11
—¿Me estas amenazando? —le cuestiono con sorna. Mi humor iba en pique cada que ella abría la boca.
—Si quieres tomarlo de esa forma, pues es tu problema —rectifica con su característica voz chillona—. Yo no le veo nada de malo que salgamos juntos mientras que todos busquemos a Candace como parte de la cooperación y después de todo, les conviene la posición actual de mi familia —agrega con asertividad, moviéndose a través del sótano como si estuviera en su casa.
A ella no se le hacía extraño este tipo de lugares ni situaciones, de hecho, tenemos vidas similares... La gran diferencia es que esta chica jamás debe preocuparse por su pellejo ni por casi nada realmente; puesto que su familia está en la cima del negocio con las drogas y el lavado de dinero, todo un monopolio de corrupción. A veces ni yo creo que mi familia se relacionó con este tipo de personas, pero, para deshacerse de una familia tan poderosa y corrupta como los Bacheli y el resto, se necesita de otros más de su misma calaña para hacerlos caer. Todo está interrelacionado como un puto rompecabezas.
—¿Y qué tiene que ver una relación con eso? —refuto en descontento—. ¿Quieres jugar conmigo o qué? —punzo colérico con ella. Esta me fulmina con la mirada por mi altanería—. ¿Es tu capricho o hay otro motivo tras esto?
—Ambas —contesta sin pudor—. Pero quiero que ellos sepan que están de nuestro lado —espeta con una sonrisa escueta, confirmando mis sospechas—. Que cada uno de ellos sepa y estén advertidos. El poder va de la mano con un arma, y depende de que tan lejos quieres llegar es como la vas a usar a tu favor —dijo sopesando sus propias palabras—. Tu familia acepto esto, solo falta que muestres tu favorabilidad hacia mí.
—No los queremos a ellos como enemigos. —aclaro, mirándola a los ojos con ímpetu.
—¿Y a nosotros? —pregunta inquisitiva.
—Tampoco.
—¿Bueno? Entonces, no debería molestarte andar conmigo por un mes o dos. —insiste.
Inspire hondo sintiendo mis dedos entumecerse por los puños que forme en respuesta. A veces no podía creer que tenía que soportar a caprichosas como ella e hijos de puta como...
—Puede ser un mes.
—Sabes que me desagrada estar contigo y ni tienes idea cuánto detesto que me amenacen —recalco por lo anterior, por lo cual estoy furibundo hasta la médula—. Es una mala idea.
—Me gustas —declara. Cepilla las puntas de su cabello rubio con los dedos—. Y bastante.
—A mí no —respondo sin medirme. No es solo hasta ver la expresión descompuesta de Sabrina que agrego lo siguiente—. Ni un poco.
Ella se mantiene firme e ignora mis palabras, esto me hace suspirar furibundo, más no me atrevo a continuar siendo un completo idiota porque la necesito, en parte.
—Eres cruel —sisea cruzándose de brazos, remarcando más sus senos con la camisa de tiras. Al parecer se acordó de algo y lo saco de su bolso, consiguiente a eso se inclinó hacia mí que estaba sentado y me entrego unos papeles.
—¿Esto es...?
—Los registros que necesitaba Emily —se limita a decir y yo alcé una ceja dubitativo—. Solo son unos registros, Justin, tómalo —me lo entrega con una sonrisa. Sus ojos cafés brillan esperando un cumplido o que vaya en consonancia a sus intereses. Cosa que no hago, por lo que su rostro radiante se apaga.
—¿Cómo los conseguiste? —pregunto, y ella se encoge de hombros—. La mayoría de los bares de aquí son privados; motivo por el cual Emily no podía tener acceso a los registros —añado leyendo con rapidez los nombres de los registros. La mayoría de las personas son de alta alcurnia y adineradas.
«Por eso es que es tan difícil conseguirlos».
—Subestimas a mi padre —apunta y teclea algo en su teléfono—. Para él no hay información imposible de obtener en los negocios de esta ciudad.
«Charles Brown».
Detengo mi mirada en ese nombre en específico y por inercia, empiezo a leer con cuidado cada nombre del registro de ese bar. La curiosidad y perplejidad me llena cuando veo su nombre en el registro.
«Iris Brown». Acaricio su nombre en el registro y siento mi estómago revolverse. Es como si mi vista se hubiera atascado ahí, sin escape.
—¿Sucede algo?
En ese exacto instante leo los siguientes nombres confundido, sin encontrar alguno que conozca de su círculo, pero lo que más me impacto es que esté en un lugar así. Porque ella es menor de edad.
