X
La rutina de Johnny cuando se levantaba era la misma, no quería perder la costumbre. Se levantó a las siete de la mañana como todo los días, bajó a la primera planta del garaje y practico con la pera para estirar los músculos, momentos después se fue trotando hasta el gimnasio que quedaba a dos calles de allí y entrenó con las pesas. Tomó un desayuno ligero y siguió con las pesas, había desarrollado esa necesidad de hacer ejercicio de su padre, quien desde pequeño le insistía que debía formase una figura para intimidar, para que nadie quisiera meterse con él, y la repetición de dicha rutina se le hizo costumbre hasta el punto que debía hacerlo al menos una vez por semana para sentirse bien.
Terminó la rutina con las pesitas y luego de relajar los brazos, sacó su móvil de la chaqueta que estaba sobre el banquillo del gimnasio y vio la hora. 10:24. Era una hora normal para llamar a Ash y ver si podían practicar, ya tenía una canción en mente con la guitarra para su número y quería ver si podría intentarlo. Marcó el número de la puercoespín y esperó. Un timbre, tres, cinco, siete; buzón. Se extrañó, llevaba poco tiempo conviviendo con ella, pero algo que sabía muy bien era que Ash siempre contestaba.
Se mantuvo alternando la mirada desde su celular hacia el otro juego de pesas que le faltaba por practicar, unas más grandes, mientras decidía si ir ahora o si ir después. Suspiró a la vez que se encogía de hombros, tomó la chaqueta de cuero negra, se la colocó y salió del gimnasio.
Era mejor ir a practicar.
Así ganaría.
Así estaría con Ash. No era que le gustara estar con ella, bueno quizá un poco, era que parecían amoldar con una sencillez increíble. Las clases de ambos siempre eran a plazos, a veces ella primero, a veces él. Ella iniciaba con las notas del piano mientras él la iba guiando, diciéndole qué tecla tocar o de qué forma hacerlo, y cuando le tocaba a él con la guitarra ella era la que le explicaba.
Se subió a su camioneta, quitó el freno de mano, movió la palanca de cambios y pisó el acelerador; el vehículo avanzó con un rugido del motor.
Cuando llegó al complejo donde vivía Ash bajó del vehículo con el móvil en la mano, cerró con llave la pick up y le puso la alarma, por esos lugares no era probable que se la robaran, aunque nunca estaba de más ser precavido. Luego de ignorar el mensaje de los osos apremiándole por el supuesto pago, se encaminó hacia el complejo.
Llamó de nuevo. Nada. Eso no era normal. Frunció los labios y volvió a llamar, nada. Tocó la puerta de entrada esperando que alguno de los demás vecinos del complejo se apiadara de él y abriera, lo más probable era que Ash estuviera dormida.
—¡Ash! —gritó. No pasó nada—. ¡Ash!
La llamó otras cinco veces y en cada una de ellas nada pasó. Ahora sí estaba empezando a preocuparse, que ella no contestara el teléfono y que no lo escuchara pegando los gritos que daba, era extraño. Demasiado. Miró a ambos lados de la acera, acercándose a la puerta. No había nadie, bien, era mejor que nadie lo viera. Sacó un fino alambre de su bolsillo, lo dobló y lo introdujo en la cerradura de la puerta, no era un método ético para entrar, pero si no lo veían no era ilegal.
La puerta se abrió con un suave chasquido y entró. Caminó por el pasillo hasta que llegó al departamento de Ash y tocó, a la primera le puerta se abrió: estaba entreabierta.
—¿Ash? —dijo dubitativo; nadie respondió.
Empezó a caminar por el lugar buscándola, no estaba en la sala, tampoco en la cocina, solo le faltaba revisar la habitación. Se detuvo frente a la puerta, estaba por jugarse la vida en ese momento, si resulta que ella estaba allí podrían pasar dos cosas: o que esté dormida y no se entere de nada o que esté despierta y aparezca un joven desaparecido en las noticias de mañana. Se armó de valor y abrió, no había nadie.
«Que raro, si no está en la casa, ¿dónde?»
Revisó la casa de nuevo, nada. ¿Dónde estaría? Sacó de nuevo su móvil y la volvió a llamar. Un timbre, dos, tres, cinco... un sonido, escuchó un sonido. Lo mandó a buzón de nuevo, sin embargo, Johnny estaba alerta, había reconocido ese sonido, era el riff del tono de llamada de Ash. Se escuchó muy débil, marcó de nuevo.
