15
Me recuesto sobre mi asiento mientras leo algunas páginas para mis lecciones de francés que tengo por la tarde, es la hora de receso por lo cual no había problemas con que estuviera aquí y quedarme a solas aquí es tranquilizador. Desde las filtraciones de fotos mías en redes un montón de personas del instituto estuvieron compartiendo eso por todos lados; hablando incluso de mí en grupos y demás.
Lo único rescatable de esto es que no poseo redes sociales propias y la que uso de forma esporádica la puse inactiva, así no tengo que leer nada que me lastime. Diviso una persona sentándose a mi lado y trato de no alzar la vista por completo del libro. Su sonrisa abarca todo su rostro formando unos perfectos hoyuelos que suele hacer siempre que está genuinamente feliz.
—Asumo que no te va importar que te acompañe por un rato, ¿no?
Mi silencio fue respuesta suficiente para él porque se puso cómodo y puso su mochila en la mesa para sacar sus cosas, mientras murmura una que otras frases.
—Dios mío... No sé como a mi madre se le ocurrió comprar estas tortillas integrales. —farfulló observando a detalle la comida.
—¿Tus padres cocinan? —pregunto curiosa.
—Mi madre es una maniática del control con la comida —argumenta abriendo el envase de plástico—. Cuando era bebé vomitaba todo y al crecer muchos alimentos no me caían bien, causando dolores de estómago insoportables —me cuenta y lo sigo escuchando atenta—. Aún así era soportable con algunos medicamentos recetados; pero un día contrataron a una chica para que se encargará de los quehaceres del hogar y cocinó algo que me enfermó.
—¿Pero tus padres no le hablaron sobre tu condición? —indago y este asiente a mi pregunta—. Y espera, ¿cómo es que no sabíamos sobre eso?
—Respecto a tu última pregunta; pues los chicos lo saben y asumí que tú te habías dado cuenta. —dijo con incredulidad.
—Cuando íbamos a casa de Jake, ahora recuerdo que...
—Mónica siempre me servía un platillo diferente porque sabía de mi condición con los alimentos. —termina por mí dándole un mordisco a su tortilla integral rellena con pechuga de pollo y aguacate.
Él deslizó una tortilla hacia mí y aunque no tenía hambre, al final lo acepté, después de todo no había consumido nada más que una galleta en la mañana.
—Se supone que está prohibido comer en la biblioteca.
—¿Ves a la bibliotecaria por aquí? —objeta dando un repaso rápido por el sitio.
—No.
—Pues entonces al terminar de comer, tanto tú como yo fingiremos que esto nunca sucedió —agrega y le da otro mordisco. Su postura frente a situaciones así me divierte un poco—. ¿Aún te gusta el sushi?
—Amo el sushi. —digo al instante.
—¿Y el delfín?
—Ya no. ¿Has visto algún documental sobre los delfines? —inquiero y este niega esperando que hable—. Pues no son tan tiernos como aparentan —comenté asqueada y este ríe entre dientes por mi reacción—. ¡Lo digo en serio! Cuando vi el documental casi no podía creerlo y desde ese momento dejaron de gustarme.
Termino de comer la tortilla y limpio mi barbilla que quedó con un resto de ello, me percato que él también sigue aquel gesto con sutileza.
—¿Sigues viendo ese programa por las tardes? —vuelve a preguntar sobre otra cosa de repente—. No recuerdo su nombre, creo que es algo relacionado a la mente.
—No —aclaré pensativa—. Y se llama "El mentalista".
—¿Aún prefieres a Patrick sobre Batman? —No puedo evitar sonreír al saber a que se refiere; se me hacía increíble que aún recordara una conversación tan ambigua de hace unos años.
—Sin duda alguna. —declaro.
—Por poco creí que la mayoría de tus gustos cambiarían. —bromeó.
¿Mis gustos en hombres? Eso jamás. Podría bajar algunos estándares respecto a otras cosas, ¿Pero sobre chicos? Eso sí que es un "no" definitivo.
—¿Por qué me haces tantas preguntas? —le rebato extrañada.
Este se encoge de hombros y se limpia unas gotas de salsa de sus labios con una servilleta, sigo la sutil acción ensimismada.
—Quería recuperar el tiempo perdido.
—Pero si nos conocemos de toda la vida. —verbalizo asombrada con sus palabras.
—Podría ser, pero las personas pueden cambiar y estaba ansioso por querer saber lo suficiente de ti y tu presente, necesitaba saber quién eres ahora y hacerme la idea de quién estoy... teniendo a mi lado. —finalizó claramente nervioso, lo que es raro en él.
«¿Cambiar? ¿Teniendo a tu lado?». Un pinchazo tuve en mi corazón. Sé que no lo dijo con intención de herirme, lo sé bien, pero no deja de doler el hecho de que aquella chica de sus memorias ya está muerta y no hay más, no existe. Ella murió ese día junto con ellos.
—¿Color favorito? —lo interrogué esta vez yo, pasando de lado las asperezas de mis pensamientos.
—Celeste. —contesta de inmediato.
Parpadeo confusa y este sonríe de nuevo al instante. Siento el calor subir un poco en mis mejillas, no obstante lo ignoro, deseo que él no se de cuenta de ello. No sabía si lo decía en serio o solo para molestarme, después de todo mis irises son celestes.
—¿Color favorito? —repite y yo hago un mohín, pero contesté.
—Rojo.
—¿El rojo? ¿Por qué? —indaga con aparente interés.
Pienso en un lapso indefinido el porqué, después de todo no lo había meditado antes, hasta que llegué a una conclusión basado en la perspectiva visual del color en sí.
—Para mí representa vitalidad, fuerza y voluntad. Es un color poderoso, llamativo; por lo que cada vez que uso ese color en mis lienzos quiero desahogar toda la energía de cada célula de mi cuerpo y convertirlo en un suspiro de vida a través de ello.
—Es una descarga —dijo en voz alta lo que pensaba.
—Algo así. —afirmé a medias.
—Aunque el rojo también es usado para representar fuego, pasión, amor, deseo, ira, placer... es un color provocador, contradictorio y altamente peligroso —Las palabras resuenan en mi cabeza, desde las puntas de mis dedos hasta la coronilla de mi cabeza en un hormigueo que se esparce por mi cuerpo.
—El rojo es...
—Un llamado de atención imposible de ignorar a los ojos de cualquiera —concluye dejándome enmudecida otra vez.
Habían ocasiones en que las palabras no bastaban para expresar lo que uno sentía en dichos momentos. Y pues bueno, este fue uno de ellos.
Justin fue el primero en irse yo me quedé sola de nuevo, por lo que al terminar el horario de descanso fui a mi siguiente clase que es la de Artes. La única materia que amo con todo mi corazón es la de Arte, quizá si tuviera una vida diferente no dudaría en explotar más mis habilidades para poder estudiar en la universidad de mis sueños, pero, dudaba tener la oportunidad de poder elegir esa carrera. «No tengo elección».
Inspiro consecutivas veces y me mentalizo arreglar las cosas con Melissa, lo que hice esa vez no estuvo bien y nunca lo estaría. Las charlas con mi psicóloga me hicieron percatarme de mi error. Cuando la veo en medio del pasillo hablando con Emma Claire casi flaqueo en acercarme y las dudas me invaden, porque en el fondo sentía que su vida tomaría un mejor rumbo sin mí. Tenía miedo de que dejara ir preciosas oportunidades por estar con una perdedora como yo, con alguien que nadie quería.
Así que, como una estatua, estoy en el medio del pasillo, sin moverme; todos pasan de mí y no reparan en mi presencia y contrario a mis expectativas, su mirada risueña me nota aunque pocos lo hagan y sonrío nerviosa, ella deja de charlar de inmediato con Emma para dar el paso que yo no pude dar, como siempre abandonó lo que hacía para acercarse. ¿Por qué harías eso por mí? No tenía ni la menor idea porque Melissa es así conmigo, ya que cualquiera en su lugar esperaría que fuera yo la primera en acercarse, disculparse y redimirse. «¿Por qué alguien como tú haría tanto por una persona como yo?».
—¿No estás molesta? —es lo primero que escapa de mis labios, los latidos de mi corazón aumentan en un breve instante.
Su cabello castaño esta suelto, esparcido por sus hombros cubiertos por un suéter rosado pálido, ella aún seguía llevando una capa más elaborada de maquillaje pero que hacía juego con sus ropas claras del día de hoy. Puedo sentir como su mirada me escanea con discreción.
—Me heriste —confiesa, la franqueza es visible en ella—. Pero sé que no fue intencional y sabía que volverías a mí, solo necesitabas un pequeño tiempo para ti —recalca y hace un intento de sonrisa.
—Lo siento —me disculpo y un ambiente incómodo se formó—. No podía gestionar bien mis emociones ese día y honestamente, estaba ansiosa, todo parecía que se repetía de nuevo y creí que tú...
Sus manos sostienen mis hombros y me silencio por completo.
