14.5
—¿Crees que estarán bien?
—Tendrán que estarlo —respondo sin reparos ajustando mi corbata y ella me observa asimilando la conversación de hace unos minutos—. Ellos saben cuidarse por sí mismos y, por si te sigue preocupando, solo estaremos afuera dos días y a lo mucho tres o cuatro.
—Sabes que el dejarlos solos no me preocupa, si no bajo estas circunstancias —me insta y asiento comprendiendo su postura—. Cada vez esta situación se torna peor, Axiel, ahora hay una alta probabilidad de que eso se nos revierta en nuestra contra, quizá fue una mala idea el involucrarnos con la mafia directamente.
—Emily...
—No, tú escúchame —demanda con un tono hosco y se planta delante de mí—, en estos momentos hay una niña allí afuera desamparada y nadie tiene la menor idea de su paradero; por si no es suficiente tenemos que ayudarles a encontrarla porque nosotros apoyamos la caída de su padre, también al heredero de la mafia de New York y a esa muchacha y...carajo, ambos resultaron emboscados, todos estamos bajo sospecha porque solo pocos tienen noción de la existencia de la niña y de esa misión. ¿Aún piensas que no es suficiente para que esté con los nervios de punta o continúo?
—Podrían haber sido algunos enemigos de los Bacheli o familiares, actualmente están divididos en dos facciones —trato de mediar la situación al respecto—. La cabeza actual de los Bacheli está consciente de que tiene muchos enemigos rodeándolo; incluida su familia, ya que surgieron disputas y por ello, una segunda facción que no obedece ni le debe lealtad al Boss actual de la mafia.
—Eso no nos inhibe de sospechas por parte de ellos y tenemos a los Taylor, Chester y...
—Basta —la interrumpo y sostengo sus manos buscando tranquilizar su ansiedad—. ¿Acaso quieres dar marcha atrás después de tanto tiempo? ¿Después de haber llegado tan lejos? —Sus ojos se abren de par en par y niega con lentitud.
Tiro de un mechón rojizo postrado en su respingada nariz y lo pongo detrás de su oreja sintiendo sus finas hebras en las yemas de mis dedos, sentir su cabello entre mis dedos me relaja de alguna forma muy singular, incluso terapéutico.
—Te lo preguntaré una vez y necesito que me contestes después de considerarlo —articulo con mi frente pegada completamente a la suya, ahogándome en esa mirada tan profunda suya, capaz de doblegarme—. ¿Deseas seguir con esto hasta el final?
Pone su mano encima de la mía que sostiene su cara y le brinda una suave caricia.
—Sí —afirma—. Solo me asusta el pensar que un día pueda perder a mi familia y que haya sido mi entera culpa por tener un oficio tan peligroso.
Al escucharla algo muy dentro de mí se ablanda y deposito un beso en la coronilla de su cabeza, comprendiendo a la perfección sus temores, ya que ambos sabíamos muy bien que lo que sentía el otro no es ni de asomo, algo ridículo, sino una cruda realidad que vivíamos donde todo es posible, pero que luchamos ante todo pronóstico para que las cosas salieran a nuestro favor, para así no arrastrar a nuestros seres queridos ni a otras personas.
—Ni me lo digas a mí —reclamo a modo sarcástico—. Yo solo quería ser un simple oficinista —digo en broma y ella me da un empujón ofendida—. ¡Hey!
—Y yo quería al principio ser doctora, pero la vida da muchas vueltas —espeta cruzada de brazos.
—Demasiadas.
Esta me mira ceñuda y sonrío socarrón abrazándola pese a sus protestas, necesitaba disfrutar más de lo cotidiano antes volver a un infierno lleno de demonios que se hacían llamar seres humanos. Y quién mejor que ella para hacerme sentir que estoy en el paraíso.
—Si la vida no diera tantas vueltas, nadie podría explicar lo nuestro —comento ajeno a el hecho de que me haya escuchado.
