Parte IV
— ¿Cómo le pediste que fuera tu novia?
Jules miró a su hermana incrédulo. Llevaban ya dos horas desde su última conversación, y ella seguía insistiendo en el tema. Amy se había hecho una bolita en su esquina del incómodo sillón y dormitaba. Jude advertía las miradas de cariño que su hermano le daba a la pelirroja a cada rato.
—Realmente eres pesada, deberías conseguirte un novio—Jude se encogió de hombros ante la insinuación, pero su hermano supo que la había herido. Desde Nathan todo parecía lastimarla.
El rubio suspiró, sabiendo que ya había cedido. Su hermana lo miraba interesada. Sus ojos ámbar parecían ser la única luz de la habitación, a pesar de la presencia de la lámpara en la mesita de luz al lado de la camilla. Julian siempre se cuestionó porqué él era casi rubio mientras que su hermana tenía el cabello rozando el negro, pero nunca se atrevió a preguntarles a sus padres en caso de que no le gustara la respuesta.
—Está bien—mencionó finalmente. Jude dio pequeños aplausos con las puntas de sus manos, sin hacer sonido. Tenía veintiuno, pero seguía actuando de trece.
Julian dio otra mirada a su prometida, admirando sus pecas aún a la distancia.
— ¿Qué quieres saber específicamente? ¿Cómo le pedí que fuera mi novia, o como le pedí matrimonio? He oído que a las chicas les emociona todo eso.
Jude lo miró, una ceja levantada.
—Novia, quiero saber cómo se pusieron de novios en primer lugar.
El rubio asintió, recordando.
—Bueno, no fue la gran cosa, ya sabes: "¿quieres ser mi novia?"— se encogió de hombros.
Los hombros de Jude se relajaron, demostrando la decepción.
—Oh, por Dios, no puedes estar hablando en serio. Contabas mejores historias a los diez años—lo acusó la joven, indignada.
— ¿Qué quieres que te diga? No soy tan bueno como ella—señaló levemente a Amy—. Ella les contará cuentos a los pequeños Marlowe.
Jude resopló, intentando no gritarle. Además se esforzó por ignorar la mención de formar una familia, esas cosas la emocionaban de más, a la vez que la repelían. La preocupaba el hecho de que estuviera tan decidido, arriesgándose a no ver nunca más a sus padres si éstos mantenían su opinión.
—Primero tienes que contarme el contexto—explicó ella, moviendo sus manos para hacerse entender más fácilmente—. Tienes que intercalarlo con emociones o pensamientos que hallas tenido en el momento para hacerlo más personal e interesante.
Jules asintió, rascándose el cuello. No entendía a qué venía tanta necesidad de detalles.
—Para empezar, lo más difícil fue decidirme cuándo hacerlo—miró a su hermana, como preguntando si así estaba bien. Jude asintió—. Estaba tan nervioso que cada vez se volvía más difícil hablar con ella sin tartamudear. Sabía que terminaría haciendo como Harry Potter, en el Cáliz de Fuego, cuando intenta invitar a Cho al baile.
La chica asintió a su referencia.
—Detesto a Cho—mencionó ella.
—Yo también—dijo suavemente Jules—. Lo primero era encontrar el lugar adecuado. Fue muy difícil, nunca se quedaba quieta. Terminamos una vez en una tienda de artesanías al otro lado de Venecia, sin saber por dónde volver. Aunque tiene un excelente sentido de la orientación, por lo que siempre encontraba el camino a casa—sonreía mientras hablaba. Jude puso los ojos en blanco, dándose cuenta que se estaba desviando. Julian también lo advirtió—. Un día estábamos sentados en un puente sin barandales, aún hay de ellos allí. Ella miraba el agua, intentado descifrar los colores que debería usar para representarlo sobre un lienzo. Y no pude retenerme.
Miró a Amelia, sonriendo. Ella respiraba profundo.
— ¿A qué te refieres?—quiso saber Jude, viendo cómo volvía a perderse en la visión de su amada.
Jules volvió la vista hacia ella, como si hubiera perdido el hilo. Luego se acordó.
—Le pregunté—respondió, como si fuera obvio—. No me apresuré, no me trabé. La pregunta salió de mis labios como si siempre hubiera estado allí, como si siempre hubiera sabido cual sería el momento justo. Como si ya supiera la respuesta.
Otra pausa.
—Cuando me di cuenta, estaba muriendo de los nervios, porque ella no me respondía. Le toqué el hombro, y Amy dio un saltito, para luego volverse a mí y preguntarme: "¿qué? ¿Dijiste algo?"—Rió ante el recuerdo—. Quería morir de la vergüenza, pero ella seguía mirándome intentado descifrar que le había preguntado. Así que lo repetí, ya no tenía nada que perder.
El silencio volvió a inundar la estancia.
—Ella dijo que si—sonrió, feliz—. Luego me empujó al canal.
Jude estalló en risas.
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