—Basta —me pide entornando sus ojos castaños en los míos—, te perdono, ¿está bien? Haremos como que eso nunca ocurrió entre nosotras —Sonríe y me abraza con calidez.
—¿Segura? —pregunto algo preocupada.
—Segurisíma —hace énfasis en ello—. Así que deja de darles tantas vueltas al asunto, después me lo vas a compensar —bromea por último y me reí porque tenía razón.
Me adentro en la clase, no sin antes dar una pasada rápida por cada cara que conocía y me encuentro por un segundo latente con los ojos de él y este sonríe fugaz, ya que su sonrisa desaparece al hablarle a una rubia muy conocida, su novia. Me apresuro a sentarme ignorando el ápice de incomodidad que germinó en mi interior; pronto llega Melissa a sentarse a mi lado como siempre y en cuánto se sienta el profesor empieza a desenvolverse con naturalidad sobre la era del Romanticismo.
—¿Cuándo están enojados que suelen hacer? —pregunta y todos nos miramos confundidos sin entender la pregunta de la nada—. ¿Cuándo están tristes? ¿Cuándo están felices? ¿O cuándo están enamorados? —bombardea con preguntas y nadie comprende.
Suspiro con bochorno sin deseos de intervenir aunque yo tenía una opinión sobre ello. Pero incluso si lo hacía llamaría innecesaria atención y todos me mirarían con una condescendencia inexplicable para mí.
—Los sentimientos humanos son complicados, profesor Morrison —contesta Jake de repente. El profesor Morrison lo ve interesado y lo anima a continuar—. Tan complicados como caóticos, que en esos momentos buscamos como gestionarlos de cualquier forma.
—¿Consideras la felicidad, el enamoramiento o la tristeza complejos de gestionar en el arte? —le pregunta con interés.
—No, pero los seres humanos somos seres unipersonales difíciles de entender en ocasiones; no todos gestionamos los sentimientos de la misma forma —explica sin darle mucha profundidad—. Muchos artistas pueden plasmar sus sentimientos, pero, a veces puede que no tenga mucho sentido y por ende no comprendido.
—Yo no lo veo así —dijo alguien enseguida y reconocí quién es, Abigail.
—¿Perdón? —pregunta y Abigail arregla sus gafas, mientras se decide por intervenir.
—Dije que no lo veo así —repite con voz algo magullada, todas las miradas están puestas en ella y se nota que no le gusta; pero sigue hablando—. El poder de ser un artista es hacer arte a base de nuestros sentimientos, porque vamos; no es secreto que las mayores obras maestras de la historia nacieron porque a un artista le rompieron el corazón, por un amorío, sobre una tragedia o lo que sea —replica—. Y nosotros como espectadores, debemos encajar todas las piezas del arte para entenderlo. Creo que la esencia de esta era es que quizá buscaban una manera de transmitir y las personas de comprender lo que querían transmitir, porque a pesar de que somos diferentes todos podemos sentir lo mismo en cierta situaciones —suelta dejando sorprendidos a todos—. El arte no es complicado, solo que puede no ser visible desde el punto de vista incorrecto, al menos esa es mi opinión personal, no sé ustedes.
—...Porque el propósito de un artista es construir de los pedazos de su corazón la mayor obra de arte —aclaré en voz alta, sin retener la voz de mis pensamientos y el profesor sonrío negando divertido a nuestras interrumpciones.
—La Señorita O'Donell y Brown tienen toda la razón —enuncia y observo por el rabillo de ojo a Jake dedicándole una mirada significativa a Abigail; esta ni se inmuta—. El arte va ser entendido y valorado en su esencia desde la perspectiva correcta —argumenta—. Para muchos artistas su arte no fue valorado hasta muchos años o siglos después.
—Ni comprendido —agrega de nuevo, Abigail.
—Exacto.
Un silencio transcurre hasta que el profesor toma una libreta añadiendo las siguientes palabras.
—El tema de la clase de hoy es expresar el amor en todos sus ámbitos y sentidos. En pocas palabras, el romanticismo fue un periodo muy influyente que transmitía muchos escenarios posibles de prohibiciones, drama, amor, dolor; y de todas esas emociones verdaderamente humanas. Con pinceladas suaves o fuertes se puede ver a simple vista de lo que va la pintura y que intenta representar en todos los escenarios posibles —esclarece tomando su bolígrafo para escribir algo—. Esta vez la institución decidió realizar una actividad en la que todos deben realizar y el mejor ganará un reconocimiento y un curso gratis de arte.
Los susurros entre la clase entera no se hicieron esperar, Melissa se giró hacia mí como el exorcista.
