PRÓLOGO
NEW YORK-TRES AÑOS ANTES.
Ellos jamás encontrarán al verdadero culpable. De aquel que provocó ese incendio que consumió esas asquerosas vidas hasta sus cimientos, sin dejar nada más que cenizas.
Todo el humo, el fuego, la felicidad y la adrenalina que sentía en mi cuerpo es increíble. La brisa atraviesa la ventana del puesto de conductor y golpea mi rostro con fervor mientras tarareo una canción de la radio, me pregunto como algo tan horrible como gritos de desesperación y la sangre esparciéndose se escucha todavía en mi cabeza, pero en vez de ser aterrador se reproduce a la par de la canción como una dulce melodía. No podía sentir culpa, dolor o cualquier sentimiento que causara arrepentimiento, peor aún; solo podía sentir gran satisfacción en mi negruzca alma. Ni la muerte de estas personas podrían afectarme, en realidad no podía sentir nada, el vacío parece ser una pieza clave a el rumbo tan irracional que decidí tomar. Pero, solo una persona en toda mi vida pudo desquebrajar el nudo de oscuridad donde yacía en un estado impotente de dolor. Tan solo ella.
Sabía que lo que hice no fue lo correcto, nunca lo sería. ¿Pero que lo está? Hay una delgada línea que separa la locura de la razón, lamentablemente para mí, ya había cruzado esta línea hace mucho y porque aquellos que viven en la oscuridad, la realidad y las leyes funcionan diferente. Incluso los sentimientos.
«Pero está bien» me repito desde que deje ese lugar. ¿Por qué? Porque ellos iban a morir de igual forma tarde o temprano, solo era cuestión de tiempo.
El vivido recuerdo de nuevo viene a mi mente y una sonrisa elevada adorna mi cara. En ese preciso instante que el fuego cobró vida caminé lentamente observando como las llamas vivas se tragaban todo, sin dejar vida, rastros, pistas o siquiera algo que pudiera salvarse allí. Y todo está bien, eso se sentía bien. Ya había terminado por fin. Había finalizado el mal que vivía en esa familia, ya no existía, y así poco a poco esos gritos desesperados cargados de dolor se dejaron de escuchar, ellos dejaron el mundo para siempre. Ese fue el último recuerdo que obtuve de ellos, siendo consumidos por las llamas del propio infierno que crearon.
Matar para vivir, son las leyes de supervivencia para todos, pero, ¿qué es para muchos? Para la mayoría el solo hecho de vivir y convivir en paz es fundamental. ¿Pero para otros? Esta lógica no aplica, el solo hecho de estar vivo es una bendición. Para esos seres que sabían el verdadero significado de lo que es el morir, el vivir es tan solo un privilegio, a diferencia de quiénes ya han muerto en vida porque no se preocupaban de esto, porque ellos ya son parte de la oscuridad. La oscuridad misma es parte de ellos, tal como yo.
A ellos ya no les importa nada, la vida y la muerte los dejó hace mucho tiempo. Porque ahora forman parte de un gran vacío, de esta inmensa oscuridad. Dispuesto a tragarse, arrasar y destruir a su paso sin arrepentimientos.
Recuerdo la oscuridad a mis alrededores, el dolor martirizante, mostrándose como marcas en la piel, lágrimas sin cesar, que me queman en las mejillas cada que descienden y la sangre ya seca por esas mismas heridas causadas. Sobretodo esa cínica y maligna sonrisa en su asqueroso rostro.
Parpadeo una y otra vez con vehemencia, mis ojos empañados de sentimientos reprimidos y lágrimas cristalinas acumuladas, no soporto más. Me desgarro el pecho con un nudo en la garganta, como un cuchillo deslizándose por cada parte de mí, lloro sin consuelo alguno, devastada y sin retorno. Y lloré aún más, sintiéndome sola en mi pequeña habitación aislada en el hospital. Lo hice hasta que mi pecho quedó vacío, hasta que mis lágrimas se secaron, hasta que mis gritos ahogados se detuvieron, hasta que mi dolor producto de la desesperación se acabó. Hasta que el miedo repentino se fue.
Pero, incluso con el pasar de las horas, volvió a ser el mismo infierno, los recuerdos me azotaron como una maldita tormenta sin intención de parar. El recordar, el sentir, el vivir y el saber me matan como una enfermedad mortal en mi cuerpo, esas que de a poco te consumían y te pudren en carne propia. Solo que esta me destroza el alma y la voluntad de seguir en pie.
—Te perdí. Me perdí también, y yo no pude hacer nada —Me abrazo a mí misma, desolada, usada y rota.
«Me rompí, como una delgada y frágil decoración; ya no soy nada, estoy rota, me usaron y me desecharon como una maldita basura en la calle».
Me mordí el labio conteniendo lo que sería un grito de mi frágil y manchada existencia, las uñas de mis manos están clavadas en mis brazos apaciguando falsamente mi sufrimiento, pero aun así evadiendo el suplicio emocional. Las clavé con todavía más fuerza de lo necesario, el dolor de mi pecho es como el fuego, quema, arde y vuelve cenizas todo a su paso, en cambio; mis lágrimas frías y heladas descienden por mis mejillas sin parar otra vez.
No puedo respirar por los espasmos, el miedo y los recuerdos no me permiten descansar, si seguía así las enfermeras vendrían a sedarme de nuevo. Pero al cerrar los ojos lo veo todo, tan vívido y real, como si estuviese aún allí. Los gritos de ella, los sigo escuchando, como una melodía maldita me acompañan en todos mis sueños. No deje de abrazarme a mí misma, en ningún momento desde ese día que desperté deje de hacerlo.
—Y-yo —Las palabras no conseguían salir, el dolor en mi pecho, precisamente ese fuego me lo impedía. Murmurios vacíos y dolorosos es lo que se podrían escuchar en esta silenciosa habitación e incluso cuando el personal médico y policial entra, hablar sobre lo sucedido es una tortura.
La confusión me llenó al oír que murió. Mi memoria dispersa y difusa no podría ser concreta tal vez, pero una parte de mí se refugia en que todo es mentira, la posibilidad de que está viva según las autoridades no existe debido al voraz fuego que azotó aquella mansión y lo que es duro es aceptar que tal vez mi mente me hizo una cruel pasada en creer que fue ella quien me arrojó a esa carretera antes de morir desangrada, por lo que me sacó de allí.
Y por miedo a que fuese así, mentí por ti como un impulso innato, creyendo que estarías con vida, pero no fue ese el caso. Moriste. Me levanto dando pasos descoordinados para entrar al baño de mi habitación, el espejo me refleja en su totalidad y recorrí mi apariencia con una mirada desdeñosa. Mi aspecto es un desastre inhumano, no hay lugares que no estén cubiertos de heridas tras los crueles tratos a los que fui sometida apenas hace cinco días. Estoy destrozada.
No aguanto más. Trato de regular mis sollozos con respiraciones profundas, pero nada, yo sé mejor que nadie que nada está bien. Me siento sola, sin apoyo o palabras de consuelo, destinada a derrumbarme de a poco. Un leve ardor en mis brazos se hizo presente, sangrando por las nuevas heridas presentes. Dejo de clavar mis uñas como si fuese un animal y con los dientes apretados observo mi imagen por un tiempo que desconozco, tratando de encontrar algunas palabras de lástima para mi persona.
Sin darme cuenta, pierdo fuerza en mis piernas y me apoyo en el suelo con ambas manos, pronto notarían que me moví y sería reprendida por no llamar a una enfermera para ir al baño, pero, quería un momento a solas conmigo donde las miradas repletas de lástima no me sigan. Otras lágrimas rebeldes descienden en mis mejillas, no las limpié, el agotamiento me supera en creces. No tengo ganas de nada.
¿Conoces esa sensación de solo dormir y no querer a levantarte jamás? Pues ese es precisamente mi estado. Mi cuerpo pesa esfumando mi energía y mi cabeza empieza a palpitar del dolor, pero consigo ponerme de pie soltando un gemido de dolor por la gran lesión en mi abdomen y me acuesto en mi camilla con cuidado, porque ya no podía hacer nada, para mí el tiempo se detuvo desde ese tres de enero, el mundo de los demás siguió, siguió y siguió. Avanzó como las fluidas aguas de un río y mi mundo, para no decir mi vida, es como el agua estancada. Solo mi mundo se detuvo.
Así el tiempo transcurrió en lo que mi recuperación e investigación del caso se convirtió en un caos. Sin respuestas solidas a los medios y sin justicia para mí. Las cosas no hicieron más que empeorar y me convertí en el blanco ideal para muchos, mi vida se redujo a perdidas constantes y rumores humillantes sin sentido, en especial las personas que alguna vez llegué a apreciar fueron los primeros en lanzarme al abismo, me traicionaron de las peores formas. Todo por lo estúpida, inocente e ingenua que creyó que eran personas de fiar y no podía mirar hacia atrás sin sentir asco y repugnancia, con esas ganas de arrancarme la piel y vomitar lo que mi estómago contuviera.
Es una basura y una mierda sentirse así, de esa forma tan impotente e inservible. Y eso no es todo, solo una diminuta parte del problema y lo sabía. Soy una perra por pensar en esto, por seguirme ahogando, pero no podía y al parecer no quería dejarlo, los recuerdos me seguían matando, las miradas, los susurros y el seguir conservando heridas en proceso de cicatrización también. El verlas, solo me hace sentir sucia, asquerosa, repugnante.
Desde que desperté en esa maldita camilla de hospital no volví a ser la misma. Ese día morí o más bien, mucho antes. Mi mente se bloqueó, siendo lejana a la realidad, mis ojos observan un punto fijo del techo en mi habitación, mis párpados se cerraron por si solos y con lentitud mi estado consciente disminuía. Despierta puedo retener los recuerdos, aunque a veces no, como esta ocasión en particular y cuando duermo todo se repite, una y otra vez, sin parar. Como una pesadilla. Las miradas de todos están sobre mí, nadie me habla, todos me miran y hablan a mis espaldas sin intenciones de decírmelo en la cara. Soy como el puto chisme del año. La mayoría comenta y me lanzan miradas lastimosas, lo peor es que yo los escucho.
Sé que, para ellos, ahora soy diferente del resto. Si algo aprendí, es que la vida puede cambiarnos en cuestión de años, meses, días, minutos y segundos.
El tiempo pasa, las experiencias nos cambian y la vida… nos vuelve lo que somos.
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