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Epílogo

Seis meses después

—Me alegra que vayas —le comentó su madre, cuando estaba terminando de colocarse la sudadera.

Meena terminó de arreglarse y le asintió a su madre, sin poder creer aún todo lo que había pasado para llegar a donde estaba ahora. Seis meses. Seis largos y exhaustos meses siendo una cantante con relativa fama, no la suficiente como para que la reconocieran apenas pisaba la calle, pero sí tenía de vez en cuando algún fan que la había visto en uno de sus pequeños conciertos que cada vez tomaban más fuerza, que quería tomarse una foto con ella o que le firmase un autógrafo.

Se dio unos últimos retoques mirándose en el espejo, el reflejo que le devolvió la mirada era de una Meena mayor, más centrada, más alegre y más extrovertida. Había cambiado mucho en tan poco tiempo, y recordaba como si hubiera sido ayer el cómo inició dicha transición.

Luego de transcurrir una semana de haberles dado la noticia a todos de que Fur Records los había elegido como sus nuevos integrantes en la compañía disquera, y de que la euforia, emoción, alegría y lágrimas que rondaron en su casa y sus habitantes (su madre, sus abuelos y ella) cesara solo un poco, Meena se dirigió hacia la sede principal de la empresa, teniendo que haber tomado un avión para llegar a destino. Avión que Buster se había ofrecido... no, casi les rogó pagarles a todos.

En el avión Meena no sabía muy bien cómo sentirse, tenía demasiadas emociones en guerra dentro de sí: nerviosismo, alegría, ansiedad, euforia y muchas más, si se pudieran percibir por colores, ella sería un arcoíris cambiante. Era la primera vez que viajaba en primera clase, y tenía que admitir que le gustaba. Los asientos eran cómodos y cada tanto tiempo venía una azafata a preguntarles si querían algo de comer o beber.

Ash y Johnny estaban en la fila final, a cinco de donde ella estaba, una apoyado en el otro, cabeceando entre sueños; Mike estaba tres filas por delante de Meena, acostado a sus anchas en los asientos de tamaño elefante, con el móvil al oído; y Gunter y Rosita estaban en la fila primaria, la más cercana a la cabina del piloto, ambos con un auricular conectado a la portátil que él tenía, moviendo las pezuñas al ritmo de lo que oían y murmurando al mismo tiempo, «cantando tal vez».

Sintió el vació en el estómago causado por el descenso del avión, y se sacudió un poco cuando el morro tocó tierra. Luego de salir del avión los recogió una limusina que los estaba esperando desde hacía unos minutos y los llevó a la empresa. Si tenía que ser sincera, Meena esperaba que la sede principal de Fur Records fuera un enorme rascacielos, pero se terminó topando con un edificio de tres pisos de vidrios oscuros.

Al entrar, la recepcionista no les dirigió palabra, solo les apuntó el elevador que había a unos seis o siete pasos de ella y dijo:

—En el piso tres; ahí los están esperando.

Luego de subir todos en el ascensor y llegar a dicha planta, los recibió el lobo que hacía una semana les había entregado los cheques ganadores, Meena supuso que ese era el líder de la compañía.

—De maravilla, ya llegaron —dijo, dando un pequeño aplauso—. Síganme, los llevaré a la sala de conferencias, ahí los esperan los que serán sus respectivos representantes. —Se dio media vuelta y empezó a caminar hacia una puerta doble de madera, una vez entraron, notó que daba a un despacho enorme, con un piso alfombrado y una mesa oval con once sillas, un televisor de plasma y varios artefactos más.

Parecía más bien un pequeño bunker que una sala de conferencias.

Sentados en cuatro de los once asientos estaban la pavorreal, la lince, el tigre blanco y la ardilla, esta última en un asiento a su medida y con la altura suficiente para que se asemejara a los demás. Habiendo tomado asiento Meena y los demás, el lobo y los otros cuatro ejecutivos les explicaron cómo iba a ser el contrato: en general las ganancias se dividían en noventa por ciento para los artistas y diez por ciento para la empresa, que se subdividía en cinco para el representante y cinco para la empresa. Sin embargo, según explicó el lobo, que dijo que se llamaba Leonard Hudson, puesto que estaban gastando, además de los capitales de la empresa, dinero independiente de cada uno, se regirían por el siguiente patrón: setenta por ciento de las ganancias totales serían para los artistas, veinte por ciento para Fur Records y diez por ciento para el representante.

Ninguno de los seis tuvo algún problema con respecto a eso, y al ver el entusiasmo en todos ellos, la lince de pelaje gris casi plata que se presentó como Celeste Centeno, colocó cinco contratos.

El tigre blanco, que se presentó como Cristian Torres, tomó la palabra; a Meena le dio impresión ver su triple cicatriz en el ojo derecho cuando este se acomodó el flequillo.

—En sí los contratos tienen la misma metodología que les acabó de explicar Leo —dijo—. La única variante sería que respecto a su representante el método variaría luego de la primera fase; aunque no lo creo. Siempre iríamos por lo seguro y confiable. No podemos jugárnosla aún más. —Se acomodó los anteojos—. En cuanto a sus representantes, será de esta forma: Ash, yo seré tu representante; Johnny, la tuya será Centeno; Mike, el tuyo será Simon; Gunter y Rosita, con Leo y Meena, la tuya será Sheena Lewis. —La pavorreal se levantó y luego de un asentimiento de la cabeza, le sonrió, tendiéndole una pluma. «Se ve amable», pensó mientras firmaba.

Luego de que cada uno aceptara y firmara sus respectivos contratos, Leonard habló:

—Nosotros tenemos un plan de tres fases que siempre cumplimos con los nuevos artistas y que por lo general la mayoría de las veces nos da un buen resultado, claro está, siempre y cuando ustedes pongan de su parte. Fase uno: introducirlos al mundo de la música y espectáculo mediante colaboraciones con artistas más famosos una vez que estos oigan su voz. Fase dos y la más delicada: una vez que hayan hecho la colaboración con equis cantante y el mundo los tenga en la mira, lanzar un sencillo que puede o bien lanzarlos a la cima, o hundirlos bajo tierra. Y la tercera fase se iniciaría una vez que el sencillo entre en el Top 100 nacional o el mundial (no tengo qué decirles cuál es mejor): promocionar dicho sencillo con una pequeña gira regional.

»¿Alguna duda?

Todos negaron con la cabeza, Meena había comprendido a la perfección y no tenía problema alguno con ello.

—Perfecto. —Leonard caminó hasta el extremo de la mesa hacia el tigre blanco—. ¿Tienes las peticiones?

—Ten. —Cristian le tendió un folio, el lobo lo abrió y sonrió a la vez que asentía—. Son los que dieron el «sí».

—De maravilla. —Alzó la mirada hacia los seis, dando un pequeño golpe en la carpeta—. Tengo listas las colaboraciones, podremos iniciar en un mes.

Los seis se quedaron sin palabras, apenas hacía una semana habían ganado, hoy firmaban, ¿y ahora ya tenían colaboración con algún artista?

—No fue muy difícil, realmente —dijo Leonard—, solo bastó con pedirle a una de las cadenas televisivas una copia de la cobertura que hicieron el día del evento y luego de separar cada número en un archivo distinto, mandarlo a cada posible artista que concordara con ustedes. Y las noticias son las mejores posibles.

»Gunter y Rosita, tengo cinco opciones, en cuanto a su número pop Selena Gómez y Lady Gaga se interesaron, y en cuanto al género de metal, pues, felicidades, la misma Nightwish observó su presentación y aceptó; ah sí, también We Are The Fallen y Evanescence se interesaron. ¿Cuál eligen?

—Nightwish —saltaron los dos, emocionados. Leonard asintió, ojeando el documento.

