XII
Johnny estaba a punto de aprender el cómo dividir la mirada en dos. Mantenía fija la vista en los dos osos que tenía al frente, el líder, terminándose de sacar las púas que Ash le clavó en la cara y el otro sacándoselas de las patas, pero la alternaba también hacia Ash, quien estaba con los puños apretados y una sonrisa.
«¿Esto la emociona?»
No podía entender cómo estar contra dos osos que la superaban claramente en fuerza, tamaño y peso la emocionaba. Peor aún. Si uno de ellos dos le llegaba a dar un solo golpe, podrían noquearla... o peor. «Debo protegerla.» Dio un paso adelante, colocando a Ash tras su espalda, sin bajar su posición de guardia. Le molestaba el zarpazo en la mejilla para hablar.
—¿Qué haces aquí? —repitió, esta vez usó un tono más serio, quería una respuesta clara; bueno, el más serio que pudo conseguir. La verdad era que le aterraba que ella saliera lastimada.
Ella frunció el ceño aún más, parecía enojada.
—Ya te lo dije, vengo a echarte una pata —gruñó.
—¿Cómo sabías que estabas aquí? ¿Por qué justo ahora?
—Tu celular —dijo Ash—, lo dejaste en casa y vine a traértelo. —A Johnny le causó una rara sensación en el pecho la forma en que ella dijo «casa»; no «mi casa», sino «casa», asumiendo que él siempre pasaba por allí. Sacudió la cabeza, no era tiempo para eso—. Además —añadió, un poco apenada—, yo... este, miré sin querer un mensaje.
—¿¡Cómo!? —se sorprendió él, sintió como el sudor le perlaba la frente bajo el pelaje y las gotitas de sangre recorrerle la mejilla. Si Ash revisó su celular sabe que esto que pasa es por su padre, y tarde o temprano se enteraría quién era. No sabía cómo reaccionaría a ello.
—¡Fue sin querer! —aclaró, como si Johnny se fuera a enojar por ello. No podía hacerlo, porque en primera instancia fue él quien dejó el móvil—. Yo solo...
—Está bien —dijo, conciliador—, no te preocupes por ello, Ash. —Suspiró, los osos terminaron de quitarse todas las púas y caminaban hacia ellos—. Ahora, vete —pidió.
—¿Qué? —De verdad parecía sorprendida por lo que dijo. ¿En serio pensaba que iba a meterla en ese problema? No. No podía—. ¿Piensas que me iré? Ni creas, Johnny.
Él dejó escapar aire, cuadrándose por completo, esperando que tantos años de ejercicio y tener una rutina en el gimnasio dieran sus frutos, consciente de que de nada serviría tratar de hacerla entrar en razón. Ella sonrió con suficiencia, notando que logró ganarle.
El oso líder trotó hasta ellos, específicamente hacia Ash, con ambas patas estiradas en un claro gesto para tomarla. Johnny tacleó al oso, haciendo que se tambaleara, este lanzó un golpe que Johnny pudo evadir, pero este al escuchar un rugido a su espalda, giró la vista para ver. Pasaron dos cosas al mismo tiempo; la primera fue ver que el otro oso también fue a por Ash, pero ella soltó unas púas, clavándoselas en el rostro; la segunda, que el líder de los osos le conectó a Johnny un golpe al costado, sacándole el aire y haciéndolo tambalear un poco.
El golpe en la costilla le hizo casi imposible respirar, y al hacerlo sentía agujas en el sitio, pero nada de eso le importó cuando vio que el otro oso, el del ojo con una pequeña cicatriz, sin importar las púas que tenía en el rostro, aún cargaba contra Ash. Johnny como pudo dio pasos largos hasta ella y se puso entre ambos justo en el momento exacto en que el animal dejaba caer el brazo, dándole un puñetazo en el rostro.
Mareado por el golpe, logró conectarle dos golpes a la vez que aspiraba un poquito de aire, tratando de ignorar el punzante dolor en la zona. El oso perdió el aire cuando le dio uno al estómago y lo hizo doblarse sobre sí mismo, cayendo de rodillas; eso no lo detendría, pero al menos le daría tiempo.
—¡Ash, vete! —exclamó, como pudo.
—¡No! —replicó ella, elevando la voz, se sacudió y soltó unas púas hacia el oso hincado de rodillas, que se le clavaron en los brazos—. Si te dejo solo te matarán.