«¿Por qué estaba allí? ¿Cómo es que pudo ir? ¿Y con quién?».
—¿Justin? —dijo mi nombre con irritación—. ¡Hey, no me ignores! —exclama y pone su mano sobre los papeles y en consiguiente a eso, me los arrebata.
—¡Oye! —le llamo la atención—. Lo estaba leyendo...
—¿Es en serio? —balbuceó, incrédula, leyendo lo que leí; con las cejas fruncidas—. ¿Es por ella esto?
—No —niego sin titubeos. Sin embargo, por su cara puedo ver qué no me creyó para nada, lo que se me hizo extraño.
—Cuando mientas mejor estando enamorado, te creeré —protesta enojada—. Se te da pésimo.
—No estoy mintiendo —asevero en vano, porque no logro convencerla de lo contrario.
—Ajá —responde indiferente—. Es mejor que renuncies a ella —recomienda con reticencia—. Por tu bien —hace énfasis especial en lo último.
—¿Eso que quiere decir, Sabrina? —le pregunto estupefacto.
No obstante, sonrío de una manera perversa que me erizó los vellos de la piel, eso me llenó de intriga y me alarmó. Algo está mal. «Muy mal».
—Digamos que... Mi familia tiene una deuda que cobrar con la suya y sus posturas políticas tampoco favorecen la situación —comenta devolviendo a mis manos los registros—. Así que no quiero que estés en el ojo de la tormenta si tratas de protegerla —explica con vaguedad.
—Creí que no la conocías —indago, fingiendo tranquilidad—. Es inesperado saber que la conoces y desde ese aspecto.
—Pues sí, no la conocía por completo. Recuerda que soy en teoría, nueva en el instituto —zanja mi duda—. Pero una cosa es saber de ella y otra conocerla, y si sabía es en general sobre su familia. Por eso cuando supe de donde venía ella, lo cambiaba todo —argumenta con un tono gélido, contrastando con su cara sonriente—. En fin, lo ideal es que no te inmiscuyas con ella y no husmees mucho de los Brown, ellos no son cualquier familia —advierte discreta. Las dudas surgieron incrementando sospechas que debía verificar.
—Lo sé —espeto, incómodo. Evadiendo sus ojos cafés que por alguna razón, me hacían sentir juzgado pero a la vez cuestionado.
«Por ahora voy a ceder a su demanda. Cuando esto acabe, tendré que investigar más al respecto».
—Lo digo enserio —vuelve hacer énfasis y yo solo asiento para terminar la incómoda conversación. Porque es obvio que no iba hacerle caso en absoluto, esto solo me motivaría más con los planes de mi tía.
(...)
—Deberías mirar un poco más allá de ti, Iris. —dijo mi hermana, analizando mi semblante.
—¿Qué? ¿A qué te refieres, Arce? —cuestiono, mientras me llevo a la boca una cucharada de puré.
—Vamos... Te la pasas encerrada casi siempre en tu habitación cuando no estás en el instituto y si estás fuera es pegada como un Koala a Jeremy o de Melissa. —contesta y entonces recuerdo lo que me había mencionado Justin sobre los Koalas, pero lo ignoré porque estábamos hablando de algo más importante. Cuando vuelvo a centrar mi atención en ella otra vez, sus siguientes palabras me dejan boquiabierta.
—Creo que madre tiene un amante. —confiesa en un susurro.
—¿Y por qué crees eso? —pregunto sorprendida.
«¿Había escuchado bien? ¿Helena con un amante?» planteo en mi mente y pestañeé repetidas veces, viendo a mi hermana como si estuviera loca. No existe esa posibilidad, no podía.
—La escuché hablando por teléfono con un hombre cuando estaba en la sala de una forma demasiado cariñosa, demasiado para ser una amistad y...
—Eso no es posible, Arce —contradigo confundida. Si bien nuestra madre es muy distante, se me hace lejana la idea de una infidelidad—. Es una mujer muy... correcta y lo sabes, le interesa más el que dirán y su reputación que otra cosa, además que no dejaría a nuestro padre por nada del mundo. Con él a su lado, lo tiene todo, y a una mujer como ella es lo único que le importa.
—¿Y crees que el dinero lo es todo? —plantea y reconsidero lo dicho.
—Sé que no lo es —respondo con incomodidad, removiendome en el asiento—. Pero para ella sí.
—Sí, pero de todos modos eso no descarta que pueda tener un amante.
