XIV
Desde hace un día ambos habían tomado caminos separados. Continuaban viéndose como la pareja que eran... pareja, se sentía extrañamente feliz al pensar en ella como su pareja; sin embargo, cuando faltaba una semana para que comenzara la lucha entre todos para conseguir la firma con Fur Record, por mutuo acuerdo, decidieron no hablar de sus números al momento de verse. Tampoco es que tuvieran muchas salidas, Ash al contrario de muchas chicas prefería en lugar de una salida al cine, por un helado o algo que considerara romántico (aconsejado por Rosita), una ida a su casa a tocar la guitarra, o algo remotamente opuesto al romanticismo común.
Y a Johnny le gustaba así.
De cierta forma eso la hacía aún más especial para él.
Y como ella era especial, se merecía una competencia especial. Fue lo primero que acordaron antes de «separarse»:
—Ni se te ocurra pensar que porque te quiero seré blanda contigo —le había dicho Ash en la sala de su departamento cuando ambos habían aceptado los acuerdos de no contar nada del número al otro. Aún lo hacía sentir atontado el oírla expresar cariño—. Más te vale que seas igual de fuerte que siempre. No quiero que hagas un mal número para dejarme ganar, porque si lo haces te dejo.
Johnny había reído y asentido, levantando la mano, prometiendo que no se la iba a poner fácil a ella tampoco.
Y es lo menos que se merecía después de todo, iba a hacerle difícil la competencia. Tenía que sacar a su padre y la única manera de hacerlo era ganando. Amaba mucho a Ash, pero su padre es su padre. Además, en el caso de que ella perdiera, no perdería mucho al final, porque él se encargaría de hacer colaboraciones para hacerla conocida.
Tenía los números ya decididos desde que salió de la visita con su padre en la cual estuvo demasiado tenso, tanto por cómo reaccionó Marcus con él, como por la manera en que tanto Ash y él tenían ese... ¿espíritu? No sabía definirlo bien; carácter parecía más apropiado. Había decidido desde que le había tocado Ash como compañera, cantar I'm still standing, pero la cambió por otra. El segundo número fue aún más fácil de escoger, solo le bastó mirar la calma con la que ella hablaba con su padre para decidirlo.
Sería grandioso.
Ganaría sin lugar a dudas.
Ash le había prestado la guitarra para que ensayara en su casa, y ya que mañana podría tocar el piano sin molestias, la tomó y buscó las partituras de la canción de su número extra, era sentimental, mucho, aunque no dejaba de ser rock. Calificaba. «Seis días», pensó, pasando los dedos por las cuerdas.
Colocó la partitura en el suelo, sentado en el mismo colocó su móvil y reprodujo la canción, empezando a tocarla al tiempo. Esa era una de las maneras más efectivas de aprender, según Ash, haciendo covers al tiempo que la música original sonaba y se veían las partituras.
Aunque aún le seguía costando, era menos que ayer. En estos seis días la perfeccionaría. Cuando comenzó la cantada, no pudo evitar cantarla también...
—I'm not a perfect person...
El tema era tan... para ellos. La canción tenía un ritmo pegadizo y la incitaba sí o sí a bailar, y para ambos era perfecta. La música recorría cada fibra de Rosita y la hacía sentirse como una adolescente de nuevo, y eso era lograr casi milagros; en Gunter, bueno, ¿qué canción no sacaba lo bailarín de Gunter? Rosita creía... no, tenía por seguro que él era de los animales que se bailaban el himno si los dejaban.
Los pasos eran seguros y bien pulidos, sin errores de ninguno de los dos, aunque el baile de ese tipo de ritmo era más bien libre. La coreografía de ellos mezclaba pasos que en lugar de sentirlos como, valga la redundancia, pasos, los sentían como si se estuvieran divirtiendo. ¿Y no es ese el motivo de la música y el baile?, pensó, el que todos se diviertan con ello y se liberen.
Gunter la tomó por la pezuña y la hizo dar una vuelta sobre sí misma, Rosita agregó tres giros más a la vuelta y cuando se detuvo se dejó caer en los brazos de él, quien la sostuvo mirándola a los ojos, inclinándola un poco, mientras la última línea de la canción sonaba con un claro «...and dance with me.»
Se quedaron viendo a los ojos por un momento, mientras la canción daba los últimos sonidos y se terminaba. Rosita jadeaba cansada, habían practicado esa coreografía cuatro veces, cinco con esta, para poder perfeccionarla, sin embargo, se sentía a gusto allí, ensayando. No sabía si Gunter al fin le había contagiado su buena vibra y carisma o si era solo porque él estaba allí, últimamente estaba más a gusto con Gunter que en su propia casa. Bueno, a final de cuentas en su casa lo que hacía era o estar al pendiente de sus veinticinco pequeños o estar tras de Norman, que aunque luego de su primer número se volvió un poquito más atento, había caído de nuevo en su monotonía.
Sonrió sin apartarle la mirada y le dio unos toquecitos en la mejilla.
—¿Seguimos con la otra, muchachón? —preguntó.
Gunter sonrió, cansado también, y asintió
—Yah. —La irguió y luego de soltarla dio unos saltitos sacudiéndose los hombros—. Ya la pongo. —Caminó hasta donde estaba su celular, conectado al equipo de sonido que reproducía la canción en los enormes altavoces y luego de tocar la pantalla, la música empezó a sonar.
Esa canción aunque al principio le costó elegirla, ahora le gustaba. Ese coral con el que iniciaba le daba un aire de misticismo a la tonada, la batería comenzó a sonar junto con la guitarra eléctrica para darle más poder. Gunter caminó hacia ella con una sonrisa aún más grande. Sabían que ese número los haría ganar, casi no tenía coreografía, era más la cantada, pero aún así tenían una.
La melodía se detuvo por un instante, reanudando se curso con un ritmo más calmado, dando inicio a la cantada; la parte de Rosita. Aspiró profundo antes de cantar la pequeña estrofa inicial:
We live in every moment but this one
Why don't we recognize the faces loving us so...
Sonrió cuando Gunter empezó a cantar a dúo con ella.
La música era enérgica.
La letra mágica, misteriosa, divertida.
Era perfecta.
«Solo cinco días para ganar.»
Cuatro días. Faltaban cuatro días de para que aquella tortura terminara. En el camerino de Mike, con los altavoces en las esquinas del mismo sonando a un volumen ni muy alto, aunque ni muy bajo, Meena practicaba su forzada colaboración con el ratón. Ya tenía listos sus propios números y, por lo que tenía entendido, los demás miembros, incluyéndolo a él, habían informado al señor Moon sobre qué cantarían y en caso de tener coreografía, qué necesitarían.
Sin embargo, pese a ya tener todo listo, aún le faltaba perfeccionar la cantada colaborativa. Todo salía bien al inicio, tanto su suave voz como, luego la gruesa voz de Mike se ajustaban, pero era donde debían cantar a dueto (él más alto y ella de fondo) cuando chocaban de alguna manera. Era muy difícil hacerlas coincidir como la canción original.
El momento se acercaba, Mike estaba terminando de cantar la estrofa que lo hacía en solitario para dar inicio a donde ella era la voz de apoyo:
So high, so high...
A continuación, siguió una parte que era una tarareada, que ella tenía que reconocer, le salía genial. ¿Por qué alguien como él tenía esa voz tan buena? ¡Era injusto para los demás animales!
Respiró profundo, serenándose, antes de que llegara ese acorde que le indicaba que venían ambos. Trató de concentrarse en la razón de aquello: era para ayudarlo con su novia. Había visto a, según él le contó, Nancy salir con él varias veces mientras ella iba por la calle, o cuando rara vez lo esperaba aunque faltara mucho para que su ensayo terminara, o, en el mejor ejemplo, cuando ella venía a verlo a sus números.
Con eso en mente se preparó, esta vez le saldría bien la combinación de ambos, sí o sí. Mike comenzó...
Oh, angel sent from up above...
Soltó un poquito de aire antes de iniciar el dueto:
I feel it coursing through my blood.
Life is a drink, your love's about...
Hizo silencio mientras Mike continuaba.
To make the starts come out...
Había salido perfecto, lo sabía, ambos tonos, agudo y grave, lograron relacionarse de la mejor forma posible. Por fin. Estuvo a punto de soltar un gritito de emoción, pero para evitar algún choque entre ambos, como pasaba la mayoría de las veces que no salía, solo sonrió. Sin embargo, pudo notar aunque Mike estuviera de espaldas que sonreía; de forma creída como siempre, pero sonreía igual al notar que el tono de ambos coincidió.
Eso le dio el impulso para cantar la siguiente línea en conjunto con más ganas.
Put your wings on me, wings on me...