—Mike, contigo fue difícil, porque en la actualidad el jazz no es un género muy cantado, o cuanto menos, muy oído, al menos entre el público joven. Sin embargo, Coldplay vio tu número y le gustó, así como, para nuestra sorpresa, Ashes Remain. ¿Cuál eliges?

Mike sonrió con la arrogancia de siempre y acomodándose el saco, respondió:

—Coldplay, aunque oiré Ashe como se llame, solo para ver. —Junto a la pavorreal, la ardilla representante de Mike, asintió.

—Con respecto a Johnny —continuó—, tengo varios: Rixton, Demi Lovato, Maroon 5 y P!nk. ¿Cuál?

Johnny frunció un poco los labios y miró a la lince.

—¿Puedo discutirlo con ella? —preguntó—. Todos ellos son grandes artistas, pero no sé por cuál decidirme.

—Claro. —Hizo una pausa—. Ash... Más suerte no pudiste tener.

—¿Quiénes? —preguntó ella.

—Three Days Grace, Trivium, Breaking Benjamin y por alguna extraña razón, Mottionless in White —le respondió el lobo un poco desconcertado al nombrar esa última banda—. ¿He de suponer que tu elección será Breaking, cierto?

—Sí —asintió Ash, con una semisonrisa; el tigre blanco sonrió a su vez—. Sin duda alguna.

—Bien. —Ojeó una última vez el folio y lo cerró—. Meena. Aunque mandamos tu video a unos diez artistas, de los cuales siete se interesaron, uno de ellos resaltó entre los demás. Se me hace curioso que en lugar de ser nosotros quienes le pidamos varias veces hacer una colaboración, sea ella misma quien en repetidas ocasiones durante el transcurso de la semana, mandara solicitudes de querer hacer un dueto contigo. —Meena se estaba comenzando a poner nerviosa, Leonard le hacía subir las ganas de saber como si estuvieran propulsadas por un cohete—. ¿Estarías dispuesta a colaborar con Sia?

Sia.

Sia.

Sia.

Oh por... ¡Sia! ¿Qué si estaba dispuesta? ¡¿Cómo decirle que no a su cantante favorita?! Claro que sí. Un pequeño gritito salió de sus labios a la vez que asentía, sin poder recordar cómo articular una palabra, no se diga una frase completa.

Al mes siguiente, cada uno había tomado caminos distintos, aunque Johnny y Ash como eran pareja no era lo mucho que se separaron, ella pensaba que dentro de poco vivirían juntos o algo así, Meena no tenía experiencia alguna en esos inhóspitos parajes de una relación; y tampoco Gunter y Rosita porque ambos eran uno solo en cuanto a los números.

El día que conoció cara a cara a Sia casi le dio un infarto, sabía que era una cheeta por las fotos antiguas antes de que ella decidiera no mostrar más su rostro, pero por todo lo bueno, esa cheeta estaba frente a ella y sonriendo mientras le decía que tenía talento con su voz.

—Me recuerdas a mí de joven —dijo, y fue en ese momento en que Meena no aguantó más y se desplomó desmayada.

Tiempo después de la escena y que ambas trabajaran pata a pata, Sia recompuso una canción, The Greatest, y agregó unas líneas para ella. Cuando llegó el momento de cantar junto a ella, sorprendentemente no la invadió miedo alguno, sino que lo disfrutó; y pocas semanas después ya los medios y las redes estaban hablando de la elefante que acompañó a Sia.

Los demás también tuvieron una gran aceptación en los medios, además de su propia noticia, las redes estaban divididas en cinco flancos, los que hablaban de Meena y Sia, catalogándola como la posible sucesora de la misma ya que las voces de ambas eran armónicas e iguales; los que hablaban de Mike y su colaboración con Coldplay, catalogando de «una estratégica jugada del león el haber colaborado con ese ratón; ambos tenían la voz, el tono y la emoción»; los que estaban, literalmente, enamorados de Johnny y Ash, quienes «fueron propulsados por Rixton y Breaking Benjamin, y quienes tenían una relación sentimental, lo que garantizaría en un futuro posibles cooperaciones entre ellos»; y los que hablaban de Gunter y Rosita, como «el posible nuevo dúo multigénero en mucho tiempo».

Hacía tres meses Meena compuso el que sería su primer sencillo: Don't Fear, y que impulsaría su naciente carrera musical, siendo aceptado en gran medida y recibiendo buenas críticas y comentarios. Un mes más tarde, Sheena la llamó por teléfono para comunicarle lo que ella tanto ansiaba: realizarían la gira regional.

Cuando su abuelo, abuela y madre oyeron las palabras de la pavorreal a través del altavoz del móvil, soltaron el grito al aire, abrazándola emocionada, y su abuelo tuvo que calmarse porque tanta emoción podría hacerle daño.

Realizó su gira sin inconveniente alguno, ganando fans en cada pueblo que recorría de los seis que visitó. Empezó a hacerse aún más conocida, sin colgarse de la fama de Sia.

El carraspeo de su abuelo la sacó de sus recuerdos, Meena giró la mirada y lo vio allí, afincado en su bastón con su traje verde, se acomodó las gafas circulares y sonrió.

—Quien diría que mi deseo de cumpleaños se cumpliría realmente —dijo.

Meena sonrió con cariño y nostalgia.

—Lo dijiste tú, ¿recuerdas? —Le dio un abrazo a cada uno y miró su móvil—. Debo irme al teatro.

—El gorila y la puercoespín harán un número, ¿cierto?

—Sí —asintió ella.

—Mike y yo haremos otro mañana y Gunter y Rosita, pasado. Después de todo, si quieres ir adelante, no debes olvidar de dónde vienes.



En su nuevo departamento, uno más amplio para los nuevos integrantes, Mike estaba esperando a Nancy en la puerta, con un bolso colgado a un lado, el cual había mandado a hacer para que combinara con sus trajes; ni muerto saldría a la calle con algo que le arruinara el atuendo.

—Nancy —la llamó, tamborileando con su pie—, apúrate.

—Espera que esté lista.

—¿Querés que me muera de inanición? —dijo—. La última vez que me dijiste eso estuve en un hospital por ocho horas.

—Deja el drama, Mike.

Nancy.

Había veces que no sabía cómo tenía la suerte de tenerla, y había veces también que le exasperaba un poco. Sin embargo, no la cambiaría por nada ni nadie. Se pasó una pata por el rostro, recorriendo la casa con la mirada, tratando de encontrar algo en lo que distraer su mente mientras esperaba, y mientras lo hacía, no podía creerse el giro de 180° que había dado su vida.

Luego de que su número terminara hacía seis meses en la competencia, Mike había hablado con ella... luego de toda la actividad preliminar. Sinceramente, eso de sexo primero y hablar después, funcionaba el noventa por ciento de la veces.

—¿Y bien? —le había preguntado.

—Aún no te disculpo —había respondido ella, cubriéndose con el saco del smoking—, y los sabes, ¿cierto?

Mike suspiró y se irguió, quedando sentado en el suelo, ladeó la mirada y buscó sus ojos.

—¿Qué tengo que hacer? —quiso saber—. Miráme, acabo de cantar dos números por y para ti. ¿Querés más? ¿Qué más tengo qué hacer?

—No eso, Mike —dijo Nancy—, aprecio que hayas cantado esos números, pero la razón por la que empecé a irme era la misma razón por la que aún no te disculpo: ya lo hiciste una vez, si te perdono puedes hacerlo de nuevo, y entonces será culpa mía. Por haber cedido.

No supo que responder a eso y era porque tenía razón. Mike no era un ángel, aunque él pensara que tuviera la voz de uno, pero sí sabía que tenía un temperamento muy fuerte. Si quería que ella se quedase, tendría que cambiar un poco, solo un poco.