—Conozco a Helena y ella no sería capaz de tener un amante, Arce. —asevero mirándole segura.
—¡Pero como vas a saber eso! —exclama de repente, sorprendiéndome su repentina reacción—. A veces las personas hacen cosas que quizás nunca en su vida se creyeron capaces de hacer, así que, sí, ella puede ser muy capaz —objeta y en sus irises tan similares a los míos denotan frustración.
Es complicado tomar en cuenta una situación como esa así fuera hipotética, porque Helena es alguien que desde un principio fue por el escalón más arriba en su posición social y lo logró tal como quiso, no tiraría a la basura su esfuerzo de todos estos años y aunque fuese el caso, mi madre con un amante igual no dejaría a mi padre. Pero esto último es difícil que suceda, por lo tanto no puedo concebir eso.
—Arce, si fuera así... sería la primera persona en darme cuenta, te lo aseguro. —razono.
Y eso no lo decía por nada, ya que literalmente estudié cada faceta de mi propia madre para mi beneficio, para huir de su control y obsesiva perfección, de ella en su totalidad. Por lo que si viera un mínimo cambio en su actitud, comportamiento o lo que sea; lo intuiría. Sin añadir que nada es secreto en nuestra sociedad y esta ciudad.
—¿Por qué? Pues no estás pendiente de nada, así que, ¿cómo te darías cuenta? Y Helena tiene unas estúpidas reglas de privacidad, no está en casa y la mayoría de veces le molesta estar aquí, pero es evidente que no lo sabes; después de todo estás aquí físicamente, pero no consciente de tus alrededores ni nada. —setenció firme, lo cual me hizo sentir juzgada.
—No es probable. —insisto.
—Solo tú no lo crees —acusa algo molesta—. Por muy correcta que sea no quiere decir que...
Suspiré y antes de resignarme a continuar la conversación decidí por explicarle a Arce el porqué con todos los detalles.
—No es que no quiera, porque si hablamos de eso... Pues cualquier mujer en su situación lo tendría. El punto es que no puede, ¿entiendes? Mantener una relación con su amante en esta ciudad sería suicidio social y la familia de nuestro padre la comería viva —argumento y miro la hora en mi teléfono—. Ella lo perdería todo y sé que no estaría dispuesta a eso por un simple hombre. Correr el riesgo de ser descubierta es una incertidumbre que ella no quisiera vivir.
—Ella puede estarlo escondiendo bien.
—No existe ningún secreto en esta ciudad que sea un secreto por completo —la corto y escucho sus uñas repiquetear en la mesa—. Todo se descubre eventualmente —afirmo, por experiencia propia puedo decir que es así.
—Tienes un punto. —me da la razón y nos quedamos en sumo silencio hasta que ella vuelve a romperlo, pero esta vez sobre otra cosa.
—En fin, ¿vendrás a mi concierto? Ella dijo que no podría asistir, pero quería saber si tú estarías al menos —pregunta cambiando la conversación—. Sé que te aburren ese tipo de música, pero puedes salir a explorar otras áreas y después volver —sugiere.
—No, es que... —recordé mi cita con la terapeuta—. Tengo que asistir a mi consulta. Lo lamento, Arce.
Vi su sonrisa afable desvanecerse y su mirada oscurecerse. Perdió todo brillo y observar eso hizo mi estómago revolverse. «Soy una hermana horrible, Dios mío».
—Da igual, sabía que no irías, por eso le avisé a Michelle para que viniera. La profesora mencionó que va tomarnos fotos al terminar el concierto. —añade resignada y toma su plato sucio para lavarlo.
—Arce...
—Te dije que da igual, sé que es más importante que vayas —me interrumpe con aparente serenidad, pero bajo una vibra sombría—. Es tu salud mental y estabilidad al final, ¿bien? —señala con obviedad—. Me importa que estés bien, eres mi única hermana mayor.
—Dime la verdad, hermana —la enfrento con tristeza—. Si no te gusta y quieres que esté allí, puedo llamar y posponer mi cita —propongo y ella niega la cabeza con efusividad.
—No es necesario —replica, un poco desanimada—. Yo... Solo extraño a mi hermana del pasado, es todo —confiesa tratando de componerse.
Oír eso me destroza y trato a duras penas que unas simples palabras no me hayan afectado tanto, pero, la realidad es que no puedo. Porque yo tambien extrañaba mi yo del pasado, esa yo que no estaba hundida en la miseria, sintiéndose libre y risueña. «En definitiva, las palabras tienen el poder de destruirnos y más si vienen de las personas que amamos».