Sí, lo escuchaba, débilmente. Se apartó el móvil del oído y trató de localizar de dónde venía el sonido. Parecía venir de... «¿Arriba?» Salió de la casa de Ash y recorrió el pasillo hasta el final, donde había unas escaleras que ascendían. Subió. Llegó a la azotea, estaba desierta, con un suelo de cemento gris y un enorme sistema de ventilación, sin embargo, la vio.
Ahí estaba Ash.
Se sorprendió al verla allí, inclinada sobre el teclado eléctrico, como dormida, con un short corto negro y una blusa holgada. Se fue acercando poco a poco, cuidando de que ella en un arranque de enojo, de los que siempre tenía, terminara dejándole un look nuevo.
—¿Ash? —murmuró, cuando estaba a unos pasos. No respondió.
Se colocó a su lado y la meció un poco por el hombro, percibía el subir y bajar de su pecho cuando respiraba, aunque no parecía despierta. Se giró un poco para verla mejor y se sorprendió. Su rostro estaba de lado, contra las teclas, sin embargo, eso no fue lo que lo impresionó, sino el que ella estaba llorando. Estaba dormida, y aún así estaba llorando, las lágrimas fluían sin parar.
Al diablo con el cuidado, ella estaba llorando, necesitaba saber por qué. Cuando le colocó una mano en la mejilla para despertarla, la retiró al instante: estaba muy caliente.
—¿Ash? —Le dio unos toquecitos en le mejilla para despertarla, estaba muy caliente; ella se revolvió un poco, parecía cansada. Sin dudar, con una mano la tomó por la cintura, recostándola contra sí y con la otra tomó el teclado—. Está hirviendo —murmuró para sí, mientras bajaba las escaleras.
No tenía idea del por qué estaba llorando o estaba así, pero lo que sí sabía era que estaba ardiendo, un resfriado tal vez. Por cómo la encontró apostaría a que pasó toda la noche allí arriba. «¿Por qué?»
Abrió la puerta empujando con su hombro y apoyó el piano contra la pared, mientras cargaba con Ash; ahí donde su pelaje lo tocaba sentía un calor infernal por la temperatura de ella. La acomodó mejor, apoyando su cabeza contra su hombro y con pasos largos fue hasta el baño y buscó donde debería estar el botiquín, no encontró ninguno. «No puede ser que no tenga... aunque pensándolo, es Ash. Es normal.» Sintió como ella se revolvió un poquito y sintió gotitas caerle en la chaqueta, seguía llorando.
Se sorprendió murmurando unas palabras para sí.
—¿Qué te hizo tanto daño para que estés así?
Una vez en la sala la recostó con cuidado en el sofá para que no se pinchara ella misma con las púas, vio que se iba de lado por lo que la hizo tumbarse de medio lado. No sabía qué hacer en ese momento. Pocas veces él se enfermaba, y cuando lo hacía era su padre quien resolvía la situación; ahora, cuando a él le tocaba el papel de ser el que resolviera, estaba en blanco.
Algo frío.
Si ella estaba caliente, lo más lógico sería que para bajarle la temperatura tuviera que colocarle algo frío. Fue hasta el refrigerador y lo abrió, no había mucho de lo qué elegir, sodas por aquí, bebidas energéticas por allá, una que otra fruta y pizza, varios trozos de pizza repartidos por todos lados. «¿Ella solo come pizza?» En el depósito de la puerta encontró una compresa fría.
—Esto debe de servir. —Cerró el refrigerador y fue con Ash.
Le colocó con cuidado la compresa y se sentó en el suelo sin apartarle la mirada. Se veía frágil, demasiado frágil, como si una brisa cualquiera la hiciera quebrarse en millones de pedacitos. El tiempo le pareció pasar muy lento, casi burlesco, y luego de varios minutos de observarla, de ver como respiraba un poco más normal, notó como el ceño empezaba a fruncírsele un poquito, volviendo a ser la Ash que conocía, esta abrió los ojos lentamente.
Estaban inyectados en sangre por tanto llorar, se llevó una pata a la frente, pero él la detuvo.
—No te lo quites —le dijo, cuando ella estaba por quitarse la compresa.
—¿Qué...? ¿Quién...? —Ash se veía confundida, se talló los ojos, aún tumbada, y enfocó al gorila—. ¿Johnny?
