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XI

Meena abrió la puerta de la oficina del Señor Moon cuando escuchó la voz de «adelante», no sabía por qué el koala la había mandado a llamar con la Srta. Crawley, sin embargo, no iba a negarse, solo esperaba que no fuera para hacer otro número, estaba demasiado centrada en practicar sus dos números, ahora que los tenía elegidos y se sentía a gusto con estos.

Entró. El Señor Moon, tras el escritorio, la miró con esa sonrisa que parecía desbordar confianza y positivismo y la saludó con un gesto de la mano.

—Meena —dijo, enérgico—, a ti era a quien necesitaba.

Ella dio unos pasos, dubitativa, hacia el escritorio.

—¿Sí?

—Sí, sí —asintió Buster, rebuscando entre los papeles que estaban en su escritorio, encontró un portapapeles y se lo estiró; Meena lo tomó, al verlo se le hizo parecido a una planilla médica: los nombres de todos estaban y junto a estos, dos recuadros—. Ahora que tan solo faltan diez días para el evento, necesito que les preguntes a los demás sobre sus presentaciones —solicitó— y las anotes allí. Ambos números, el básico y el nuevo. Y también anota el tuyo —añadió, tendiéndole un lapicero.

Meena se relajó un poquito, al menos no era un número, tomó el lapicero y en los dos recuadros junto a su nombre colocó ambas canciones que cantaría. Apretó el portapapeles contra sí y, luego de despedirse del Señor Moon y decirle que le traería los números, salió.

Al primer camerino que se dirigió fue el de Rosita y Gunter. En el camerino sonaba una canción que le recordó el solo de guitarra que le había oído hacer a Ash, cuando había venido buscando una segunda oportunidad y solo consiguió estar en el teatro como tramoyista; la canción tenía un ritmo, aunque intenso, pegadizo, y en cuanto a la cantada, ambos lo hacían muy bien. Tocó la puerta entreabierta y ambos cerdos posaron su atención en ella. Meena sonrió y se disculpó por interrumpirlos, luego les pidió los nombres de las canciones de sus números, explicándoles que el Señor Moon las necesitaba, estos se las dieron sin inconveniente alguno. Pop y metal sinfónico; curiosa combinación. Se despidió de ambos y salió.

Al llegar al camerino de Ash, no encontró a nadie, razonó entonces que, por lógica, ella debería estar en el de Johnny, y así era, el delicado sonido de un piano la guio. Ella estaba con el instrumento, tocando con el ceño fruncido, tal vez por la dificultad, y una sonrisa desafiante en el rostro, quizá porque lo estaba consiguiendo. Él estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas y sosteniendo una guitarra blanca con un diseño tribal negro, sin apartar la mirada de Ash y asintiendo a la vez que sonreía.

Eso le pareció tierno a Meena, la relación de ellos estaba mejorando de una gran forma, aunque aún no se podía creer que ambos no fueran nada. Bueno, siendo sincera, ella fue la que se hizo la película, y todo el día de ayer no sabía cómo mirar a Johnny, cuando este llegó con Ash quien ya se había recuperado. Trató de disculparse por haber asumido que ellos dos salían, pero el gorila la tranquilizó con una sonrisa y un gesto de la mano.

—No te preocupes —le había dicho. Meena había respirado un poco más tranquila al aclararse el malentendido.

Una vez que carraspeó para hacerse notar, ambos animales se acercaron a ella. La puercoespín se bajó del taburete del piano y el gorila se puso de pie, ambos caminaron hacia ella. Luego de que ella les explicara el por qué necesitaba las canciones de sus respectivos números, estos se mostraron contrariados.

—Yo no las tengo aún —dijo Ash, acto seguido se volvió hacia el piano y comenzó a tocar. La tercera tecla le sonó desafinada, soltó un juramento y volvió a intentar.

Johnny, en cambio, se mostró un poco más cooperador.

—Yo tampoco las tengo. —Dejó caer los hombros—. Estos días han sido complicados, Meena. Si no son las prácticas de guitarra, era darle a Ash las clases de piano, o si no es que ella enfermó. Casi no he tenido tiempo de pensar una canción, ni se digan dos. ¿Crees que puedas dárselas después? —preguntó con una sonrisa que era una súplica divertida.

Meena movió un poquito la trompa y suspiró.

—Bien, le diré al Señor Moon que ustedes le darán sus números y lo que requieran para ellos, después.

Salió del camerino y fue hacia el de Mike. Al entrar al mismo una ola de lo que parecía ser soledad o depresión la embargó por completo. ¿Qué emanaba tal sensación? Vio que el ratón blanco estaba practicando una canción que reconoció al momento: Maps de Maroon 5. Eso se le hizo extraño, el tono del gato montés que la cantaba era muy distinto al de Mike; y como para corroborar ese hecho Mike se saltó una octava.

Meena caminó hacia él y lo llamó, este volteó, echando veneno por los ojos, unos ojos cansados, y espetó unas palabras, que salieron pesadas y no con el arrogante tono de siempre.

—¿Qué querés?

El aspecto de Mike era... desaliñado. Al contrario de cómo siempre lo veía, no estaba pulcro, su esmoquin parecía estar descuidado, su aspecto se veía derrotado, el sombrero tenía una mancha en la parte derecha y la forma de expresarse, movimientos y voz, siempre pretenciosa y engreída, ahora era abatida.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Estoy de maravilla, ¡largo! —soltó, tomando su celular de la terminal y guardándoselo en el saco del traje.

—Necesito que me digas cuáles son tus canciones para tus números —le hizo saber, dando un paso, dudosa, por más que ella fuera cientos de veces más grande y pasada que él, y que pudiera, literalmente, aplastarlo sin querer, la personalidad de Mike era demasiado dominante, arrogante e intensa como para tratarlo; aunque ahora parecía todo lo contrario—. ¿Estás bien? —volvió a preguntar—. No lo parece.

—¡Vaya, qué perceptiva! ¡No lo parece porque no lo estoy, Einstein! —Le hizo una seña para que se fuera—. Ahora shoo, no quiero ver a nadie. Largo.

No supo qué, pero algo la hizo quedarse allí, inamovible como una pequeña montaña; tamborileó con su pezuña el portapapeles y habló con un tono tan cuidadoso como si estuviera dándole indicaciones a alguien para desactivar una bomba:

—¿Por qué estás mal? —quiso saber—. ¿Qué sucedió?

—¡¿A ti que rayos te importa?!

Meena hizo acopio de toda su calma, si podía tratar con su abuelo, Mike sería cosa fácil.

—Porque eres parte del teatro, te guste o no; eres nuestro compañero, de todos, y eres parte importante del elenco. Si tú estás mal, tu número saldrá mal y el teatro se verá mal —respondió con vehemencia—. ¿Por qué estás así?

Mike pareció sorprendido por la respuesta que le dio, y no era para menos, Meena había usado el mismo tono que su abuela usaba con su abuelo y su madre con ella, era muy probable que lo usara ella con sus propios hijos algún día. Vio que él se dejó caer de hombros y suspiró, derrotado.

—No creo que puedas ayudarme, Meena —dijo, quitándose el sombrero, limpiándolo un poco y volviéndoselo a colocar—. Aunque agradezco el detalle.

Qué raro. Qué raro que Mike se comportara de esa forma. No era el Mike que conocía, ni siquiera creía que fuera Mike. Parecía herido. No, herido no, como si se lamentara de algo.

—¿Qué sucedió? —preguntó, estaba dispuesta a saber qué tenía a Mike así.

Este alzó la mirada y se acomodó la solapa del arrugado traje.

—No son temas para ti, niña.

—Tengo dieciséis años —replicó ella—, no tres.

Mike bufó con lo que parecía ser diversión... ¿Mike, divertido? Bien, eso sí era extraño. Esbozó una sonrisa cansada.

—Digamos que la embarré con mi novia —dijo, aunque parecía que se lo decía a sus garritas—. Le grité sin querer en un arranque de ira que tuve por mi propia culpa y no medí las consecuencias.

—¿Le pegaste? —preguntó, neutral, si decía que sí, accidentalmente perdería el equilibrio y lo pisaría. Accidentalmente.

—No. —Frunció el ceño, recuperando su actitud de siempre—. Ella me salvó la vida... dos veces, jamás le pondría una pata encima. ¿Me creés tan imbécil? Fue solo que le grité como un idiota y se fue.

—Oh... —Ahora entendía el por qué estaba así, pero ahora estaba en un problema. No sabía qué decirle para ayudarlo a mejorar su situación. A ver, él parecía estar de verdad arrepentido por lo que hizo, y si ella fuera él con una buena canción trataría de arreglar el problema—. ¿La quieres? —La mirada enojada de Mike le dio a entender que sí—. Tú cantas, ¿no? Cántale entonces, aprovecha que nos volverán a transmitir por televisión por Fur Records y cántale algo que le haga ver que estás mal, que la necesitas.

Él gruñó algo que Meena no llegó a entender y ahora sí, por completo, volvió a ser el Mike que conocía. Arrogante, molesto y con complejo de superioridad.

—¿No te has dado cuenta que el pop se me da del asco? —reconoció a regañadientes—. ¿Con jazz?

—¿Por qué no? —lo alentó Meena, se sentía extraña alentándolo, cuando este de por sí se creía el mejor. Verlo así era algo que probablemente nunca más vería en su vida.

—Puede ser. ¿Y con el pop?

—También, ¿por qué no ambos?

Un sonido como un quejido, reacio a aceptar.

—Muy bien —aceptó—. Haré lo que dices. Espero funcione. —Hizo una pausa y sonrió con malicia, mirándola; Meena tragó grueso—. De hecho, lo hará; porque me ayudarás en ello.

Oh por... ¿En qué se había metido?



El jefe de los osos, sentado en una mesa del bar, junto a sus dos compañeros, estaba trazando el método para atrapar al hijo de Big Daddy. Habían logrado crear una línea de tiempo que abarcaba el día a día del joven gorila: en la mañana, tres veces a la semana, iba al gimnasio, para luego irse o al teatro o a la casa de la puercoespín; y en caso de irse al teatro, siempre, cuando caía la tarde, se dirigía a casa de ella. Tenían nombre y dirección de la puercoespín en caso de tener que recurrir a ella para obtener el dinero.

Ahora que estaban en una situación complicada en cuanto a lo monetario se refería, tenían que empezar a cobrar por cualquier lado, y como Big Daddy siempre les daba una cuota para que no pisaran su territorio, su hijo era el que se supone debería seguir con la cuota.

—¿Jefe —dijo el oso con el gorro de pasamontañas—, lo haremos hoy?

El oso líder se acomodó el sombrero de cuero y gruñó.

—Hoy en la noche, cuando vuelva a su garaje.

Los otros dos osos asintieron y, al igual que su jefe, esperaban con ansias que llegara la noche.



Johnny salió de su camerino, dejando a Ash en el mismo, practicando con el piano, con la excusa de que aprovechando que era poco más de medio día, saldría a comprar algo para que ambos comieran. Ella se encogió de hombros sin darle mucha importancia y cuando le dijo que le trajera pizza, no apartó sus ojos azules de él, causándole cierta sensación extraña en el pecho.

Cerró la puerta de su camerino y se dirigió, sin que ella lo viera, al de Rosita y Gunter. Desde hacía tres días, cuando ella enfermó, empezó a darse cuenta de algo. Sí, cuidó a Ash durante el tiempo que estuvo indispuesta, siguiendo al pie de la letra lo que Rosita le decía que hiciera, pero algo que había notado era que no lo sentía como un deber. Le salía hacerlo; le gustaba hacerlo. Se sintió bien con ella durante esos tres días que estuvo al tanto de su progreso. El primero mejoró bastante, aunque durante los otros dos estuvo más... distinta. Sonreía mucho. Bueno, eran las sonrisas de ella, ni muy completas, pero se podía sentir que eran reales.

