Parte VIII
— ¿Qué haces?— le preguntó Jude.
Amy la observó sobresaltada, saliendo de su mundo. Tendía a aislarse cuando tenía un lápiz y un papel a mano.
Miró hacia la libretita que tenía en la mano, sorprendiéndose ante lo que encontró.
—Supongo que estoy—hizo una pausa, intentado encontrar las palabras correctas. El shock había paralizado su mente—dibujando— dijo lentamente. Jude levantó una ceja, cínica, pero a la vez entendiendo que la pelirroja no quería decirle. Por supuesto ese no era el caso.
Amelia había encontrado una libretita con el nombre del hospital grabado en tinta al final de cada una de las hojas, y una lapicera con la misma insignia. Había dejado que su mano vagara sobre la superficie, sin estar planeando nada realmente. Pero ahora, al llevar su vista a los trazos negros, se encontró con una imagen que realmente no esperaba.
Ya que había empezado, decidió terminarlo.
No habló por un rato.
***
— ¿Dónde están Jules y Amelia?—preguntó la Señora Marlowe, mirando alrededor. Su esposo le sonrió.
—Él la levó a casa para que se tomara un descanso.
La mujer asintió, de acuerdo. Había un sentimiento extraño que desbordaba de su pecho y necesitaba hablarlo con alguien.
— ¿Qué opinas de ella?—quiso saber, dudosa.
El hombre miró hacia el sillón donde la pelirroja había pasado toda la noche, recordando lo que había oído.
—Creo que la juzgamos mal, antes de tiempo.
La mujer asintió.
—Después de escucharla hablar toda la noche, no tengo dudas de ello.
Su marido la miró con una ceja levantada, gesto bastante utilizado por su hija menor. Ella se encogió de hombros, un poco avergonzada.
— ¿Qué fue lo que más te llamó la atención?—preguntó él, una vez que se hizo a la idea.
Su esposa miró el techo, impoluto, pensando que un par de grietas no le harían mal.
—Su simplicidad—recibió una mirada curiosa de su acompañante. Suspiró, pensando en cómo explicarse—. Tiene muchos problemas secundarios en su vida, y pocas cosas estables, pero su amor por Jules y la manera en la que se preocupa por él me dejan en claro que, si tuviera que renunciar a todo lo demás en su vida, solo por ser feliz a su lado, lo haría.
El hombre asintió. Su cabello, castaño claro como el de su hijo, se balanceó un poco de arriba abajo con su acción. Ya tenía el pelo bastante largo.
—Creo que es honesta, y el asunto con sus padres...—miró a la pared, recordando—no sé a ti, pero hasta me dieron ganas de pagarle la carrera—dijo divertido. La madre rió, asintiendo.
—No lo noté al primer momento, pero es una gran chica—admitió la mujer, finalmente—. Le debo una disculpa.
El hombre asintió.
—Acerca del asunto del matrimonio—comenzó, intentando saber hasta qué grado de perdón había llegado su esposa.
Ella lo miró cínicamente, aunque él no supo si era debido a que había descubierto su pregunta oculta, o si en verdad pensaba que se estaba extralimitando.
La puerta se abrió antes de que la mujer respondiera, lo que tampoco era muy seguro que hiciera.
—Bueno días, Mamá—saludó Jude. Tenía ojeras y una sonrisa cansada, pero se la veía de buen humor. Se acercó a ellos, con un bocadillo en la mano—. Julian y Amelia se fueron a casa, pero ya volverán—hizo un pausa—. Al menos Jules lo hará.
— ¿A qué te refieres?—preguntó el padre, preocupado.
Jude rió, sarcástica.
—No sé si lo habrán notado, pero trataron a Amy como un ser despreciable anoche, y luego tuvo que soportarnos toda la noche a pesar de saber que no sienten agrado por ella, ¿qué harían ustedes?—sugirió, volviéndose a sentar en el sillón.
—Ayúdenme a salir de aquí—pidió la madre, sentándose.
Jude la miró curiosa.
—Mamá, ¿qué pasa ahora?
La mujer la miró de manera estricta.
—Esa chica tiene más voluntad que todos nosotros juntos. Tienes razón, la hicimos sufrir todo lo que pudimos, pero aún así ella se quedó al lado de Jules, ¿no te parece un buen ejemplo para todos nosotros?
Su hija la observó, muda, mientras la Señora Marlowe se levantaba de la cama. Tomó su ropa y se metió en el pequeño baño que había en la habitación. El padre miró a su hija con empatía, dándole a entender que comprendía si estaba confundida respecto a los cambios de opinión tan drásticos de su progenitora.
Jude miró hacia el lado del sillón donde Amy había estado toda la noche, encontrándose con la libretita del hospital en que la chica había estado dibujando previamente. La tomó, advirtiendo que el dibujo estaba allí.
Cuando la Señora Marlowe salió del baño, ya completamente vestida, se encontró a su esposo y a su hija mirando sorprendidos un pequeño cuadradito de papel.
— ¿Qué es eso?—preguntó, mientras se sentaba en el borde de la camilla para ponerse los zapatos. Nadie había ido a la casa a buscar ropa más cómoda, por lo que saldría del hospital con tacos.
Jude la observó, sus ojos lucían rojos, pero ella lo adjudicó a la noche en vela.
—Es un dibujo—susurró, aunque sus palabras se oyeron por toda la habitación—que hizo Amelia—su voz se perdió en el silencio.
La mujer caminó hacia ellos, recién notando el aura emotiva que los rodeaba. Extendió la mano, pidiendo poder verlo. Jude le dio la libretita.
Su reacción fue inmediata: se quedó estática contemplando el papel.
Había una buena razón para ello: se estaba viendo a ella misma en ese anotador, reflejada por la tinta de una lapicera negra en manos de una artista. Era ella, la Señora Marlowe, recostada en la cama del hospital, con un aire tan realista que te hacía pensar que en cualquier momento abriría los ojos y te miraría expectante. Lucía espléndida en esa impresión tan arcaica, como si su belleza, en vez de disminuir por la falta de colores, creciera en direcciones y dimensiones ajenas a ellos. Lucía enojada y triste, pero amigable y confortable. Era un dibujo que causaba dolor en su belleza. Era hermoso. Y no tenía más de diez centímetros de alto y siete centímetros de ancho.
La Señora Marlowe, la real, lloraba, conmocionada.
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