Se puso de pie, caminó hasta donde había caído su pantalón una vez que ella lo arrojó y comenzó a ponérselo.

—Nancy —dijo—, no te diré que no tienes razón, porque la tienes; pero vamos, todos merecen una segunda oportunidad. Sí, me pasé —añadió, buscando su camisa manga larga—, tengo que reconocerlo, ¿pero no crees que si hice todo esto significa que me importas? Que te amo.

—A veces —repuso—, amarse no es suficiente. ¿Quieres que te de una segunda oportunidad? Entonces tendrás que demostrarlo.

—¿Qué querés que haga? —preguntó exasperado, mientras terminaba de abotonarse el último botón. ¿Por qué las mujeres tenían que ser tan complicadas? ¿Es tan difícil decir las cosas claras?—. Acabo de cantarte, de casi mandar todo al diablo por salir del escenario en pleno número, por lo que no sé si eso me dará puntos a favor o me sacará de la competencia en seco. ¿Algo más? Solo dilo. ¿Querés que salga en bolas a la calle y les diga a todos que te amo? Bien; saldré. Decíme qué querés que haga.

Pese a lo serio de la conversación y con el tono urgente que se lo decía, Nancy rió por lo bajo, sonando como un pequeño ángel.

—Eso sería un buen detalle —rió.

—¿No hablás enserio, o sí? —se asustó él. Mike no tenía ganas de salir al natural a la calle, solo lo había dicho como un ejemplo.

—No, tonto —lo calmó ella—; pero de esa forma es en la que quiero que me des detalles.

—¿Desnudo? —Arqueó una ceja—. ¿Tanto para decirme que querés más sexo?

Nancy se dio una palmada en la frente.

—¿Eres tonto o te haces? —suspiró—. No era eso en concreto, sino más bien que hagas cosas atentas, detalles que las parejas normales tienen. No todo tiene que ser sexo.

Oh... así que era eso, ¿por qué tanto jaleo para decirle que quería que fuera más detallista? Alzó una pata y prometió ser detallista y todo eso, ser más atento y más nunca volver a comportarse de esa forma tan patán como lo hizo. Ella decidió darle una segunda oportunidad, solo con la advertencia que más le valía tratarla bien; no quiso decirle el por qué de aquella amenaza, lo que lo inquietó un poco, si bien conocía a Nancy, ella era capaz de todo.

Mike cumplió su palabra en el trascurso de los meses siguientes. Salieron a celebrar cuando firmó el contrato con Fur Records, siendo Simon Hawley, la ardilla, su representante. Había sido increíble, no, inmejorable, el haber cantado una canción junto a Coldplay, semanas más tardes se situó en una buena posición en el ranking mundial gracias al mismo. Al tercer mes, luego de que no recibiera aún noticias de Simon sobre hacer el sencillo para más tarde una posible gira regional, y cuando Mike se empezaba a cuestionar un poco si lo conseguiría, recibió la noticia.

No era esa noticia, sin embargo, fue la noticia.

Durante las últimas semanas que habían pasado desde su colaboración, Nancy se había vuelto más emocional, más cariñosa y más, para variar, atenta. Él no le encontraba el sentido a eso, no obstante, cuando tuvo que llevarla al hospital por un repentino desmayo, la doctora le soltó la bomba:

—Felicidades —había dicho—, serán padres.

Padres. Padres... ¡Padres!

Con la cara desfigurada de la impresión, la mente en otro lado, y una risa tonta más por la impresión que de alegría, logró musitar un:

—¿Qué?

—Felicidades a ambos, van a ser padres. —Pasó la vista por su pequeño escritorio y tomó un papel—. Aquí está, el desmayo fue causado porque tu organismo no tenía suficiente energía para mantenerte consciente; como estás en estado, gran parte de nutrientes van a los fetos, causando que tu cuerpo no reciba los necesarios. Te recomendaría que bebieras más líquidos y comieras más. De esa forma no se repetirá este episodio.

A partir de ese día, las cosas cambiaron mucho. Los dos días siguientes a semejante notición Mike estuvo ausente, pocas veces hablaba, la llamada de Simon para decirle que el sencillo estaba a la vuelta de la esquina le pareció una cosa lejana y distante, e incluso casi ni miraba a Nancy; no porque le molestara el hecho, sino porque jamás en su vida pensó que llegaría este momento. Si tenía que sincerase, no creía pasar de los treinta años, y ahora ¡bum! Tendría hijos.

Hijos.

Eso activó los instintos en él y para el tercer día resucitó de entre los muertos, saliendo de esa burbuja espacio temporal en la que estaba su mente y empezó a acondicionar la casa para que fuera segura para Nancy y los pequeños. Los pequeños. Era inquietante pensar aquello, inquietantemente bello; no se imaginaba a uno o dos mini Mikes corriendo por ahí. Y entonces lo embargó otra duda, ¿cuántos eran? La respuesta le llegó dos días después cuando Nancy fue a hacerse el eco: eran seis. Seis. Oh, por toda la plata, ¿cómo iba a sobrevivir a seis niños? Tanto fue el impacto de aquello que dos semanas más tarde cuando Simon lo llamó y le dio luz verde al sencillo, no se impresionó mucho.

Compuso un sencillo de jazz idóneo para la situación: My Angels. Obtuvo grandes comentarios del público adulto por el ritmo, el cuerpo y el mensaje de la canción y puesto que a los jóvenes les interesó también, quince días más tarde, la gira fue posible. Visitaron seis zonas del país y para el último concierto, hace dos meses, lo llamaron del hospital, informándole que Nancy había entrado en labor de parto.

Al terminar el concierto, con la mente más allá que ahí, y luego de platicarle su situación a Simon, este le hizo una llamada al lobo para facilitarle el traslado. Diez minutos después estaba en el avión privado de la compañía rumbo hacia la ciudad. Luego de aterrizar lo llevaron en auto al hospital. Todo fue para nada porque, él que tenía ganas de estar presente cuando sus pequeños demonios nacieran, lo mandaron de cabeza a la sala de espera, donde se encontró con varios futuros padres. «Al menos estoy mejor que ellos», pensó.

Una grata sorpresa que tuvo fue que uno de los ocho animales que había, una comadreja, le pidió un autógrafo, habiéndolo reconocido por su primer sencillo.

—No sabía que fueras a ser padre —le comentó, luego de haberle dicho lo sensacional que fue My Angels, y Mike sabía que ese animal tenía un muy buen gusto por decir aquello.

—Sí. —Corto y preciso, sus crecientes nervios no daban para más.

—¿Primerizo? —preguntó.

—Sí.

La comadreja siguió hablando de algo, pero Mike no lo oyó, solo mantenía la mirada fija en el reloj analógico de la pared, con su incesante tic tac, viendo las horas pasar. Ocho horas más tarde un médico entró, lo nombró y le dijo que podía entrar a verla. Al cruzar el umbral, su corazón decidió dejar de latir por dos segundos, casi luchando por hacerlo un tercero y ocasionarle un shock, al verlos. Seis pequeños ratoncitos blancos, tres en cada brazo de Nancy.

Dos pequeñas lágrimas quisieron salir de sus ojos, pero las forzó a volver, Nancy le reprochó con un «No seas llorón y carga a tus hijos»; dos hembras y cuatro varones, que momentos después les pondrían: Richard, Elvis, Frank, Michael, Nancy y Nataly.

Los balbuceos de los pequeños lo sacaron de su ensimismamiento; Nancy venía hacia él con tres de los seis. Al llegar a él se los tendió, tomó primero a Richard, luego a Frank y por último a Nataly, esta última tenía una tendencia a que quien lo alzara fuera él.

