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10.5

—¿Mamá? —musité, extrañada.

Seguí a mi madre de puntillas, desde unos cuantos pasas atrás a donde se dirigía; a la puerta principal de nuestra casa, y de repente, sin poder evitarlo, la mirada se me iluminó con la diminuta esperanza de que fuese papá quien estuviera esperando en la puerta afuera. El anhelo y añoranza inundó mi pecho.

—¿Es papá? ¿Él volvió? —cuchicheé, con una sonrisa.

Ya son dos años que no veo a papá, desde la última vez que prometió volver con un regalo para mi cumpleaños cuando terminara su viaje de negocios... ¡Es un mentiroso! Le diré cuando regrese que ahora me debe dos regalos atrasados, y eso que he esperado a papá cómo me pidió ¡Incluso le dije a mamá que lo llamara! Pero ella me dijo que en su trabajo no puede tener teléfono consigo. ¿Por qué? No lo sé, al parecer el trabajo de papá es muy exigente.

Mamá se percató que la seguía desde la distancia con cautela, así que giro la parte superior de su cuerpo y...

—Shh. —Se llevó su dedo índice a la boca, indicando que hiciera sumo silencio, lo cual hice.

«Es papá, es papá» repetí en mi mente con emoción, a pesar de que mi madre se encontraba algo nerviosa y quizá, se debía a que mamá guardó toda su ropa en una maleta y se lo dio al tío Oliver.

«Puede ser que tenga miedo de que papá se enoje con ella como la última vez y está nerviosa».

Mamá se paró enfrente de la puerta a ver quién tocó el timbre, yo me lleve la mano a la boca para no soltar ningún sonido, por dentro estoy que exploto como una burbuja.

«¡Estoy emocionada!». Entonces, sin esperármelo, mediante un estruendo y con un golpe en seco derribaron la puerta arrojando a mamá lejos de ahí.

—¡Abajo! —exclamó alguien pateando la puerta con fuerza, siendo abierta en un abrir y cerrar de ojos—. ¡Abajo ahora mismo!

«¿Qué está pasando? ¿Por qué ocurre esto....? ¿Por qué...?».

Un hombre de tatuajes me tira al suelo y me sostiene, lágrimas recorren mis mejillas, estoy asustada y no entendí nada. ¿Por qué ellos están aquí?

—¡Suelta mi brazo! —exigí, forcejeando con ese hombre—. ¡Mamá! —exclamo entre sollozos. No podía ver por las lágrimas que inundan mis ojos y que estoy en el suelo, un desconocido tratando de impedir que me levante—. ¡Mamá, mamá!

—¡Lisa, no te muevas! —me pidió y yo le hice caso, me rendí sin remedio tras un rato de resistencia.

No obstante, continúe llorando, no comprendo qué está ocurriendo, ¿por qué entraron estos? ¿Por qué? ¡Yo solo quiero a papá!

Alcé mi cara y con la vista borrosa, aun así; pude ver a mamá empujando a uno de los hombres de negro, él quería inmovilizarla.

—¡Mamá! —grité, pero fue tarde.

—¡Ahhhh! —Un golpe en seco en su espalda la lanzó al suelo—. ¡Malditos traicioneros! ¡¿Así tratan a su señora?! —espetó, queriendo deshacerse de su agarre.

—¿Tú? ¿La señora Bacheli? —se burló uno de los hombres—. ¿Acaso te casaste con él con aprobación de la familia, querida? No, ¿cierto? —apuntó, acto seguido camino cerca de donde yo estaba—. Solo eres una maldita ramera Candace Pattinson, no olvides de dónde vienes. Además, ninguno de nosotros te debe lealtad —expone contundente—. Eres nadie.

—¿Y Hugo? ¿A él no le deben lealtad? —farfulla—. Son escorias sin lealtad.

—Nos traicionó desde que se casó contigo —soltó con frialdad e inexpresivo—. Y desde que decidió engendrar a esa mocosa —añadió.