—No puedo creerme que toda esta introducción solo fuera un señuelo —dijo mordiendo su labio inferior preocupada—. ¡Lo tenía planeado desde el principio! —chilló y yo sonreí entretenida.
—¿Profesor no podemos pintar algo de algún otro pintor? —cuestionó una chica llamada Mía Thomas y el silencio gobernó de nuevo, expectante a la respuesta del profesor.
—Thomas, todos los que copien pinturas de otros artistas serán dados expulsados en la actividad y obtendrán su respectivo castigo en la dirección —advierte, pero esta no se da por vencida.
—Pero profesor, aquí nadie es... —protestó, sin éxito.
—Nada de peros, los mejores serán capaces de ganarse el curso gratis y los finalistas tendrán igual un reconocimiento de la institución como el ganador o ganadora —rebate prestándonos atención otra vez—. Claro, las otras clases participarán. El año pasado ganó Lara Brook.
—Lara —susurro enternecida y me pregunté a mí misma de dónde había oído ese nombre.
Tenía la sensación que había escuchado ese nombre en algún lado, pero no lo sabía con certeza. Entre quejidos y otros de aceptación terminamos la extensa clase. Al salir por la puerta casi pierdo el equilibrio y caerme, alguien me empujó con el hombro y si no fuera porque Melissa me sostuvo estuviera en el suelo.
—¿Estás bien?
—Sí —afirmo mirando en el pasillo, su melena rubia ya estaba empezando a reflejar mechones castaños que con seguridad teñirá esta semana para esconderlo.
Excepto Melissa y yo nadie se percató de lo sucedido hace unos segundos, devuelta en la salida un moreno repartía panfletos en el estacionamiento para una fiesta y nos insistió en tomar unas. Según él todos estábamos invitados, sin excepciones especiales.
—¿Quieres ir? —me pregunto ella con un rostro rozagante, uno que casi no había visto estos últimos días—. Después de todo hay que festejar que ya tengo licencia, ¿cierto? —inquirió ajustándose el cinturón de seguridad.
—No lo sé, yo... —Un frenazo repentino me hizo moverme brusco del asiento—. ¡Melissa!
—¿Sí o no? —insiste mirándome.
—¡Presta atención a la carretera primero! —exclamo con el corazón latiendo mil por segundo.
—Vamos, Iris, tenemos tiempo sin salir y...
—¡Cuidado con ese auto! —gritó sosteniendo su brazo nerviosa—. ¡¿Acaso no lo ves?!
—Sí, créeme que lo vi primero que tú, Iris —Bufa y tengo el cuerpo tenso—. Me cuesta hablar y manejar a la vez, pero debo ir adaptándome a ello —confiesa y me quedo helada al ver que pasamos muy pero muy cerca de una camioneta—. Igual lo estoy haciendo bien.
Aspiro hondo y una gota de sudor frío recorre mi nuca, los nervios no me hacían bien para nada.
—¡Deja de hablar y conduce! —demando y está se encoge en el asiento por mi grito.
—Bien, bien, como tú digas —acepta sin más.
—¿Dónde estabas ayer? —preguntó e hicimos contacto visual por un segundo—. No me contestaste y tampoco me devolviste la llamada —me da un repaso rápido dubitativa.
Ayer. Ayer me encontraba con el bueno para nada de Humphrey y Olivia, con quiénes estuve hasta la noche y después me fui con los chicos; por último terminé aquí, en la casa de Jake para hacer un proyecto de ciencias.
—Estaba durmiendo. ¿Algún problema con eso? —expreso con molestia; ella me observa descontenta con mi respuesta cortante, más no dice nada.
—Solo quería saber sobre ti, mi amor —se excusa y me abraza como si nada, yo me abstengo de devolverle el abrazo; varias par de miradas indiscretas me observan.
—¿Trajiste los otros registros de los que me habías hablado? —saco el tema y esta se aparta y saca de su bolso unos sobres con una sonrisa resplandeciente.
Ella podía ser más eficaz que Humphrey muchas veces.
—Bien hecho —Sonrió socarrón apartando un mechón rubio con raíces castañas de su frente, esta desborda extasis de felicidad por el sutil detalle que tengo con ella.
Sus manos se posan en mi pecho y se deslizan suavemente por mi camisa para presionar su cuerpo contra el mío y no hago mucho por apartarla, ni siquiera cuando sus labios aplastan los míos para devorarlos con ganas. Al no responder como ella quiere a su efusivo beso, Sabrina se aparta y sostiene mi cara con ambas manos irritada, casi puedo asegurar que la desesperación la come viva por dentro y me gusta; porque podría tenerme pero nunca como lo desea.