«¿Tú crees?», pensó sarcástico, recuperándose un poco del golpe en el costado. Ella tenía razón, si ambos osos lo atacaban a la vez sus probabilidades eran pocas, pero no podía darse el lujo de que a ella la dañaran.
—¿Por qué tanto interés en mí, eh? —soltó Johnny, sacándose las llaves del bolsillo y arrojándoselas.
Ash las atrapó al vuelo.
—Por-porque... —tartamudeó. ¿Ash tartamudeando? Eso era nuevo.
—Son las llaves del garaje, entra y quédate allí.
La puercoespín se guardó las llaves en el bolsillo del leggins y frunció el ceño.
—No te dejaré aquí —zanjó—, te guste o no.
Pese a la situación que tenía, Johnny esbozó una pequeña sonrisa, apreciaba el detalle de que no lo dejara. El zarpazo en la mejilla le ardió al entrar en contacto con el frío aire nocturno cuando se abalanzó sobre el oso líder. Empezó a lanzar golpes, aunque sin ser certeros, por más que entrenara en un gimnasio, el pelear no era algo que le gustara; el oso esquivó todos los golpes, a la vez que lanzaba otros en respuesta, que Johnny lograba esquivar.
—Tanto jaleo por un dinero —comentó el líder, sin dejar de esquivar.
—Un dinero que no es mi problema darte —replicó Johnny—. Tus necesidades no son problema mío.
—Pero las de Big Daddy sí.
—Yo no soy de su pandilla.
—Eres su hijo, es lo mismo.
De repente una púa pasó como una flecha al lado de Johnny y se le clavó en el ojo al líder, el rugido que este dio atronó por la silenciosa calle y le perforó los oídos a Johnny; el latigazo que hizo con la cabeza, llevándose las patas al ojo, hizo que se le cayera el sombrero.
El joven gorila esbozó una sonrisa entre aterrada y agradecida hacia Ash, «¿cuál era su obsesión por clavarlas en el rostro?». Corrió hacia ella y luego de musitarle un atropellado «gracias», fue con el otro oso que apenas se estaba recuperando. Lanzó un golpe, pero este lo detuvo con una pata; sonrió, denotando la cicatriz en su ojo, y le dio un topetazo a Johnny, mareándolo. Acto seguido sintió lo que era recibir una tanda completa de golpes repartidos entre el estómago, las costillas y la cara.
Escuchó el grito de Ash que lo llamaba, notando la preocupación en su voz. Sentía la cabeza como si le flotara del cuello y algo caliente escurriéndole de la nariz. Logró esquivar el siguiente golpe del oso y se agachó un poco, girando la cadera.
Durante sus prácticas en el gimnasio había escuchado los consejos que los entrenadores le daban a los boxeadores, como, por ejemplo, que un gancho asestado por un boxeador profesional normalmente es suficiente para dejar noqueado a alguien corriente. Al mover la cadera, todo el torso participa en el gancho y le imprime una fuerza tan grande que al golpear cortocircuita de inmediato el cerebro. Un gancho asestado en la barbilla te da un pase sin retorno al país de los sueños. Seguro. Y lo más importante de todo: si no ves venir el golpe, el cuerpo no será capaz de reaccionar y apartarse.
De esta manera, veloz como un rayo, conectó un golpe directo a la barbilla del oso. Fue un sonido hueco, hueso contra hueso, los ojos se le pusieron en blanco y se desplomó hacia atrás.
La mano le quedó adolorida a Johnny, la sacudió un poco mientras se enderezaba y recuperaba el equilibrio. Dos osos menos, faltaba uno. Volvió la mirada hacia Ash y todo se puso ridículamente lento; era como si el tiempo mismo estuviera riéndosele en la cara. Ella lo veía con sorpresa y una sonrisa aflorando en su rostro, se veía hermosa de noche, debía agregar, pero lo que no notó era que el líder de los osos estaba tras ella. Johnny no supo cuando empezó a andar hacia Ash, pero lo que si supo fue cuando oyó el sonido de la pata del oso azotar el rostro de ella.
Ash cayó al suelo como si la hubiera empujado una locomotora, rodó varias veces y se quedó inmóvil por un rato. El oso rió, con sangre corriéndole del ojo donde antes tenía la púa, estaba cerrado, mas aun así salía sangre. Johnny se quedó estático, mirando a Ash, luego de unos momentos que le parecieron eternos esta se movió y se apoyó en sus brazos.