—Espérame mientras traigo a los demás —dijo dando media vuelta y retirándose—, súbelos al auto y espérame allí.

Mike suspiró sin replicar nada, observándola irse, relamiéndose los labios: Nancy llevaba un delicado vestido negro con encajes en hilo blanco, que tenía una abertura en el lado derecho hasta el nivel de la rodilla, y al cuello llevaba un delicado collar. Se apartó las ideas que le llegaron de golpe, comenzando a irse, ya tenía seis hijos, sería suicida ir y buscarse más.

«He de considerar la vasectomía.»



—Rosita, ya casi es la hora —apremió Gunter desde la puerta de la habitación, denotando el acento alemán.

—Dame un momento —dijo ella, terminando de darse los últimos retoques.

Cuando hubo acabado de colocarse el labial y hacer ese movimiento de labios se quedó mirando el espejo. Su reflejo era de una nueva Rosita, una más libre, más alegre, más sonriente... y todo eso sin dejar de ser madre. Había pasado mucho para llegar a ese estado. Demasiado. Cualquiera que la mirara por la calle diría que lo más difícil para ella hubiera sido conseguir la firma con Fur Records; afortunados aquellos que no habían pasado por aquel calvario.

Aquel calvario llamado divorcio.

Su matrimonio había ido en picada dos semanas después de que ambos, ella y Gunter, hubieran firmado, Norman se mostró un poco más celoso; si hubiera sido por Gunter, hubiera estado bien, hubiera tenido un punto, pero lo que a ella le pareció tonto es que fue por su carrera en sí. Estaba con la tonta idea de que por ella ser famosa e irse de giras abandonaría a sus hijos, y por ende a él.

—Ya te he dicho —había tratado de convencerlo de que sus temores eran infundados— que no los dejaré; ni a los niños ni a ti.

—Pero Rosita...

—Pero nada, Norman —comentó ella, con un tono sin lugar a réplicas—, no te he dejado después de tanto tiempo pese a tu forma de ser tan cansada, llegabas agotado del trabajo y no te ponía peros, no me apoyaste cuando te dije sobre lo del teatro la primera vez y no te has encargado de los niños...

—¿Y cómo le llamas a estar este mes con ellos casi veinticuatro horas? ¡Eso es mucho!

—Tienen ocho años —replicó—. ¿De esos ochos cuántos has pasado con ellos? Dime: ¿cuál es la comida favorita de Amanda? ¿Qué le da miedo a Erick? ¿Cuál es el juego favorito de Joseph? —Norman no respondió—. Ahí lo ves; no lo sabes. ¿Qué gran padre, cierto? Y ahora que te pido que estés con ellos mientras yo canto y bailo, ¿me dices que no puedes?

—No puedes...

—¿Qué no puedo? —Alzó un poco la voz, pero sin despertar a sus pequeños en el piso de arriba—. ¿Quién eres para decirme qué puedo y qué no, Norman? Nunca te he pedido nada en todos estos años; cuando tenía que hacer mis ensayos tuve que hacer esa maquinaria para que no tuvieras problemas en el trabajo, y ahora que te estoy pidiendo que me comprendas en esto, ¿me dices que no puedo?

»Sabes que esto es parte de mí, es mi alegría y mi motivo, además de mi familia. ¿Quién eres para decirme que no puedo?

—Rosita, o tu carrera o nosotros. Decide.

Ella sintió como si le hubieran clavado una daga en el pecho, no podía hacer una decisión de tal magnitud. No podía dejar a su familia por su carrera, pero tampoco podía dejar ir esa oportunidad, si lo hacía, viviría toda su vida con el «¿qué hubiera pasado?».

¿Quería jugar así? Vale. Dos podían hacerlo. Se sacó esa daga del pecho y se la clavó a él.

—Ninguna de las dos. —Su tono era tan frío y cortante que se sorprendió. Él quería hacerla elegir, bueno, elegía ambas. Su familia y su carrera... solo que ahora él no era parte de su familia. Estaba cansada—. Norman, no elijo ninguna de las dos. Elijo las dos. —Suspiró—. Por ende, hay una cosa que quiero: el divorcio.

Norman había puesto una cara como si le hubiera hablado en alemán.

—No puedes pedirme eso —repuso—, y en todo caso no te lo daré.

Rosita soltó una pequeña risa, enojada.

—Pues lo acabo de hacer, querido —dijo, haciendo malicioso énfasis en la última palabra—. Y no eres tú quien decide dármelo o no, es un abogado. Mañana a primera hora iré a ver a uno.

Al mes siguiente ambos estaban frente al abogado familiar firmando el acta de divorcio. Cuando terminó de trazar la última línea de su firma se sintió con una libertad enorme, casi podía jurar que le crecerían alas y se iría volando. Entre ambos establecieron que la patria potestad de los veinticinco niños sería compartida, una semana ella, una semana él; los bienes fueron a partes iguales, así como la propiedad del departamento donde residían.

Después de aquello, Rosita no volvió a tener contacto con Norman más para que recoger a los niños cuando a ella le tocaba, y ni siquiera se dirigían la palabra, más por el resentimiento de él que por ella; Rosita se sentía como nunca en todos estos años. No obstante, no todo fue color de rosa, después de haber hecho la colaborativa con Nightwish, y mientras esperaban a que Leonard Hudson los llamara para darles luz verde con el sencillo, a Rosita le dio una pequeña depresión. El exhaustivo trabajo de estar y criar a sus veinticinco pequeños, sumado al hecho de ser cantante y bailarina, le absorbían el tiempo por completo, y lo que era una maravillosa libertad, comenzó a verla como una aterradora libertad.

Pese a su cambio de estado, a que cada tanto ella se apareciera de vez en cuando con los pequeños, o a su preocupación por todo, Gunter no se alejaba de ella, se mantenía a su lado contra viento y marea y la ayudaba a recuperarse en todo. Rosita no sabía cómo él parecía tener el remedio para todo lo que tenía. ¿Depresión por sentirse agobiada o porque se sentía sola? Él la invitaba a algún lugar para divertirse. ¿Se sentía de pezuñas atadas por los niños? Él la ayudaba cuidándolos a partes iguales. ¿Llegaba a sentirse débil y pequeña por tanto peso que tenía en sus hombros? Él estaba allí para oírla desahogarse.

Era como si él hubiera vivido todo eso con anterioridad y supiera qué hacer para superarlo. Siempre sabía qué decir o hacer. Eso le picó la curiosidad a Rosita, le estaba tomando un gran aprecio a Gunter, empezaban a hacer todo juntos y no se imaginaba sin él, por lo que esa incógnita que tenía, le llamaba la atención.

—Gunter —habló, sentada en la cama del departamento que ambos habían comprado dando los cincuenta mil dólares del premio como aval, tenía las piernas replegadas contra sí y los brazos rodeándolas, afincando la cabeza en las rodillas. Gunter estaba igual que ella, solo que sentado a su lado apoyado en la pared. Habían comenzado hablando de que ella se sentía agotada por todo lo sucedido y que Leonard no había dado señas de alguna llamada para el sencillo—, ¿por qué eres así?

El alzó la mirada y buscó sus ojos, sonrió.

—Así, ¿cómo?

—Así. —Lo señaló con el mentón—. Siempre sabes qué decirme con cualquier problema, o no parece que las cosas te afectasen o pudieran tumbarte tu buen humor. ¿Cómo lo haces?

Gunter se encogió de hombros.

—Práctica, quizá.

—¿Práctica?

—Para ayudar de verdad a alguien, debes haber pasado por eso, ¿no crees?

—Tienes razón —convino luego de un rato. Tuvo miedo de preguntar, de tocar una fibra sensible o algo del siempre animado Gunter, pero aún así preguntó, quería saber—. ¿Y qué... qué te pasó a ti? —preguntó acercándose un poco y quedando a su lado, afincándose contra la pared.

Gunter se tomó su tiempo para responder, dándole a la vez pequeños toquecitos en el dorso de la pezuña. Hizo ademán para tomársela, mas se abstuvo, solo se apretó los ojos, como impidiendo que algo muy pesado saliera de ellos.

—¿Lo sabes, no? —preguntó en un pequeño susurro.

—¿Saber qué? —se extrañó ella.

—Que soy bisexual.

¿Que qué? Rosita se quedó en blanco tratando de procesar eso. No era muy conocedora del tema, pero si no mal recordaba de la secundaria, eso era atracción por machos y hembras. Y entonces la forma tan... extrovertida de ser de Gunter... Oh por todo lo bueno, ¿cómo no lo había notado?

Él, al ver que tenía los ojos muy abiertos de la sorpresa, se rompió a reír.

—¿No lo sabías? —Rió más fuerte—. ¿De verdad no lo notaste? —Sus carcajadas siguieron, haciéndola sentir un poco avergonzada. Era su compañero desde hacía meses y nunca se le pasó por la mente, ¿qué clase de compañera era?—. Pero sí —retomó la conversación—, lo soy. Y por eso he pasado... cosas.

—¿Qué cosas? —se interesó.

—Todo tipo de cosas —respondió con sinceridad—. Rechazos, discriminaciones, agresiones, depresiones, y todo lo que termine en «ones.» —¿Acaso el bromeaba para no volverse a sentir así?—. Puedo entender tu depresión porque yo también la tuve, mi familia no era muy conocedora del tema y cuando se enteraron, adiós Gunter, y me corrieron; puedo entender el que te sientas sola por eso, porque una vez me dejaron, tuve que seguir solo. Sin volver atrás. Te entiendo cuando te sientes agobiada porque yo también lo estuve, una vez que se enteraban de mis preferencias las puertas se cerraban a cal y canto, negándome oportunidades. —Hizo otro ademán para tomarle la pezuña, pero fue Rosita quien se la tomó, apretándola con fuerza; Gunter sonrió—. Y entiendo mejor que nadie que a veces sientas que es mucho peso el que llevas en la espalda, que crees que ese peso terminará por derrumbarte.

»Por eso te entiendo y ayudo, Rosita. Porque es feo ver a alguien pasar o caer en los mismos estados que una vez tú mismo pasaste; no quieres ver a nadie así nunca más.

—Gunter —dijo ella, sorprendida por su historia—, no..., no tenía idea. Lo siento por preguntar.

—No —terció, negando con la cabeza, esbozando una sonrisa un poco pesada—, no lo sientas. No tienes por qué. De hecho, me alegra que preguntaras, porque eres una gran amiga, Rosita, me importas; tarde o temprano te lo diría. —Sonrió, dándole toquecitos suaves con la pezuña libre—. ¿Pero sabes algo? Aunque el mundo parezca derrumbarse, o los problemas parezcan insuperables, siempre hay forma de seguir. Cada quien descubre la suya.

—¿Cuál es la tuya? —quiso saber; hizo la pregunta con nerviosismo y por una extraña razón, sentía el corazón latiéndole más rápido.

—Deberías saberlo, Rosita.

—El baile. —Gunter asintió a la vez que parpadeaba—. La música.

Genau —asintió y le dio un toquecito en la nariz—. El baile, y más tarde el canto. Era mi pasión desde pequeño, y cuando estaba al borde de una depresión severa porque no tenía dinero y estaba a mi suerte, pensé, «¿Por qué no? ¿Por qué no vivir de los que me gusta?» Y heme aquí. Contigo. Siendo parte de Fur Records. Si te soy sincero, jamás pensé en que llegaría tan lejos, y si tengo que agradecer a alguien, sería a ti.

Rosita no sabía qué responder a esas palabras, al principio se sintió como una entrometida al haber preguntado, pero después se sintió importante porque se lo había contado. Confió en ella a tal punto. Y ahora que comprendía un poco mejor a Gunter y su mágica sapiencia en cuanto a resolución de problemas, sentía que algo más los unía. De pronto el palpitar del corazón se le calmó, siendo sustituido por una serenidad casi divina, se sentía en calma; algo que últimamente venía pasando cada que estaba con Gunter.

—Cuando encuentras ese algo que hace que aunque todo se vea mal, mejore —dijo él—, sientes que puedes hacerlo todo. Sientes que aunque el mundo se acabe mañana, valió la pena cómo viviste, qué hiciste y a quiénes conociste.

—¿Incluso lo malo? —preguntó, dubitativa.

—Incluso —asintió—. Porque he aprendido una cosa, Rosita. —Suspiró—. No hay que arrepentirse de lo que pasó, lo hecho o lo pasado, porque en su tiempo pareció lo correcto y se disfrutó. Tu matrimonio, por ejemplo. Si no fuera por eso no tendrías a tus pequeños. Todo lo que se vive, bueno o malo, te forma y hace mejor persona; no puedes arrepentirte de eso. Sí, habrán momentos que la nostalgia haga que esos recuerdos vuelvan y duelan, ¿pero quieres un consejo? Siempre que sientas nostalgia, siéntela por el futuro.

¿Qué clase de Gunter era ese? Era uno totalmente opuesto al que conocía, pero el que conocía era así porque tenía una historia tras de él; una historia que lo hizo quien es. Rosita sonrió y se movió quedando frente a frente, sin soltarle la pezuña, buscando sus ojos.

—Gracias, muchachón —sonrió a la vez que asentía—. Me has ayudado muchas veces, y creo que esta vez, sin querer, fui yo quien lo hizo.

Gunter sonrió y le acarició con la pata libre, una mejilla.

—Ya lo creo.

Rosita sintió como si le hubieran conectado una terminal eléctrica a la mejilla y a la espalda, podría jurar que saldrían chispas de la piel que él había tocado, de sus pezuñas y de sus ojos; el aire se sentía pesado y respirar era más difícil. Sintiendo como si una fuerza mayor la empujara, se inclinó un poco y apenas hubo un roce entre sus labios. Cuando reaccionó y notó lo que acabó de hacer, dio un pequeño respingo hacia atrás y se sonrojó, dispuesta a salir como un rayo de la habitación.

Sin embargo, Gunter la imitó y al bajar de la cama la tomó por la muñeca; al volverse, percibió que él tenía un sonrojo en todo el rostro.

—Rosita, qué...

—Perdón, yo... —dijo, aunque no pudo completar la frase, un instante después Gunter la estaba besando.

No debía haber hecho eso. Ella era una madre; divorciada, pero lo era. No podía tener esas emociones por su compañero de baile, eso no era profesional. Tenía que darle un buen ejemplo a sus pequeños, ¿qué pensarían si al poco tiempo de separarse de Norman se juntaba con Gunter? No... ¿Si no debía por qué demonios se sentía tan bien? Las piernas la traicionaron de la misma manera cuando había terminado su número hacía meses, y por alguna extraña razón no sentía el corazón como loco, sentía la cara, los labios, la muñeca y todo aquel lugar que tuviera contacto con él, electrificado, pero en general estaba en calma. Era como si su cuerpo ya supiera que eso estaba predestinado.

Cuando se separaron una vocecita le susurraba con malicia que fuera a por otro, y por qué no, por muchos más ahora que estaban solos. Sonrió, aún sintiendo las piernas y brazos de goma, relamiéndose un labio.

—Eso fue unglaglubich.

Gunter rió a sus anchas negando con la cabeza.