—Lo siento.
—No hay nada por lo cual disculparse. Lamento abordarte así, no te culpo, ¿de acuerdo? Iré a mi habitación —contesta sin saber que decir bien—, adiós —se despide saliendo de la cocina, dejándome sola.
Una lágrima recorre mi mejilla y la quitó, pero otras más descienden y me resigno a dejar salir lo que deseaba contener. Me levanté de mi asiento y me dirigí a mi habitación como un zombie, mi primera reacción fue llamar a Melissa, debía desahogarme con una persona de mi confianza lo que sentía ahora.
—¡Solo creí que era cualquier concierto! Ha ganado muchas veces y siempre está haciendo eso... —me excuso, porque, ¿cómo iba a saber que era importante? Y tenía cita, entonces por eso le dije que no, no pensé que se sentiría mal. No fue mi intención.
—El que tú estés allí lo es. A ella no le importa ese maldito concierto, le interesa es que tú estés presente, como su hermana. —comenta mi mejor amiga, esta suspira con pesadez y supuse qué sabía sobre mi sentimiento de culpabilidad.
—No fue mi intención, lo menos que quería era eso, tampoco pensé que tendría esa reacción. —admito con culpa.
—Lo sé, no te estoy culpando, lo siento si suena así —agrega apenada y yo me quedo en silencio—. Y parece que no la conoces, Iris. Es tu hermana menor de quien estamos hablando, casi tu hija en teoría —determina quitándome el habla.
—¿Que di...?
—Tú la criaste básicamente —asevera—. Dejaste de ser una niña para estar allí para ella.
—No, estás equivocada, Melissa —Reí nerviosamente, ni sabía porque me afecta esto—. No soy su madre.
—Abigail una vez me mencionó que tú estuviste con ella desde su nacimiento cuidándole, que cada que salían Arce estaba contigo, porque no querías dejarla sola. La defendías, cuidabas, enseñabas y le proporcionabas amor, protección...
»Helena será su madre biológica, pero tú estuviste con Arce cuando ella no. —finaliza contundente.
—Esto hace peor la situación —digo con frustración y escucho de nuevo un suspiro cansino a través del teléfono—. Siento como si le hubiera fallado.
—No lo veo así, quizá si pasas más tiempo con ella puedes enmendar de alguna forma tu ausencia afectiva con Arce —reitera—. No es tu responsabilidad ser su madre, lo sé, pero eres lo único presente en su vida. Solo se tienen a ustedes dos —recalca.
—Yo la tengo a ella y ella me tiene a mí, pero, yo dudo que Arce se sienta cómoda conmigo; puede albergar algo de rencor inconscientemente —le revelo a ella, ansiosa.
—Perdonar a nuestros seres queridos cuando nos fallan es parte de la vida. Usa esta oportunidad para aprender de ello —aconseja—. En algún momento todos llegamos a equivocarnos, tú no eres la excepción.
—Pero no todos los errores pueden ser perdonados. —susurro.
—Bueno, para sanar debemos dejar ir, así que perdonar es parte del proceso; pero no significa que vas a fingir que no sucedió nada cuando esa persona te lastimó de la manera más baja —reconoce sagaz—. El perdón es para ti, no para esa persona —agrega al percibir mi silencio a través de la línea—. Además, tu caso es diferente, no fue tu intención herir a tu hermana...
«Es cierto, puedo hacer mejor las cosas ahora».
—Gracias por ayudarme, Melissa —le agradezco y casi puedo imaginarme su sonrisa reluciente. Ella es de esas amigas que esta ahí cuando más necesitas un consejo—. En serio, muchas gracias.
—Es lo mínimo que puedo hacer.
Seguimos hablando tanto como es costumbre, de todo un poco y de nada en específico. Lo normal.
—¿Y cómo está tu hermano? —pregunto y Melissa bufa.
—Bien, supongo —dijo a secas, aunque algo en como lo decía me desconcertó. Melissa solía abrirse pocas veces sobre su familia, teníamos un poco en común sobre nuestras relaciones familiares complicadas. Aunque ella es la niña dorada de sus padres, pero con sus hermanos es algo difícil—. Todo es como siempre, aunque mis padres ayer decidieron recibir de nuevo en casa a Malcom —me cuenta y yo hago una mueca. «El idiota de su hermano está devuelta» pensé reticente, él no me caía bien por diversos motivos, entre ellos es que es una persona despreciable, alguien indeseable.