Si le hubieran preguntado en ese momento cuándo fue que le conectó el golpe al oso, no sabría qué responder; porque no sabía cuándo pasó. Vio que Ash se apoyó en sus brazos y al alzar la cabeza, de la boca y nariz le escurría sangre, lo que gatilló su respuesta: fue como si le hubieran dado un latigazo con alto voltaje en la espina dorsal. El dolor que tenía se fue en un parpadeo. El mareo por los golpes también. Todo eso fue reemplazado por un enojo incontrolable, y lo siguiente que pasó fue sentir la blanda cara del oso en su puño.
Luego de golpearlo le dio una tacleada y cuando este se tambaleó y cayó, se le sentó encima a horcajadas. No contó cuantos golpes le daba, pero fueron muchos, tantos que sus puños quedaron rojos. No quería parar, cada uno se sentía tan bien, porque él lastimó a Ash, porque él...
—Johnny —oyó que lo llamaban, la voz era rasposa y un poco nasal.
Ladeó la vista y vio que Ash estaba de pie, sosteniéndose la nariz con una pata y mirándolo seria, el mensaje era claro: ya déjalo, no puede más. Él bajó la vista, desconcertado, inspiró fuerte, el oso estaba irreconocible, con sangre corriéndole por todos lados, labios, nariz, el ojo, y luego se miró las manos, rojas también.
Sintió cómo le dieron arcadas, las manos le temblaban. ¿Qué había hecho? Él no era así. No era violento. Él no podía haber hecho eso. Miró a los otros dos osos inconscientes en el suelo y el temblor se hizo general. «Yo no soy así. Yo no pude haber hecho esto.»
—Johnny. —La voz de Ash se oyó más cerca, ladeó la vista y la vio a su lado, colocándole la pata libre en su hombro, una puntada de dolor le recorrió el brazo—. Déjalo.
—Yo... —intentó decir, pero las palabras no salían. Estaba impactado. Se desconocía.
—Vamos —le dijo, de la forma más cariñosa posible. Estaba tan absorto en todo que no pudo sorprenderse de haber oído tal tono de ella. Se palpó el bolsillo de los leggins—. Tienes baño en tu garaje, ¿no? —bromeó—. Debes limpiarte... y curarte.
Johnny asintió, distraído, se levantó de encima del oso y sintió la pata de Ash apretando su mano. La sonrisa tranquilizadora con el ceño fruncido que ella tenía le hizo ignorar las agujas de dolor que le subieron por los nudillos.
Antes de irse, Ash le dio una patada al demacrado rostro del oso, ladeándolo; a Johnny le pareció cómico. Ella lo llevó casi a rastras al garaje cruzando la calle y empezó a probar llaves hasta que encontró la correcta. Una vez dentro y habiendo cerrado con llave, buscó las escaleras y lo llevó arriba. Johnny solo recordó haber dicho un casi inaudible «gracias» al ver que ella se movía desde su especie de sala hacia el baño y traía unas vendas y alcohol.
Él no tenía botiquín como tal, pero ahí se las apañaba con lo necesario.
Ash, luego de que el sangrado de su nariz parara y se limpiara el labio, se colocó una curita en el mismo.
—Gracias —repitió sentado en el sofá, cuando ella le tendía unas vendas para que se las sostuviera mientas ella le veía una mano.
Johnny se examinó a sí mismo: un zarpazo en el rostro, varios golpes en el pecho y mandíbula, hombros y costillas. Podían taparse con la ropa, el de la mandíbula con una venda tendría suficiente, y el zarpazo con otra venda o algunas curitas bastaría. Las articulaciones de los dedos le dolían al abrir y cerrar, pero sanarían con algún ungüento; ya le pediría ayuda a Rosita para ver si conocía alguno.
Emitió un quejidito cuando Ash le colocó un trozo de vendaje, empapado en alcohol, en la mejilla del zarpazo. Ella no tenía precisamente la delicadeza que él tuvo cuando enfermó. Eso le hizo pensar, ¿estaría ayudándolo ahora mismo como forma de agradecerle por lo que hizo por ella?
Una sonrisa tironeó los labios del gorila, causándole un poquito de dolor al hacerlo.
—Matarías más pacientes que los que curarías, Ash —bromeó. Ella sonrió arqueando una ceja, llevándose una pata a la cintura.