—Es unglaublich —la corrigió y luego se acercó a darle otro beso.

Rindiéndose al fin a la vocecita en su mente, Rosita correspondió con ganas. Después de todo, un beso no le haría daño a nadie. O dos. O tres...

Semanas más tarde ambos recibieron la llamada de Leonard Hudson, dándoles luz verde para el sencillo, el cual ambos crearon durante el transcurso de la semana siguiente: Freedom, que tuvo una aceptación barbárica en el público juvenil al ser pop, y que les garantizó, un mes después, la gira regional.

Con el cerrar de su estuche de maquillaje terminó sus recuerdos, sonriendo por la alegre, libre y feliz consigo misma Rosita que le devolvía la mirada de aquel ovalado espejo de su tocador. Se dio una última mirada, acomodándose el vestido de gala, que era de un negro azulado, con pequeños puntos blancos; al sentirse lista, se volvió hacia Gunter en la puerta.

—¿Cómo me veo? —preguntó, sonriendo.

Wunderbar —respondió, de la misma forma.

No necesito preguntarle qué dijo para saber que era un cumplido.



—Acelera, Johnny —le apuró Ash, sentada a su lado en su pick up negra, hacia el Teatro Moon. Él giró en una esquina y habiendo recorrido trescientos metros, frenó en un semáforo.

Ash mecía sin cesar una pierna, molesta por tener que llegar tarde, Johnny no le replicó, aunque no iban tarde, en todo el sentido de la palabra, porque apenas faltaban cuarenta minutos para las 16:00, debían estar en el Teatro en los próximos diez minutos para revisar que todo lo que habían pedido para el número estuviera listo. Tamborileó con sus dedos en volante, pensando en todo el tiempo que llevaba sin pisar el Teatro Moon.

Seis meses.

Muchas; muchísimas cosas habían pasado en ese medio año. Sin embargo, dejando de lado lo que implicaba la carrera de ambos como artistas, el suceso que había sido más resaltante en ese tiempo había sido Marcus.

Se le dibujaba una sonrisa en el rostro al pensar en su padre, en la libertad que le había conseguido después de todo este tiempo, esfuerzo y entrega.

No había sido sencillo ya que al inicio de todo, luego de haber ganado, firmado el contrato con Fur Records y haber realizado la colaboración con Rixton, habiéndolo colocado en una buena posición en cuanto a aceptación general y el que Centeno le dijera que empezara con algunos borradores para el sencillo, puesto que lo llamaría cuando se lo autoricen y lo vean propicio, empezó a buscar algún bufete de abogados que le ayudaran con el caso de su padre.

Inicialmente ningún bufete del Estado quería tomar el caso y representar a Marcus, porque el cargo que tenía, delito de hurto agravado, sumado a cómo lo detuvieron, con las manos en la masa, y su escape, los colocaba en un escenario que solo un verdadero profesional, y más que todo veterano, podría resolver. Llevar una condena de dos años a libertad bajo palabra era un reto; un reto que, al parecer, ningún abogado de la ciudad quería aceptar. Con ese telón de fondo, Johnny no tuvo más remedio que ir a los bufetes privados, donde residían los abogados más capacitados, y exponer su caso.

La ciudad contaba con trece bufetes privados... doce lo rechazaron. Era duro que en cada uno al que fuera le dijeran un tajante no, o una larga explicación de la razón por la que se rehusaban; en el último caso, ni siquiera se quedaba, se iba apenas comenzaban con «Lamentamos informarle...» Ash había notado que estaba mal por ello y trató de subirle el ánimo, aunque su intento era muy extraño.

—Anímate, Johnny —le había dicho—, en esta última te ayudarán. Y si no —añadió apuntando a sus púas—, yo los convenceré; puedo ser muy persuasiva.

Él rió y la abrazó con fuerza, cuidándose se las púas y besándole la frente, a lo que ella se desembarazó de él porque, según ella, no le gustaban tanto apapacho, pero Johnny bien sabía que era mentira, solo le costaba dar o recibir alguna muestra de cariño. Al día siguiente depositó su esperanza en el último bufete de la ciudad y Ash acertó, mas no del todo; Johnny pensó que iba a ser un abogado con experiencia quien tomaría el caso, sin embargo, fue uno novato quien, con un «Claro, chico, ¿por qué no», aceptó.

El proceso les llevó casi un mes, en el cual su mente estaba dividida en tres: Ash, el caso y el sencillo. El abogado defensor de su padre, Philip, estudio su caso a fondo y presentó una apelación para su liberación.

—¿Con qué bases? —le había preguntado el juez, en el Tribunal; Johnny estaba en las bancas de atrás, junto a Ash que lo apoyaba con su presencia. Marcus ladeaba la mirada de tanto en tanto y los veía—. ¿He de recordar que su cliente está recluso por hurto agravado y tiene un año más por intento de fuga?

—Su Señoría —dijo Philip—, mis bases son simples: en base a su buen comportamiento en prisión y por la salud emocional de su hijo adolescente que no puede crecer sin su figura paterna en estos años que son claves para un buen desarrollo psicosocial. —A Johnny no le gustaba que usara la carta de la lástima, pero si servía, bienvenida sea—. Además, su intento de fuga, su Señoría, como punto para negársela es inverosímil, usted muy bien sabe que mi cliente volvió a prisión por sus propios medios, ¿qué criminal que quiera fugarse volvería por decisión propia a su encierro? —El juez quedó en silencio—. Ahora bien, si no puede concederle la liberación por esos términos, una reducción de condena sería bien recibida, sumado a una multa monetaria.

—¿Y cuánto propone? —preguntó el juez con los ojos entrecerrados luego de un rato.

Philip se volvió a verlo, como para confirmar lo que antes habían estipulado; Johnny asintió.

—Cincuenta mil dólares —respondió.

El juez se quedó pensativo y luego le hizo una seña al juzgado, para que pensaran la decisión.

—Se deliberará el veredicto de una posible reducción de pena para Marcus González. Se les dará una hora a los miembros del juzgado para sopesar si aceptar o no. Termina la sesión —añadió, dando un golpe con el mazo.

Si para Johnny fue una tortura haber esperado esa hora, no se pudo haber imaginado lo que fue para Philip y para su padre, no obstante, luego del tiempo estipulado y que los animales del jurado entrasen a la sala, dieron el veredicto:

—Dos meses —dijo el que era el vocero—. Se acepta una reducción de condena de dos años, a dos meses, con una multa de cincuenta mil dólares. Pero —agregaron al final—, si el recluso en cuestión se involucra en un incidente en prisión, se le anulará el veredicto, asignándole además de sus dos años, una pena por dos meses más. Asimismo, tomando en cuenta el bienestar del menor, consideramos propicio recudir la sentencia de los hermanos del recluso de un año a siete meses, con posibilidad de reducción por buena conducta.

Al momento que el juez golpeó con su mazo para hacer válido el veredicto, Johnny sintió como le quitaban un enorme peso de encima y sin pensar en nada ni nadie, saltó la baranda que delimitaba las banquetas del estrado, y fue a abrazar a Marcus. Su padre, antes de que el guardia se lo llevara, alcanzó a decirle unas palabras:

—No debiste hacerlo, Johnny —dijo—, ese dinero era tuyo.

—No me importa. Te dije que te sacaría, y aunque no pude hacerlo en todo su significado, te lo cumplí.

—Gracias. —Se separó cuando el guardia le indicó que caminara, al llegar al umbral de la puerta rumbo al pasillo que lo llevaría a las celdas, volvió la mirada—. Nos vemos en dos meses, Johnny.