El sol se ocultaba tras el horizonte y los edificios de la ciudad, tiñendo el cielo de colores rojizos, naranjas y hasta algunos toques purpuras, y los últimos rayos del sol entraban por el ventanal del departamento de Ash, iluminando poco a poco el suelo. Ella estaba tentada a levantarse y prender la luz, pero no lo hizo, prefirió quedarse sentada en el suelo, con las partituras esparcidas a un lado del teclado eléctrico.
Le había tomado su tiempo elegir esta canción, más por el sentimentalismo que tenía que por lo complicada en sí. La tocaba casi a la perfección, solo erraba en un par de teclas de vez en cuando, pero nada que no arreglara en estos tres días que faltaban para la competencia.
Suspiró, sacudiendo un poco los hombros para relajarse, y colocó sus dedos sobre las teclas, tocando con la delicadeza que muchas veces Johnny le decía que debía tener, sacando notas tan suaves que eran casi arrulladoras. Mientras se relajaba y tocaba, suspiró, cerró los ojos y la fue cantando poco a poco. Se sabía la partitura al derecho y al revés, pero el tocarla y cantarla así, sin ver, le hacía sentirse extraña, como alegre.
Había tratado muchas veces durante estos últimos días saber por qué se sentía así, como libre, cuando tocaba esa canción en específico. Era una sensación cálida que empezaba en el pecho y se esparcía a todo el cuerpo, como meterse en la cama bajo gruesas mantas mientras hace un frío abrasador. Y al final fue tan obvio que se sintió tonta: la canción le hacía pensar en Johnny. Tanto la melodía como la letra le hacían evocarlo.
—So don't be afraid to let them show... —La interrumpió el tono de llamada de su móvil, ocasionando que tocara una tecla con más fuerza de lo normal. Suspiró y vio el identificador: era Rosita—. ¿Bueno?
—Hola, Ash —saludó, se oía cansada.
—Hola. —Se le hacía extraño que ella la llamara, por lo general nunca lo hacía—. ¿Necesitas algo? —preguntó, le salió un poco cortante, porque lo que menos quería ahora eran distracciones.
—De hecho, sí —respondió Rosita—. ¿Estás muy ocupada?
—Depende.
—Necesito que nos ayudes con un solo de guitarra.
—¿Qué solo? —quiso saber, interesada. Siempre le despertaba un gusto extraño, algo que se sentía bien, que la buscaran para ayudar con algo que tuviera que ver con guitarra—. ¿Es para tu número?
—Sí. —Rosita suspiró—. Nuestro número extra es metal sinfónico y hay una parte que tiene un solo de guitarra, y como ninguno de nosotros la toca, y entre un solo real y uno ya grabado es mejor el real, pensamos en que tú tal vez... —Dejó la frase inconclusa, aunque Ash ya sabía lo que quería.
Se quedó un momento en silencio, pensando. ¿Era plausible que los ayudara en su número o no? Se dejó caer de hombros a la vez que espiraba, no podía negársele, ella había ayudado a Johnny cuando se lo pidió. Simplemente no podía pasar por alto aquello.
—Vale —aceptó, pasando un dedo con cuidado por las teclas del teclado, lo suficientemente suave para no hacerlo sonar—. ¿Cuándo me traes las partituras del solo?
—Mañana a primera hora —contestó, emocionada.
—Bueno. —Tomó la partitura del número sentimental y releyó de nuevo las notas—. Te espero. Nos vemos.
—Adiós. —Y Rosita colgó. Ash se tumbó en el suelo, estirando la partitura por sobre ella.
Se quedó mirándola, tarareando la canción, pensando que esa la tendría que hacer ganar. Esa, sumada con la de Breaking Benjamin que sería la de su acto con su género predilecto harían la combinación perfecta.
No sabía si fue casualidad o fue el destino que la hizo tomar el nombre de Johnny del sombrero aquel día, pero lo que si sabía era que le tocó la mejor combinación posible.
Leonard Hudson era un lobo gris que a sus veintisiete años tenía la responsabilidad de manejar y administrar Fur Records. Empresa creada por su padre, Fur Records se encargaba, en palabras simples, de «capturar» talentos. Buscaban animales que les despertaran el interés tanto a él como a los otros cuatro miembros de su junta ejecutiva, ellos cuatros conformaban la cabeza de la empresa, encargándose de todo: manejo, economía, factibilidad de los artistas, propaganda y demás.
