
Capítulo 15 [ ¿Lobo, Estás? ]
— ¿Ésto es por lo que te hice en Rusia, verdad? —preguntó el líder de Los Tipos Malos mientras seguía a su mejor amigo entre los pasillos oscuros con flashes de luces rojas.
— Tal vez —rió Serpiente mientras se giraba a verlo con una sonrisa burlona, serpenteando ágilmente entre las personas que bailaban y hablaban animadamente.
— ¡¡Ya me disculpé por eso!! ¿¡Cuál es la necesidad!? —quejó, empujando de golpe a un grupo que se había entrometido en su camino— ¡¿Tienes idea de lo penoso que es ir a una fiesta de Halloween sin disfraz?!
— Relájate, tú ya viniste de ti mismo —rió el reptil, abriendo ante él la sala principal donde se encontraban el resto de las personas.
El panorama se amplió salvajemente en un estallido de risas y gritos que resonaban entre la música de vibras esotéricas y macabras, con todos los invitados disfrazados de monstruos y sus variantes, bailando apretujados mientras algunos saqueaban las reservas de vino de la mesa de comida, pasando desapercibidos entre los breves instantes que duraban los flashes de rojo y blanco, destacando como fugaces relámpagos en la oscuridad, con la decoración de Halloween anexada a las paredes de tapiz negro entre telarañas de algodón y animatronicos anclados al suelo que rugian o se movían agresivamente ante el más mínimo movimiento cerca de ellos.
Lobo inclinó sus orejas de golpe, quedándose sin aliento ante la fiesta que lo espera tras aquellas grandes puertas que le daban la bienvenida con un séquito de fantasmas con rostros atormentados, pintados con colores fluorescentes que destellaban ante las breves sombras de luz al ritmo de la música.
Se sentía nostálgico ya que de joven solía asistir a fiestas así todo el tiempo a espaldas de sus padres.
— ¿Y tú de qué viniste? —preguntó Lobo finalmente, girándose para ver a su amigo, cruzándose de brazos.
— Romeo ¿No es obvio? —respondió Serpiente como si fuera lo más obvio del mundo, apuntando a su sombrero de noble renacentista y a su chaleco azul con mangas blancas vacias— Tengo una Julieta esperándome cerca...
— Vaya, vaya, vaya, miren a Don Secretos de vuelta a las andadas —burló entre suaves risas mientras el reptil rodaba los ojos— ¿Todo bien, viejito? ¿O necesitas consejos del maestro?
— Creo que estaré bien. De todas formas tendrás la noche ocupada ya que te conseguí una cita —respondió el mayor, tras desplazarse lentamente a un lado.
Lobo arqueó una ceja, sin comprender a lo que se refería hasta que sus orejas se tensaron tras oír una voz familiar.
Alzó su mirada hacia el frente, buscando entre el mar de gente el origen de aquella voz angelical que lograba resonar aún entre el estruendo de la música, encontrándolo en su dulce, perfecta y única conejita de ojos violetas y sonrisa encantadora, misma que corría hacia él, vistiendo una falda carmesí bajo un corsé negro sobre una blusa blanca escotada con mangas cortas, portando un par de zapatillas negras con una gran capa roja.
— ¡¡Lobo!! ¡¡Lobo!! —exclamaba ella con una gran sonrisa, corriendo hacia él con los brazos abiertos— ¡Sí viniste!
Judy lo atrapó entre sus brazos, con Lobo quedándose rígido ante su inesperado encuentro, sumido en un shock que le impedía actuar correctamente.
No esperaba esto, no esperaba verla hoy, así, frente a él...
Para cuando se dió cuenta Serpiente ya se había ido, cerrando las puertas detrás de él, dejándolo a merced de la pequeña conejita que parecía haber tomado la delantera de esa noche.
— ¿No me reconoces? ¡Soy yo! —sonrió Judy mientras se quitaba la capucha carmesí, revelando de mejor forma su rostro dulcemente iluminado por su sonrisa— ¡Tu Judy!
