mejor.
— Entonces... ¿Quieres ir a cenar? —preguntó el zorro, dedicándole una mirada rápida antes de detenerse frente al señalamiento en rojo.
— No tengo hambre —respondió la coneja a secas, taciturna, perdida en las luces brillantes que destacaban entre la oscuridad que comenzaba a acentuarse sobre la ciudad.
— ¿Estás segura? Apenas comiste una ensalada en el almuerzo y...
— Nick. Basta, por favor. No tengo hambre —añadió ella, elevando ligeramente el tono de su voz mientras le hacía un gesto para que se callara.
Nick se mantuvo callado, devolviendo la vista al frente mientras suspiraba en voz baja.
No podía culparla por estar a la defensiva, a fin de cuentas él también tenía sus días malos y no por eso ella se lo tomaba personal. Aún así no quería dejarla así como así, quería seguir insistiendo hasta sacarle una sonrisa como mínimo.
La luz volvió a ser verde y el vehículo aceleró suavemente por el resto del recorrido a lo largo de la calle, en un incómodo silencio mientras ambos miraban hacia adelante.
Nick se mordió la lengua, pensando en algún tema de conversación. Recordó que hace menos de una semana ella se había tomado un día entero fuera de la comisaría para celebrar el cumpleaños del baboso de Lobo, ah sí, ese delincuente que se dedicaba a acapararla día y noche, alejandola de él como solo un rufián podría hacerlo.
Poco o nada le costaba hablarle a los padres de Judy para avisarles de este amorío salvaje que su hija estaba teniendo y siempre se veía como un gran plan hasta que recordaba que el denunciar a un depredador saliendo con una presa sería contraproducente cuando él era un depredador que buscaba salir con esa misma presa.
De cualquier forma Nick había visto las fotos del cumpleaños desde el perfil de Judy, había visto la reunión en la playa y la fiesta en la guarida de Lobo, alarmandose ante la cantidad obscena de dinero y objetos de arte valioso que aparecían en el fondo ante ciertos ángulos ¿Cómo podría competir contra eso? En su departamento con suerte tenía un sofá, una cama y una mesa con un televisor y este tipo tenía medio Louvre en su sala de estar.
Aún así no podía rendirse.
Sí, sabía que tenían planes de casarse. Sí, sabía que Judy ya tenía un anillo de compromiso.
Sí, sabía que ya llevaban casi dos años saliendo. Y sí, recientemente había descubierto que el maldito de Lobo vivía mejor de lo que pensaba. Pero nada de eso lo iba a disuadir, debía seguir luchando por Judy hasta hacerla suya o morir en el intento.
A fin de cuentas ¿Qué clase de depredador sería si no perseguía a su presa hasta alcanzarla?
Nick miró a Judy de soslayo, sonriendo suavemente ante lo linda que se veía aún cuando estaba cansada. Era algo único en ella, a diferencia de otras mujeres que dan la impresión de estar desaliñadas y hechas, en sí, un desastre de ira y nervios, ella se veía tan natural, alerta y serena a la vez, una visión fuerte y atractiva a sus ojos...
O quizás solo era su corazón hablando para alimentar aún más su prohibida pasión, todo era posible.
Pasados los minutos el zorro entró a una zona de departamentos, estacionandose frente a la entrada de uno, sintiendo la típica tristeza que siempre lo invadía al final de cada día, a la hora de despedirse de quien más amaba.
— Ten buena noche, Zanahorias —despidió, mientras Judy se bajaba de la patrulla.
— Igualmente, Nick —respondió ella, cerrando la puerta para rodear el vehículo y caminar al vestíbulo del edificio.
— ¡Si necesitas algo puedes llamarme! —exclamó Nick tras darse prisa en bajar la ventana de su asiento, sin quitarle los ojos de encima.
La coneja se detuvo en sus pasos, girándose para asentirle con la cabeza, sonriéndole con cierta calidez antes de reanudar su andar e ingresar en su edificio.
Nick suspiró, inclinando sus orejas hacia abajo, frustrado de cierta forma. Volvió a encender la patrulla y silenciosamente se alejó de ahí para devolver el auto a la comisaría y después de eso ir a su hogar.
Tiempo más tarde Judy entró en su departamento, un lugar modesto pero cómodo de una sola habitación en un piso catorce, con paredes pintadas de lila y suelos de madera, con un gran balcón que daba una vista agradable hacia el resto de la ciudad.
Suspiró agotada y encendió las luces, dejando su teléfono sobre la barra de la cocina, pensando en todo y en nada mientras se quitaba el uniforme frente a su armario, acomodandolo como lo hacía rutinariamente en uno de los ganchos de ropa antes de guardarlo junto a sus otras prendas, dando un par de pasos hacia su cama de sábanas blancas con almohadas púrpuras y cojines de flores.