—No me digas, doctor —ironizó.
Una vez que terminó de colocarse un vendaje en la heridas que sangraban y verificar en cuales les saldrían hematomas o se inflamarían, se acomodó en el sofá y afincó sus codos en sus piernas, entrelazando sus manos.
Ash se sentó en el sofá, a su lado, mirándolo de la misma forma que él cuando ella estaba mal. Entendió el mensaje: quiero saber qué te pasó.
Dos podían jugar ese juego.
—Pregunta —dijo.
—¿Qué te pasó? —quiso saber ella—. ¿Por qué esos osos te atacaron? ¿Fue por tu padre?
—Sí, fue por él —respondió con un suspiro.
—¿Por qué?
—Mi padre tenía una pandilla... —Y, tomando el mismo ejemplo que ella con él, le contó todo. Le contó que la pandilla de su padre hacía atracos a gran escala. ¿El banco que habían robado el mismo día que los panfletos de la competencia de Moon? Sí, ellos fueron. Y que él era su vigía afuera. Le contó que por no querer pertenecer a ese mundo, participó en las audiciones y en el ensayo general para la venida de Nana, abandonó su puesto y por eso arrestaron a su padre y a los demás. Le contó que se pelearon, que se reconciliaron; y que desde hacía tiempo, los osos estaban molestando con el tema del dinero.
—Pero ese no era tu problema —exclamó Ash. Johnny se sorprendió, ella ignoró lo de su padre y la pandilla—, tu padre era un pandillero, ¿y qué? No pueden meterte en sus negocios. No tenías que pagarles nada.
—¿No... no te sorprende que mi papá perteneciera a una pandilla? —preguntó.
Ash bufó.
—Por favor, Johnny, ¿qué importa eso? Mi padre es un demonio encarnado y no hago tanto lío por ello. Nosotros no elegimos a nuestros padres, son los que nos tocan. Es lo que hay. —Sus ojos azules demostraban la sinceridad y firmeza con la que hablaba—. Usando tus mismas palabras: «has obtenido todo esto tu solo.» Tú decidiste no pertenecer a esa pandilla, tú quisiste seguir tu sueño de ser cantante, tú has afrontado las consecuencias de tus decisiones, tanto buenas como malas. Esos osos no tienen que venir y tratar de arruinártelas. Tienen lo que se merecen.
—Pero —dijo Johnny con un hilillo de voz—, yo no soy así. Yo no soy violento, Ash, todo lo contrario. —Se miró las palmas de las manos—. Me volví como ellos.
—¿Y qué se suponía que debías hacer, eh? ¿Darles unas palmaditas en la espalda y un beso en el trasero? ¡Te atacaron! Respondiste como debías, y si ellos son inteligentes o se valoran un poco, no volverán a molestarte.
Johnny bufó divertido.
—¿Sabes? Si mi padre te hubiera conocido antes, te hubiera considerado idónea para la pandilla. —Hizo una pausa—. ¿De verdad no te sorprende o molesta?
Ash se encogió de hombros.
—No puedo juzgarte, Johnny. Nadie tiene la consciencia tan limpia como para hacerlo, aunque sea el deporte favorito de todos. No voy a pensar distinto de ti por lo que fuiste o por los lazos que tuviste. Es tu padre, tu familia, sea lo que sea. Yo te juzgo por el Johnny que eres, por el que conozco, y te aseguro que el que tengo al frente es un gran animal. —Hizo una pausa y sonrió—. Después de todo, ¿cómo podría juzgar al animal que me oyó cuando estaba mal?
Él se quedó estático, no podía creerse que ella hubiera dicho aquello. Era... nunca lo habría pensado. Nunca le había dicho a nadie que su padre fue el líder de una pandilla, mucho menos que estaba preso. Temía que la reacciones de los demás fueran negativas, que lo apartaran por miedo o simplemente pasaran de él.
No quería eso, quería que si estaban con él o lo trataban, fuera por él y no por otra cosa.
Y lo cómico era que Ash estaba haciendo justamente eso, dejar de lado todo lo de la pandilla y centrándose en él, y Johnny no sabía cómo reaccionar a ello. No había pensado ese escenario.
