V
En su oficina Buster estaba revisando los perfiles de los nuevos aspirantes que querían tener una audición para así poder pertenecer al elenco del teatro, ojeaba también varias representaciones que podía realizar en el mismo. Estaba en una pequeña contrariedad, él quería tener alguna obra en su remodelado teatro que no tuviera nada que ver con sus cantantes estrella, como antes. Buster, sin embargo, sabía que esa fue una de las razones por la que el primer Teatro Moon cayó en bancarrota: los demás animales no se interesaban mucho por obras complejas.
Entre los currículos de los aspirantes y las posibles obras que la Srta. Crawley le había llevado puntualmente esta mañana, encontró una carta. Inspiró un poco nervioso al verla, otra carta de Fur Records. La tomó y la abrió.
Para el propietario del Teatro Moon.
La corporativa Fur Records le informa con mucho entusiasmo que recibimos su respuesta en cuanto a la aceptación de nuestra propuesta sobre ir y buscar talentos en su teatro. Como pequeño incentivo para los que interpretarán sus números y para el dueño también, además de la oportunidad de firmar con nosotros, le ofrecemos un premio en metálico de 250.000 dólares para el ganador y la misma cantidad para la comitiva del teatro. Esperamos que sea motivación suficiente para obtener grandes números.
No me decepcionen.
L
A Buster por poco no le dio un infarto al leer la carta. Estaban ofreciéndole semejante cantidad de dinero solo como un «pequeño incentivo», ¿entonces qué sería uno grande? Se levantó de su asiento y fue corriendo hacia donde estaba la Srta. Crawley, pero no la encontró allí.
—Las bambalinas —musitó para sí, recordando que hoy era jueves, el día del ensayo previo para el número del fin de semana. Lo más probable era que la lagartija estuviera dejando las cosas listas para que cuando los demás llegaran, tuvieran todo al alcance. Si no mal recordaba hoy le tocaba a Mike.
Bajó como una exhalación las escaleras, con el corazón latiéndole desbocado, recordándole que sentía esa misma adrenalina cuando escapaba de sus acreedores en los tiempos lluviosos del teatro. Al llegar al piso de abajo corrió tras bambalinas y encontró a la Srta. Crawley junto a Eddie, moviendo algunas cosas de escenografía.
—Srta. Craw... ¿Eddie? —se extrañó; su amigo volteó a verlo.
—Hey, Buster, ¿qué tal?
—¿Qué haces aquí? —le preguntó.
—Vine con Nana para...
—¡¿Nana está aquí?! —se sorprendió—. ¿Cómo por qué? —La pregunta le pareció estúpida luego de hacerla, Nana tenía la inquietante costumbre de pasarse sin avisar algún día del mes para ver una presentación, en el que técnicamente es socia, del teatro. Inspiró e hizo un gesto con la pata—. ¿Dónde está?
Eddie señaló por sobre su hombro el escenario.
Buster asintió y fue hacia allí. Nana estaba de pie, erguida con clase y orgullo, como siempre hacía, con sus ropajes de seda purpura y esa especie de turbante; miraba con una calma casi celestial los palcos del público, luego soltó un suspiro retrospectivo. Tal vez recordando sus tiempos aquí, caviló él. Y entonces una idea descabellada le pasó por la mente.
¿Descabellada? No. Era brillante. ¡Brillante!
—Hermoso, ¿cierto? —dijo con voz tranquila, mirando la magnificencia del teatro. Sonrió inspirando un poco, siempre pasaba que cuando veía los palcos, sea de este o del teatro anterior, se ponía un poco emocional
—Sí —respondió ella, suspirando de la misma forma.
Él notó la mirada y la sonrisa que rara vez la oveja negra esbozaba y vio allí su oportunidad.
—Nana —dijo, levantando la carta para que ella la viera—, tengo algo que proponerle...
Johnny se levantó con un respingo, con el corazón latiéndole como tambor de guerra y con la respiración agitada. Se había llevado un susto de muerte. Estaba soñando que había sido el ganador de la competencia entre todos, obteniendo así la firma de Fur Record y cuando iba saliendo del teatro, los osos se aparecieron y lo destruyeron todo, como la última vez. Las miradas de todos se posaron en él, como diciéndole «es tu culpa», mientras todo se derrumbaba y los sepultaba.
Se llevó la mano al pecho y respiró más lentamente para calmarse y trató de recordar en donde estaba. Aún se encontraba algo desorientado y las miradas de todos las sentía sobre la nuca. Se llevó por instinto la mano a la chaqueta para buscar su móvil, lo sacó y se percató de que tenía varios mensajes de los osos, diciéndole que tenía tres semanas para conseguir el dinero del mes.
Johnny bufó y lo ignoró. Se puso de pie y se estiró un poco, ya se ubicó; estaba en la casa de Ash, había venido poco después de salir de la cárcel por visitar a su padre y luego... Se giró con cautela a ver si la puercoespín aún seguía dormida y sí, así era. Dormía como tronco, pese a que la música de su teléfono aún seguía sonando. Él la reconoció, era una melodía de piano muy, pero que muy complicada así como hermosa, que había logrado tocar bien hacía solo una semana.
Se preguntó qué haría Ash con esa canción en el móvil, pero solo le bastó recordar cómo la había encontrado al llegar. «De seguro la descargó en la noche para practicar.»
Se agachó y recogió el móvil de ella del suelo, se quedó mirándolo por un momento. Era un poco más pequeño que el suyo, obviamente, lo que le hizo preguntarse si todo lo que ella compraba tenía que pedirlo de su tamaño o se adaptaría con la medida estándar. Pasó la mirada por el departamento y obtuvo su respuesta, se adaptaba a lo estándar.
Sacudió la cabeza y fue a dejar el móvil en el sofá blanco donde ella estaba dormida para irse, cuando el suyo empezó a vibrar. Por un mínimo instante pensó que era el de ella, mas el movimiento en su chaqueta lo calmó un poco. Acto seguido sonó el de ella, el mismo riff de guitarra que la había visto hacer ayer, solo que sonaba tan fuerte que rompía la extraña calma del lugar.
Antes de que Johnny pudiera siquiera reaccionar, Ash se sentó de un golpe, como los muñecos sorpresa de las cajas musicales, y se talló los ojos mientras tanteaba la zona con su pata libre en busca del móvil. Johnny se quedó mudo y con cuidado de que no se alterara le tendió el teléfono. Ella siguió tanteando hasta que encontró su mano. Es cómico, pensó, la pata de ella era un poquito más grande que el tamaño de su palma; y otra cosa que notó era que era demasiado suave, como tocar seda. Eso lo extrañó, Johnny creía que los guitarristas tenían pequeños cayos en las manos de tanto tocar.
Sin embargo, Ash tocó los alrededores del teléfono, luego sus dedos y después de detuvo en seco. Se apartó la pata del rostro y lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Johnny? —murmuró, aún soñolienta, después sonrió—. Gracias.
Él se quedó de piedra. ¿Ash sonriendo y agradeciendo algo? ¿Qué le había pasado cuando estaba durmiendo? Era otra Ash... incluso se veía tierna. Luego de que ella se quedara viendo el teléfono como si fuera lo más interesante del mundo y que la llamada se perdiera, alzó la vista. Y entonces apareció la verdadera Ash.
—¡¿Johnny?! —exclamó, abriendo los ojos de par en par, unas cuantas púas salieron disparadas y una de ellas lo pinchó en la mejilla—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste? ¿Quién...?
—Ay —se quejó al sacarse la púa, por lo menos fue una sola y no varias—; buenas, Ash.
—¿Cómo que buenas? —soltó—. ¿Cómo entraste a mi casa?
—Tú me abriste la puerta, ¿recuerdas? —dijo, sobándose la mejilla—. Vine para practicar, pero te quedaste dormida.
Ash pasó la vista por la sala, como verificando las palabras del gorila. Reparó en las dos guitarras que habían en el suelo, y luego asintió formando una pequeña «O» con sus labios. Eso hizo que él frunciera un poco el ceño, ¿realmente creyó que se metió a su casa por la fuerza?
Ella se dio un golpecito en la frente.
—Cierto, las clases —repuso—; lo olvidé. —Suspiró y lo miró arqueando una ceja—. ¿Y bien?
—¿Cómo que «y bien»? —Johnny se apuntó la mejilla, donde tenía un punto rojo—. Al menos una pequeña disculpa, ¿no?
Ash hizo un gesto vago con la pata.
—Deja el drama, fue solo una púa; vivirás. —Se bajó del sofá, oteó el celular, movió los dedos con rapidez tecleando algo y caminó hacia su habitación—. Arréglate —dijo, se detuvo en el umbral de la puerta—. Buster nos quiere en el teatro. —Cerró la puerta.
Johnny se quedó en silencio en la sala, tratando de procesar qué había pasado con ella. ¿Cómo era posible que al despertar se viera tan... diferente? Se veía amable y, aunque se sorprendió por pensarlo, tierna. Sacudió su cabeza. Tal vez ella fuera así en el fondo.
Escuchó el timbre de la puerta y se levantó.
—Ash —la llamó—, tocan.
—Ve a abrir, genio —respondió ella desde la habitación—, ¿pretendes que salga así?
Johnny bufó, ¿es que ella no comprendía lo que era la educación en casa ajena? No podía solo ir y hacer lo que quisiera. Abrió. Cinco pequeñas pandas rojas con atuendos idénticos cuya única variante era el color, sonrieron al verle y asintieron repetidas veces.
—Moshimoshi —dijo la del centro, con vestido y moño rosa—, wareware wa Ashu o mitaidesu.
Johnny se quedó como si le hubieran hablado en japonés. De hecho, así era como le habían hablado. Ladeó la cabeza hacia la habitación de la puercoespín.
—Ash —volvió a llamar.
—¡¿Qué pasó ahora?! —exclamó—. ¡¿Es que no me puedo vestir en paz?!
—Te buscan.
—¡¿Quién?!
—Las... —Se volvió hacia las pandas, ¿cómo rayos era que se llamaban? Suspiró—. Las pandas.
—¡¿Cuáles pandas?!
—Las niñas.
—¿Qué niñas?
Johnny se pasó una mano por la cara.
—Las que hablan en qué se yo qué idioma.
—¡Oh... Las The Q-Tezz!
No tenía idea de quién eran ellas, pero supuso que esa era el nombre de su grupo.
—Ejem... supongo.
—¡Léeles el papel sobre la mesita de llaves junto a la puerta!
Tomó la hoja y les leyó lo que estaba en ella, arrugó el entrecejo al tratar de leerlo, eran palabras sin sentido; al menos para él. Suspiró.
—Ashu —intentó leer, aunque le salían como balbuceos— wa genzai riyo dekimasen... Atode modotte kimasu.
Las panditas se miraron unas a otras, luego la de rosa hizo una reverencia y con un «Kansha» se retiraron. Él se quedó confundido por lo que pasó. ¿Acababa de decirles algo a ellas? ¿Exactamente qué? No importa, sin darle más hilo al asunto cerró la puerta y volvió a la sala, quizá podría practicar con la guitarra el tiempo en que ella dure en su cuarto.
Apenas tomó la guitarra en sus manos, volvieron a llamar a la puerta. Escuchó que ella le decía que de nuevo viera quién era y que si eran las pandas, que le repitiera lo del papel. Johnny bufó, tomó la nota y abrió.
—Ya les dije —habló, sin siquiera ver quién era—; Ashu wa...
—¿Dónde está Ash? —preguntó una voz, Johnny alzó la vista y lo vio.
Lance.
Algo dentro de él se molestó al verlo, haciéndole recordar el cómo ayer, cuando estaban practicando con el piano y él cantaba el coro de Love the Way You Lie, vio llorar a Ash. Todo por Lance. ¿Es que no le daba un respiro a Ash?
—¿Qué quieres? —dijo, le salió más tosco de lo que pretendía.
—¿Dónde está Ash? —Lance tenía el ceño fruncido aunque parecía cohibirse un poco con el tamaño de Johnny. Este agradeció por primera vez su tamaño intimidante—. Quiero hablar con ella.
—¿Para qué? —siseó Johnny con tono grave—. ¿No ves que la molestas?
—¡¿Johnny? —llamó Ash desde su habitación— ¿Quién es?!
Lance alzó ambas cejas y se inclinó un poco hacia dentro.
—Ash... —empezó a decir.
—Nadie —se sobrepuso Johnny—. Eran las panditas, pero ya se fueron. —Mientras hablaba fulminaba al puercoespín con la mirada, como retándolo a decir algo—. No sé qué dijeron, en todo caso. —Al terminar de hablar se hizo un tenso silencio, luego Johnny se inclinó un poco sobre Lance, parecía que iba a engullirlo—. Óyeme bien, tigre, no molestes más a Ash, que necesito que me enseñe con la guitarra, y contigo revoloteando como un buitre...
—¡Oí eso! —soltó un zamuro en la calle contigua. Johnny se quedó en blanco un instante, luego se centró en Lance.
—Como decía —continuó—; contigo acosándola a cada rato no me enseña como quiero, además de que la molestas. Te conviene, por tu bien, que no la fastidies más. O si no recibirás una visita mía. —Aunque dijera todo esto, realmente no pensaba hacerlo, solo repetía las mismas palabras con el mismo tono e intención que su padre cuando un animal husmeaba mucho, pero si eso ayudaba a que él no molestara más a Ash, pues perfecto—. ¿Entendido?
—Que estés saliendo con Ash no quiere decir que yo no pueda verla, Kong —soltó Lance.
Johnny se quedó en blanco, ¿qué él y Ash qué? ¿Por qué pensaba que estaba saliendo con ella? Ash solo le estaba enseñando a tocar la guitarra, eso no significaba que...
Oh... ahora lo veía claro y entendía el malentendido. Es decir, se quedaba hasta tarde practicando con ella, venía temprano donde ella y cuando tocaba quien abría era Johnny. Cualquiera interpretaría eso como si de verdad estuvieran saliendo. Aunque no era algo malo...
Apartó esos pensamientos de su mente.
—Yo no... —logró decir antes de que la puerta de la habitación de ella se abriera.
Ash salió con unos jeans rasgados oscuros, una camiseta manga larga negra con líneas blancas, que tenían unas púas entrecruzadas en forma de X y con el estuche de su guitarra a la espalda. Se quedó por un momento sorprendida de ver a Lance, para luego fruncir el ceño. Miró a Johnny y este comprendió: nos vamos.
Ella pasó a su lado sin reparar en el puercoespín y salió, empezando a caminar calle abajo, rumbo al teatro. Johnny se preguntó por qué no lo esperaba para ir en su camioneta, pero entonces reparó en el tránsito que había. «Cierto, son casi la una de la tarde.»
Con una última mirada de advertencia hacia Lance, cerró la puerta y la siguió calle abajo. Cuando la alcanzó, notó que parecía estar luchando por no dejar exteriorizar cómo se sentía. Él quería hablar, decir algo, solo que no sabía de qué manera hacerlo o qué decir. Levantó una mano para captar su atención, pero ella se le adelantó.
—No digas nada —dijo, alzando una pata, sin dejar de caminar—. Solo no digas nada.
—Bien. —Johnny siguió caminando, sonrió para aligerar la tensión—. No digo nada.
Caminaron unas calles y cruzaron una intersección, el teatro se veía al fondo.
—Y otra cosa —comentó Ash luego de un rato.
—¿Qué?
—Ni se te ocurra decir que nos quedamos dormidos.
Fueron los últimos en llegar al teatro. Cuando pasaron la puerta giratoria y llegaron a los asientos, todos los siguieron con la mirada. A Ash no le importó mucho que la vieran así, ni siquiera porque Nana estuviera esa vez junto a Buster, le daba igual lo que la oveja negra pensara de ella. Saludó a todos con un asentamiento de la cabeza y Johnny con una sonrisa y un «Buenas, señora Noodleman» a Nana.
Buster les soltó la bomba de que Fur Record había mandado un «pequeño incentivo» de doscientos cincuenta mil dólares en metálico para quien fuera elegido y también para el teatro. Nana dijo que también participaría en ese número, solo que por puro gusto, no tenía intenciones de ganar ni nada, solo que quería hacerlo para revivir sus años dorados.
«Sus siglos dorados, más bien», pensó.
Todos parecían estar a punto de explotar de la emoción. Mike saltaba de escalón en escalón para subir al escenario y practicar su número mientras juraba y perjuraba que ese premio sería solo de él. Meena se fue a su camerino y empezó a practicar una canción. Gunter y Rosita entraron al suyo y colocaron una canción que, extrañamente, le gustó a la puercoespín; iniciaba con un buen riff de guitarra. Johnny se levantó y le dio unos toquecitos en el hombro.
—¿Qué pasa? —le preguntó ella, mientras iba hacia el suyo.
—Ayer te luciste conmigo con tu riff —dijo Johnny, sonriente—, es hora de que yo me luzca con el piano, ¿no crees?
Ash alzó ambas cejas con lentitud y luego de pensarlo por un momento, asintió; le serviría oír una sentimental con su respectivo piano para aprender. Johnny llegó a su camerino y abrió: era como el que ella tenía, solo que en el centro, en lugar de una pequeña elevación donde iría una tarima, había, sobre la misma elevación, un piano negro que brillaba como si estuviera recién pulido.
—Toma asiento mientras alisto todo —pidió. Sacó su teléfono y se fue a una terminal en la pared.
Algo que este nuevo teatro tenía y el otro no, era una mejora tecnológica en los camerinos; mínima, aunque era de mucha ayuda. En un pequeño muro en la pared que sobresalía como un minialfeizar había una terminal para colocar el teléfono, la cual escaneaba las canciones guardadas en el mismo y las reproducía en los altavoces de las esquinas del camerino.
Ash se sentó en el suelo, sacó su guitarra del estuche y empezó a calibrarla a su gusto.
—¿Qué te dijo Lance? —le preguntó de improvisto a Johnny. Este alzó la mirada hacia ella luego de colocar el móvil en la terminal.
—Nada —dijo, caminando hacia el piano, aunque Ash percibió cierto tono extraño. Se sentó y levantó la tapa de las teclas; sonrió y la miró—. Observa.
Cinco segundos después una melodía de piano en extremo sentimental comenzó a sonar y Johnny la tocaba al tiempo, era una sola tecla, pero lograba transmitir una sensación como de tristeza, soledad o algo parecido; Ash no terminaba de captarlo muy bien. Y entonces comenzó a cantar con un tono parecido al de la cantante.
La letra, la forma en que la cantaba Johnny y la música en general fue como un gancho al estómago, le trajeron de nuevo los mismos recuerdos de ayer. Mientras más trataba de que canción no lograra calar en ella, más rápido lo hacía.
Le hizo recordar cuando ella veía a Lance como lo mejor que había sido creado en la tierra desde la pizza. Recordaba cómo ella se esforzaba siempre por cantar y tocar cada vez mejor en un intento de que él al menos lo apreciara, le dijera que lo hacía bien y, posteriormente, que la dejara cantar a su lado.
No entendía cómo podía sentirse así con esa canción en específico, no era la primera vez que oía A Thousand Years. Entonces se dio cuenta. Era tan sencillo como un golpe al mentón.
No era la canción en sí, era la forma en que él la cantaba.
Era Johnny.
One step closer
Él mantuvo la frase durante unos segundos.
I have died everyday waiting for you
Darling don't be afraid I have loved you
For a thousand years
I'll love you for a thousand more
El piano sonó un poco más fuerte y él cantó con más volumen.
And all along I believed I would find you
Time has brought your heart to me
I have loved you for a thousand years
I'll love you for a thousand more
Continuó tocando el piano cada vez más lento hasta que al final se detuvo con una última nota sostenida al dejar presionada la tecla. Suspiró dejando caer los hombros y al abrir los ojos, la buscó a ella.
—¿Qué te pareció? —preguntó, con un brillo en los ojos.
Ash inspiró con fuerza y dejó salir el aire muy despacio, tratando de recomponerse. ¿Qué le pareció? Increíble. Ya iban dos veces que lograba hacer que una canción que por lo general la hubiera hecho vomitar arcoíris, terminara haciéndola revivir las emociones que quería enterrar.
Fijó sus ojos en los de él y trató de encontrar eso que él tenía que lograba hacerla sentir esas emociones con las canciones. Ella lograba que las suyas fueran vitoreadas, aplaudidas y cantadas con emoción, pero no había logrado lo que Johnny. No sabía cómo o qué hacer para que pegaran tan fuerte.
No sabía qué era eso, pero algo sí sabía.
Iba a encontrarlo pase lo que pase. Iba a descubrir qué era eso. Y cuando lo hiciera, no tendría rival alguno, ganaría en un parpadeo.
Sonrió.
—Increíble, Johnny —dijo, levantándose y guardando la guitarra en su estuche.
—¿Enserio? —preguntó, esperanzado.
—Sí.—Ash asintió cerrando los ojos. «Más que eso.» Los abrió e hizo un gesto con la cabeza, señalando la salida—. Vamos a comer, tengo hambre. Esta vez yo invito.
Johnny asintió, buscó su móvil y volvió con ella. Afuera del teatro, camino a la cafetería que había calle abajo, iban uno al lado del otro. Él con la típica sonrisa que parecía tener soldada al rostro, pensando en quién sabe qué, y ella analizándolo de arriba abajo, tratando de encontrar «eso» que la intrigaba.
Johnny la miró, confuso.
—¿Sucede algo? —preguntó, sin dejar de caminar.
Ash salió de sus pensamientos.
—No. —Hizo un gesto negativo con la cabeza a la vez que sonreía; dio un paso y se colocó más cerca de Johnny, unas de sus púas le rozaron la chaqueta, pero él no se alejó—. Nada.
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