Sus orejas estaban agachadas y por primera vez en años se sentía débil, como si el mundo fuera más fuerte que ella, como si no valiera la pena el hacer todo lo que hacía, sintiéndose mal pese a hacer todo bien.
Su teléfono comenzó a sonar bajo el tono de llamada predeterminado, alarmandola por un instante. Miró hacia la barra de la cocina y más que sentirse emocionada sintió una oleada de fastidio.
Se levantó con lentitud de la cama y caminó con pasos pesados hacia su teléfono, tomándolo para atender la llamada, dejándolo en altavoz para no tener que usar las manos, dejándolo sobre la barra de la cocina.
— ¡Hey, amor! —saludó animadamente la inconfundible voz de su novio al otro lado de la línea— ¿Cómo te fue hoy? ¿Atrapaste a muchos chicos malos, o fue uno de esos días tranquilos donde solo pudiste pensar en mí?
Judy rodó los ojos, sintiendo un ligero calor apoderarse de sus mejillas ante un inminente sonrojo por las tontas palabras que salían de la boca de su novio.
— Hola... Todo a estado bien —respondió Judy vagamente, tomando asiento sobre el taburete frente a la barra de la cocina—. Gracias por preguntar...
Lobo arqueó la ceja ante su respuesta. Conocía muy bien a su chica y bien sabía que cuando hablaba de esa forma era porque definitivamente algo no estaba bien.
Miró al resto de su equipo en el auto, sosteniendo el teléfono contra su oreja mientras continuaba conduciendo con una mano, dividiendo ágilmente su concentración, sin importarle el riesgo.
— ¿Todo bien? —preguntó Lobo con una voz ligeramente más preocupada— Recuerda, amor. Somos un equipo... tus problemas son mis problemas —añadió, haciendo una pequeña pausa antes de continuar— ¿Qué fue lo que pasó?
Judy mantuvo silencio, con sus brazos cruzados sobre la encimera en lo que sus ojos se llenaban de lágrimas, mismas que dejaba salir en silencio. Odiaba llorar, en verdad odiaba hacerlo, pero no tenía elección en este momento. Debía desahogarse de alguna forma.
— ¿Puedes venir? —preguntó ella con una voz quebrada por el nudo en su garganta que atentaba con ahogarla— Por favor...
— De inmediato. Voy para allá —respondió Lobo sin esperar a que dijera algo más.
Colgó la llamada y aceleró peligrosamente por la calle, doblando agresivamente en una esquina bajo el terror de sus compañeros quienes gritaron alarmados tras el cambio de ritmo.
— ¡¡Compadre!! —gritó Piraña tras estrellarse contra la puerta de los asientos de atrás— ¡¡Ya bajale!!
— ¡Mi novia me necesita! —excusó Lobo, maniobrando ágilmente frente al volante para evadir los autos que se metían en el camino, sin prestar atención a las señales de alto, provocando gritos de espanto por parte de los peatones y golpes de claxon por parte de los otros conductores que lo veían ir a toda velocidad.
— ¿¡Es una broma!? —reclamó Serpiente mientras se volteaba a verlo con un semblante enfadado, enroscado en su asiento mientras sobrellevaba los mareos lo mejor que podía.
— ¡¡Pero la misión!! —chilló Tarántula mientras agitaba sus brazos hacia su líder, preocupada.
— ¡El Parlamento no va a ir a ningún lado, ésto es más importante! —reprochó, pisando el acelerador con mayor fuerza, derrapando en una curva.
Todos en el auto gritaron bajo el espanto de ver a un par de autos rozar con ellos, pálidos por el susto de casi estrellarse mientras Lobo mantenía la mente en una sola cosa: Judy.
Debía llegar cuanto antes y estar a su lado, sabía que no estaba bien, sabía que su pequeña conejita lo necesitaba y no iba a fallarle.
— ¡Diane nos va a matar! —sollozó Tiburón mientras clavaba sus manos a los respaldos del asiento, temblando— ¡¡Ella planeó esta misión por semanas para nosotros, Lobo!!
— ¡A la mierda con Diane y su plan! —espetó Lobo, dejando una estela de humo tras la fricción de las ruedas contra el asfalto— ¡¡Ésto es más importante!!
El líder de Los Tipos Malos no tenía mente para atender las quejas de su equipo. Entendía que para ellos esta misión podría ser importante, pero para él era igual de importante estar con su novia en lo que parecía ser una emergencia de último momento.
En menos tiempo del esperado Lobo ya había llegado a la zona de departamentos donde vivía Judy, dejando el aire acondicionado del auto encendido tras salir apresuradamente del auto, con sus amigos gritándole de todo mientras lo veían meterse dentro del edificio.
Pasó velozmente por la recepción, tomó el elevador y tras espantar involuntariamente a todos los que iban bajando subió hacia el piso de Judy, corriendo por los pasillos hasta dar con su departamento, golpeando repetidas veces la puerta en búsqueda su permiso para entrar.