De verdad se veía muy frágil, pese a que ya era la Ash de siempre. Parecía incluso que se alegraba de verlo. «No, imposible», pensó a la vez que una sonrisa nerviosa se le dibujaba en el rostro.
—Hola. —Se llevó una mano al cuello, apenado—. Lo siento por entrar así, pero...
—No. —Su voz tenía una gran, enorme, carga emocional, se oía triste, lo que hizo que la curiosidad de Johnny aumentara. Quería preguntarle qué la dejó así, con tantas ganas que él mismo se sorprendía, aunque debía esperar, no podía hacerlo así como así—. No te disculpes —dijo ella, se apretó el entrecejo—, solo gracias. Agh —añadió luego de un momento—, mi cabeza; siento que me va a explotar.
—Es porque tienes fiebre —comunicó Johnny, sin saber si debía tocar el tema del por qué se pasó la noche en la azotea—, supongo que te resfriaste por pasar la noche arriba.
La expresión de Ash se turbó por un instante, acto seguido reflejó un dolor enorme y luego volvió a la que tenía, entre normal y triste. Johnny sintió una puntadita en el pecho, no le gustaba verla así, le gustaba verla como ella siempre estaba, entre enojada pero decidida, con confianza. Quería hacer algo para que no estuviera así.
—Sí —dijo ella, alicaída—, supongo.
Johnny se puso de pie y se sacudió el pantalón, tomó su móvil y marcó el número de Rosita, gracias al cielo ella había sido precavida y les había dado su número a todos por si necesitaban algo, aunque Mike no lo aceptó; madre al fin.
—¿A quién llamas? —le preguntó Ash, en un tono bajito.
—Refuerzos.
El tono sonó tres veces y en el número cuatro cayó, lo primero que oyó fue una música que se le hizo muy parecida al rock que Ash cantaba, tocaba y oía, pero sonaba más melódico, un momento después el volumen se redujo y la voz de Rosita, calmada y centrada, apareció:
—¿Bueno? —dijo—, ¿quién es?
—Rosita —dijo él—, soy yo, Johnny.
—Oh, ¡hola, Johnny! —saludó con un tono alegre—. ¿Sucede algo?
—Sí. —El joven gorila no sabía muy bien cómo abordar el tema sin que saliera a colación el tema de que ella se quedó llorando—. Verás, Ash tiene fiebre, creo que es un resfriado, y no sé qué darle o qué hacer.
Durante un momento solo se oyó la respiración de Rosita tras la línea y la voz de Gunter al fondo «¿Sucede algo, Rosita?», luego de unos tortuosos minutos ella habló.
—¿Estás en la casa de Ash? —dijo al fin, Johnny percibió el mismo tono que usaba su padre con él cuando Ash salía a colación.
—Em... sí —repuso, confuso—. Llegué hace poco, venía a ensayar y la encontré... con fiebre. —No estaba mintiendo, solo omitiendo información—. ¿Qué hago?
—Dale una pastilla, eso debería bajársela.
—No tiene.
—¿Qué animal no tiene un botiquín en su casa?
—Ella. —«Y yo.»
—Pues sal y compra un paracetamol —lo aconsejó—, y prepárale algo para que se mejore.
—¿No debería ir a un médico?
—¿Para qué te diga lo que te acabo de decir? —repuso con un tono bromista—. Hazme caso, Johnny, tengo veinticinco hijos, los resfriados son mí día a día. —Hizo una pausa—. ¿Cómo la ves?
—Pues tiene fiebre, ojos rojos y se ve cansada —respondió; se sentía mal por verla así.
—Sí, haz lo que te dije —convino ella—. Dale esa pastilla y prepárale algo, una infusión de miel y limón nunca falla. Si la vez peor me vuelves a llamar, ¿te parece?
—Vale, gracias, Rosita.
—Descuida, Johnny —dijo—. Asegúrate que se recupere. Cuídala. —Y luego de una pequeña risilla, colgó.
Luego de guardar el móvil en su chaqueta se volvió hacia Ash, pasándose una mano por el rostro. No podía creer que había venido para practicar con la guitarra ahora que faltaban exactos trece días para que el productor de Fur Records llegara, y había terminado en todo eso. «Miel y limón.»
—Ash, debo salir —le dijo—, ¿puedes quedarte sola?
Por un momento la Ash de siempre afloró, frunció el ceño y lo miró un poco molesta.
—Claro que puedo quedarme sola —soltó, con la voz carrasposa—. Tengo un resfriado, no la peste.
Johnny formó una sonrisa mientras negaba con la cabeza, tomó las llaves que estaban sobre la mesita de la entrada y salió del departamento.
Meena estaba del mejor humor posible. Ahora con las dos canciones que tenía planeadas cantar en su número, elegidas y practicadas, todo comenzaba a parecerle mucho más fácil. Las dos canciones tenían el pop que a ella tanto le gustaba, no podía perder con ellas, el promotor la elegiría sin duda.
Había ido al supermercado para comprar algunos ingredientes para hornear unas galletas para su abuelo, promoviéndole el vicio con chispas de chocolate, y también para comprar algunos vegetales para que su madre los hiciera. Hubiera preferido quedarse en casa practicando, pero no podía desobedecerla.
Tenía todo lo que iba a llevar y dos paquetes de galletas, una para ella y una para su abuelo, en la cesta del abasto y estaba esperando que la fila de la única caja avanzara; cinco animales iban antes que ella. Entonces, por el rabillo del ojo, apenas por sobre sus orejas, distinguió una mancha negruzca que se movía como una exhalación por los pasillos de la tienda.
—Johnny —lo llamó. Este se detuvo al oír su nombre y miró a los lados, confuso—. ¡Aquí! —Ella ondeó una pezuña y capturó su atención. Este caminó hacia ella, tenía un aspecto apurado, se veía preocupado por algo y en una de sus manos llevaba una cesta de la tienda con muchos limones y un tarro de miel. Meena lo miró interesada—. ¿Qué tal?
Él dejó escapar aire, cansado, y sonrió.
—Hola Meena —dijo—; bien, gracias.
—No lo pareces, ¿estás bien? —Señaló con la trompa la canasta—. ¿Y eso?
—¿Esto? —exclamó, con una sonrisa algo pesada—. Es para Ash.
—¿Qué sucede con Ash? —quiso saber.
—Está enferma, un resfriado.
—Oh ya —asintió—, y la estás cuidando, eso es muy tierno de tu parte.
Algo se sospechaba ella desde hacía rato con Ash y Johnny, se había dado cuenta de que ellos siempre tendían a practicar juntos en el teatro, generalmente ella no salía de su camerino cuando practicaba con el piano, y según lo que había oído, apenas salían del mismo se iban a la casa de ella. También se había percatado de que durante su presentación ellos habían bailado juntos, como todo el mundo, al ritmo de la canción que interpretaba. Y algo que había escuchado sin querer fue que Rosita le decía a Gunter que creía que ellos dos tenían algo por la forma en que bailaron en su número en un bar.
Un momento... si Johnny sabía que ella estaba enferma eso quería decir que estaba en su casa, ¿pero cómo le abriría la puerta si estaba enferma? ¿Acaso él tenía la llave? ¡¿Acaso ellos ya vivían juntos?!
—¿Meena? —Johnny movió una mano frente a su rostro, sacándola de su ensimismamiento—. ¿Todo bien? Estás roja.
—No, nada. —Las palabras le salieron atropelladas. ¿Cómo iba a pensar eso de ellos? Y en todo caso, es la decisión de Ash—. Estabas diciendo que Ash estaba enferma, ¿cierto?
—Sí, está resfriada. —Apuntó la canasta—. Llamé a Rosita y me dijo que hiciera una infusión con esto y le diera una pastilla. —Se dio unos toquecitos en uno de los bolsillos de la chaqueta—. Aquí tengo la caja, solo me falta pagar esto.
Ya había llegado a la caja y Meena vio que Johnny ni siquiera había hecho la fila por estar hablando con ella, le quitó la canasta de la mano y la colocó junto a la suya. Pagó por todos los productos y acto seguido Johnny le dio el dinero que había pagado por lo suyo.
—Gracias, Meena —sonrió el gorila.
—No te preocupes. —Se colocó los auriculares y se dio media vuelta—. Espero que Ash se recupere, no quisiera que no se presentara en la competencia. Quiero ver qué tiene preparado —dijo, y era verdad, aunque tenía esperanza en que ella ganaría, le daba curiosidad el ver los números de los demás—. Qué suerte que Ash tenga un novio tan atento. Nos vemos.
Se alejó caminando mientras iba escuchando la canción de uno de sus números, tan absorbida por la música que no miró atrás. Si lo hubiera hecho se habría encontrado con un Johnny sorprendido y algo apenado.