—¿Qué? —pregunta confundida y aprovecho para volver acercarme. Amaso sus labios con los míos saboreándolos, ella no cede al principio, pero después lentamente me sigue ya aceptando la dulce sensación. Me pierdo en sus labios rosados, hasta que el oxígeno se escasea y decido liberarla de mí.
—Te prometo que llegaremos al fin de esto y nos iremos todos juntos —Esta vez ella me abraza devuelta y entierra su cara entre mi cuello y hombro.
—Es una promesa entonces —susurra—. Haré lo mejor que pueda por hacer justicia por cada uno de ellos.
(...)
Camino con parsimonia por el pasillo acompañado de mi esposa, ambos llevamos un maletín negro con un montón de papeles y expedientes personales de otras personas, los dos poseemos la misma información en caso de emergencia.
—Solo tienes que conseguir las últimas conexiones que tuvieron los Miller antes de sus muertes —dijo y nos detenemos delante de una puerta—. Puede tener más información al respecto de lo que pensamos.
—Ella negó tener conocimientos del paradero del resto —farfullo y esta me escudriña entre un suspiro bochornoso—. Trataré de sacarle toda la información restante que pueda —la tranquilizo y asiente de acuerdo.
—Perfecto.
Me dio un reconfortante apretón en mi mano libre y sonrío ligeramente ante ese gesto, bajo sus ojos habían unas visibles bolsas que empiezan a notarse día con día y tenía la necesidad de finiquitar por lo menos uno de todos los asuntos por resolver.
Cuando entro a la habitación después de abrirla, lo primero que diviso es su figura delgada que se fundía con la oscuridad de la habitación de interrogatorio.
—¿Debo decir "hola"? —digo irónico sentándome en una silla frente a ella.
No dijo nada ni emitió sonido al respecto, esto me lleva a empujarla hablar, por lo que decido continuar yo.
—¿Hiciste algún voto de silencio como los monjes? —Capto su interés ante tal sandez, pero no contesta—. Tu silencio no te beneficia en absoluto —le advierto.
—¿Y bien? —dijo con ápice de hostilidad—. ¿A qué vienes hoy?
—Vengo hablar.
—Ya te dije todo lo que sé —señala reticente.
—No todo sobre ellos —apunto impasible—. Sé que no.
—¿Los Miller? —se burló con una sonrisa sarcástica—. ¿Los Taylor, Chester o quién más?
—Los Miller.
Paulina sonrió exudando placer en cada poro de su piel, se sentía agobiada pero la poca sensación de control que cedía algunas veces le es gratificante.
—Pensé que te habías dado cuenta, pero ya veo que no.
—¿De qué? —opto por escucharla.
—¿Cómo crees que conocí a los Miller? —me preguntó inquisitiva, relamiendo sus labios resecos gracias a el frío de la habitación donde se mantenía retenida.
Me mantuve en silencio y ella en consecuencia se respondió a sí misma.
—Para comenzar yo ya me relacionaba a esa familia gracias a mi prima Carol, siempre iba a su hogar que en líneas generales, se veía normal —empieza a contar, su voz rasposa denota mi atención—. A Paula solía gustarle tanto ese chico —dijo contemplativa; me regala una mirada sagas y sonríe—. Hubiera preferido que fueras tú, pero no, se enamoró de él y como buena hermana la acompañaba siempre, hasta que...
—Comenzaron a salir a escondidas.
—Sí —asiente seria—. Mis padres nunca estuvieron de acuerdo, odiaban a los Miller y con el tiempo, tuve un interés por su hermano; así que ya no sólo era ella, sino yo también quién se involucró con esa familia.
—Lo que no comprendo es porque —Su mirada sopesa mi dilema atenta—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué? —El aturdimiento se divisa en mi voz, no conseguía distinguir a la mujer que veía con mis propios ojos delante de mí como aquella joven inocente que alguna vez creí conocer.
Me es aún impensable, incluso con el pasar de los años, que ella fuera la cómplice detrás de todo ese... vil bodrio de asesinos y asquerosos seres.
—No lo sabía —se apresura a farfullar.
—Mientes —hablo con voz queda, que aunque no quería demostrar mis emociones no podía disfrazar la aflicción que me causó eso en el pasado—. Dices que eres una víctima, pero, tú la drogaste Paulina —acuso.
—Te juro que yo no quise... —dijo con voz trémula; temblores se apoderaron de su cuerpo.
—¡Pero lo hiciste! —recrimino y ella ahoga un sollozo, cualquiera que la viera pensaría que estoy siendo irracional, duro e insensible. Pero yo y algunos otros sabíamos quién es ella.
Unas lágrimas descendieron por sus pómulos, luego sus mejillas y finalmente cayeron en la fría mesa volviéndose casi imperceptibles; su cabello tanto como sus ojos habían perdido el brillo que conocía y ahora está más delgada; viéndose anímica, porque se había negado a ingerir alimentos con la excusa perfecta de que se sentía mal.
Tembló como una niña pequeña y se cruzó de brazos, aferrandose a ella misma en medio de sus temblores. Veía hacia el suelo gélido y oscuro, hasta que colocó sus manos encima de la mesa como en busca de proseguir con la conversación, pero en realidad tal vez solo quería que apreciara su aspecto desfallecido y la dejara en paz.
Visualizo como ella sostiene sus dedos y comienza a clavarse la uña en una de sus cutículas de la mano izquierda, unas diminutas gotas de sangre fluyen de allí y hago contacto visual con ella con hastío de esto.
—Ellos te protegieron de una forma u otra —mis palabras dejan a Paulina pasmada—. Me refiero a tus padres. Tal vez no padeces de esquizofrenia como le hicieron creer a las autoridades, pero fuiste diagnosticada con trastorno límite de la personalidad a los quince años —destaco para su sorpresa.
Sus expresiones flaquean, quedándose templada en el sitio y tanteo mis opciones. Debía jugar bien las cartas si quería que esta mujer me diera más información que aún sigue guardando.
—¿Qué? —Cada músculo de su cuerpo se endurece y se congela en el acto, lo único que puede hacer ahora es escucharme.
—Al inicio, tus padres te daban tanto amor como a tu gemela, Paula —incurro y su semblante cambia, la oscuridad acecha cada facción de su rostro a medida de que mi narrativa adquiere peso—. Cuando descubrieron eso, te sentiste a un lado por como la perspectiva de tu familia sobre ti cambió, en el fondo siempre la resentiste por ser más carismática, alegre, amable y sobretodo, por él; eso fue el detonante de todo —apunto y esta tuerce una mueca inconsciente de ello—. No lo pudiste soportar y la hiciste responsable de eso... Pero Anthony no estaba enamorado de ti, nunca lo estuvo —termino por decir con ahínco.
Eleva su vista por unos efímeros segundos y amenazantes, con una mirada sombría e irreconocible capaz de intimidar a cualquier persona presente.
—¿Sabes por qué ellos al final decidieron internarte? —le pregunto estudiando sus distintas reacciones, su labio inferior tembló por los nervios.
—¿Por qué me haces esta pregunta a pesar de conocer la respuesta? —Su cinismo se hace entrever—. ¿Qué ganas preguntándome cosas del pasado? ¿No viniste para saber más sobre los Miller? —trata de desviar la conversación en vano.
Recuerdo la ansiedad en su rostro, las lágrimas que derramó durante días y noches, las ocasiones en las que la consolé y escuché todo lo que necesito para que no se derrumbara mientras aún no había noticias del paradero de su gemela; incluso la mantuve protegida de sus propios padres, para después... enterarme que todo este tiempo estuvo mintiendo. Fingió desde el principio.
—Te protegieron, Paulina, a pesar del crimen tan atroz del que fuiste cómplice —paso por alto lo anterior dicho por ella y se le escapa una exhalación temblorosa acompañada de una risa hilarante.
—¿Estás grabando esta conversación?
—¿Acaso importa de todas formas? —espeto—. Igual vas a pudrirte aquí.
—Maldito —me insulta casi rechinando los dientes y saco de mi bolsillo una grabadora y la deslizo en la mesa hasta estar en el medio.
—¿Qué papel tenían los Chester en todo esto? —interrogo y sus ojos destilan renuencia—. Te escucho —declaro y me recuesto en la silla.
—Como sabes, las drogas no son lo único en lo que se desplazaban —comienza hablar—. Los Chester tienen una compañía automotriz de renombre, muchas conexiones y comercialización en otros países. Facturan cientos de miles, no, millones de dólares al año y tienen un montón de empleadores, también una sofisticada reputación.
—¿Entonces...?
—Por un lado, estaba eso y por el otro, eso nos permitía mantener una disimulada red de trata, usábamos la imagen de la empresa y engañaban a muchísimas personas para quitarle los papeles al llegar acá —añade y suspira—. A la vista pública la empresa luchaba con quiénes hacían la falsificación de la identidad de la empresa y, en secreto, estaban apoyándonos en la trata de personas.
—¿No es un movimiento muy arriesgado?
—Lo es —admite—, pero, esto es algo común más de lo que crees, ¿sabes cuántos patrocinadores hay que luchan contra la trata, pero en realidad son los mismos quiénes llevan este negocio? —divulga con sorna—. Una excelente tapadera a decir verdad.
—¿Qué me dices de los Bacheli?
Su silencio me descolocó porque aprecio un claro debate consigo misma sobre hablar de ello o no, lo que no se le pasaba por la cabeza a Paulina es que ya estábamos tratando con ellos, claro que era importante igual conocer más sobre su cooperación del pasado. Quién fue precisamente el que se comunicaba con ellos.
—Si piensas que tienes la posibilidad de derribar a esa familia renuncia a esa idea —formuló dubitativa—. Todas las personas que se atrevieron a llevarles la contraria fueron conseguidos mutilados y muchos de ellos ni siquiera han sido encontrados.
—¿En que área trabajaban juntos?
—Drogas, solamente eso —específica—. Aunque estaba en planes una nueva red de trata de blancas.
—¿A quién enviaban para concretar los negocios? —indago más.
—No lo sé —musita algo temerosa, eso llama mi atención—. Anthony era quién se encargaba de esas negociaciones, solo sé que usaban la misma ruta por un tiempo por la tensión que había entre ellos mismos, en ese tiempo al hermano del Boss ya no le parecía muchas de sus decisiones y por ende, el Boss fue perdiendo la confianza y decidió entablar negociaciones con nosotros.
Ella se levanta su camisa y analizo su plano abdomen hasta ver una enorme cicatriz de quemadura que deduje que había costado muchísimo en cicatrizar.
—¿Te lo hicieron ellos? —pregunto detallando la cicatriz.
—Sí —afirma—, eso fue cuando... —se interrumpe a sí misma y la insto a continuar.
—¿Cuándo qué? —insisto.
—Anthony le robó mercancía al Boss —dijo y la molestia polula en su ser y yo chasqueo la lengua—. Creyó como un ingenuo que la información no llegaría a sus oídos y, ¡Oh sorpresa! Si lo descubrió.
»En venganza marcó a cada uno de los miembros presentes y se llevó como garantía a tres de nosotros hasta reponer su pérdida, esa noche se llevó a Royce, Ashton y Samantha con ellos. La única que quedó con nosotros fue Selena porque se escondió lo suficientemente bien para no ser atrapada.
—Increíble —chisto incrédulo.
—De ahí no volvió a ser lo mismo —estipula con displicencia—. Llevó a la mierda la alianza y, por si no fuera poco, después de marcarnos como ganado nos torturaron psicológicamente hasta pagarles.
—¿Y seguiste con él aún así? —me refiero a él escéptico, esperando una respuesta de parte suya.