Judy, quien durante todo ese tiempo se la había pasado llorando en silencio se sobresaltó tras escuchar los golpes de Lobo contra su puerta. Confundida se acercó cautelosamente para abrirle, alzando su mirada hacia sus ojos ámbar.
— Ya vine —musitó Lobo con una pequeña sonrisa mientras entraba al departamento—. ¿Estás bien? ¿Te hicieron algo en el trabajo? ¿Estás herida? —preguntó, inclinándose hacia ella mientras examinaba su rostro, brazos y torso, buscando alguna señal de agresión o daño en ella.
Judy se lanzó hacia sus brazos, aferrándose a él mientras liberaba un suave sollozo contra su hombro, temblando mientras clavaba sus dedos sobre la tela de su traje blanco de siempre.
Lobo se quedó quieto por un momento, correspondiendo lentamente mientras cerraba la puerta, empujándola con el pie para no separarse del abrazo, acurrucando a su novia contra él, paciente en todo sentido.
— Oh, pequeña... —susurró cariñosamente el lobo, sobando cuidadosamente su espalda mientras la mecía cuidadosamente de lado a lado— ¿Qué pasó?
— Tuve un mal día —respondió la coneja entre sollozos, con sus ojos cristalizados por tanto llorar—. La Jefa Luggins me regañó frente a toda la comisaría...
Lobo alzó sus orejas, atento mientras una mueca de disgusto se marcaba en su semblante. ¿Así que la pelirroja que se la pasaba pisándole los talones se había metido con su novia? Ésto ya era personal, nadie podía meterse con su rayo de sol y creer que no habrían consecuencias después.
Ya pronto se le ocurriría algo para devolverle el favor... Hasta entonces debía enfocarse en el presente, en estar aquí para Judy y hacerla sentir mejor.
— ¿Y nadie te defendió? —preguntó Lobo, separándose lo suficiente para verla a los ojos, secando con cuidado las lágrimas que seguían cayendo por sus ojos.
— Nick... Él abogó por mí, pero ella siguió regañandome —respondió Judy, agitando ligeramente su pequeña nariz mientras miraba hacia abajo, con grandes lágrimas aún brotando de sus ojos—. No es justo... ¡Yo soy quien más se esfuerza en ese lugar! ¡No entiendo porqué me odia tanto!
Lobo la escuchaba atentamente, secando cada lágrima que caía, permitiéndole gritar y desahogarse todo lo que ella quisiera, entregándole todo su tiempo como si ella fuera lo único en su vida.
En su interior ya tramaba una teoría sobre el porqué la repentina actitud negativa que tenía la jefa de la comisaría con su novia. ¿No era obvio? Si esa tipa sabía que Judy, su mejor Oficial, era pareja suya era indudable que haría lo que fuera para hacerla sentir mal. La loca estaba obsesionada con él y es probable que no disfrutara sabiendo que había enamorado a alguien de su estación.
En efecto, no era justo que el desdén que tenía por él se transmitiera ahora a su dulce novia, pero no era un problema para morirse, técnicamente ya sabía qué hacer para ponerla en su lugar de una buena vez gracias a ésto.
— ¿¡Acaso estoy haciendo algo mal!? —exclamó Judy con una voz quebrada mientras jalaba inconscientemente la camisa del más alto— ¡¿Acaso soy yo el problema?!
— No eres el problema, amor —aseguró Lobo con una voz suave, tomándola de las mejillas, alzando su rostro para que pudiera verlo—, eres la mejor en tu trabajo, excelente... Esa mujer solo está celosa porque haces más que lo que ella hará en toda su vida —aseguró, guiñandole el ojo de forma juguetona, tomando sus manos para así entrelazarlas con las suyas—. Te prometo que ésto pasará...
— ¿Y si mañana vuelve a regañarme frente a todos? —dudó ella, encogiéndose de hombros, aferrándose a sus manos casi por instinto.
Lobo sintió una punzada en su corazón tras distinguir el miedo y enojo tras esos delicados ojos de amatista, no podia tolerar ver a su Diosa radiante sufrir así, no cuando su verdadera naturaleza era implacable, vivaz y sobretodo radiante.
— Si eso pasa me encargaré personalmente de ella —prometió, acunando su rostro para acercar sus labios a su frente—. Solo bastará que me llames, o me envíes un mensaje y llegaré directamente a ponerla en su lugar.
Judy abrió sus ojos de golpe. La seriedad en las palabras de Lobo eran algo que no habría esperado en esta situación, no sabía a qué podría referirse, no sentía curiosidad pero sí un poco de miedo. Conocía su historial de memoria y bien sabía que no había ningún cargo conocido por homicidio y no quería bajo ningún término que este fuera el primero.