Inspiró con fuerza tratando de controlarse, sentía un extraño calorcito en el pecho al verla, al ver que lo miraba no molesta porque el que tuviera el labio roto y la nariz un poco inflamada hubiera sido indirectamente culpa de él, no asustada por lo que le contó, ni con lastima, lo veía como siempre. Las manos le temblaban, aunque no de miedo.
El latir del corazón se le aceleró cuando se acercó a ella y la atrajo contra sí en un abrazo. Oyó el quejidito de sorpresa que dio cuando lo hizo, mas no se amedrentó, la abrazó con fuerza; algunas púas le rozaron los dedos, pero en ese momento no le dio importancia.
La respiración se le volvió entrecortada, los nervios le estaban ganando terreno. Sabía que para estar así algo pintaba el que quisiera a Ash, sin embargo, sentía un cosquilleo en las manos, como cuando bailó con ella. La apretó contra él y susurró contra su hombro un ahogado:
—Gracias. —Hizo una pausa, suspirando—. ¿Puedo preguntarte algo?
Sintió como ella apoyó su cabeza en su hombro, relajándose un poco.
—Si no estuviera tan adolorida habrías acabado peor que esos osos, ¿lo sabes, no? —dijo, con un tono entre serio y divertido—. ¿El qué?
Pese a todo lo que había pasado, a cómo estaban, a que cada parte del cuerpo le dolía, una pequeña risa brotó de sus labios, suave y relajada, se sentía distinto. ¿Por qué pasaba aquello? ¿Por qué se sentía tan bien con ella? ¿De verdad todo eso tenía que ver con que sintiera algo por ella?
—Sí, lo sé —respondió; dudó en preguntarlo, pero al final lo hizo—. ¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué viniste? Muy bien pudiste esperar hasta mañana para traerme el móvil.
—¡Había una amenaza! —exclamó apoyando sus patas en su pecho para separarse un poco, tenía ese ceño fruncido que le gustaba y sus ojos azules parecían lanzar llamas—. ¡Era obvio que iba a venir!
—Te expusiste —dijo, pasándole un dedo por la curita que tenía en el labio. Ella se quedó estática, sin mover un solo músculo, siguiendo el recorrido de su dedo con los ojos—. Te lastimaron por eso.
—¿Qué —preguntó, parecía... ¿nerviosa?— hubieras hecho tú?
Dio justo en el clavo, si la cosa hubiera sido al revés hubiera actuado de la misma manera que ella. Habría venido corriendo para avisarle o ayudarla. Sonrió por completo, preguntándose qué fue lo que le vio, qué fue lo que hizo que en este tiempo empezara a sentir algo por ella.
Se mantuvo mirándola, era más pequeña que él, casi de la mitad de su estatura, sin embargo, era mucho, mucho más grande que él, había aguantado golpes fuertes que él dudaba resistir solo. Tal vez, pensó, lo que lo hizo enamorarse fue que ella no es como hacía creer, ruda era, sí, aunque también era sensible, frágil, como todos. Siente como todos. Llora como todos. Tiene grietas como todos. Y lo mejor de todo, es que, a diferencia de los demás, en lugar de romperse, sigue adelante.
Lo suelta todo y sigue.
Sintió como si alguien le hubiera dado un empujoncito, se inclinó hacia ella casi sin ser consciente de que su cuerpo estaba actuando antes de que su mente lo procesara y lo siguiente de lo que fue consciente luego de parpadear, era que sus labios rozaron los de ella. Con cariño, casi tímidos; no supo si eso podría llamarse un beso.
El corazón estaba por salírsele cuando volvió en sí y se separó, abrió los ojos y reparó que Ash estaba con los ojos abiertos como platos y su pecho se subía y bajaba cada vez más rápido.
—¿Qué...? —musitó ella.
Sabía que lo que venía después eran muchas púas, cientos, tal vez miles, mas no le importó. Le había gustado. Lo valía.
—Te quiero... —Las palabras salieron de Johnny antes de que él mismo se diera cuenta de que las decía. Las sintió suaves, livianas, y, por contradictorio que parezca, pesadas. Dos palabras que significaban mucho. Sin embargo, no sentía como si estuviera entre la espada y la pared, ya se lo había dicho Rosita: «...siempre y cuando valga la pena; amala...»—. Y lo siento.
Aún estupefacta, Ash preguntó.
—¿Por qué?
—Por... haberte besado, lo siento.
—No. —Lo tomó por la camiseta, frunciendo el ceño—. ¿Por qué te disculpas?
—Por...
