I
Había transcurrido un mes desde que el nuevo Teatro Moon abrió sus puertas al público, y todo iba de la mejor forma posible. Los números de todos, de Gunter y Rosita, de Mike y Meena, y de Johnny y Ash, tenían cada vez más público, aunque dependían de quién cantara en ese momento. Es decir, cuando le tocaba a Ash venían animales que de lejos se les notaba que llevaban el rock en la sangre, con ropas negras, perforaciones, pelajes teñidos de colores y demás; cuando eran los días de Gunter y Rosita, venían, además de los veinticinco pequeños de ella y su esposo, distintos animales, entre los que se destacaban adolescentes; lo mismo pasaba con Meena y su increíble voz, aunque era en mayor escala; con Johnny era algo parecido a lo de Gunter y Rosita, solo que en lugar de ser adolescentes alegres, eran unos que siempre terminaban llorando; y con Mike, bueno, sus canciones de jazz tenían la tendencia de atraer animales de alto poder: empresarios, ejecutivos, y ancianos que nadaban en dinero, iguales a Nana.
Podría decirse que cada uno tenía su tipo de público.
Buster no era de inmiscuirse en la vida de sus estrellas, ellos tenían derecho a la privacidad, y más ahora que estaban volviéndose relativamente famosos entre los que escuchaban sus presentaciones, iban a las mismas, y lo que más importaba, iban al teatro; no obstante, él siempre tenía un ligero entendimiento sobre lo que pasaba en sus vidas. Solo por encima.
Estaba al tanto de que Rosita tenía responsabilidad con su familia, su numerosa familia, pero eso no le impedía, o mejor dicho, no interfería el que ella tuviera sus presentaciones con Gunter. Mike, el pequeño Mike, era algo... turbio, y aunque en este mes se había enderezado un poco y alejado de las apuestas, seguía siendo igual de arrogante que siempre. «La personalidad le viene perfecta comparado con el tipo de público que tiene.» Meena, según lo que pudo ver, había perdido gran parte de ese miedo escénico que tenía, mas no todo, de vez en cuando había veces que ella se quedaba petrificada en el escenario. Algo ilógico, la verdad, viendo cómo cantó la primera vez.
El problema estaba en Johnny y Ash. Problema propiamente dicho no era, pero ambos eran difíciles de leer. El joven gorila parecía ocultar algo, siempre que Buster le pedía reunirse con su familia, este se mostraba extraño, vacilante y tendía a desviar la conversación. Y con Ash, pese a que sabía que ella había roto con su novio hacía un mes, las cosas eran algo más simples. Solo que simple no quería decir fácil. Ella seguía cantando canciones buenas, sí, como nunca, pero tenían ese mensaje solitario; mientras Set it all free hablaba sobre ser libre, las canciones que le siguieron parecían hablar sobre un desahogo molesto.
El sonido de la puerta de su despacho abriéndose lo sacó de sus pensamientos.
—Buenos días, señor Moon —saludó la Srta. Crawley, trayendo una taza de lo que parecía ser café en sus temblorosas y escamosas patas, su ojo de vidrio apuntaba al techo.
Aunque nunca lo dijo, siempre le había dado cosa el ojo de vidrio, solo que con el tiempo aprendió a sobrellevarlo y no mirarlo.
—Gracias, Srta. Crawley —dijo Buster cuando ella colocó la taza en el escritorio, él la tomó y dio un sorbo—. ¿Alguna novedad? —preguntó.
—Hay varias solicitudes de animales que quieren participar en el teatro...
—Dígales que las audiciones para nuevos artistas serán dentro de poco.
—La señora Nana quiere ver un nuevo número como el primero.
—Dentro de poco. —Buster quería de verdad repetirlo, pero no encontraba el tiempo tanto con ellos como con el itinerario del teatro para realizarlo.
—Tiene una carta.
—¿Una carta? —Arqueó una ceja. ¿Quién enviaba una carta en estos días? Lo normal es un mensaje, y si era algo importante un e-mail—. ¿De quién?—quiso saber, afincando ambas patas en el escritorio e inclinándose hacia adelante para ver mejor a la iguana.
—No lo sé —respondió la Srta. Crawley y le entregó la carta. Era un sobre blanco con un sello corporativo. Al verlo tragó grueso, no era un sello cualquiera, era el sello; el de la disquera más reconocida del país: Fur Records.
Buster la tomó dudoso y la abrió con cuidado. Sus ojos pasaron por la fina letra cursiva del escrito y cuando terminó de leerla una enorme sonrisa apareció en su rostro. No podía haber recibido noticia mejor en el mundo.
Se dirigió hacia la Srta. Crawley.
—Señorita —dijo, eufórico—, llame a los seis. Tengo algo que decirles.
Azotó la puerta, molesta.
Con la guitarra en el estuche a su espalda, Ash salió a paso firme de su casa tratando de olvidar las siete llamadas que había recibido del molesto de Lance. La octava que recibió, la de la Srta. Crawley, le estaba mejorando el día.
Luego de que hubiera tenido la actuación de su vida, y la que también fue su primera presentación con bastante público, ya que las veces que se «presentaba» con Lance a lo mucho había tres espectadores, su, por así decirlo, fama, aumentó considerablemente. Las que serían sus primeras admiradoras, el quinteto de las pandas rojas, la veían en todas sus presentaciones, gritando «Ash» sin cesar, y luego empezaron a aparecer los demás.
Y Lance.
Lance. Ese... ese... imbécil, estúpido, inepto. ¿Cómo tenía el valor de ir a una de sus presentaciones después de lo que había pasado? Lo peor de todo era que ella lo había notado y durante todo su número no apartaba la mirada de él.
Y él lo sabía.
En la que fue su segunda presentación y la primera en la que él se apareció, esperó a que todos los animales que fueron a oírla se hubieran marchado para ir a hablar con ella. Ash nunca había estado en esa situación, el que alguien que te hirió tratara de volver a ti, y ciertamente no sabía muy bien qué decir o responder. Sin embargo, lo que si sabía con toda certeza, era que no se dejaría convencer. Sí, una vez estuvo impresionada por él, lo admiraba incluso, pero no más. Nunca más. Ignoró toda la palabrería de su exnovio y, luego de guardar su guitarra en su estuche, había salido del teatro.
Pero él la había seguido. De «Ash cariño, quiero hablar» y «Ash dame una oportunidad» no bajaba. Ella muy bien sabía que eran palabras al aire, de boca para afuera, que solo volvía a buscarla porque tenía una relativa fama de la cual poder colgarse. Lo sabía, ¿entonces por qué sentía ese nudito en la boca del estómago al ignorarlo? No podía ser posible que aún sintiera algo por él. No podía sentir ni siquiera lástima. Si llegase a encontrarlo moribundo en la calle le terminaría dando un boleto de tren para que se arrojara a las vías antes de siquiera pensar en ayudarlo; entonces, ¿qué era esa sensación ácida?
—No molestes, Lance —le dijo, cortante, sin siquiera volver a verlo.
—Ash... —había tratado de convencerla, pero ella lo ignoraba.
Lance seguía intentando convencerla, y si ella no le hubiera pedido a Johnny que le diera un aventón, no se lo hubiera quitado de encima. El gorila no dijo nada acerca de lo que pasó y eso lo agradeció. La dejó en su casa y se despidió.
Desde ese momento empezó la relación de conocidos entre ellos.
Si Ash se ponía a pensar en eso le parecía que se estaba aprovechando de Johnny porque siempre que Lance aparecía a fastidiar, como ese mosquito que a juro tiene que estresar la noche, ella le pedía el aventón y él aceptaba con una sonrisa. Johnny era extraño, a Ash no le cabía en la cabeza cómo se puede ayudar a alguien sin pedirle algo a cambio.
¡Alto! ¿Johnny no iba a pedirle que lo ayudara en algo, o si?
Bah, total, tampoco era que lo fuera a ayudar.
Giró en una esquina rumbo al teatro y contuvo un juramento cuando lo vio: Lance estaba esperándola en un cruce que sí o sí tenía que tomar para llegar a la calle principal, y de ahí al Teatro Moon.
—Ya, Ash —se dijo, apretando los puños—. No le prestes atención. Aunque quieras sacarle las púas con un alicate.
Siguió caminando, resuelta, y pasó por su lado. Lance la tomó del brazo y la hizo volverse. Ella frunció el ceño y lo fulminó con la mirada, alternándola donde este la tenía tomada del brazo a su rostro.
—Ash...
Ella se desembarazó de él y le dio la espalda. Siguió caminando, él la persiguió.
—Cariño, por favor...
«¿Cariño? ¡Vete con Becky!»
Ash continuó ignorando a Lance mientras apretaba el paso para llegar antes. Tomó el cruce, giró en una esquina y siguió caminando derecho. Demonios, pensó, faltan ocho calles. Al fondo de las ocho calles se veía la punta del Teatro Moon, alzándose como una catedral.
Los lastimeros intentos de Lance de llamar su atención seguían fastidiándola, como una gota de agua que cae en el suelo y genera ese molesto eco. Estaba que sacaba su guitarra y le daba un golpe al mejor estilo beisbolista y mandarlo a volar. «No. Con la guitarra no.»
Cuando su poca paciencia estaba al límite y faltaba nada para que se volviera hacia Lance y decirle que se fuera, dejando de lado el ignorarle, un claxon sonó. Lo reconoció al instante, el sonido estaba grabado en su cerebro. Volvió la vista y vio la pick up negra de Johnny, y este tenía un brazo fuera, haciéndole señas para que subiera.
Ash sonrió aliviada de que por fin se despegaría de aquella molesta sanguijuela y caminó hasta la camioneta, se subió y miró de soslayo al puercoespín cuando arrancaron.
—Gracias —dijo, colocando el estuche con la guitarra en el asiento y acomodándose unas púas usando el retrovisor—, de nuevo.
Johnny sonrió sin quitar la vista del camino.
—No es nada —dijo. Llevaba su conjunto de siempre, una camiseta verde con un rayo estampado y sobre esta una chaqueta de cuero negra, unos jeans azules y sus zapatos negros. Movió la palanca de cambios—. ¿Cuántas van? —preguntó luego de un rato.
Ella lo miró con una ceja enarcada, la música de la radio era de las que no le gustaban a Ash. Si no mal recordaba se llamaba Secrets, de OneRepublic. Horrible.
—¿Acaso las cuentas? —repuso y cambió la emisora, terminó eligiendo una que emitía una que le gustaba: One X de Three Days Grace—. Esta es buena. —Sacó la guitarra y pasó sus dedos por las cuerdas, sacando las notas de la canción—. We are ones —cantó junto a la vez—. We get knocked down... We get back up, and stand above the crowd... We are one.
Ash se percató de que Johnny la veía de soslayo mientras conducía.
—¿Sucede algo? —le preguntó.
—No —contestó él—. Solo que me pregunto qué le ves a eso, es muy pesada.
—No me digas —ironizó ella—. ¿Qué le ves a esas músicas tan... —Hizo una mueca— cursis que cantas? Siempre hacen llorar. No me vería cantando eso. Jamás
—Es el sentimiento —replicó.
—Lo mismo con esto.
Johnny estacionó la camioneta junto al teatro y puso el freno de mano, abrió la puerta y salió. Ash con un bufido algo molesto, lo siguió.
—¡Buenas noticias! —gritó enérgico Buster, entrando y agitando una carta en sus patas, con una sonrisa que parecía abarcarle el rostro completo, cuando todos estaban presentes.
Johnny al llegar había saludado al resto de los animales, con un gesto de la mano a Rosita, Gunter y Meena, con un asentamiento y una sonrisa a la Srta. Crawley, y uno seco a Mike. Ash ni siquiera saludó.
—¡Muy buenas, realmente! —continuó el koala, caminando con pasos firmes sobre la tarima del escenario—. Maravillosas.
—Pues decí de una buena vez cuales son —exclamó Mike, sobre una escalera, con su típico acento.
Buster se detuvo en seco y miró a los seis, inspiró profundo y sonrió.
—Van a venir a verlos.
—Nada nuevo —rezongó el ratón.
—¿Quiénes? —preguntó Rosita, estaba de pie junto a Gunter.
Buster sonrió aún más, era pura sonrisa.
—¿Conocen Fur Records? —preguntó.
Todos se quedaron en silencio procesando la información. A Johnny por poco le da una taquicardia al comprender eso. Fur Records era la discografía más famosa del país, la que tenía a los mejores cantantes, que ellos vinieran a verlos solo podría significar una cosa.
Estaban buscando talentos.
El labio le tembló un poco cuando intentó hablar, escuchó cómo el estuche de Ash cayó al suelo y su mirada se posó en la pequeña puercoespín que le llegaba poco más abajo del plexo solar, y luego oyó el grito eufórico de Rosita.
—¡Oh por...! —se emocionó y luego respiró profundo para serenarse—. ¿Es lo que creo que es?
—Efectivamente, Rosita —asintió Buster, se llevó las patas tras la espalda—. Fur Records viene a verlos a ustedes, y si les gusta lo que ven, puede que les ofrezcan algo.
Todos empezaron a sonreír emocionados. Se volvería una competencia, una más intensa que la de los cien mil dólares que fue una farsa; estarían compitiendo por su futuro artístico.
—No se ilusionen mucho —comentó Mike, acomodándose la solapa del traje rojo—, que seré yo a quien elija la disquera.
—En cuanto a eso, mis criaturas de la creación —dijo Buster, meciéndose un poco en el lugar—. Les tengo una propuesta. Fur Records ya conoce sus números porque por algo se interesó en ustedes, entonces, ¿qué les parece si además del número que vayan a dar, montan uno nuevo? Sería innovador.
—¿Por qué? —preguntó Meena.
—Sencillo —respondió el dueño del teatro—, eso les demostrará, tanto a ustedes como a ellos, que se mueven en cualquier género. —Hizo una pausa—. ¿Aceptan?
Por un largo rato hubo un silencio, y luego todos aceptaron con un asentimiento de la cabeza.
—Yah, ¿por qué no? —manifestó Gunter, apasionado, con su acento alemán—. Será como antes, Rosita. —Le dio un empujón a la cerda con la cadera—. Seremos una bomba.
—Bien, pues —dijo Buster, y dio un aplauso—, Srta. Crawley, por favor...
La iguana vino con paso tembloroso con un sombrero que dentro tenía trozos de papeles. Johnny supo qué iba a ser, así se designaban, a veces, los miembros de la pandilla de su padre, los puestos durante los atracos.
—Cada uno tome un trozo —dijo Buster—; el nombre que les salga es el género nuevo que cantarán. Se darán cuenta de que serán estilos de sus mismos compañeros.
Uno por uno, los seis se acercaron a la Srta. Crawley y tomaron un trozo. Johnny tomó el suyo y volvió a su puesto, lo abrió y vio lo que tenía escrito «ASH». Suspiró entre molesto y aliviado, le había tocado el género de ella, rock, el cual no era el predilecto de él, pero por lo menos no le había tocado jazz; no se veía cantando jazz.
—Digan el nombre en sus trocitos —pidió Buster.
—Gunter —dijo Rosita.
—Rosita —dijo Gunter.
Buster frunció los labios.
—Bueno, como ustedes les tocó juntos, como siempre, escojan un género que sea opuesto al pop que siempre cantan.
Ambos cerdos ladearon la cabeza, confundidos. Buster miró a Meena y ella levantó el trocito en su trompa, con las orejas replegadas.
—Mike —dijo.
El ratón dio un gemido lastimero, como si lo hubieran herido.
—Meena —dijo, arrugando el trozo de papel—. No voy a cantar lo que ella —se quejó, señalándola—. ¿Me ves capaz de eso? Este ratón canta jazz, no ese pop alegre.
—Yo no estoy muy feliz tampoco —murmuró Meena.
Buster hizo un gesto vago con la pata.
—Ya aprenderán. —Se volvió hacia Ash—. ¿Y tú?
Ella hizo un mohín y dejó caer los hombros, derrotada, mientras ondeaba el trocito de papel. Johnny sonrió para sí. ¿No había dicho ella que no se veía nunca cantando la música sentimental que a él tan bien se le daba? ¡Ja! El mundo da muchas vueltas y el karma siempre llega.
—Johnny —dijo.
Sin embargo, la sonrisa de suficiencia que tenía se pasó a una línea recta en el rostro. Si a Ash le tocó él y a él, ella, eso quería decir que debía cantar una canción de rock, llena de sonidos estridentes y solos de guitarras y bajos.
—Entonces eso quiere decir... —comenzó Buster.
—Sí —zanjó Johnny—, me tocó Ash.
El dueño del teatro dio otro aplauso.
—Bien, ya tienen los géneros que van cantar. Monten un número igual de impresionante que el primero que hicieron, recuerden que no solo los verá el promotor de Fur Records, sino que también los transmitirán por televisión como la primera vez. Den su mejor esfuerzo. —Miró el reloj en su muñeca—. Voy tarde para reunirme con Nana y Eddie. —Miró a todos—. Les recomiendo que pasen tiempo con el compañero que les tocó para que así entiendan el por qué de su música, o bien pueden dejar eso de lado e investigar por su propia cuenta.
Se oyó un suspiro general.
—¿De cuánto tiempo disponemos? —preguntó Rosita, con un tono calmado.
—Un mes —respondió Buster—. Digo, si no se adelanta. Tienen un mes para montar el número. Suerte.
Johnny vio cómo el koala se retiraba de la tarima y los demás se sentaron en los asientos del público, dejando escapar el aire, como si les hubieran dado un golpe al estómago. Él también se sentó y se frotó los ojos, como reteniendo algo que escapara. Sacudió la cabeza y miró a Ash.
Rock.
¿Cómo diablos iba a cantar eso?
La sacudió de nuevo, y sonrió.
Lo haría. Realizaría los dos números e impresionaría al promotor, y así lograría volverse un cantante hecho y derecho. Sería famoso.
Comparado con eso, cantar el género de ella era sencillo.
Se levantó y caminó hacia Ash, pensando cómo le pediría que le explicara el «sentimiento» que según ella había en ese tipo de música.
Después de todo, ¿qué era lo peor que podría pasar?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro