VIII
ES NECESARIO QUE OIGAN "CALL ME MAYBE" DE CARLY RAE JEPSEN CUANDO JOHNNY Y ASH ESTÁN EN HARRY'S BAR.
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La luz del sol de la tarde, que por fin brillaba con la fuerza suficiente para atravesar las cortinas del departamento de Ash, empezaba a avanzar, iluminando las motitas de polvo danzarinas que revolotearon cuando ella, con un rápido movimiento, como si su vida dependiera de ello, movió la gruesa manta que la cubría para protegerse de la luz.
Tenía dos opciones: levantarse y cerrar las cortinas, aunque eso significara que tal vez no recuperara el sueño y debiera ponerse a practicar con el piano; la otra era no levantarse, hacerse un ovillo en la enorme cama y cubrirse con la gruesa manta. Atractiva la idea, sí, pero la manta era tan gruesa que aumentaba el calor.
Decisiones difíciles.
Con los ojos entrecerrados, apenas viendo, dio un suspiro y se echó la manta encima, con esfuerzo si sólo pasaba un cachito de luz. La temperatura subió un poco y el aire era escaso, sin embargo, era un pequeño sacrificio que valía la pena por recuperar horas de sueño, puesto que se acostó muy tarde practicando.
«Si no muero asfixiada, valdrá la pena.»
No habían pasado ni dos minutos desde que cerró los ojos cuando un sonido que ella conocía como su propia vida, retumbó por la habitación: el tono de su celular. El riff de la guitarra, que siempre le pareció provenir del cielo, sonaba como una tortura. No pudo dejarlo sonar por más de diez segundos. Ella no le había dado su número a nadie excepto Johnny y las llamadas siempre tenían algún motivo de peso.
Se apartó la manta, se levantó como un zombie y dio varios pasos torpes hacia la cómoda. Tomó el móvil y contestó, no antes de dar un gran bostezo.
—¿Bueno?
—Ash. —Era Lance; Ash se sorprendió, se supone que ella tenía su número bloqueado. Se separó el móvil y vio. No, no era el suyo, era uno público—. Necesito...
—Púdrete. —Su tono, aunque con sueño, dejaba en claro que no quería oírlo—. No, mejor —dijo—: mátate. Me harías un favor.
—Ash, espera, necesito hablar con...
—¿Conmigo? —Rió sarcástica—. ¿Por qué no con Becky? Tírate a un pozo.
—Ash, por favor, solo necesito saber si estás saliendo con el hijo de Kong.
Esa afirmación la tomó por sorpresa. ¿Qué le interesaba a él si entre ella y Johnny había algo? ¿Quién le otorgó la potestad para preguntar eso? Eso era un asunto privado de ella. No; no estaba saliendo con Johnny, no obstante, en caso de que lo hiciera, eso no era problema de Lance.
Apretó el teléfono con furia y siseó dos palabras. Dos palabras que ella bien sabía, lo harían carcomerse por dentro.
—Tal vez.
Y colgó. Estaba que echaba humo, podía jurar que sus púas se prenderían fuego en cualquier momento. Con un gruñido por tener la mañana arruinada, se dirigió al baño para darse una merecida ducha fría que le bajara los humos. El móvil volvió a sonar. Esta vez ella no tendría compasión con él.
—¡¿Acaso no entendiste que no quiero que me llames?! —gritó—. ¡Jódete!
—¿Ash? —preguntó una voz calmada y sorprendida.
—¿Johnny? —se extrañó. Se sintió mal por haberle gritado y luego se extrañó por eso, ¿por qué? Se calmó—. ¿Para qué me llamas? —preguntó, usando su tono habitual.
—Es domingo —dijo él—, quería saber si practicaríamos hoy. Sabes que estoy a nada de poder tocar bien I Do Adore y la última vez que llegué sin avisar, me clavaste una púa al despertar. No quisiera que esta vez fueran más —reconoció, con un tono alegre. Luego añadió—: ¿Te parece si me paso ahora o más tarde?
—¿Ahora? —Ash se llevó una pata a la nuca, no muy convencida, era muy temprano—. ¿No es muy temprano?
—Son las doce.
—No... —se sorprendió. Sin apartarse el móvil del oído abrió las cortinas y observó la ciudad. Los autos estaban que casi se salían de la calle del tráfico que había, niños de todas las razas iban o venían con sus padres—. ¿Enserio son las doce? —Miró el reloj digital sobre la cómoda y sí, eran las 12:15.