—¡No puedes decirme que me quieres y luego disculparte! —soltó—. ¡Eso no es así!
—¿Qué quieres que te diga entonces?
—¿Por qué? —exigió, y poco a poco la voz se le fue reduciendo hasta que llego en un murmullo, con la vista ladeada—. ¿Por qué eres así? —La voz sonaba entre molesta y melancólica—. ¿Por qué tienes que ser así? ¿Por qué eres tan bueno con todos, por qué tienes que preocuparte por todos, por ayudar a todos? ¿Por qué eres Johnny? —Ladeó sus ojos y lo fulminó con la mirada—. ¿Por qué tuve que sentir esto por ti?
Espera... ¿qué? ¿Cómo que...? Él no podía creer lo que sus oídos escuchaban, pero por la intensidad en que esos ojos azules lo miraban, sabía..., no, sentía, que lo decía de verdad.
—¿Qué... —logró decir, tenía miedo de hacer la pregunta, no sabía con qué se toparía—... qué es lo que sientes?
—No lo sé, ¿bien? —gruñó—. No lo sé. —Se le hacía tan conocido—. Tú, tú tienes algo que no sé qué es. Eres amable, bueno, compasivo. Detesto a los animales así, ¿entonces por qué a ti no puedo detestarte? Me siento bien contigo, me gusta estar contigo, me haces ver las cosas distinto. ¿Por qué tenías que pedirme que te enseñara? ¿Por qué tenías que invitarme al número de Meena, enseñarme con los palillos, bailar conmigo, cuidarme cuando enfermé, consolarme con lo de mi madre?
—Porque...
—¡Cállate! —dijo, parecía a punto de quebrarse. No lo dijo enojada, más bien frustrada—. No digas nada, Johnny. No sé si te enamoraste de mí antes o después de que caí enferma, de lo de mi madre, pero yo no quiero enamorarme de nuevo. No quiero hacerlo de nuevo. No quiero pasar por lo que pasé con Lance. No quiero —agregó, luego de un rato—, pero ya lo hice.
—¿Tú me quieres? —Johnny estaba atónito—. ¿Me elegiste?
—Yo no te elegí. Uno no elige, solo pasa. Muchos creen que el amor es elegir a una hembra o un macho, cuando no lo es. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte en los huesos y te deja fijo al suelo. Uno no elige la lluvia que te va a calar los huesos, Johnny.
—Ash... —No pudo terminar la frase porque Ash se abalanzó sobre él, posando sus labios en los suyos.
Si el roce anterior le gustó, esto casi lo mata. Ella lo aferró por la camiseta, besándolo como si estuviera tratando de ahogar o asegurar sus emociones, y él, él no se quedó atrás. Sus labios eran suaves, cálidos, casi era una invitación a que continuara, y, como pudo, levantó una mano y le acarició la mejilla para seguir el beso. Era lo mejor que había experimentado en su vida, podría jurar que el cerebro le explotó y el cuerpo se le derretía.
Era increíble.
Único.
Cuando ella se separó, Johnny percibió el sonrojo que le perlaba las mejillas y sentía las suyas como si tuviera pequeñas hogueras; sonrió, embobado. Ella, aún con su ceño fruncido, ese bello ceño fruncido, lo miró decidida y se acercó a él.
—¿Lo dices enserio? —le preguntó, algo que hizo que Johnny riera era que su expresión no concordaba con el tono temeroso de su voz—. ¿De verdad me...?
—Sí —asintió, parpadeando a su vez—. Te quiero, de verdad.
—Como me llegues a hacer lo mismo que Lance —amenazó con un extraño tono divertido—, la competencia tendrá un concursante menos.
Esta vez él rió a carcajadas.
—Muy bien, ¿algo más?
Ash se acercó otro poco.
—Solo una cosa...
Y lo volvió a besar.
Definitivamente, era lo mejor que le había pasado el día de hoy.
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Bueno, gente, díganme qué opinan.
A todos los que dejaron su review y a los que, aunque no la dejaron, lo siguen y lo leen, muchas gracias; sabiendo que este fandom no tiene casi, valga la redundancia, fans, el que lo lean me motiva a seguir. Son lo máximo.
¿Qué les pareció el cap?
¿La pelea?
¿The kiss? Yo sé que les gustó, no lo nieguen xd
Dejen su review y alientenme a seguirlo xd
Nos leemos luego.
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