Lobo también se encontraba sorprendido de sí mismo. Ni en sus más locos sueños habría creído que llegaría a este punto, dispuesto a ayudar a una policía menospreciada en su comisaría, pero ahí estaba, ofreciendo sus caóticos dones para proteger a su pareja en caso de ser necesario, a fin de cuentas amaba hacer el trabajo sucio y si era por ella mejor aún.
— ¿Mejor? —preguntó el lobo tras notar como su dulce conejita dejaba de llorar.
— Un poco... —susurró la coneja, con un fuerte rubor apoderándose de sus mejillas, elevando su mirada hacia la de él— Gracias... Por venir con tan poco tiempo.
— No fue nada —susurró, besándola dulcemente en los labios.
Judy correspondió al beso, cerrando los ojos, disfrutando de esa sensación de la que no podía cansarse, dejándose llevar, sintiendo como sus preocupaciones fluían lejos de su mente, en una ola de nuevas emociones.
Por primera vez en todo el día se sintió relajada, como si pudiera tener un respiro de su propia vida, retomando el control de sus experiencias, sintiéndose bien.
Al separarse del beso el lobezno jadeó suavemente, viéndola fijamente a los ojos, sin separarse todavía de ese dulce abrazo que habían mantenido por quien sabe cuánto tiempo.
— Lamento no poder quedarme más tiempo, preciosa —susurró suavemente contra los labios de la más joven, destilando un deseo notable por quedarse a su lado—, pero debo irme... y tú debes descansar.
— Está bien... ¿Pero podemos tener una cita mañana? —preguntó ella con cierta cautela, apoyando sus manos sobre el pecho del más alto.
— Por supuesto —accedió, sonriéndole juguetonamente mientras la alzaba entre sus brazos, pegándola más a él mientras caminaba hacia la cama de la más joven—, igual ya nos hacía falta ¿No crees?
Judy rió suavemente, besándolo cariñosamente en la mejilla antes de ser soltada sobre el colchón de su cama, viéndolo alejarse con una suave sonrisa.
Lobo se detuvo por un breve momento antes de mirar a su alrededor, admirando silenciosamente lo pequeño que era el departamento en comparación a su guarida, recorriendo con su mirada como la cama a la par del ventanal con salida al balcón daba con la televisión a un par de metros sobre la pequeña biblioteca con un par de conejitos de peluche apretujados en una vasta colección de libros, contrastando con el armario empotrado a la par de la puerta del cuarto baño y la cocina modesta a dos pasos de la entrada.
Más allá de sentir la inherente necesidad de darle a su Diosa un lugar mejor para vivir estaba también ese capricho de querer pasar el resto de la noche a su lado, pero no podía... Ahora que la había ayudado a sentirse mejor después de su mal día debía cumplirle a su equipo por el compromiso inicial de la noche.
— Cualquier cosa me llamas —despidió el lobo mientras caminaba hacia la puerta—, te amo.
— Yo también te amo —respondió la coneja mientras lo veía marcharse, sonriéndole en la distancia—. Cuidate mucho... ¡No te metas en problemas!
— No prometo nada —musitó burlonamente antes de salir del departamento, guiñandole el ojo antes de cerrar la puerta.
Lobo suspiró, recargandose de la puerta del departamento del cual recién había salido, sin poder evitar sonreír de forma embelesada por el simple hecho de haberla visto hoy.
Caminó rápidamente por el resto del pasillo, tomando el ascensor para llegar a la planta baja y así correr hacia su auto donde su equipo lo había estado esperando de mala gana.
— ¡¡Hey, hey!! ¿¡Qué estaban haciendo!? —quejó, tras ver cómo Piraña volvía rápidamente al asiento de atrás mientras Tarántula escondía un dispositivo tras su espalda.
— ¡Te tardaste una hora, viejo! —respondió Tiburón mismo mientras Lobo se subía al auto, indignado.
— ¡Estábamos intentando cruzar los cables para ir y hacer el trabajo! —añadió Piraña mientras se asomaba desde el asiento de atrás.
— ¿Cruzar los...? —Lobo liberó un gruñido histérico, golpeándose la frente contra el volante, haciendo que todo el auto temblara— ¡¿En serio creyeron que iba a funcionar?! —reclamó, encendiendo los motores de golpe.
El vehículo liberó un chirrido de espanto al momento de acelerar lejos de ahí en un torbellino de discusiones, donde Lobo le reclamaba a sus amigos por el intento deliberado de casi dañar su auto mientras estos le reclamaban el haberse tardado en volver, criticandole cientos de aspectos más que no venían al caso.
Mientras tanto, Judy se había asomado a su balcón para ver a su novio irse, riendo suavemente ante el eco de las quejas que llegaban hasta ella, siendo lo que elevaría más su humor por el resto de la noche.
En verdad amaba a ese Lobo Dramático.
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