Tras la línea, Johnny rió.
—Sí, Ash, enserio son las doce. Déjame adivinar: te quedaste practicando hasta tarde, ¿cierto?
—Sí —respondió, dejando caer los hombros. Inspiró—. Bien, pero antes de practicar quiero desayunar.
—¿No será almorzar?
—¿Por qué no ambas? —preguntó sonriendo. Es raro, caviló, con Johnny se sentía normal, sin necesidad de estar alerta de todo y todos los que la rodeaban—. ¿Tú invitas?
—Será... tú fuiste quien pagó lo del bar.
El bar. Aún tenía ese día en la mente, durante estos tres día había estado tratando de encontrarle un sentido a lo que pasó en el bar, mas no le hallaba uno claro. Rosita le había comentado cosas raras, como indirectas, pero hubo una que la descolocó un poco.
—El número estuvo intenso —le había dicho Rosita, mientras se limpiaba el maquillaje en el improvisado camerino que tenía; Gunter estaba buscando su traje dorado para cambiarse—, pero a los demás les gustó. Los vi bailando desde el escenario, se veían bien juntos.
Se frotó el entrecejo con la pata libre, tratando de apartar esos recuerdos. «Lo que pasó fue por la música, el ambiente, y porque no toleré el alcohol. Simple.» Llegó a la puerta de la ducha y en el umbral de la ducha, respondió:
—Por eso y porque soy quien te enseña guitarra.
—Eso es extorsión —se quejó él, divertido—. ¿En Harry's Bar?
Ash rodó los ojos, sonriendo.
—Sí. —Y arrojó el móvil a la cama.
Johnny estaba en la cárcel, contándole todo lo sucedido estos últimos diez días a su padre. Le contó que poco a poco ya iba dominando la guitarra, que ahora estaba practicando con una canción y le faltaba poco para tocarla a la perfección. Le contó también de Ash, el que ella estaba mejorando mucho con el piano y que casi siempre se la pasaban practicando juntos, en el teatro o en su casa; era muy difícil que descansaran. Marcus asentía con una pequeña sonrisa suspicaz a todo lo que le decía, sin embargo, cuando le contó sobre el incentivo que daba Fur Records para el ganador y lo que tenía pensado hacer con él si llegaba a ganar, se le borró.
—Johnny —dijo—, no.
—Pero papá...
—No. —Su tono era definitivo—. Si llegas a ganar ese dinero, lo que sé que harás, lo tienes que usar por y para ti. No por mí.
—Eso es lo que haré —replicó él—. ¿Quieres que lo use para mí? Listo. Yo quiero que tú salgas de prisión, o al menos agilizarte el proceso. Seamos realistas, la plata me ayudará a reducirte la condena si no es que a sacarte.
Marcus hizo presión en sus ojos, como si quisiera evitar que algo saliera. Luego se dejó caer de hombros y suspiró.
—¿No voy a poder detenerte, cierto? —preguntó—. Al igual que como no pude detenerte de ser cantante, ser lo que eres, no podré evitar que decidas eso. ¿Estoy en lo correcto?
Johnny asintió, sabía que a través de esa lógica su padre no podía negársele. El problema vino al contarle lo de los osos. Le dijo que, pese a que no había dado señas de querer contestarles, estos continuaban insistiendo; le contó también de que ayer en la tarde, cuando volvía de casa de Ash, observó que uno de los osos estaba haciendo rondas por la calle, aunque nunca se acercó al garaje o a él.
Big Daddy espiró lentamente con los ojos cerrados, tamborileando sus dedos contra la ligera mesa para apoyarse; lo hacía tan despacio que le recordó a Johnny cuando lo veía planear los golpes con la pandilla. Pensaba los pros y contras. Luego de un rato frunció los labios y apretó el teléfono rojo contra su oreja.
—No te han hecho nada —comentó al fin— y dudo que lo hagan. No son tan imbéciles como para hacerlo. Ellos saben que me pude escapar la primera vez. Si te llegan a tocar un pelo me saldré una segunda y le sacaré los colmillos a golpes. —Su ceño estaba tan fruncido que las cejas parecían una sola—. Johnny, si te llegan a hacer algo tienes que defenderte.
—No me harán nada —terció él, y de verdad lo creía. ¿Serían tan descuidados como para lastimarlo si él los identificaría ante la policía?
Marcus se pasó una mano por el rostro, claramente exasperado.
—Solo... estate atento, ¿sí? —Johnny asintió—. Y mantenme al tanto de lo que suceda. —Hizo una seña, apuntando con su mano libre al teléfono y luego a su oído: «escucha bien»—. Aquí se oyen cosas —susurró, aunque sonaba como un gruñido por su tono grueso—. Dicen que el líder de los osos tuvo problemas con un ratón. —«Mike», pensó, recordando cuando hacía poco más de un mes, habían irrumpido al teatro con él entre sus garras—. Hay rumores de que el líder está en bancarrota, que perdió su dinero en un negocio que le salió mal y anda buscando los medios para conseguirlo. Obviamente tú eres uno de esos medios. Cuídate, hijo. Ojos abiertos a toda hora.
Johnny respiró con detenimiento varias veces para procesar lo que le estaba contando. Entonces por eso es la insistencia de ellos, dedujo, si ellos lograran conseguir el dinero por otro lado ya no lo molestarían. Apartó esos pensamientos, era poco probable que aunque consiguieran el dinero, lo dejaran en paz. Suspiró intranquilo.
—Ojos en la espalda —asintió, recordando que ese era uno de los credos de la pandilla de su padre; nunca se sabía quién te seguía.
—Bien. —Big Daddy parecía dubitativo en continuar—. ¿Tienes algo que hacer? No es que te esté pidiendo que te vayas —se apresuró a agregar—; no. Sólo que es mejor que despejes la mente de todo eso; ya te avisaré yo si me entero de algo en la próxima visita.
Johnny sacó el móvil de su chaqueta sin que el guardia de custodia se diera cuenta y miró la hora. «Medio día.» Le dijo a su padre que sí, y marcó el número de Ash. Al cabo de dos timbrazos, contestó. Abrió la boca para saludar y lo primero que lo recibió fue un grito; confundido, Johnny habló cuando ésta se calmó. Algo que le hizo gracia fue que ella pensaba que era temprano cuando realmente era medio día.
Ash aceptó el practicar hoy domingo, a cambio de que le invitara el desayuno/almuerzo.
—Eso es extorsión —se quejó, divertido—. ¿En Harry's Bar?
—Sí.
Y la llamada terminó. Johnny se guardó el móvil y levantó la mirada hacia su padre, quien lo miraba sospechosamente y con una sonrisa extraña.
—¿Sucede algo? —le preguntó.
—No —respondió Marcus—; solo... ¿ella es tu instructora de guitarra, me habías dicho?
—Eh... sí. —Johnny no entendía el por qué de esa pregunta, él muy bien sabía que así era, se lo había dicho varias veces ya.
—No parece —murmuró, tan bajo que a través del teléfono se oyó como estática, pero lo entendió. ¿Qué quería decir con eso? Sí, tenía que reconocer que no parecían maestro-alumno, y era por la razón de que ambos eran tanto los alumnos como los maestros del otro—. Son como amigos... grandes amigos.
—Obvio, pá —repuso—, claro que es mi amiga.
Marcus movió la cabeza en gesto negativo.
—Olvídalo, Johnny. Mejor ve a tu práctica. —Sonrió entrecerrando los ojos—. No sea que llegues tarde.
El joven gorila asintió, se despidió, prometiendo venir en cuanto pudiera o tuviera tiempo libre, a lo que su padre le dijo que no se complicara, que pasara más tiempo practicando con la guitarra para que ganara, y salió.
Se subió a su pick up estacionada cerca del penal y salió rumbo a Harry's Bar, aún tratando de descifrar lo que su padre insinuó. Se detuvo en un semáforo en rojo, empezó a tamborilear con sus dedos índices el ritmo de la canción que sonaba.
Just like fire, burning up the way
If I could light the world up just one day
Fuego. Calor. Rojo. Ash bailando en el bar. Se pasó una pata por el cabello, esto estaba pasando ya demasiadas veces. Desde que había bailado con Ash durante el número de Rosita y Gunter en el bar hacía tres días, cualquier cosa le rememoraba lo sucedido, sentía ese cosquilleo en los dedos que se extendía por los brazos y le daba un latigazo por la espalda, la agitación, la manera en que el cuerpo de ella se sentía tan delicado en su mano cuando la inclinó.
Se estaba volviendo loco.
El sonido de varios cláxones lo sacaron de sus pensamientos, miró por el retrovisor y tenía tras de sí una larga fila de autos; el semáforo tenía rato en verde. Sacudió la cabeza, movió la palanca de cambios con un chirrido y se fue.
Cuando llegó a Harry's Bar, Ash lo estaba esperando en la entrada, revisando su móvil, tenía una falda con cuadros rojos y negros y una blusa negra. Hizo sonar el claxon y ondeó una mano para que supiera que ya estaba allí, ella alzó la mirada y alzó ambas cejas a modo de saludo. Johnny estacionó en paralelo y bajó.
—Hola —saludó, cuando llegó con ella.
Ash hizo un sonido como «Hmm» a modo de saludo, no necesito decirle que entraran porque antes de siquiera proponérselo, ella ya estaba atravesando las puertas dobles. Se sentaron en una mesa distinta a la de la última vez, cerca del escenario, pero que parecía estar escondida entre dos palmeras que hacían de decoración.
El oso polar de camisa hawaiana roja, que si no mal recordaba se llamaba Jerry, les trajo la carta y Ash ordenó dos desayunos especiales, un refresco de cola y una torreta de hotcakes, «de no menos de seis» dijo, luego se volvió hacia Johnny y lo miró inquisitiva.
—¿Tú que vas a querer?
—¿Lo que pediste era para ti? —se sorprendió.
—Lógico —respondió ella como si fuera lo más normal del mundo.
—Es mucho.
—Ni tanto. —Hizo un gesto con la pata para restarle importancia—. En fin, ¿qué vas a querer?
Johnny se volvió hacia Jerry.
—Algo sencillo —dijo, aún sorprendido por el voraz apetito de la puercoespín—, dos sándwiches y un refresco de cola también, por favor.
Jerry asintió, terminó de anotar las órdenes en el pequeño cuadernillo, recogió las cartas y se retiró. Ambos se quedaron en silencio sin saber cómo iniciar la conversación. Johnny comprendía el por qué, tal vez el tema de lo que sucedió en el bar terminara por salir a flote y ninguno de los dos parecía entusiasmado por hablar del mismo. Johnny tomó una servilleta del surtidor y comenzó a doblarla por la mitad.
—¿Estará Lance hoy? —preguntó, recordando que la última vez que vinieron él y su novia estaban allí.
—No. —Ash pasó el dedo por la mesa, en tono ausente—. Hoy no se presenta, por suerte.
—Ya.
No volvieron a hablar más durante los quince minutos que duró Jerry en traer la comida; colocó los platos como un profesional en la pequeña mesa y con un «Disfruten», se retiró. Ash devoraba todo como si no hubiera un mañana, pareciera que hubiera estado sin comer por años; Johnny, en cambio, lo hizo con tranquilidad, no tenía apuro. Aunque no fueran muy comunicativos, la presencia de ella le daba una rara calma.
Las luces del escenario se encendieron y dos animales subieron: una cebra y una gorila jóvenes. Se quedó observando con detenimiento a la gorila, tenía un delicado y brillante pelaje negro azabache, como el suyo, iba de jeans, una camiseta blanca y suéter rosa chillón con unos pequeños tirantes. Sus miradas se cruzaron por un momento, le guiñó uno de sus ojos verdes y le dio una sonrisa.
Johnny tragó saliva.
Cuando alzó la vista para ver a Johnny, lo vio con la mirada fija en el escenario a sus espaldas. Volvió la cabeza y se percató de que en el escenario, acomodando el equipo y alistando todo, estaban una cebra y una gorila. La gorila le guiñó el ojo a alguien y luego, como si tuviera un radar en los oídos, escuchó cómo Johnny tragó grueso.
¿Estaba coqueteando con él?
La gorila le hizo una seña a la cebra, quien manejaba el equipo electrónico, como Eddie en el teatro, y ésta lo encendió; el micrófono dio un chirrido que aturdió a los pocos clientes que había.
—Lo siento —dijo ella, inspiró—. Soy Kelly y ella es mi amiga, Vanesa. Espero que les guste nuestro número.
Ash buscó a Jerry con la mirada, pero este estaba ocupado tras la barra. Tenía entendido que él, para no gastar mucho dinero, contrataba a aspirantes a cantantes o cantantes relativamente nuevos, como ella y Lance en su tiempo, pero ¿tenía que haber contratado a esa gorila justo para hoy? Eso la molestó, y no tenía una razón para ello, solo le molestaba y punto. La cebra tecleó el equipo y la música comenzó a sonar, la tonada le pareció familiar a Ash, y entonces, la tal Kelly comenzó a cantar.
—I threw a wish in the well...
Oh, por todo lo sagrado; no. No esa canción. Call Me Maybe. ¿Por qué tenía que ser esa canción? «Ya, ya, tal vez la cante bien. Dale el beneficio de la duda.» No la cantaba mal, tenía que reconocer Ash, sin embargo, algo que sí la crispó bastante era que mientras lo hacía, no despegaba la mirada de Johnny, sonriendo como una imbécil.
Hey I just meet you and this crazy
But here's my number, so call me, maybe
It's hard to look right at you baby
But here's my number, so call me, maybe
Hey I just meet you and this crazy
But here's my number, so call me, maybe
And all the other boys try to chase me
But here's my number, so call me, maybe.
¡Por favor! Era demasiado obvio, le estaba coqueteando con descaro a Johnny ¡y él no hacía nada para detenerla! Solo se le quedaba mirando con una sonrisa de ocasión, demasiado forzada para ser sincera, pero con la suficiente emoción para ser real. ¿Qué jodido problema tenía él? La tal Kelly continuó cantando y entonces le guiñó un ojo a Johnny mientras lo hacía, lo oyó reír con pena.
Y ahí Ash se dio cuenta que la del jodido problema era ella.
Estaba celosa. No, era peor: se moría de celos.
La canción era un coqueteo descarado hacia Johnny y eso la enojaba, la hacía sentir como si un pequeño monstruo le rugiera en el estómago, exigiéndole que retocara el look de la gorila con algunas púas suyas. Parecía que el estómago se le retorcía de enojo, haciéndola sentir débil; odiaba sentirse así, pequeña, débil. Tenía la misma sensación que cuando echó a Lance del departamento, como si le hubieran arrancado el corazón, un pulmón o algún órgano importante, daba igual cual fuera, no se sentía bien.
Gruñó unos juramentos que la música ahogó y trató de calmarse, quizá no era eso, quizá ella... tenga algún tic en el rostro y por eso solo un ojo le parpadeaba como loco; algo como Crawley pero a la inversa.
Sin embargo, en la última parte de la canción, la gorila bajó del escenario, caminó hasta la mesa de ellos y le entregó un papelito a Johnny a la vez que entonaba la última frase.
—So call me, maybe... —Cuando terminó la canción se dio media vuelta y se fue.
Ash no lo toleró más, se puso de pie y salió vuelta un pequeño huracán del bar, que Johnny se resolviera él solo con la cuenta.
Johnny no se dio cuenta de cuándo Ash se había ido, solo que cuando la gorila que cantó, Kelly, volvió al escenario a cantar luego de dejarle su número, ella no estaba. Llamó a Jerry con un gesto de la mano y éste llegó, le dio la cuenta y mientras pagaba, le preguntó qué fue de Ash.
—Chico —le respondió—, salió vuelta un demonio hace poco.
—Ay no... —se lamentó, pasándose una mano por el rostro. Le dejó una propina al oso y se fue.
Al salir se topó con el problema de que, debido al tráfico en la calle, le sería imposible sacar la camioneta. No importa, pensó, tiene seguro y alarma, no se la robarían. Salió corriendo calle abajo hacia el departamento de Ash.
No entendía el por qué ella se fue, es decir, no había ninguna razón por la que se fuera, se comió todo lo que pidió, no había tocado el tema del bar, no había dicho nada malo; lo único fue lo de la gorila. ¿Sería posible que se fuera porque ella le cayera mal?
¿Sería posible que se fuera porque estaba celosa?
No, imposible.
Cuando divisó el departamento de ella, la vio casi llegando al mismo.
—¡Ash! —la llamó de un grito, sus zancadas abarcaban más espacio que los pasos apresurados y enojados de la puercoespín.
Ella se volteó a verlo y sus ojos parecían a punto de lanzar un rayo laser que lo dejara muerto en el sitio, los entrecerró a la vez que fruncía el ceño.
—¿Sucede algo? —preguntó, abriendo la puerta, su tono era de enojo puro.
¿Qué sucedía algo? ¡Claro que sucedía! Nadie deja a otro abandonado en un lugar porque sí. Ella entró y él la siguió. Quería preguntar, quería saber el por qué, pero sabía que si lo hacía terminaría en una discusión... y no quería pelear con ella. Tenía que morderse la lengua.
No pudo.
—En serio, Ash, ¿cómo puedes ser tan egoísta?
—No te entiendo —repuso, tan fría que quemaba—. ¿A qué te refieres?
—A que la próxima vez que me dejes abandonado en pleno establecimiento con una cuenta por pagar, ¡por lo menos avisa!
—Solo me dieron ganas de irme, eso es todo.
—¿Ganas de irte? ¿A eso llamas ganas irte? Desaparecer con una actitud de demonio sin decir nada antes no me parece que sean «ganas de irse». ¡Cualquiera diría que estabas celosa!
—¿Celosa? ¿Yo? —espetó con incredulidad, aunque Johnny sabía que eran celos lo que había sentido al ver a la gorila coqueteando con él.
—Sí, celosa.
—¿De qué? ¿De cómo esa gorila se te insinuara? Por favor. —Soltó una risa sarcástica—. No es mi culpa que tuvieras cara de imbécil al verla, solo decidí irme y no envenenarme con tantas hormonas en el aire.
Por alguna extraña razón el que ella le dijera imbécil le traspasó el pecho con la misma facilidad que una bala a resina balística. La había oído varias veces, cientos, pero ninguna le dolió como aquella.
—¿A ti qué te importa si soy o parezco imbécil, eh? —protestó Johnny, aún dolido. Debería haberla mandado a volar, o ignorarle, o irse, como habría hecho, pero no fue capaz. Ash le importaba. ¿Desde cuándo?—. Lo normal sería que te diera igual lo que hago o dejo de hacer, siempre que no te afecte.
Ash no supo qué responder. Tenía razón.
—¿Ves? Ahí lo tienes. No sabes qué decir. ¿Y sabes por qué? ¡Porque estás celosa!
—¡Por favor! El día que esté celosa de ti será el día en que los cerdos vuelen.
Johnny dio grandes zancadas hacia el ventanal que había y descorrió la cortina.
—¡Mira, Ash! —exclamó, señalando el hacia el exterior—. ¡Es Gunter! ¡Ha venido surcando el cielo para saludarte!
Ash rodó los ojos. Johnny no daba crédito al comportamiento de la puercoespín, y era muy frustrante. Se sentía raro, enojado, incapaz de hacerla entender de que el coqueteo de la gorila fue solo de su lado, él no se interesó por ella. Era guapa, claro que sí, pero no su tipo. Metió una mano en la chaqueta.
—¡Te juro que no te aguanto! ¡Eres insoportable!
—¡La que no te aguanta soy yo! ¡No sabes las ganas que tengo de que esta competencia termine y librarme de ti!
—¡De maravilla! ¡Ya somos dos!
Johnny notó que Ash respiraba con dificultad. En un acto de reflejo la mano que había metido en la chaqueta se le crispó en un puño. Permanecieron un rato mirándose, estudiándose con las pupilas encendidas, marrón y azul, tratando de calmarse. Johnny tuvo que recordarse de que ella, pese a que eran contrincantes, le estaba enseñando a tocar la guitarra y Ash pareció hacer un enorme ejercicio de autocontrol para no llegar a la púas.
Se hizo un incómodo silencio, Ash suspiró y ladeó la mirada.
—Siento... lo de antes... No pretendía dejarte solo... —dijo, llevándose una pata a la frente—. Ni tampoco insultarte.
Otro incómodo silencio.
—Y yo siento haberte gritado —se disculpó Johnny, pasándose una mano por el cabello, con nerviosismo—. Me sentó mal que me dejaras solo en el bar.
Ash sonrió.
—Bueno, está bien, por un momento pensé que te interesaste por la tal Kelly esa.
Johnny rió con ganas antes de menear la cabeza en gesto negativo, sin creer lo que oía.
—Que poco me conoces, Ash. ¡Yo tengo muchísimo mejor gusto! —le dijo antes de mirarla y que ambos se estremecieran sin motivo.
Pero Johnny tenía razón. Tenía mucho mejor gusto.
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