Él asintió viéndolo irse. Philip, acompañándolos hacia la salida, trataba de ocultar la creciente sonrisa que se le estaba formando; les dijo a ambos que en cuanto a sus honorarios, los cobraría de a poco y cuando ellos pudieran entregárselos, puesto a que no tenían una fuente de ingresos estables. Ash fue la que respondió por él, agradeciéndole su comprensión.

Más tarde ese día, cuando se dirigían al departamento de Ash, Johnny le preguntó con curiosidad el por qué había dicho eso.

—Fácil —respondió, con una sonrisa traviesa—, si no se entera que somos cantantes en ascenso, no se pondrá pesado por el pago.

Comprendió, pero él se dispuso a darle sus honorarios lo más pronto posible.

Tiempo después Celeste lo llamó, aprobándole el sencillo para lo más pronto posible, ya que mientras más rápido lo sacara, más rápido podría moldear o no, la fase tres del plan que Leonard Hudson les había explicado. Johnny no se sintió cómodo con los borradores que había escrito, y entonces una idea loca pasó por su mente. Le preguntó a Centeno si sería factible, y esta al hablar con Cristian y ambos confirmarle vía Skype que sí lo era, llamó a Ash y le propuso que el sencillo que tanto ella como él debían realizar, lo hicieran juntos. Un número juntos. La puercoespín aceptó con reticencia, sin estar muy convencida del todo, no obstante, luego de creada, la canción de ambos, Our Arpeggio, quedó en una posición demencial, comparada a las de Mike, Meena, Rosita y Gunter.

—Johnny, avanza —le dijo Ash, al ver que el semáforo cambió a verde.

Johnny parpadeó para salir de sus recuerdos y asintió, pisando el acelerador; la camioneta, que no había querido cambiar pese al dinero que había ganado con la gira regional porque le tenía un cariño especial, avanzó con un rugido del motor.



Ash cerró la puerta de la pick up y con el estuche de su guitarra al hombro, caminando la cuadra que tenían de camino al teatro; habían tenido que estacionar más atrás que de costumbre puesto que la noticia de que ella y Johnny tocarían allí, así como Mike y Meena mañana y Gunter y Rosita pasado mañana, atrajo fans que ocuparon las plazas para aparcar.

En ese momento, siendo las 16:15, renegaba de su decisión de haberse venido con su atuendo favorito (franela manga larga blanca y sobre esta una manga corta holgada color negro, jeans rasgados y sobre estos una falda roja y sus converse) porque el calor que le ocasionaba a esa hora de la tarde, era un pequeño infierno.

Se sentía entre alegre por volver a pisar el Teatro Moon, y triste, porque aunque ese lugar fue quien «la vio nacer» como cantante, no podía venir a menudo al mismo. Pero gracias a ellos, a Buster, a Nana, a Eddie y los demás, podía decir con orgullo que era una cantante de rock hecha y derecha.

Le parecía que fue ayer cuando tuvo la cooperativa con Breaking Benjamin, quienes se portaron de lo mejor con ella, y sin problema alguno le habían propuesto que ella fuese quien eligiera alguna canción que ellos ya hubieran tocado para hacerla de nuevo, pero en conjunto. No dudó ni dos segundos en escoger su favorita: Dancing with the devil. Benjamin, un leopardo de las nieves, le había dicho que había escogido una de las mejores canciones que tenían. Y cuando la cantaron, oh por... cuando la cantaron en el estudio y luego hicieron el video musical, se sintió en la cima del mundo.

Tiempo después, luego de haber presenciado junto a Johnny la decisión del jurado y la validación del juez con respecto al caso de su padre, algo en el fondo de ella se sintió solo y frío. Sabía qué era. Eran las ganas de sentirse así con su propio padre; con la única familia que le quedaba.

No, había pensado en ese momento, él la trató mal y le dijo que no quería volverla a ver, recordaba muy bien esas palabras. «No eres bienvenida aquí, ni ahora, ni nunca.» Podía sentirse con nostalgia, o con ese trocito vacío, pero lo llenaría con Johnny; si él la había llenado emocionalmente, ¿por qué no lo haría con eso?

Poco después de haber cantado juntos su sencillo y que le dieran luz verde a la gira regional, todo iba de maravilla; Johnny la hizo por su lado (por mutuo acuerdo de Cristian y la lince ya que ambos querían que los dos se formaran su propia fama) y ella por el suyo. El problema llegó cuando tuvo que visitar el último poblado.

Su poblado. Su pequeña ciudad.

Mientras realizó su número a su relativamente gran público, de su mente no se apartaba la idea de ir a verlo y, al menos, preguntarle dónde estaba la tumba de su madre, por lo menos. Una vez terminado el pequeño concierto y encontrándose en la habitación del hostal donde se quedaba ese día, tomó su móvil y llamó a Johnny, quería oír su voz para calmarse. Tenían meses como pareja y Ash aún no podía hallarle el sentido, la lógica o la razón de que con solo unas palabras suyas las penas o el que hubiera tenido un día de pocas pulgas, ya no le pareciera tan malo.

Era algo de otro mundo.

Él le comentó que su gira regional también había terminado y el día de mañana se encaminaría a la ciudad a ver a su padre, que había salido tres días antes, y que según lo que le había dicho, dejaría el negocio de la delincuencia para dedicarse a la mecánica automotriz («Tiene un taller, es lógico»), y le contó también que los osos volvieron a hostigar a su padre, pero este los confrontó y les dio la golpiza de su vida; cuando la policía los encontró atados en las puertas de la jefatura, no supieron a quién agradecerle el haberlos entregado. Eso la hizo reír, y cuando ella le contó cómo se sentía, la frase de Johnny fue tan sincera, tan realista y con tanta verdad que casi parecía una reprimenda:

—Ve con él, Ash. —A través de la línea podía captar el cariño con el que se lo decía—. Hazlo. Quieras o no, es tu padre. Es tu familia. Y no puedes cortar lazos con la familia por más que lo desees, el mundo no funciona así. Podré ser tu novio, podrás tener una familia conmigo y papá, pero necesitas resolver también con tu propia familia.

—Pero sabes lo que me dijo —replicó con un murmullo—; yo te lo conté.

—Y por eso te lo digo: debes hablar con él, o al menos tratar. —Suspiró—. Ash, algún día yo moriré, papá también lo hará, tú y tu padre también. No sabemos si seguiremos juntos hasta ese momento, porque es verdad, no somos adivinos, no podemos saberlo. Pero algo que debes siempre tener en cuenta es esto: él siempre será tu padre. Yo puedo morir y listo, si no... —Pareció dudar en decirlo—... si no nos llegásemos a formalizar como tal algún día... —La forma en que dijo «formalizar» la hizo sonrojarse un poco, comprendió a la perfección—... solo seré Johnny, nadie recordaría que fui tu novio; pero él... aunque muera, siempre seguirá siendo tu padre; aunque pasen mil años, tú seguirás siendo su hija y él tu padre. No puedes negar eso.

»Así como Erika siempre será tu madre, pase el tiempo que pase, lo mismo va para él. No te niegues algo que sabes que necesitas.

Ash tragó grueso, tratando de que las emociones no afloraran mucho; tenía razón. Tenía una maldita y aplastante razón. Suspiró trémulamente, con las manos temblorosas y una sonrisa.

—¿Tienes que ser siempre así? —murmuró—. Tan... tú.

—¿No te gusta? —comentó con un tono más alegre.

—Me encanta.

Tomó su móvil, sus llaves del hostal y salió rumbo a su antigua casa.