No había estado con muchos animales en su vida, siempre era de la escuela al garaje y oír los planes de su padre, repitiéndose ese patrón todos los días, por lo que no tenía alguna experiencia anterior a qué atribuirle esas sensaciones extrañas. Esas ganas de verla segura, tranquila, de verla como es siempre.

Llegó al camerino de ambos cerdos y abrió con cuidado, la música lo atrapó por completo, Gunter y Rosita estaban de espaldas a él, cantando a la vez una canción que, gracias a estar todo este tiempo con Ash, reconoció; era metal. Metal sinfónico. Le intrigó un poco el que ambos hubieran elegido dicho género, no obstante, parecía salirles muy bien; Gunter estaba cantando con la misma pasión que siempre ponía en sus canciones:

This moment the dawn of humanity... The last ride of the day... —Gunter sostuvo el day tan largo que Johnny ahogó una expresión de sorpresa.

Luego sonó un largo solo de guitarra, y como si su cerebro estuviera adaptado para pensar automáticamente en ella, pensó en Ash; en que ella podría tocar dicho solo sin problema alguno. Sacudió la cabeza para quitarse esos pensamientos y notó que Rosita se preparó.

Once a upon a night we'll wake... —Se detuvo cuando Johnny dio unos toquecitos en la puerta, avisando que estaba allí. Ambos se detuvieron y lo vieron, Gunter quitó su móvil de la terminal y ella caminó hacia él—. Hola, Johnny —lo saludó con una sonrisa algo agotada.

—Hola, Rosita —repuso, avergonzado. ¿Cuántas veces iban que cada que tenía una duda o algo iba con ella?—. ¿Tienes un momento? Necesito ayuda en algo.

—Claro —asintió, se volvió hacia Gunter—. ¿Seguimos después, muchachón?

Él asintió, se subió la cremallera de su chaqueta dorada y se colgó su bolso al hombro.

Yah, más tarde. —Ojeó su móvil, sonrió y lo guardó—. Aprovecharé e iré a comer con Viktor. Nos vemos Rosita, Johnny —se despidió, y salió dando pequeños pasitos de baile.

Una vez que Johnny consideró que se había alejado una distancia prudente, entró por completo al camerino y cerró la puerta tras de sí. No sabía cómo abordaría el tema, si poco a poco o así de buenas a primeras. Optó por lo primero.

Ella lo miró a los ojos y al momento frunció el ceño un poquito.

—¿Qué te molesta? —le preguntó. «Madre al fin», pensó, por saberlo tan rápido.

Se apoyó contra la puerta y suspiró alicaído.

—¿Cómo...? Este... ¿Cómo se sabe si...? —No hallaba palabras que no sonaran tan comprometedoras—. Bueno, ¿cómo se sabe si...? Ya sabes, se siente algo por alguien.

Rosita lo miró con lo que de lejos era falsa sorpresa, y esbozó una sonrisa como si supiera ya de antemano que le iba a hacer esa pregunta.

—¿Por qué lo preguntas? —preguntó Rosita. Johnny no sabía si molestarse con ella porque se lo preguntó, o agradecerle que lo escuchara.

—Es que... un amigo, sí, un amigo, tiene una amiga... —«Solo a mí se me ocurre decir eso.»—... y esa amiga causa algo en él, cada que la ve se siente raro, siente algo en el pecho cada que le habla, se preocupa por ella y quiere verla bien.

Ajá. —Rosita estiró la palabra—. ¿Y a ese amigo le gusta cuando ella toca el piano?

—Sí, siente que... —Johnny se quedó en silencio. Rosita estalló en carcajadas.

—Johnny, ¿en serio? —rió, tratando de contenerse; él sentía la cara ardiendo y daría lo que fuera porque la tierra se abriera y lo tragara. ¿Cómo pudo caer en esa?—. La excusa del amigo es más vieja que la Srta. Crawley. ¿Sientes eso por Ash?

—Yo... este... —balbuceó. Se dejó caer de hombros y suspiró—. No lo sé. No sé lo que siento, Rosita. Sí, todo lo que te dije me pasa con ella, pero... —Frunció los labios—... no sé por qué. ¿Qué causa eso?

Rosita se llevó una pezuña al entrecejo y suspiró, moviendo los hombros; claramente estaba tratando de no reírse. Se recuperó y lo miró de forma maternal, el mensaje era claro: siéntate. Johnny acató, sentándose con las piernas cruzadas en el suelo y tratando de parecer pequeño ante ella; algo complicado de hacer.

—¿Puedes explicarme un poco mejor qué es lo que sientes? —le pidió, su tono era tan... Demonios, era como la madre que no tuvo.

—No sé cómo explicarme.

—Inténtalo. —Asintió con la cabeza, alentándolo.

Suspiró y trató de poner en palabras las raras sensaciones y emociones que sentía cuando estaba con Ash. No solo era lo normal de sentirse cómodo con ella, a gusto, sino que tenía ese algo que no le dejaba apartar la mirada cuando esta tocaba, sea piano o guitarra, no podía dejar de verla, notar como sus dedos tocaban las teclas, la expresión alegre y serena en su rostro al tocar las cuerdas de la guitarra, o la especie de relajación cuando tocaba los riffs. El sentimiento de protección que le nacía al verla llorar, o esa rara necesidad de cuidarla que sintió cuando la encontró enferma.

Al terminar, ladeó la mirada, avergonzado, la voz de Rosita, que sonaba alegre, le pidió que la mirara. Sentía que sus ojos veían dentro de él, explorando cada parte de sí, luego suspiró en tono condescendiente y sonrió.

—El amor joven es tan hermoso —dijo, con un suspiro nostálgico.

—Yo no estoy enamorado de Ash —replicó Johnny.

—¿Ah, no? —Arqueó una ceja—. Pequeño Johnny, tú estás enamorado. ¿Escuchaste la forma en cómo me contaste todo eso? Se percibía desde lejos que piensas en ella antes que en ti mismo.

—¿Y eso qué tiene? —refunfuñó cruzándose de brazos, no lograba entender que todo eso se debiera a que la quisiera.

—Que una de las cosas que suceden cuando amas a alguien es pensar en su bienestar, su seguridad, su felicidad, antes que la propia. Si aquella persona es feliz, la propia no importa. Que no importa sacrificarse uno para ver al otro con una sonrisa. Eso, Johnny, es amor.

—Digamos que es así —dijo—, solo supongamos que es así: ¿qué pasaría si no me quiere? ¿Si me rechaza? No estoy aceptando que la quiera —se apresuró a agregar cuando Rosita caminaba hacia donde estaba su bolsa—, solo estoy suponiendo.

Ella se llevó su bolsa al hombro y se acercó a él. Le acarició maternalmente la mejilla y luego le dio unas palmaditas, con una sonrisa, más que maternal, llena de experiencia.

—No debería importar. No hay nada de malo en amar a alguien que no te corresponda. Siempre y cuando esa persona valga la pena; amala. Amala sin importar nada.

Luego de estas palabras Rosita le dio una sonrisa alentadora y salió del camerino, momento después él se levantó, se sacudió el pantalón y salió, cerrando la puerta del camerino. Al caminar hacia la salida, su mirada se desvió hacia su propio camerino, apenas oía la música del piano por la semi-insonorizada habitación, sin embargo, no apreció la música como siempre, sino que su mirada se posó en ella.

Ash.

De nuevo esas sensaciones en el pecho, sentía de nuevo en su cuerpo el calor de cuando la apoyó contra sí cuando estaba enferma, en la punta de sus dedos volvió a sentir ese cosquilleo de cuando bailó con ella en el bar español. Suspiró sin dejar de caminar. ¿De verdad sentía algo así por ella? Amor era una palabra muy fuerte. Demasiado. Jamás se había sentido así por alguien como para tener alguna referencia.

Bufó para centrarse en lo que se supone iba a hacer: comprar algo para almorzar. Salió del teatro y bajó a la cafetería al final de la calle, entró, ya no tenía el motivo oriental, ahora estaba como siempre, se acercó a la barra y pidió cinco trozos de pizza para llevar. La leona de la otra vez lo atendió, le entregó un portacomida con los trozos de pizza y luego de pagar, se despidió.

Al llegar de nuevo al teatro se percató de que al frente, recostado contra un poste de luz, Lance estaba con su teléfono, tal vez esperando a Ash. Increíblemente no se molestó por ello, le daba igual. Entró al teatro sin prestarle más importancia de la necesaria y llegó al camerino. Abrió.

—Volví —anunció.

La música del piano se detuvo cuando ella quitó las patas de este y lo miró, con esos ojos azules, para luego posarlos en el portacomida.

—¿Es lo de siempre? —quiso saber, el olor de la pizza llegó hasta ella, haciéndola cerrar los ojos y respirar profundo.

De nuevo un aleteo en el pecho, que le hizo replantearse lo que le había dicho Rosita. ¿De verdad quería a Ash de esa forma? Bueno, no se iba a negar que disfrutaba estar con ella, solo que aún le parecía muy fuerte definir aquello como amor.

—Sabes que sí —repuso, con una sonrisa que salió por sí misma.

Y cuando ella sonrió, un escalofrío le recorrió el cuerpo, haciéndole saber lo que en el fondo conocía, lo que aunque Rosita se lo dijera, su subconsciente ya sabía. Que estaba enamorado de Ash; quería a esa rockera.



Era tarde en la noche cuando terminaron de practicar en su departamento. Para Ash se había vuelto casi costumbre que cuando el teatro cerraba sus puertas, los días que no tenía algún número que presentar, a las seis de la tarde, inmediatamente se trasladaban a su casa para continuar con la práctica. Y para sorpresa de la puercoespín, parecía acostumbrada, incluso se molestaba si no las tenía.

Desde hacía tres días, cuando cayó enferma y recibió aquella desastrosa noticia, había notado que su relación con Johnny había mejorado bastante. Se mostraban más unidos y en las clases se entendían casi sin decir palabras. Una mirada de ella con el ceño fruncido era que tocara con más fuerza, un fruncir de labios era que lo hiciera más despacio, un gesto alzando el mentón era que aumentara la velocidad; y las señas con él eran más sencillas aún: una ceja arqueada era la forma de indicarle que tocara con más suavidad, una sonrisa que lo estaba haciendo bien, y el ladear un poco la cabeza era que la nota estaba muy sostenida.

Era increíble cómo se entendían sin necesidad de palabras; increíble e intimidante. Solo había alcanzado algo parecido en su tiempo, y eso fue con Lance. No al nivel que tenía con Johnny, pero de igual manera algo parecido, y eso era lo que la asustaba, con Johnny era aún mayor. Había notado también que este parecía más atento; es decir, más de lo que por lo general es con todo el mundo.

Decidió no prestarle mucha importancia a esa comodidad tan rara que sentía con él, no el cómo su pecho aleteaba cuando lo oía cantar la canción que tendría para su número. Es raro, pensó, que se sintiera igual que cuando lo oyó cantando Set it all free.

El móvil de Ash vibró y luego dio dos pitidos, indicando que ya se habían pasado de la hora que establecieron el día siguiente de que ella se enfermara: no pasar de las diez de la noche practicando.

—Supongo que es hora de irme —dijo Johnny, con su sonrisa de siempre, aunque Ash detectó otro rastro en su voz, mas no supo qué. Tomó su chaqueta y se la colocó—. ¿Me abres?

Ella asintió y fue por sus llaves, lo acompañó hacia el pasillo y de allí a la puerta exterior. Él se detuvo en esta y sonrió para despedirse.

—¿Aún no tienes los números? —preguntó, se veía un poco forzado, como si quisiera seguir allí. Ash frunció el ceño; no, no los tenía aún. Bah, total, ya pensaría en ellos cuando falte, quien sabe, una semana o algo así.

—No —respondió con parsimonia, la hora le estaba pasando factura, se había recuperado, pero su cuerpo empezó a tener la estúpida necesidad de acostarse temprano y levantarse temprano. Todo porque Johnny venía a verla muy temprano cuando estuvo enferma. ¿Es que además de cuidarla tenía también que alterar su reloj interno de esa forma?—. Aún no. Ya veré cuales elijo —respondió, y luego bostezó.

—¿Mañana a las ocho en el teatro? —preguntó.

Una sonrisa tironeó de los labios de ella.

—Como siempre.

—Adiós, Ash.

—Nos vemos.

Johnny se dio media vuelta y caminó hasta su pick up, lo vio subirse y cuando esta cobro vida con el rugir del motor y adentrarse en la noche, cerró y entró. Una vez en su departamento fue hacia la cocina donde había dejado la comida que Johnny había insistido en comprar. «Comer tanta pizza no es sano —le había dicho—, intenta mejor con otra cosa. Los tanukis de la otra esquina hacen una buena comida china.» Y como en parte él tenía razón, optó por comida china. Abrió y ojeó el contenido, arroz y algunas verduras fritas.

Por acto reflejo volvió su mirada al refrigerador, donde sabía que tenía unos trozos de apetitosa pizza, solo tendría que calentarlos y he ahí la belleza del microondas. Alternó la mirada del refrigerador a la comida china y suspiró, sabiendo cuál sería su elección.

Fue hasta el mismo, sacó seis trozos y los colocó en el microondas, a la vez que tomaba la comida china.

—No tienes poder aquí. No si no está Johnny.

La guardó y cuando el microondas pitó y luego de sacar el plato con los trozos, se tumbó en el sofá, hojeando unas partituras. «Dos canciones para los números.» Siendo sincera tenía varias en mente: Three Days Grace, Breaking Benjamin, Semblant... había buenas opciones, el problema era que no conseguía una que le ajustara. ¿Y de pop? ¡Ja! Todavía peor.

Acabó de comer, con una canción revoloteándole en la mente, cuando sintió que el sofá vibraba. Ladeó la vista y vio un móvil negro en el mismo. «El móvil de Johnny.» Lo tomó y vio que había un mensaje entrante, la curiosidad pudo más que ella y tocó el ícono. No era espiar si el teléfono porque no tenía clave o patrón de acceso, al no tenerla, se le pudo haber resbalado el dedo y mirar.

Frunció el ceño al leer, le estaban amenazando que pagara un dinero en nombre de su padre si no quería tener problemas, sin embargo, el pie final del mensaje fue lo que la puso sobre aviso: «Te daremos una advertencia.»

«Tengo que dárselo y advertir a Johnny», pensó, levantándose del sofá de un respingo. Se dio una rápida mirada, iba bien: unos leggins negros con una falta roja, y una camiseta negra con finas rayas blancas. Sí, eso sería suficiente. Tomó sus llaves y salió.

A duras penas si recordaba la dirección que Johnny le había dado cuando apenas la competencia había comenzado, no obstante, aún la recordaba. «Un garaje en Calle Black —pensó—. Calle Black. Calle Black. Calle Black.» Si no mal recordaba dicha calle quedaba a dos intersecciones de la estación GreenFall de la línea del metro. Sí, podía llegar.

El sistema de metro de la ciudad trabajaba hasta las once de la noche, por lo que cuando se subió en el vagón este estaba desierto. Las estaciones pasaban burlescamente lento mientras ella esperaba llegar. Una rara sensación la invadió, era como si un vidrio le subiera del estómago y se le atorara en el cuello. ¿Preocupación? Podría ser. Revisó de nuevo el móvil de Johnny, tenía muchos mensajes iguales: «El dinero de tu padre.» ¿Quién era el padre de Johnny? ¿Quién o quiénes eran los que le estaban pidiendo un dinero? ¿Por qué se sentía así al pensar que podrían llegar a lastimarlo?

«Es porque es tu amigo, Ash. Tu amigo.»

Llegó a la estación y, veloz como una flecha, salió, corriendo calle abajo. Vio el garaje, un edificio cuadrado de dos pisos, anexado a una pequeña estación de servicio, el letrero de «GAS» resplandecía con pobres luces y con las persianas metálicas bajas. Entonces lo vio: Johnny estaba rodeado por tres osos, tres osos que reconoció. Eran los que habían amenazado a Mike. Estaba uno con un sombrero, que parecía ser el líder, uno con un gorro de pasamontaña y uno que sería la pareja ideal de Crawley, el ojo igual de perezoso.

Johnny alzó ambas manos en un claro gesto de «No quiero problemas», pero uno de los osos, el del gorro, alzó una pata y le dio un zarpazo al rostro. Algo dentro de Ash explotó, sintió como si le hubieran dado un latigazo de electricidad en la espalda, y esta vez no se parecía en nada a lo que sintió cuando él la inclinó con delicadeza en el bar, cuando el número de Rosita; no, conocía esa sensación, era una vieja amiga. Ira. Una ira pura y dura.

Corrió hacia ellos, sintiendo como la sangre burbujeaba en ella, apretando las patas. Iba a dejar a esos osos tan llenos de púas que parecerían puercoespines. Sin embargo, cuando estaba por llegar a él, lo vio moverse como una sombra, casi sin hacer ruido y tan rápido que parecía una mancha negra en el aire. Lo siguiente que percibió fue el sonido de choque cuando el puño de Johnny se posó en la mandíbula del oso del gorro, este puso los ojos en blanco y se desplomó hacia atrás, claramente noqueado.

Uno de los osos, el del ojo perezoso, intentó atacarlo por la espalda, pero Ash soltó unas púas, que se le clavaron en la pata, sacándole un quejido. Johnny volteó y la miró, sus ojos se encontraron, azul y marrón, y una expresión de sorpresa le surcó el rostro. Sorpresa y... «¿temor?»

El oso del sombrero, el líder, aprovechó ese momento para avanzar hacia Johnny, pero de nuevo Ash soltó unas púas, clavándoselas en la boca y mejillas. El oso gritó de dolor por una que se le clavó peligrosamente cerca del ojo, mientras Ash se colocaba junto a Johnny. Tenía que admitirlo, eran un dúo algo peculiar, cuando ella, la más pequeña, se veía mucho más agresiva que Johnny, quien era el que tenía el problema.

—Cómete esa —se burló Ash del oso—. Te supieron ricas las púas, ¿a que sí?

Johnny alzó los brazos poniéndose en guardia, Ash percibió que, aunque la posición se le daba con facilidad («Tal vez entrena»), no parecía muy dado a recurrir a la violencia. Johnny al fin.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, se le notaba el miedo, pero ¿por qué? Pudo dejar K.O. a uno, los otros dos serían pan comido. ¿Por ella acaso? ¿De verdad pensaba que saldría lastimada? Frunció un poquito el ceño al ver que de su mejilla caían gotas de sangre. Eso la hizo enojar más.

—Vengo... —dijo, viendo que los dos osos que quedaban terminaron de quitarse las púas—... a darte una púa.


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Bueno, gente, díganme qué opinan.

A todos los que dejaron su review y a los que, aunque no la dejaron, lo siguen y lo leen, muchas gracias; sabiendo que este fandom no tiene casi, valga la redundancia, fans, el que lo lean me motiva a seguir. Son lo máximo.

¿Les gustó o no? ¿Merece que lo siga o no?

Dejen su review y alientenme a seguirlo xd

Nos leemos luego.

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