Se sentía horrible. «Solo a mí se me ocurre quedarme dormida con esta ropa a la intemperie» masculló a la vez que tosía, la garganta le dolía, el cuerpo también, tenía una ligera tosecita que la estaba volviendo loca y se sentía caliente. Todo el cuerpo era como si lo tuviera metido en un horno, la respiración, el pecho, la cabeza, todo lo sentía demasiado acalorado.
Se quitó la compresa de la cabeza mientras aún seguía tumbada de lado en el sofá, miró el refrigerador en la cocina. ¿Cuántos eran? ¿Quince pasos? ¿Veinte quizá? Estaba muy cansada para levantarse y colocarla de nuevo en el mismo. Mejor esperaría a que llegara Johnny, sí, él lo haría por ella.
Johnny.
No sabía muy bien cómo sentirse con respecto a él. Cuando despertó y vio su cara preocupada se sintió extraña, como si estuviera de nuevo en casa, no necesariamente porque estuviera en ella, sino por las emociones que él expresaba. No era la primera vez que enfermaba, ya había pasado con Lance, solo que a diferencia de Johnny, este se mostraba siempre esquivo y casi ni ayudaba. Con Johnny era distinto, se notaba que se preocupaba.
«Eso es incluso tierno.»
Se sorprendió al pensar eso y luego lo apartó de su mente, quizá solo esté preocupado porque si ella enfermaba no podría darle las clases de guitarra. Sí, eso debe ser. Recordó la noticia de ayer: la muerte de su madre. Un dolor en el pecho que no tenía nada que ver con su malestar corporal, la invadió. Dolía mucho porque tenía muchas preguntas, quería saber cuándo murió, cuál fue la causa exacta, ella conocía muy bien a su madre para saber que su salud era buena. Pero no podía, su padre le dejó muy en claro que no era bienvenida.
Tendría que aceptarlo, que no volvería ver a su madre nunca más.
Y aún así dolía.
Escuchó la puerta al abrirse y su posterior cierre. La cabeza le retumbaba, pero aún así enfocó la atención en quien sea que hubiera llegado. Johnny apareció de la nada, como si solo se hubiera materializado, cuando la vio, una sonrisa amable le surcó el rostro. Ash se sintió rara al verla.
—Veo que estás un poco mejor —dijo, tenía una bolsa con... ¿limones?
—Sí, supongo —masculló, un poco molesta. ¿Por qué Johnny tenía que tener esa sonrisa? Señaló con los labios la bolsa—. ¿Qué hay allí?
—Oh, ¿esto? —dijo, alzándola—. Algo que Rosita me dijo que te diera y aquí... —Se palpó el bolsillo de la chaqueta—... tengo unas pastillas que te vas a tomar.
Ash rodó los ojos y Johnny se encaminó a la cocina. Empezó a calentar agua en un recipiente mientras coloca unos pocos limones y un tarro con lo que parecía miel. Ella se quedó mirándolo detenidamente, se movía un poco temeroso (tal vez porque no era su casa), y a la vez resuelto.
Él le despertaba una rara curiosidad, ya no era por la emoción que quería implantar en sus canciones. Ya la tenía. Era la tristeza. Solo tendría que practicarla. Sin embargo, había algo más en el gorila que le llamaba la atención, tenía curiosidad por saber la razón de por qué era así como era: amable, atento, incluso podría decirse que cariñoso con todos. Por qué su motivación era su familia y si eso era bueno o malo.
Tenía más preguntas que respuestas, y ella detestaba el no tener respuestas.
«¿Qué te hace ser así?»
Él avanzó hacia ella con un vaso de agua y se inclinó cuando llegó al sofá.
—Ten —dijo, tendiéndole una pastilla blanca—, es paracetamol; te ayudará con el resfrío. —Ella la tomó reacia y luego el vaso de agua—. Pronto estará la infusión y te pondrás mejor.
Cuando hubo tragado la pastilla, miró a Johnny con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Por qué? —preguntó.
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué haces todo esto por mí? —quiso saber.
—Porque estás enferma —respondió con naturalidad—, es lo mínimo que debería hacer. No puedo solo irme y dejarte así. Eres mi amiga, es lo más normal.
—Amiga —susurró para sí a la vez que giraba el vaso en sus patas, pensativa, y él se iba de nuevo a la cocina.
Amiga. Tenía tiempo, mucho tiempo, de no oírsela decir a alguien para referirse a ella. Nunca había sido precisamente del tipo amigable, prefería estar sola a tener un poco de animales pegados como chicles que la siguieran a todos lados. «Tal vez por eso se sienta rara el oírla.»
Se sentó en el sofá, apoyándose en uno de los mullidos cojines para no pincharse con sus propias púas, sin apartar la mirada de Johnny, tratando de entender qué hacía a Johnny ser Johnny, y por qué se sentía cómoda con él, segura, incluso se atrevería a decir que en calma, que le gustaba su presencia.
Momentos después volvió con una pequeña taza humeante, se sentó en el suelo frente a ella y se la tendió; tenía un líquido pardo o marrón oscuro, Ash nunca fue de saber todos los colores como la mayoría de las hembras, y emitía un olor dulzón a limón.
—Huele bien —fue lo único que dijo.
—Bébetelo —repuso Johnny—, Rosita me dijo que te haría bien.
Ella lo hizo. Sabía rico, dulce, y no le hacía doler la garganta como cuando hablaba. Rosita era una gurú con respecto a los remedios, y Johnny por prepararlos. Notó que este la miraba fijamente. Cuando terminó de beberse el contenido de la taza y se la entregó a este, habló:
—Pregunta.
Johnny se sorprendió un poco y fingió demencia.
—¿Preguntar qué? —repuso con una sonrisa incómoda.
—Se te nota que quieres saber por qué me encontraste allí arriba, ¿me equivoco?
Por la forma en que reaccionó, llevándose una mano al cuello y ese suspiro de resignación de alguien cuando lo han descubierto, Ash supo que dio en el clavo.
—No —dijo él, desviando la mirada—, no te equivocas; solo que me da cosa preguntar. Es algo privado tuyo.
Ash inspiró con fuerza, no tenía sentido el que se lo ocultara, tampoco es que si lo dijera o no influyera en algo.
—Recibí una noticia —dijo con aplomo, Johnny alzó la mirada—: mi madre murió.
La expresión del gorila pasó por la perplejidad, seguida de la incredulidad, para terminar en una que parecía empatía o compasión. Eso enfureció a Ash, no quería la compasión de nadie.
—Lo siento —se condolió él.
—No lo sientas, es mi culpa. —Se sorprendía del rencor que había en su voz. Rencor contra sí misma más que a Lance. Si ella no hubiera huido su madre seguiría viva.
—No digas eso —replicó Johnny, con el ceño fruncido. «Vaya, eso es raro.»—. No puedes tenerla culpa de la muerte de tu madre.
—Sí la tengo... —Y antes de que pudiera siquiera procesar lo que estaba haciendo, le contó todo lo que había pasado anoche: el que había llamado a casa luego de que se fue para hablar con su familia y encontrar la emoción que necesitaba, la noticia, la forma en que su padre le habló y cómo la rechazó, cómo se derrumbó arriba. Odiaba eso, ¿por qué estaba diciéndole eso a Johnny? Él no era nadie para saberlo, y aún así se lo decía. Había algo en él que le inspiraba la confianza para hacerlo. Apretó los puños, estúpido Johnny, con su estúpida sensación de seguridad que emanaba. Los ojos se le aguaron. Oh, no, no iba a llorar. No más—. Todo es mi maldita culpa.
—Ash —la calmó él, colocándole una mano sobre una pata. Lo fulminó con la mirada, si no hubiera sido porque estaba al borde de volver a llorar al recordar a su madre, le hubiera clavado unas púas. Su tacto era suave, estúpidamente suave, casi cariñoso. «¿Es que tiene que ser siempre así?»—, no es tu culpa. Tú no sabías que si lo hacías, que si huías con Lance, todo eso pasaría.
—Pero pasó —refunfuñó con la voz ahogada.
—Sí, pasó —asintió, comprendiéndola—, sin embargo, si no lo hubieras hecho, no estarías dónde estás ahora. Mírate, Ash, eres una gran cantante, guitarrista y compositora, trabajas en un teatro con renombre y estás participando por obtener una firma y ser una estrella famosa. ¿Te imaginarías que llegarías a esto?
Si tenía que ser sincera, no. Solo se veía como estrella, en sus deseos infantiles, una estrella que llenara estadios con un solo concierto, que tuviera una enorme fanaticada que corearan su nombre. Nunca pensó que para eso tenía que pasar por mucho trabajo, y por lo que llevaba, le había ido demasiado bien en tan poco tiempo.
Negó con la cabeza.
—Has obtenido todo esto tú sola, Ash —continuó—. Por ti misma. Quizá no todo siempre será color de rosa, como es el caso, pero al menos estás cumpliendo tus sueños, haces lo que quieres hacer. ¿No crees que eso haría feliz a tu madre?
—La música no puede ser detenida —musitó para sí, recordando la frase de su madre. Una puntadita de dolor le taladró el pecho, se le calmó cuando vio a Johnny. Él tenía razón. Bostezó, cansada.
—Deberías dormir —le aconsejó, le soltó la pata y se puso de pie—. Yo iré practicando con la guitarra en otro lado para no molestarte.
Ash asintió y poco a poco todo se fue oscureciendo hasta que cayó en las manos del sueño.
Se despertó casi de golpe. Reconocería esa melodía donde fuese. «Yo la escribí.» Escaneó con la mirada el lugar, era su sala, estaba en su sofá, palpó la zona buscando su móvil, estaba a su lado, Johnny tuvo la delicadeza de traérselo. «Si llegó a revisarlo, lo mataré», pensó, sin embargo, dichos pensamientos fueron dejados de lado por la melodía que sonaba.
Era su canción.
Era Set it all free.
Se sentía un poco mejor, ¿un poco? No, un poco no, mucho mejor. El cuerpo casi no le dolía ya, la garganta estaba mucho mejor y la cabeza la sentía normal. Se puso de pie, siguiendo el sonido, parecía venir de su habitación.
Llegó al pequeño pasillo por donde se accedía a su cuarto y al baño y entonces lo vio, Johnny estaba sentado de espaldas hacia ella, con guitarra en mano y tocando con una suavidad que casi le hizo reclamarle que no debía hacerlo así. No obstante, su reclamo quedó ahogado al escucharlo, entonaba la canción de una forma tan... tan Johnny, que le sorprendía.
This is my kiss goodbye
You can stand alone and watch me fly
Cause nothing's keeping me down
I'm gonna let it all up
Come on and say right now, right now, right now.
This is my big hello
Cause I'm giving, never letting go
I can finally see, it's not just a dream
Gonna set it all free, all free, all free
Se quedó estupefacta al escucharlo, transmitía la misma sensación que toda canción que cantaba, y eso que esa era su canción, hecha por ella. Él lograba hacerla sentir las mismas emociones que cuando la había escrito: una enorme necesidad de deshacerse de lo que sentía por Lance, de gritar a los cuatro vientos que no lo necesitaba. ¿Cómo era posible que él la hiciera sentir así?
Dio unos pasos con sigilo hacia él, para oírlo mejor. Estaba sosteniendo las últimas líneas de la canción a la vez que iba tocando armónicamente la guitarra, concordando el sonido con la voz que poco a poco se iba apagando. Sintió un revoloteo en el pecho. ¿Ira? ¿Envidia? ¿Admiración? ¿Sorpresa? No lo sabía, pero ahí estaba, era como si tuviera un parajito en el pecho que amenazaba con salirle del mismo, al mejor estilo Alien.
Se sentía extraña al oírlo tocar y cantar.
Como feliz o algo así.
Cuando terminó de tocar se dejó caer de hombros y rebuscó otra canción en las partituras que estaban en el suelo.
—Estuvo bien —dijo Ash, con la voz un poco mejor, volvía casi a ser la misma; Johnny la miró asustado, como a quien cachan en una travesura—, algo sentimental, pero estuvo bien. No lo voy a negar.
Él sonrió al verla más recuperada.
—Veo que estás mejor —sonrió.
Otra vez ese revoloteo extraño en ella. Recordó las palabras de su madre de hacía tantos años. «Una razón», pensó, mirándolo con la guitarra en mano. «Creo que la encontré.»
Su razón era él. Quería saber cómo hacía Johnny para ser Johnny, y para ella eso era suficiente razón.
Una sonrisa le surcó los labios.
—Sí —dijo—, supongo.
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Bueno, gente, díganme qué opinan.
A todos los que dejaron su review y a los que, aunque no la dejaron, lo siguen y lo leen, muchas gracias; sabiendo que este fandom no tiene casi, valga la redundancia, fans, el que lo lean me motiva a seguir. Son lo máximo.
¿Les gustó o no? ¿Merece que lo siga o no?
Dejen su review y alientenme a seguirlo xd
Nos leemos luego.
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