No había cambiado nada en estos años, seguía siendo la misma casa de dos pisos y con tejas en el techo, con colores cálidos en las paredes, y como si hubieran copiado y pegado el mismo diseño de las casas del vecindario. Inspiró profundo armándose de valor y tocó el timbre... nadie salió. Lo hizo tres veces más hasta que respondieron. Julius, su padre, abrió: un puercoespín mayor con algunas canas en el pelaje, el ceño fruncido que denotaba la seriedad que siempre tenía, y los ojos azules que había heredado de él, tan metódicos que parecían dos lapislázulis; al verla, los abrió mucho y antes de que pudiera decir algo, ella se adelantó.

—Hola —dijo; él no respondió, aunque la impresión se le pasó y la miraba sin expresar emoción alguna. Se parecían tanto—. ¿Qué tal? —saludó, levantando una pata, nerviosa.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, con un tono tan político que era hiriente.

—Vine a verte.

—Sabes que no eres bienvenida.

—Lo sé —reconoció—, y por eso he venido. Quería verte.

—Vete. —Hizo ademán para cerrar la puerta, pero Ash colocó su pie para impedirlo. Había venido a verlo y conseguiría algo.

—No.

—¡Ashley, vete! ¿Qué parte de que no te quiero ver no entiendes? —bramó Julius, furioso.

—¡Qué no! —respondió a gritos—. No me iré.

—¡¿Por qué no?!

—¡Porque he venido a verte, idiota! —Sabía que si no la mataba por insultarlo, tendría una oportunidad—. ¡Sé que no quieres verme, y lo entiendo, lo comprendo, pero soy yo quien quiere verte a ti! ¡Tienes todo el derecho para estar enojado, ¿pero vas a negarme eso?!

—¡¿Te recuerdo que por ti Erika murió?! —siseó.

El comentario le golpeó a Ash donde más le dolía: su madre. Ese tema era aún una herida abierta, aún habido pasado esos meses. Frunció el ceño con fuerza, sintiendo como las lágrimas se le agolpaban en los ojos.

—¿Crees que no lo sé? —replicó con voz ronca—. ¿Crees que no sé que por mi culpa mamá murió? ¡¿Crees que no me atosiga eso cada jodido minuto del día?! ¡Y mírame, Julius! ¡Estoy aquí, pese a que no lo quieres, porque aunque a ninguno de los dos nos guste, eres lo único que tengo!

Julius dejó ver la gran sorpresa que le causaron las palabras de Ash, mientras ella, sintiendo como las gotas le recorrían las mejillas.

—Mi novio me aconsejó a que viniera, a que no me negara esto —gimoteó con un gruñido, odiaba llorar—. Una parte de mí quería venir, otra no, y heme aquí. Estoy aquí. ¿Acaso eso no significa algo?

Percibió cómo su padre tragó grueso, impresionado, después de todo, ¿qué padre soporta ver a su hijo llorar y viceversa?

—¿Quieres que me vaya? Bien, lo haré. ¿No me quieres más? Lo acepto y entiendo. Pero al menos dime dónde está mamá, por favor, solo eso. Solo eso y me iré; más nunca me volverás a ver. Solo quiero disculparme por haber huido, quiero verla, quiero que sepa todo lo que he logrado. —Con cada palabra sentía como el corazón se le retorcía de dolor—. No me niegues eso, papá, por favor... —lagrimeó, bajando la cabeza.

—Aún te quiero, Ashley. —Corto y directo. Sincero. Ash alzó la mirada y vio que su padre parecía estar teniendo una lucha interna—. Aun lo hago, hija. Es solo... Entiéndeme, por favor. Dije aquello por el enojo y... —Suspiró tratando de serenarse, sin éxito—... y cuando me di cuenta de ello, me arrepentí. Se supone que soy tu padre, debería estar ahí en cualquier momento y... y una vez lo dije, mi orgullo me impedía retractarme. Incluso ahora me cuesta.

Orgullo. Entre las lágrimas, Ash logró sonreír; entendía a la perfección, había sacado tanto de él que le sorprendía que no se hubieran llevado mejor.

—Lo entiendo —asintió, limpiándose una lágrima—. Yo solo... solo quiero estar bien contigo. Vamos, eres mi viejo después de todo —bromeó—, eres lo único que tengo.

—Digo lo mismo... —Se formó un silencio tenso—. No... no sé qué hacer o decir ahora —reconoció Julius, llevándose una mano a la nuca.

Ash sonrió aún más y se acercó, dubitativa, colocándole ambas manos en los hombros.

—Johnny me ha enseñado algo, papá —dijo—: para estos momentos, un abrazo viene bien. —Acto seguido lo abrazó con fuerza. Fue algo muy raro lo que pasó después, se sintió bien, pequeña, frágil y fuerte, todo a la vez; era como si volviera a ser niña de nuevo; esta vez las lágrimas fueron combinadas, parte alegría, parte tristeza—. Lo siento —musitó contra él—. Lo siento por todo. Perdóname.

—No digas eso —la reprendió con cariño, apretándola fuerte—, no tengo nada que perdonar. De hecho... —agregó con un ligero tono en broma; era la primera vez que lo escuchaba así—... parece ser algo de familia el fugarse. Digamos que tu madre y yo no somos de este país.

Ash rió con suavidad.

—Te quiero, viejo.

—Eso sí dímelo siempre —bromeó, y luego de un rato añadió—: Yo también, Ashley.

Luego de eso Ash había entrado a la casa y ambos hablaron, poniéndose al día poco a poco de lo que había pasado este tiempo. Le contó sobre lo que había hecho cuando se fugo junto a Lance, que se había inscrito en una competencia de canto que al final no lo era, su rompimiento, el número de Set itall free, su relación con Johnny, la competencia con Fur Records y que ahora era una cantante profesional de la compañía, incluyendo que ese día era el último de una gira regional que realizó. Julius se sorprendió por ello, argumentando que lamentaba no haberla apoyado en eso; sin embargo, en lo que más su atención reparó fue en Johnny.

—Ese Johnny —preguntó, denotando interés; «¿Eso eran celos paternos?»— ¿es tu novio?

—Sí —asintió ella.

—¿Es un buen puercoespín? —quiso saber—. No es como ese Lance que me contaste, ¿cierto?

Ash rió.

—No, ni de lejos. Es atento, bueno, sincero y toda esa cursilería. Oh, y por cierto, es un gorila.

A Julius casi le dio un infarto al oír eso, a lo que Ash rió aún más fuerte, sabía que eso lo impresionaría, pero no que tanto.

Frenó de seco, interrumpiendo sus recuerdos, al ver quién la esperaba en la entrada del teatro.

Lance.

Johnny se detuvo a su lado y cuando ambos vieron que Lance caminaba hacia ella, el joven gorila quiso intervenir, sin embargo, ella lo detuvo. No iba a dejar que Johnny resolviera el problema que en primera instancia era suyo y siempre lo fue. Iba a ponerlo en su sitió de una vez por todas y para siempre.

—¿Qué quieres? —inquirió cortante, como una hojilla.

—Ash, yo quiero decirte algo —dijo, sinceramente. ¿Sincero? No, imposible, Lance rara vez era sincero, ¿qué jugarreta se tramaba?

A su lado, percibió que Johnny estaba esperando el permiso para darle sus buenas patadas.

—¿Qué?

—Lo siento... por todo.

—¿Qué? —repitió con los ojos muy abiertos, sorprendida.

—Eso; que lo siento. Lamento haberte engañado e intentar usarte para mi beneficio personal, el haber intentado colgarme de tu fama al inicio. —Ash miró a Johnny arqueando ambas cejas, a lo que este se encogió de hombros igual de descolocado que ella—. No debí hacerlo.

—¿Por qué? —Fue lo único que su mente pudo ordenarle a sus labios articular; se hubiera creído que viniera a rogarle, que la viniera a insultar incluso, ¿pero esto?

—Lo pensé y...

—¿Lo pensaste? —soltó, con una risa sarcástica—. Tú no piensas, