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Parte XI

— ¿Cómo hiciste para encontrarlos?—preguntó Amy, con voz gangosa, desde detrás de la madera.

Jules soltó una risita engreída.

—No fue tan difícil. Lo complicado fue explicarles que estabas a punto de casarte. No querían creerme.

Oyó la risa de su prometida.

Los padres de la chica habían salido media hora después de reencontrarse con ella, dispuestos a tomar sus asientos correspondientes en la capilla. Aún quedaban quince minutos para la ceremonia, que no parecía que fuera a comenzar a tiempo. Jules había decidido dirigirle unas rápidas palabras a Amelia antes de el gran momento, pero al ser ambos tan supersticiosos, no podían hacer más que comunicarse con una puerta de por medio.

No tenían que hacer más que hablar para saber que su nerviosismo era compartido.

—No sabes cuánto lo aprecio—comentó ella.

Jules sonrió, deseando poder verla.

— ¿Qué te dijeron?

Amy suspiró.

—Bueno, estaban muy emocionados por volver a verme, así que si tienen alguna reprimenda me la dirán después—se detuvo, pensando—. De todas maneras, los noté—tuvo que encontrar la palabra adecuada—diferentes, algo así como—hizo una pequeña pausa—más sabios.

Jules apoyó su frente en la madera oscura.

—Eso hace el dolor, Amy, la pérdida—respiró profundamente, sabiendo que el tiempo se acortaba—. Nos hace madurar, adaptarnos a las nuevas realidades.

—Supongo que sí—mencionó la pelirroja, entendiendo que ese discurso tenía un doble significado.

—Ellos siempre supieron dónde estabas—le dijo Jules. Amy había comenzado a sospecharlo luego de hablar con sus padres, pero no dejaba de sorprenderla—. Nunca te fueron a buscar porque asumieron que tu no lo querrías de esa manera—dejó que la pausa siguiente asentara sus palabras—. Pero ellos siempre estuvieron allí, asegurándose de tu bienestar—el rubio se detuvo al oír los gimoteos de su futura esposa al otro lado del portal—. Amy—llamó—, Amy—intentó consolarla—. Ellos te aman.

—Lo sé— mencionó ella lastimeramente.

Julian sonrió, sabiendo que simplemente estaba tan emocionada que los sentimientos se confundían, causando las reacciones incorrectas. Probablemente, si ahora mismo le contara una historia de terror, ella reiría.

—Me recuerdas a Han Solo en "El Imperio Contraataca".

—Mientras tú seas Leia—respondió ella, sonriendo.

—Oh, Dios, esto comienza a sonar extraño—Amy rió al otro lado de la puerta—. Te esperaré adentro, seré el que está de traje, al lado del cura—comentó, en un intento de sonar chistoso.

—Está bien—contestó Amy, pensando que tendría que volver a maquillarse.

Jules comenzó a alejarse cuando se acordó de algo más.

—Pss—llamó suavemente, al otro lado de la puerta.

Oyó los ligeros pasos de la chica, acercándose.

— ¿Qué?—preguntó ella, curiosa.

El rubio sonrió, imaginando su expresión de inseguridad.

—Te amo, Amy—susurró.

La pelirroja, al otro lado, miró la puerta, aún con lágrimas en sus ojos.

—También te amo, Jules.

Sus manos, sin saberlo, estaban ubicadas en el mismo lugar de la puerta, pero en lados opuestos.

Cuando se separaron, ambos se sintieron emocionar, pues al volver a verse en el altar, se convertirían en uno solo. Y nada los tranquilizaba más.

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