Administrar la empresa era algo que Leonard Hudson no podía hacer solo, puesto que sus responsabilidades como padre interferían con su trabajo, y era por esa razón que confiaba su vida y el futuro de su empresa a esos cuatro animales sin dudarlo dos veces. Y fue por esa misma razón que cuando uno de sus cuatro ejecutivos, Torres, le informó de un teatro que había roto índice de ratings en un programa que ni siquiera lo era en realidad, vio una posibilidad de una nueva estrella.
Su sorpresa fue mayúscula cuando le aclaró que no era uno, eran cinco.
¡Cinco!
Eso era una maravilla, pero... patrocinar a cinco animales era demasiado trabajo, y si promocionar a uno era una odisea, cinco sería imposible. Por lo que, en lo que consideró una excelente maniobra, le informó al dueño del Teatro Moon mediante una carta que buscarían el mejor talento que tuviera. Poco después le envió otra en la que colocaba una suma de dinero que haría emocionar a cualquiera. Medio millón de dólares, mitad para el teatro y mitad para el que ganara. De esa manera tendría asegurado números espectaculares.
Leonard tamborileó su escritorio de madera con una garra, actualmente la empresa había apostado por un cantante que por ahora no tenía mucho éxito, y eso le estaba generando una pequeña pérdida a la compañía, aunque si los pronósticos de Centeno iban bien, a más tardar en seis meses recuperarían la inversión. En caso contrario abolirían el contrato. Por eso estaba interesado de verdad en ese teatro, Torres pocas veces se equivocaba, y si él los consideraba buenos, es que lo eran.
El sonido de la puerta rozando la mullida alfombra que recubría el suelo de su despacho lo sacó de sus pensamientos. Celeste, una lince de un gris casi metálico, vestida con un traje, entró y lo miró, resuelta.
—¿Listo? —le preguntó.
Leonard suspiró, girando su anillo. Miró el reloj en su muñeca: las 16:36. Mañana tendrían que elegir al ganador, y esperaba que este sí les diera rápidos ingresos. Se levantó y se arregló el chaleco del esmoquin.
—Sí —asintió, tomando su móvil del escritorio—, ¿los demás?
—Solo faltamos nosotros dos, ellos ya están en el aeropuerto —respondió ella.
—¿Y viniste a buscarme, Celeste? —preguntó en broma, toqueteando sus bolsillos para asegurarse de no olvidar nada—. Que detalle.
Ella rodó sus marrones ojos.
—Apúrate —lo apremió, frunciendo un poco los labios.
—Calma, calma. —Leonard alzó las patas en señal de rendición—. Deja le aviso a Susan que me voy. —Tocó el botón del teléfono fijo en su escritorio que lo conectaba con su secretaria—. Susan, linda, ¿está todo listo?
—Sí, señor Hudson —respondió ella—. No tiene ninguna reunión importante para mañana ni citas con alguien que se quiera presentar. Fur Records no labora mañana.
—¿Qué te he dicho de llamarme Hudson? —replicó, un poco molesto, no le gustaba que lo llamaran por el apellido, para algo estaba el nombre, ¿o no?—. ¿Y qué hay de Hazel, te dijo algo?
—Le avisé esta mañana y dijo que estaba bien —contestó hablando muy rápido, señal que él sabía era de nerviosismo.
—¿Qué me ocultas? —quiso saber.
—Aún está en la escuela —respondió—. Recibí hace pocos minutos la llamada de la institución, comentando que no han pasado por ella. No se lo pasé a usted porque me había pedido que por hoy no le transfiriera llamadas.
—Susan, linda, es mi hija. —No podía enojarse con la pobre, al final de cuenta es nueva, no tenía ni dos meses—. ¿En fin, le avisaste?
—Sí, señor. Dijo que está en camino a buscarla, solo que hay tráfico, y que si podía pasar por ella antes, lo hiciera.
—Hazel es su hija también —replicó—, no solo mía.
—Le comuniqué que usted no podía porque...
—No importa, llámalo y dile que así dure medio año en llegar, que la busque. Yo estoy saliendo al aeropuerto. —Suspiró y sonrió—. Ya le traeré algún recuerdo de allá, el Teatro ha de vender suvenires, supongo. —Y sin darle tiempo, cortó. Se volvió hacia Celeste y sonrió—. ¿Nos vamos?
Era el gran día y Buster no cabía en la emoción que tenía, era mágico. El día de hoy su teatro tendría la visita de Fur Records, sería un día para la historia, incluso ya había comprado el marco en el que colocaría el artículo del periódico del día de mañana, como siempre hacía en los eventos importantes.
Eddie abrió la puerta con un estruendo, respirando agitado y con los ojos abiertos de par en par. No hubo necesidad de palabras, una sola mirada y lo entendió con claridad, después de todo era su mejor amigo.
Habían llegado.
—¿Cuántos? —preguntó Buster.
—Cinco.
Cinco. El palco O-A era perfecto, buena visibilidad y se pueden apreciar los detalles de los números minuciosamente. Se bajó de la silla y alisó el esmoquin azul, se acomodó la pajarita y respiró con tranquilidad, debía aparentar serenidad, aunque la emoción y la euforia lo carcomieran por dentro.
—¿Y Nana? —quiso saber, ambos debían recibirlos en la entrada.
—Abajo —respondió Eddie, tomando con una pezuña sus audífonos. Buster confiaba por completo en él para manejar el equipo tras bambalinas sin equivocarse, siempre lo hacía—. Apúrate. Recuérdame quién va primero.
—Nana, luego Meena, Mike, Rosita y Gunter, Ash y Johnny. No lo olvides, por favor.
—Listo. —Asintió y le dio paso para que saliera, Buster atravesó el umbral rumbo a las escaleras para bajar a planta baja—. Por cierto —añadió Eddie, cuando el koala empezó a descender—, los medios ya están aquí y todos los demás animales. Estamos a tope.
Una sonrisa aún más grande que las de siempre le surcó el rostro a Buster, se sentía súper cuando oía que el teatro estaba a tope, era gratificante..., no, incluso más. Bajó y esquivando a algunos reporteros que querían hacerle preguntas, de los cuales, reconoció al perro salchicha de la primera vez, y llegó a las puertas de cristal donde Nana estaba con su porte de reina victoriana, abanico en pata, esperando a los animales.
Efectivamente, eran cinco. De una limusina negra aparcada bajaba el último de los cinco: un lobo gris de ojos marrones. Todos llevaban trajes. Y conformaban un grupo variopinto, un lobo, un tigre blanco, una lince, una pavo real y una ardilla. Nana cerró el abanico de golpe, causando un respingo en el koala; los nervios lo estaban matando, podía sentir el corazón a punto de salírsele.
El lobo caminó al frente de todos con las patas metidas en los bolsillos y cuando llegó con ellos, sonrió. Le tendió la pata a Buster, le dio un apretón y luego se la tendió a Nana, dándole un beso en el dorso.
—¿Los propietarios del Teatro Moon, cierto? —preguntó, tenía un tono de voz alegre, aunque formal.
—Sí, señor... —dijo Nana.
—Hudson. Leonard Hudson. —Hizo un gesto con la pata para restarle importancia—. Pero llámenme Leo.
—¿Es usted quien mandó la carta? —preguntó Buster, recordando que estaban firmadas con una letra L al final.
—El mismo —asintió y presentó con un gesto amplio de la pata a los otros cuatro animales—. Estos son los ejecutivos más importantes de Fur Records, y mis patas derechas. —Señaló al tigre blanco, grande y fornido como cualquier tigre, con una cicatriz triple en el ojo derecho por debajo de los anteojos y que era cubierta por el flequillo que le caía—. Este es Cristian Torres...
El aludido asintió y saludó con una sonrisa que demostraba amabilidad, aunque de igual forma que el lobo, no perdía el toque formal. Leo señaló a la lince cuyo pelaje gris parecía de plata.
—Esta es Celeste Centeno. —Los ojos marrones de ella lo escrutaron con la misma dureza e inflexibilidad que Nana. «Se paradas al nacer.» El lobo apunto ahora a la pavorreal—. Esta es Sheena Lewis.
—Un gusto —dijo ella, con un tono tan delicado y grácil como su plumaje blanco verdoso.
Por último Hudson señaló a la ardilla a sus pies, este mostraba un perfil agresivo: ojos tan negros como el traje que lucía, y parecía fundirse con ese pelaje marrón chocolate oscuro, el ceño fruncido tan fuerte que de seguro le haría competencia a Ash.
—Y este es Simon Hawley. —La ardilla emitió un gruñido a modo de saludo y Leonard se volvió hacia Buster y Nana—. Venimos algo cortos de tiempo, señor Moon, señora Noodleman, por lo que les agradecería que iniciásemos lo antes posible. Por cierto —añadió, recorriendo el alfombrado piso de la recepción—, ¿de casualidad no venden suvenires o recuerdos? Quiero comprar unos.