Es inaudito y aborrecible en perspectiva de cualquiera, porque por ese error tan garrafal podían matarlos a todos y ella lo relata como otra anécdota.
—Jamás iba a dejarlo —su postura no me impresiona, es tan claro como el agua que los dos tenían muchas cosas por las cuales estar juntos. Muchas atrocidades.
—¿Y cómo ibas a dejarlo? Los dos son exactamente iguales —mi sarcasmo se adhiere a mis palabras.
—¿Piensas eso? —La comisura de sus labios se elevan de oreja a oreja, recreando una sonrisa brillante con los dientes a la vista, el aura irreal y siniestra provocó que cada vello de mi cuerpo se pusiera de puntas por la sonrisa de fulgor e inverosímil escondiendo la abismal oscuridad que guardaba—. Él nunca creyó eso, ¡Ni una sola vez! —exclamó por último y soltó una sonora carcajada—. ¡¿Puedes creerlo?! ¡A pesar de que fuimos los dos! —La estruendosa risa llenó la habitación lúgubre y vacía.
Permanecí inexpresivo y ajeno a aquel ataque de efusividad de la mujer que reía de manera histriónica y desmesurada.
—¿Sobre ella? —Mi entrecejo se hunde y asumo que esta hablando de ella, Paula.
—¿Quieres saber que es aún peor? —me preguntó y aunque no respondí nada, ella dijo lo siguiente—: ¡Él fue el que quiso seguir hasta el final! Decía amarla, pero no le importó, ¡No le importó! —vociferó aún con los ojos acuosos y cabizbaja tiene la osadía de decir las palabras más cínicas y verdaderas en su vida—. No me hubiera arrepentido si no fuera por ese maldito, ¡Arruinó mi vida entera!
—¿La arruinó? ¿O lo hiciste tú misma?
—Estás equivocado en algo, Axiel —Bufa con una risa petulante—. Yo no lo quería, realmente no —El frío recorre a ambos—. En algún momento llegas a convencerte a ti mismo de que quieres eso, para escaparte aunque sea mentalmente del verdadero infierno —susurra impertérrita—. Pero los demonios también pueden estar contigo, donde quiera que vayas.
—Estarás con ellos por siempre —explayo.
—Y es un infierno perfecto, ya que él no se encuentra con nosotros —menciona complacida—. Soy libre.
Mis manos se convierten en puños bajo la mesa y me mantengo en un control admirable por ello.
—¿Qué quieres decir con qué estoy equivocado? —me acerco un poco aún con la mesa en medio.
—Porque siempre fue ella y su obsesión enferma por acabarla.
—¿Cómo? —La confusión está vez se apodera de mí.
—Después de ella... yo solo fui su reemplazo, nunca hubo más, y él me lo arrebató todo —confiesa así sin más, y la veo perplejo—. Estás muy convencido que lo amé desde el principio, pero no es cierto, cuándo ella dejó este mundo, ese hombre me lo quitó a él. En ese entonces, dos de las personas que más amaba me dejaron para siempre.
»Él nunca pudo aceptar que habían terminado lo suyo y yo no pude evitar enloquecer, al enterarme que el bebé que estaba en el vientre de mi hermana era de Ashton, mi novio.
✿..* ☆: *: ☆꧁νĮ♡𝔩𝑒Ŧ𝔞꧂☆: *:. ☆ *..✿
Ehhh... casi no hago notas de autor, pero quise hacer una para decirles que de ahora en adelante se abre una nueva etapa en Our Colors y es que, con el final de este capítulo, estaré desarrollando los próximos con más intención en el romance y drama.
También quiero aclarar algo porque se pueden confundir. En la historia hay dos "Ashton" de los que se hablan, ¿bien? El primero es el hermano de Anthony Miller, que vendría siendo el novio que tuvo en su juventud Paulina y el segundo "Ashton" es el hijo de Anthony Miller e hijastro de Paula, por lo que es importante aclarar este detalle para no confundirlos, jajajaja.
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