De solo recordar la primera vez que escuché su nombre me da escalofríos, pero Melissa no tiene la culpa de tener una escoria como hermano así, tal vez ella no sabe por completo la reputación tan repulsiva que se creó a costa de juntarse con las peores personas, hasta volverse su igual. Y ahora ni sus propios padres podían controlarlo.
—¿Segura? —vuelvo a preguntar consternada—. Cualquier cosa puedes decirme —Espero paciente a que me diga algo referente a ello, pero no lo hace.
Melissa me agradeció y dijo que no era nada, pero desde ese día, tuve la sospecha que algo ocurría, pero esperaría a que me lo contara por su cuenta.
(...)
Al día siguiente, una noticia llegó a todos lados, siendo una primicia y eso me dejó casi boquiabierta, no obstante, en menos de una semana fue olvidado por todos y ya andábamos como si nada, excepto algunas personas. Los amigos de Justin, quienes no están nada contentos con su nueva relación, pero decidían callarse; claro, hasta hoy.
—Cuidado con tu novia, Justin —advierte llamando la atención de él, que se encontraba abriendo su casillero—. Hay muchas aves carroñeras en la zona y una en especial, que no para de rondar —suelta sarcástico.
—Cierto —afirma el único rubio del grupo, los tres se veían con convicción, aguardando diversión en lo que insinúan—, es mejor que la cuides.
—Un descuido y Adam te gana de manos —interviene Jake sin nada de tacto, lo que hace que ellos le echen una ojeada inquisidora—. ¿Qué? Solo dije la verdad.
—No bromees conmigo. ¿Por que debería importarme él? —la expresión dubitativa de Justin, logra hacer reír a sus amigos.
—Es tu novia, ¿no? —inquiere Drake solapando al resto.
—Sí —Entrecierra los ojos, desconfiando de ellos—, pero eso no significa que vaya a serme infiel con alguien uno o dos años menores que nosotros. No la creo capaz de caer tan bajo.
—No digas que no te lo advertí. —Bruce silva sonriente y yo decido intervenir, dando mi aporte en la conversación.
—¿Y si apostamos? —propongo maliciosa.
—¡Excelente idea, Iris! —exclama Drake, emocionado con la idea.
—Ustedes, no...
Sin embargo, todos decidimos seguir charlando sobre mi idea, por lo cual, Justin, es interrumpido por enésima vez.
—Ofrezcan sus apuestas, chicos. Doy veinte dólares a que la tarántula accede a final de mes. —propone, Bruce, de la nada. Escucho a Justin quejarse, pero es ignorado.
No tengo idea porque los chicos les desagrada también Sabrina; puesto que lo mío tiene sus motivos, ya que ella no paraba de mirarme mal o hacer comentarios fuera de lugar desde antes y ahora no para de molestarme desde que es novia del imbécil. Le ignoraba, pero resultaba tedioso ver como seguía y seguía como una niña. ¿El por qué parece odiarme tanto? No lo sé, pero es extraño. Lo único que sé de ella es lo que saben aquí todos y que su familia está en el negocio del narcotrafico y lavado de dólares; además que su padre ahora es una figura importante de la política.
—¿Veinte? ¡Yo ofrezco treinta! En dos semanas ya la tendrá. —responde entusiasmado.
—Hecho —acepta este—. ¿Y tú, Iris?
—Veinte también —contesto, y pienso cuánto tardaría Sabrina en serle infiel a Justin—. Y quizá en una semana o estos días, quién sabe.
Los tres observamos a Jake, curiosos por su propuesta.
—Yo diez, ni más ni menos —aclara, con una sonrisa siniestra y se cruza de brazos—. Apuesto que en esta fiesta caerá por Adam.
—Que tacaño, Jake —protesta Drake—. Olvido que eres el más paranoico por los gastos —expone.
—Gastos innecesarios querrás decir.
—¿Y qué? Eres malditamente rico, no te vas a morir por gastar una minúscula parte de tu fortuna —dijo Bruce, mientras peinaba hacia atrás su cabello rubio con los dedos—. Casi todos aquí presentes, en realidad.
Ambos continuaron discutiendo, y yo opte por irme a mi primera clase del día, por lo que me despedí de los chicos deseándoles suerte, pero no me prestaron mucha atención.
—¿Crees que saquemos buenas notas en el examen de mañana? —interroga Melissa.
—Ni idea, la última vez el profesor se puso muy histérico cuando María hizo una mezcla incorrecta de pinturas, por lo que dio como resultado a un examen sorpresa en el que muchos reprobaron —verbalizo—. Así que no lo sé.
—¿Y cómo piensas que te ira a ti mañana?
—Pues quizá salga bien en el examen, eso ya depende del profesor —digo y ella me observa con un "¿Es en serio?".
—Pero tú siempre sacas buenas notas en artística —se queja haciendo un puchero y yo me reí entre dientes, porque es cierto—. No te hagas la humilde, Iris —apunta con gracia.
Amo pintar más que nada en este mundo y es el único pasatiempo que disfruto plenamente cuando me siento bien, otras veces, pinto para desahogarme, librarme de lo que me tiene consternada, ahogada.
—La humildad ante todo. —bromeo.
Sentí algo meterse entre mis pies de repente, giré mi cabeza con una velocidad increíble; para ver a Melissa a mi lado y sin más remedio la sostuve del brazo para no caerme al suelo. Ella se sorprendió y sentí como su cuerpo se tambaleó por mi fuerte e inesperado agarre, pero se compuso y como respuesta me ayudó a mantener el equilibrio atrayendome hacia ella.
—Estás bien, ¿verdad? —la escuché decir con cinismo y yo maldije por lo bajo—. Por poco y te caes de frente.
«Ya quisieras tú, tarántula».
—Para tu mala suerte, sí, estoy bien. —Ruedo los ojos y ella me barre con la mirada, altiva.
—Tus zapatos están sucios —dijo y yo decido ignorarla, mientras que Melissa la ve muy enojada—. Se ve que son muy caros, pero, ¿no vas a cambiarlos por otros? Te vendrían bien ponerte otros, esos ya están muy sucios, el color blanco al mancharse no es muy fácil de limpiar —punza con sarcasmo—. Aunque entendería que no quisieras, no te pondrías zapatos baratos despues de andar con unos de marca. A menos que quieras andar por todo el instituto con los zapatos así, aunque bueno, no es mi problema en realidad —comenta con aparente inocencia.
—¡Tú fuiste la que...! —trata de protestar Melissa.
—Ya vámonos —la sostengo del brazo y la sujeto para arrastrarla conmigo, interviniendo para que no dijera nada más—. Solo me esta provocando Melissa y no hay que caer en ello. Además, no voy a desperdiciar discutiendo con Sabrina por unos estúpidos zapatos, puedo comprarme otros y tantos como quisiera —comento restándole importancia.
—¡Pero ese no es el punto, tú eres mucho más poderosa que ella! —exclama y veo a mi alrededor, por suerte ya casi todos habían ido a sus clases—. ¡No puedes dejar que te moleste como le plazca! —recrimina y me apunta con su dedo en mi pecho, su dulce aroma a flores me aborda las fosas nasales por su acercamiento—. Debes y tienes que defenderte —insiste furibunda.
—Pelear con ella es como hacerlo con una niña, es molesto, sí; pero tengo mejores cosas que hacer que demostrarle a ella algo —me sincero, lo que causa que la expresión de Melissa se contraiga nada a gusto—. Es que no me importa, ¿bien? Estoy concentrada en otros asuntos.
Esta niega rabiosa, contrastando muchísimo con su apariencia angelical, cualquiera que la viera diría que ella es delicada como un ángel, con su cabello largo y suaves ondulaciones, en especial por su rostro radiante con ojos almendrados qué le dan vibras palpables de inocencia; pero contrario a las expectativas, Melissa es una mujer alegre pero también reactiva, se deja fluir con todas sus emociones y responde a sus impulsos sin importarle nada ni nadie.
—Esto no puede continuar así, Iris —dijo con seriedad, preocupada por mi bienestar—. Te puede parecer tonto, pero cada vez ella va asumiendo que te puede hacer cualquier cosa porque no ve que te importe y eso me frustra —Suspira, viéndome exasperada—. Debes decirle a tus padres o no lo sé, ¿tal vez hablar con Justin? Sé que solo es su novio, pero si el resentimiento de ella viene por sus inseguridades, entonces él tiene que charlar con Sabrina —ahonda en el tema.
—¿Pedirle ayuda a él para controlar a la sociopata de su novia? Ni loca —me niego de plano, porque sabía que eso empeorará la situación. Ella está mal de la cabeza—. Y dudo que a él le importe, ¿sabes? —comunico queriendo dar por finalizada la conversación, así que hago un ademán de entrar a la clase.
—Si dejas que ella siga cruzando tus límites sin una advertencia, lo vas a lamentar. —amonesta. Y cuanta razón ella tenía.
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