El corazón de Lobo palpitó fuertemente tras escucharla decir eso.
Su Judy... Le gustaba como sonaba eso.
— Sí... ¡Sí, eres tú! —exclamó Lobo tras volver en sí, escapando del trance que lo había inmovilizado previamente, rodeándola entre sus brazos, levantándola a centímetros del suelo para hacerla girar con él en un frenesí de sonrisas— ¿Pero cómo? Creía que no te vería hasta la próxima semana... ¿No tenías turno en la estación?
— Hubo un cambio de última hora —explicó ella mientras Lobo la bajaba lentamente al suelo— ¡Y eso es bueno! ¿No?
Lobo divagó brevemente, acentuando su agarre sobre la cintura de la más joven mientras veía de soslayo hacia la nada, probablemente Serpiente se enteró de ese cambio antes que él y le tendió esta cita...
No se quejaba, pero vaya que odiaba que fuera él quien se enterase antes de los temas de su chica.
— Sí... Es algo muy bueno —asintió, deslizando suavemente sus manos para entrelazarlas con las de Judy, sonriéndole dulcemente antes de besar su frente—, por cierto, lindo disfraz...
— ¿Te gusta? —preguntó ella, encogiéndose de hombros de forma tímida— Me lo prestó una de mis hermanas... Era lo único que conseguí de un momento a otro.
— Te ves fantástica, princesa —ronroneó él contra su oreja, con su cálido aliento haciéndole cosquillas—. Deberías preguntarle a tu hermana si puedes quedartelo...
La coneja sintió un fuerte calor cubrirle las mejillas, haciendo que su corazón se acelarase más tras notar la cercanía del lobo hacia ella, logrando percibir su aroma, una mezcla agradable entre aire de playa y cuero, haciéndola sonreír de forma inconsciente.
— ¿Y tú? —preguntó ella, alzando su mirada hacia él, dando con esos profundos ojos de ámbar que brillaban ante el reflejo de las luces— ¿De qué viniste? ¿Pirata...? ¿Rebelde...? ¿Asesino...? —cuestionaba mientras se fijaba en sus botas negras y pantalones marrón oscuro, subiendo hasta su camiseta blanca manga larga desabrochada hasta el pecho al igual que su chaleco de cuero negro.
Lobo rió suavemente, negando divertidamente con la cabeza.
— Vine de mí mismo —respondió, alzando y bajando los hombros— y qué coincidencia, porque tú vienes de Caperucita Roja ¿No?
Judy rió suavemente.
— ¡Oh basta! —chilló, dándole la espalda mientras se cruzaba de brazos, manteniendo la frente en alto pese a los escalofríos que la recorrían de arriba abajo— No dice nada que hayamos combinado disfraces...
— Tal vez —asintió Lobo, posando sus manos sobre los hombros de la más joven, atrayendola hacia él, pegando su espalda contra su pecho—, pero eso no quitará que eres la Caperucita Roja más hermosa que he visto en toda mi vida —susurró roncamente contra su oreja, atreviéndose a morderla suavemente al final de su oración.
Judy se tensó en su lugar, apretando los labios mientras un sentimiento eléctrico la recorría de pies a cabeza, manteniendo la compostura solo por encontrarse en un lugar público.
— ¿Todo bien, Zanahorias? —preguntó Nick tras plantarse frente a ella, inclinándose para verla de cerca.
La coneja abrió sus ojos se golpe, sonrojandose tras reconocer a su amigo frente a ella, fijándose en su traje conformado por una camisa blanca con mangas holgadas y cuello alto, con un chaleco vino tinto adornado por una corbatilla violeta y un saco y pantalones tan negros como su capa, portando un par de botas azabaches que terminaban de enaltecer su disfraz.
Lobo gruñó en voz baja, aferrándose rápidamente a Judy para no dejarla ir, con Nick dedicándole una mirada de disgusto que rivalizaba con sus ganas de matarlo ahí mismo.
— Sí, todo está bien —respondió Judy rápidamente, sonriéndole de forma dulce como siempre—. Wow, Nick... Tu disfraz ¿Viniste de vampiro?
— Así es —asintió el zorro mientras hacía una pequeña reverencia, hondando suavemente su capa negra de fondo rojo—, algo apropiado ¿No crees?
— Te queda bien —musitó ella.
— Pues gracias —susurró Nick, acercando su semblante hacia el de ella, con una mirada sensible y íntima—, tú tampoco te ves mal, Zanahorias...
— Te recuerdo que viene conmigo —carraspeó Lobo, jalando ligeramente a su pareja hacia atrás, pegandola aún más a él como si eso fuera posible—, zorro —escupió amargamente.
— Y yo te recuerdo que tiene derecho de elegir con quién pasar la noche —recordó Nick, levantando su mirada hacia él, cruzándose de brazos, sin tenerle miedo por más alto que fuera—, lobo —escupió con un tono de desprecio.
Ambos machos sabían perfectamente que la hembra que buscaban no podía compartirse y ese era precisamente el problema. Uno creía tener derecho a ella por antigüedad y el otro creía poseerla solo por el estatus que le daba ser su novio. Era lógico que si uno de los dos no se hacía a un lado esto terminaría igual o peor que en el mundo salvaje, con uno de los dos muriendo para darle paso a la presa principal.
— En fin —carraspeó Judy, llamando la atención de los dos depredadores ante ella—, creo que la noche es muy joven así que... Hagamos esto. Tomaré el primer baile con Lobo y después bailaré contigo, Nick —sugirió amigablemente, poniéndose en medio de los dos varones mientras sonreía de forma nerviosa, sin saber cómo llevar esta situación en un enfoque menos agresivo para todos.
Ambos depredadores se vieron a la cara, sin estar convencidos del pequeño acuerdo al que intentaban llegar, pero sin ser lo suficientemente valientes como para ir en contra e ir directo a la parte donde intentaban matarse frente a todos.
— Como quieras —accedió Nick en un suspiro, alzando y bajando los hombros—, pero recuerda... Estaré esperando —susurró, tomando la mano de Judy para besarla suavemente, enfocando toda su atención en ella.
La coneja se tensó momentáneamente, confundida por su actuar, sintiéndose fuera de lugar ahora que veía a Nick siendo... ¿vulnerable? ¿dulce? no sabía cómo describirlo, pero era... agradable.
Lobo la jaló lejos de él, encaminandola hacia la pista de baile, a tiempo para la siguiente canción mientras Nick mantenía los ojos fijos en ella, confiando en que tendría el siguiente baile asegurado para demostrarle de una buena vez porqué debía quedarse con él y no con Lobo, con el corazón en las manos, dando todo de sí para sobrevivir un día más a punta de esperanzas y sueños que ya eran demasiado tarde para profesar, para demostrar, para realizar...
— ¿Todo bien? —preguntó Judy con un tono inocente pese a saber perfectamente lo que estaba pasando.
— No ¿Es necesario que ese tipo te siga a todas partes? —cuestionó Lobo, mientras rodeaba la cintura de Judy con una mano, usando la otra para levantar su mano y entrelazalarla en lo que empezaban a seguir el ritmo de la canción.
— Es solo un amigo —aseguró ella, meneando ligeramente sus caderas a la vez que respondía a los pasos de baile con gentileza, con su falda ondeando ligeramente de lado a lado.
— Y yo soy tu novio —sentenció, haciéndola girar para velozmente pegarla contra su pecho, elevando su mirada hacia la suya—, no olvides eso —pidió en un suave susurro, acariciando tiernamente sus mejillas.
Lobo no lo admitiría nunca, no en voz alta, pero con cada semana que pasaba notaba más los esfuerzos que el zorro hacia para apartar a Judy de su lado y no podía soportarlo.
No quería perder, no quería perderla, no quería que su pequeña y dulce musa corriera a los brazos de otro tipo, no quería perder a la única persona que finalmente había visto más allá de su cínico exterior, no quería perder a la luz de su vida, no quería vivir sin ella, no quería que lo hiciera a un lado...
Deseaba que fuera solo suya, que esa bella sonrisa brillara solo para él, que esos hermosos ojos solo vieran hacia su dirección, que esas suaves manos solo lo tocaran a él y que en dulce canto de su voz solo pudiera ser suyo para oírlo siempre que quisiera, es decir, siempre.
Judy sonrió tímidamente, recargando su cabeza contra su pecho, escuchando el latir acelerado de su corazón. Sabía que algo andaba mal dentro de él, sentía ese miedo instintivo emanar de él como los últimos suspiros de una flor que comienza a marchitarse.
Sabía lo que era ese miedo, de no ser suficiente, de dudar de quién eres, de sentir que alguien más te quitará tu lugar, lo había vivido cientos de veces, cientos de veces había luchado contra eso y por él, solo por él, estaría dispuesta a vencer esos temores.
— Oye... Mírame —pidió la coneja, ganando la atención de su pareja quien velozmente agachó la mirada hacia ella—. Sabes que te adoro ¿No? Eres el amor de mi vida... Y no hay nada que puedan decirme o hacerme para cambiar de opinión.
Lobo sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo, con una genuina alegría llenando su ser, sintiendo como si su alma pudiera darse un respiro, suspirando suavemente mientras suavizaba su semblante hacia ella, aferrándose a su cuerpo ligero para sentirla más cerca.
Se sentía aliviado, como si esas simples palabras fueran un mantra que calmaba sus peores temores. Ser al amor de su vida, de la forma en la que ella lo era para él, era una locura, algo demasiado hermoso para ser real, conmoviendolo al punto de sentir que nada más en el mundo importaba más que ellos dos, con el ruido de fondo desvaneciéndose al igual que las cientos de personas que los rodeaban.
Gobernado por un nuevo impulso, Lobo besó bruscamente los labios de su novia, buscando en estos el dulce sabor del que no podía cansarse por más veces que lo probara, encontrándolo tras ingresar en su paladar, rebuscando como quien desea lo que a perdido.
Judy correspondió, elevándose en la punta de sus pies, cerrando sus ojos mientras se aferraba a la camisa del más alto, correspondiendo a su amor, sintiéndose segura en sus brazos de la forma en la que él se sentía seguro en los suyos, en un ciclo infinito de dar y recibir, de sentir y apreciar, de amar y ser amado de vuelta.
¿Sería esto a lo que se referían esos cuentos de hadas? ¿Así se sentiría el amor de verdad? ¿Esta sensación, esta comodidad, esta pasión sería la que todas las almas gemelas sentían una vez que lograban encontrarse?
Si eso era cierto, si la respuesta era si, esperaban que el cuento jamás terminara, que la sensación nunca tuviera un final y que esta clase de momentos fueran eternos igual que el amor que tanto profesaban el uno por el otro.
Mientras la música sonaba de forma estridente en todo el salón, la pareja de amantes seguía inmersa en su burbuja de pasión, con el zorro lamentándose en la distancia el estar un paso más lejos del corazón de su hermosa y preciada conejita, su único amor, sin saber que a sus espaldas, con un vestido de terciopelo negro, escondida tras un sombrero de bruja, lo observaba una zorrita con el corazón hecho trizas tras ver con sus propios ojos como el lobo que tanto amaba sonreía en brazos de otra.
Irónico como mientras dos amaban como si no hubiera un mañana que esperar habían otros dos cuyos corazones se llenaban de odio por culpa de los mismos sentimientos que jamás pudieron ser correspondidos.
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