Mientras la usaría en venganza lo que durara esto, la haría sufrir por sus amenazas; también por los actos malcriados que cometió contra ella. Pagaría cada una de las humillaciones que nos hizo a ambos con sus lágrimas, su ego sería con gravedad afectado por no obtener lo que más quiere como una niñata malcriada.
—Esta semana tengo que asistir a una fiesta con mi familia y quiero que seas mi acompañante. ¿Puedes decirme cuál es tu color favorito? Así puedo comprar un vestido que te guste —me pide entusiasmada por una respuesta sensata.
—Sabrina, no hace falta que hagas eso —aconsejo y recuerdo la conversación que tuve con Iris, eso fue lo único que me otorga un alivio en mi corazón tan apesumbrado de lidiar con tanta mierda.
Recuerdo esa sonrisa genuina dibujada en su rostro, como el brillo tenue en sus ojos que poco a poco regresa a la vida; y con eso, yo también.
—¿Cómo que no? Soy tu novia —Su entrecejo se hunde y trato de safarme del agarre de sus manos—. Así que rápido y dime un color.
—Amarillo —repito seguro de la elección.
Una espantosa elección por cierto. Ese es el color que más feo considero, pero sería gracioso verla como pollito recién nacido de granja.
—¿Amarillo? —La contradicción se reflejó en sus ojos.
—Sí. ¿Es algún problema eso? —espeto y escucho un chillido por contener la risa; por suerte Sabrina esta tan inmersa en nuestra conversación que no lo notó.
—No, no, está bien —aceptó algo renuente; se aclara la garganta y se aparta de mí, por fin—. Entonces tendré que salir esta noche —saca a relucir con una sonrisa risueña.
Los chicos están actuando como si no escucharan nada, aunque en el fondo están como metiches escuchando cada palabra entre nosotros.
—Hablamos más tarde entonces —corto abruptamente y ella con mucha incomodidad no insiste más y nos despedimos.
—Si no fuera porque sé como es la situación casi diría que eres una mierda como pareja —dijo el rubio dando pinceladas a la pelota de anime.
—Por lo menos podrías ponerle empeño a tu actuación, ¿no crees? Haber visto esto es peor que novela barata de bajo presupuesto.
—¡Oigan dejen de hablar y ayúdenme! —exclama Jake.
Todos fuimos a socorrer a Jake enseguida, cada quién se desenvolvía haciendo lo que mejor le salía.
—Tengo hambre —manifiesto al escuchar sonar mis tripas.
—Quiero hamburguesa —dijo Bruce en apoyo a mi noción.
—Yo pizza —comento y ayudo a asentar las bases de la maqueta mientras Jake las asegura.
—¿No se cansan de comer ustedes tanta porquería? —refuta Drake a nosotros, pintando los anillos de Saturno.
—Ayer no decías lo mismo cuando te atragantabas de alitas de pollo —Lo escudriño y este procede a cohibirse por mis palabras.
Jake hace una mueca absorto al lograr conseguir unir ambas partes y que se mantengan estables, tanto del falso universo como la pelota considerada como el planeta tierra.
—Bien, por lo menos parece un planeta y no un tumor gigante —lo escucho susurrar pensativo—. ¿Alguien podría darme la pistola de silicona?
—Eso fue ayer, Justin, un fin de semana —trata de defenderse en vano—. El deber ser es que mantengamos una dieta saludable en la semana; todos lo prometimos.
«Espera, ¿cuándo prometí una mierda como esa?».
—¿Y qué tiene que ver el fin de semana con la dieta? —replicó dejando de pintar unos puntos blancos simulando estrellas en el fondo negro de cartón—. Menuda excusa de mierda.
—Que el fin de semana se rompe la dieta. Además, prometimos tener una dieta fitness, Bruce —le cuestiono Drake, muy serio.
—¿Podrían pasarme el pegamento? —dijo Jake, pero es ignorado por nosotros.
—Fitness mis huevos —acorta él con un temple indiferente.
—Podrían callarse ustedes —pide echando humo por las orejas—. ¡Cinco minutos! —grita haciendo a todos coaccionar espantados y quedando en silencio.
De inmediato seguimos haciendo la estúpida maqueta para ciencias y oigo a uno de nosotros aclararse la garganta.
—Pero podemos poner ensalada César con la hamburguesa, así es más saludable, ¿cierto? —recomienda Bruce y Jake lo mira como si quisiera sepultarlo vivo; unas carcajadas surgen de mi pecho por ello.
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