«—Y desde que decidió engendrar a esa mocosa contigo». Resonó en mi cabeza. Un escalofrío surcó mi cuerpo, no sabía qué sucedía, porque mamá y a mí nos tenían así, por qué se refieren a papá así.

«¿Dónde está papá?».

—Candace, Candace —repitió su nombre, con un aparente placer—. Rick, trae la bolsa negra del maletero, ahora —dictaminó con firmeza—. Odio alargar lo inevitable y tú también, ¿verdad, Candace? —inquirió, encendiendo un cigarrillo.

—Púdrete, Carlos —insultó—. Cuando Hugo nos encuentre hará que lo lamentes —amenaza segura de sí misma—. Tú y cada uno de ustedes lo van a pagar caro.

Sin embargo, su amenaza no surtió efecto, puesto que algunas risas se escucharon.

—Jefe, aquí está —Realiza un amago de querer entregarle la bolsa—. Tenga.

Una bolsa de tela negra, con un cierre y sin nada de adornos, simple y normal. Pero dentro de ella... es obvio que había algo. ¿Qué es?

—¿En serio? —brama tirando el cigarrillo al suelo, para tomar en sus manos aquella bolsa negra, desvelando ante nosotros lo que está adentro. Ocasionando que gemidos de conmoción inundarán la sala—. ¿Un decapitado puede hacer que lo lamente? —anuncia maquiavélico, la bolsa negra cae al suelo, y sus manos sostienen la cabeza ensangrentada sin escrúpulos. El descaro y cinismo que derrocha es sin igual.

Gotitas de sangre manchan el suelo de cerámica celeste, y las palmas de aquel hombre tatuado se ensuciaron más al apretujar la cabeza; aun así, parecía no importarle ni en lo más mínimo.

El rostro de mamá palidece y empieza a gritar despavorida. Yo aún no proceso lo que estoy viendo y cierro mis ojos abrumada, pero lloro hasta sentir mi respiración atascada, llego a la conclusión que esta es la última vez que vería a papá y de esa forma. Él no volvería a casa.... Nunca lo haría.

«Papá está muerto» pienso entre un grito desgarrador, desesperado, moviendo mi cuerpo con la intención de que me soltaran. «No, no, no, esto no puede ser cierto, ¡No puede ser real!».

—¡Asesino! ¡Malditos, malditos! —gritó mi madre. Y así, el hombre de negro ejerció más fuerza sobre mí—. ¡¿Cómo se atrevieron?! —vocifera descarriada—. ¡¿Cómo?!

El sonido de un teléfono, una llamada; eso fue lo que basto para congelar el ambiente, por suerte ese hombre se abstuvo de golpear a mamá. Los sonidos que se oyen solo son sollozos, llantos ahogados y respiraciones entrecortadas.

—Candace —farfulla su nombre asqueado, parándose frente a ella—. Tienes dos oportunidades para sobrevivir —escudriña poco contento con el hecho—, aunque aquí entre nosotros, solo tienes una sola oportunidad para salir por esa puerta con vida y no dentro de una bolsa negra similar a la de tu marido —finaliza, observándome de reojo.

«¿Por qué?».

—Deja a tu hija con nosotros, con la familia Bacheli —ofrece cauteloso—. Ellos cuidarán de ella, a cambio podrás irte con quinientos mil dólares en el banco y desaparecerte, rehacer tu vida —establece como una propuesta irresistible—. Y mientras ella esté viva, no puedes jamás volver a involucrarte en ningún aspecto de su vida.

—Mamá... —susurre con voz queda, inaudible.

—No —negó instantáneamente—. ¿Asesinaron a mi marido y ahora quieren a mi hija? ¿acaso me quieren ver cara de estúpida? —espeta sorbiendo su nariz. El rostro de Carlos se descompuso, la paciencia se le iba por el caño por la mujer histérica con la cual está lidiando—. ¡Qué no voy acceder a sus malditas condiciones! —suelta en un grito histriónico.

—No es que puedas o no —corrige enseñando la pantalla del móvil en su mano—. Tienes que hacerlo, ¿de acuerdo? Esto no depende de ti... Ahora solo eres Candace, una viuda...

—¿Por qué esa perra querría a mi hija? —indaga alarmada, confundida con el giro de acontecimientos—. ¡Es mi hija, no suya! —reclama por poco cediendo al llanto. Por suerte, no se derrumbó.

Ambos se miraron, y por un instante, la mirada de mi madre flaquea ante la de él.

«No, mamá...»

—Ochocientos mil dólares en tu cuenta bancaria —anuncia y desenfunda su arma—. Es mi última oferta.

—Esa maldita no podría querer a mi hija... No puede. ¿Por qué? —pregunta acongojada. El hombre que la sostiene la suelta, comprendiendo que tanto su jefe como ella estaba con intención de llegar a un acuerdo mutuo—. Ella odia a Lisa, me odia. ¿Por qué ahora considerar a Lisa parte de los Bacheli? —cuestiona—. ¡¿Por qué?! —insiste perdiendo los nervios.

—Es su nieta —contesta relamiendo sus labios resecos—. Su sangre y no hay nada más sagrado para un Bacheli que eso.

—Hugo era su hijo —aseveró con tono acerado. La mortificación y dolor emocional de articular el nombre de su esposo pasmado en su cara—. Y lo mató. ¿Aún así la familia tiene valor para ustedes? ¿En serio? —recrimina y voltea a verme con ojos llorosos—. Lo único que vale para ustedes es seguir manteniéndose donde están.

Carlos no responde y solo se mantiene al margen de observarla, esperando por su pronta decisión.

—Un millón quinientos mil dólares.

—¿Mamá? No puede ser... —El aire se me va de mis pulmones, el calor de mi cuerpo también y siento que mi corazón deja de latir. Estoy tan sorprendida y perpleja, que me cuesta creer si esto es real o no—. ¡Mamá!

—Nunca cambias, Candace Pattinson —comenta sonriente, ignorándome—. Tenemos un trato.

—Quiero la transferencia ahora.

—La tendrás —reafirma dándole seguridad del hecho—. Lleven a la niña a la camioneta.

—¡No me toquen! ¡Mamá, por favor! —sollocé y la miré entre lágrimas—. ¡Mamá!

Mi madre solo bajó la cabeza, no me miró en absoluto. Sentí mi pecho contraerse, porque entendía cual había sido su decisión.

—Mi vida... Te prometo que ellos te cuidarán, tendrás una familia nueva —su voz se quebró y finiquitó diciendo—: Recuerda ser siempre una buena niña. No olvides que mamá te ama.

«No olvides que mamá te ama». Resonó en mi cabeza con incredulidad «—Cuando amamos a una persona ni todo el dinero del mundo puede comprarnos, Lisa. Tú eres mi tesoro» recordé las palabras de papá.

—Mentirosa, mentirosa —digo entre gimoteos y espasmos. Limpie mis lágrimas con mis manos temblorosas, mientras que el hombre de tatuajes me sostenía para llevarme—. ¡Mentirosa, mentirosa!

Abren la puerta y observo la camioneta negra con reticencia, enojada y dolida. Otra persona abre la puerta de atrás, donde pretendían meterme allí. O eso querían, porque antes de hacerlo, una camioneta del mismo color se interpone, en el cual unos jóvenes salen.

—¡Zander, abajo! —ordena el hombre que me sostenía, cubriendo mi cuerpo con el suyo, fue así cuando sentí unas balas perforar su cuerpo.

—A-ah no —Mi respiración se acelera, siento que no tengo aire en mis pulmones, intento quitarme el gran cuerpo del hombre de encima, pero no lo consigo. Su sangre me empapa las ropas y al mirar su cara pálida, sin vida, me martirizo al punto de entrar en psicosis.

Una chica con cabellera rubia un poco más allá de los hombros quito el cuerpo sobre mí, me carga y tira al asiento trasero de la camioneta donde se bajó. Entre las balaceras un chico se sube y arranca la camioneta, pegándome contra al asiento.

—¡No dejes que se escapen! —grita uno de los hombres de Carlos.

—¡Joder, acelera! ¡Acelera, acelera! —brama desgarrando su garganta, pero eso no le importó.

El ruido estridente de la camioneta al ser forzada en ir a máxima velocidad penetró en los oídos de todos, siendo obligados a sostenernos de los asientos con fuerza por la velocidad usada, tiemblo tal como una gelatina y eso al parecer a nadie le importa, ya que tenían problemas muchos peores.

Noté un ruido chirriante de algo rozando la camioneta, pero no supe deducir a ciencia cierta que es; solo sé que estoy en peligro, que estoy en una muy, pero muy mala posición ahora.

—¡Mierda, te dije que era una mala idea! —reclamo con cabreo y una profunda convicción en su mirada al cargar el arma con desesperación.

—¡Tú fuiste quién consintió hacerlo! —replicó con enojo.

—¡Me dijiste que podría sernos útil! —exclamó quitándole el seguro al arma, mitad de su cuerpo asomándose por fuera.

Los disparos rozaban el carro, llegando finalmente a romper el vidrio trasero, los cristales de este inundando la parte trasera de la camioneta, donde para su mala suerte, me encuentro encogiéndome lo más posible de la terrible situación. Diminutos cristales cayendo a mi alrededor, como granizo.

—¡Papá! —gimoteo. Cubro mi cabeza con mis manos, espantada; abundantes lágrimas de confusión y miedo profundo corren sin parar por mis mejillas, siendo presa de la expectativa de cómo terminaría esto.

Un giro brusco me hizo sostenerme del asiento tratando de mantener el equilibrio, provocando que cristales se clavaran en mis palmas, me quejé del dolor sacudiendo mi mano sin resultado, sollocé al sentir que el dolor se expandía por otros cortes.

«¡Duele, duele muchísimo!».

—¡Maldición, no puedo darles! —Un disparo le hizo intentar cubrirse dentro de la camioneta, entonces un alarido me desconcertó; alcé mi cara levemente, aún con la vista nublada por las lágrimas vislumbre la sangre chorreando...—. ¡Arghh! —emergió un quejido repleto de dolor, mordiendo su labio inferior mientras busca desesperadamente detener el sangrado, y por suerte; como un acto rápido dio con una camisa y se tapó la herida, dada la velocidad utilizada se le dificulta envolver su brazo para ejercer presión, pero lo logró.

—¡Hijos de puta! —exclama ocultándose bajo su asiento mientras aprieta su herida para frenar el sangrado.

—¡Mierda, van a matarnos! —grita dando un giro total, que consigue tirarme en el cojín e impactar con el montón de cristales otra vez—. ¡No creo que podamos llegar! —dijo aun manejando a máxima velocidad—. ¡Tenemos que perderlos de vista o deshacernos de ellos!

—¡Tengo una idea! —llama la atención del hombre—. ¡Detén el auto cuando estén lo más cerca de nosotros!

—¡Eso es un suicidio, estúpida!

—¡¿Tienes otra idea?! —explaya irritada.

Fue así cuando otra vuelta me hizo golpearme con los asientos de adelante, pero, no siendo eso lo único malo de la situación, algo se estrelló con nosotros no mucho después.

Esa persona me trajo hacia la parte delantera lo más rápido que pudo, pero no pudo evitar que chocara contra el vidrio por el impacto.

Y de ahí todo se volvió oscuridad para mí.

(...)

Abrí mis párpados con pesadez, no conseguía mover mi cuerpo adormecido, solo sentía un líquido caliente recorriendo mi rostro, mi cuerpo y el sitio donde estábamos.

—¿Estás bien? —pregunta alguien—. Esto quedó destrozado, pero más el de ellos. Espero que nadie siga con vida, Olivia, si uno de ellos está consciente es obvio quiénes saldrán perdiendo —sigue hablando.

Yo solo escucho sus voces como murmureos lejanos, porque a pesar de que lucho para mantenerme despierta, sabía que no podría más.

—Déjame ver tu otro brazo, Olivia —pide en seco—. Esta sangrando demasiado.

—N-no, tengo vidrios incrustado en mi otro brazo y la niña está sangrando, traté de cubrirla p-pero....

—Hay que sacar los vidrios y apretar con cualquier tela para que haga presión.

—Estoy bien, estoy bien...

—¡Olivia! —gritó en desesperación—. Maldición, maldición, te dije que era una mala idea secuestrarla de ellos —apunta colérico de la impotencia—. ¡Esto es lo que sucede cuando interferimos en los negocios de otros sin preparación alguna!

Un ruido hizo que ambos quedarán en silencio.

—Que divertida reunión familiar.

—¡Tú! ¡¿Cómo puede ser...?!

—Es un gusto verlos de nuevo, aunque nunca imaginé que en estas circunstancias —se mofa riendo—. Por lo que detallo se adelantaron antes que nosotros.

—¡¿Qué?!

—Llevaremos a la mocosa con nosotros, el dinero por su rescate nos servirá para huir del país —comenta hosco—. Podemos sacarle dinero mientras esté con vida.

—Y la perra de su abuela estará dispuesta a pagar por ello —objeta otra voz con entretenimiento.

—¡Ella es una Bacheli, si la tocas será el final de sus vidas!

—Un paso más y te disparo —amenaza.

—¡Me importa una mierda! —pierde los estribos—. ¡Váyanse de aquí, ahora! —ordena inflexible—. Esta niña se irá con nosotros les guste o no. ¡No es para sus asquerosos planes!

—¿Y acaso ustedes dos, par de hermanos, no pretendían hacer lo mismo? —explaya sarcástico.

—Es distinto. ¡Ella es de mi sangre! ¡Mi sangre! —saca a relucir y así, el sonido de un disparo se hace presente—. ¡¿Cómo te atreves?!

Un jadeo, insultos y amenazas de ambas partes se hacen presentes.

—¡Christian! —exclama un nombre aterrorizada—. ¡No, no, no! ¡Escúchame, no cierres tus ojos! —ruega entre gritos desgarradores—. ¡Hermano!

—Tómala, tenemos que irnos de este lugar sin dejar rastro —dijo apresurando a la otra persona.

Unos brazos toman mi cuerpo con cuidado.

—Suéltame... —susurro, pero este no me oye, ya que ni siquiera media voz sale de mí.

—¡Si él muere, juro que los mataré! —advierte—. ¡Los mataré!

—Buena suerte intentándolo —se burla y escucho otro disparo.

Me carga y me coloca en un lugar sólido pero un poco suave, sus manos apartan mi cabello pegado al rostro y limpia el líquido espeso de mi cara con lo que parece ser un trapo.

—¿Es posible salvarla de morir desangrada? —pregunta y siento el sonido de un auto encenderse, para estar en movimiento.

—Lo ideal sería llevarla a un médico, la herida en su cabeza es lo preocupante —concluye haciendo presión en una zona de mi cabeza.

—¿Puedes curarla o no?

—No soy médico, pero... Trataré, igual siempre he sanado mis heridas yo mismo, solo que no tengo nada con que detener el sangrado y cerrar su herida —argumenta con hincapié en lo último.

—Comprendo. Vigila sus signos vitales, yo me aseguraré de conducir el resto de la tarde y noche para llegar.

—Perfecto.

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