—No. —Buster quedó extrañado con la pregunta, ¿en qué teatro venden recuerdos o algo parecido?—. Aunque cuatro calles abajo venden accesorios. ¿Podría saberse para quién?
—Familia. —Buster los guió por las escaleras que se dirigían hacia los palcos O, luego giró a la izquierda, llegando al O-A. Abrió la puerta.
—Un recuerdo de la ciudad para la esposa —apuntó Nana, al ver que el lobo tenía un anillo dorado en el dedo anular.
Leonard irguió las orejas mientras los demás entraban y tomaban asientos. Se volvió hacia ellos.
—Muy observadora, señora Noodleman. Venga, quédese con nosotros, yo crecí oyendo su voz, me haría un honor que nos acompañara.
Nana iba a replicar, Buster supuso que quería llevar a cabo su número, pero se contuvo. Quizá entendió que negársele al productor de la empresa disquera que venía al teatro de ambos no era buena idea. Aceptó, y tomó asiento en el palco.
—Señor Hudson —llamó Buster desde el umbral de la puerta, el lobo frunció un poco el ceño—. Digo, Leo. —Se le borró el ceño—. La tienda de accesorios que le mencioné vende accesorios para todas las edades.
—¿Niñas también?
—Sí.
—Gracias, tengo que comprar dos regalos si quiero que no se enojen. —Esbozó una sonrisa culpable, como divertido—. ¿Iniciarán los números ahora mismo?
—Sí, señor. —Buster recuperó de nuevo esa euforia, sabía que le encantarían a los cinco los números; si cuando él los leyó y vio el ensayo general que cada uno hizo en privado se maravilló, sabía que a ellos les pasaría igual—. De seguro encontrará cosas que les gusten a su esposa e hija, señor... Leo —añadió, nunca estaba de más ganar algunos puntos por amabilidad.
—No necesariamente —rió, y guió a Nana, quien se sentó en los puestos más cercanos al borde, el lobo se sentó a su lado.
Buster bajó como una exhalación las escaleras y giró para ir tras bambalinas. Una vez allí vio que cada uno de los concursantes estaba listo. Al avisarles que Nana no cantaría porque estaba con los ejecutivos de Fur Records en el palco, todos sonrieron. Y no era para menos, actuarían más rápido y podrían saber más rápido quien de los cinco, ganaría.
Meena dio un paso adelante, llevaba una especie de túnica o hábito bicolor, la mitad derecha blanca y la mitad izquierda negra, se acoplaba muy bien a la canción que cantaría. Según los números de cada quien, el de Meena iniciaría con la canción fuera de su género y luego de la transición, cantaría la de pop juvenil. Ella suspiró por la trompa y luego por la boca, replegando sus orejas. «Que no la asalte el miedo escénico ahora.»
Y como si ella estuviera leyéndole la mente, lo miró, sonrió con seguridad y asintió. Estaba lista.
Buster sonrió y se encaminó a la luna en el escenario, que tenía el telón cerrado, se subió en ella y con una señal le indicó a Eddie, en los controles, que la subiera. Sintió ese vacío en el estómago por el ascenso, aumentado por lo importante de ese día. Cerró los ojos, suspiró y sacó de su bolsillo el micrófono inalámbrico, se lo colocó al oído y luego de que Eddie le confirmara que estaba funcional, se mentalizó para su diálogo.
Le hizo una seña a Eddie y el telón se abrió, las luces le iluminaron el rostro.
—¡Queridas criaturas de la creación —presentó sonriente, a la vez que la luna descendía, admirando que cada puesto del teatro tenía su ocupante, las cámaras al fondo de los distintos canales y, lo más importante, los cinco ejecutivos en el palco—, sean bienvenidos al Teatro Moon! ¡La función de hoy será además de importante para nuestros participantes, única para ustedes! ¡Hoy serán testigos de que nuestros queridos participantes saldrán de su zona de confort para traerles un número nuevo! —Suspiró mientras Meena subía las escaleras del escenario, seguida de dos cheetas, uno con una maya blanca y uno con una negra—. ¡Reciban con un fuerte aplauso a Meena, que nos deleitará con...!
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Bueno, gente, díganme qué opinan.
A todos los que dejaron su review y a los que, aunque no la dejaron, lo siguen y lo leen, muchas gracias; sabiendo que este fandom no tiene casi, valga la redundancia, fans, el que lo lean me motiva a seguir. Son lo máximo.
Dejen su review y alientenme a seguirlo xd
Nos leemos luego.
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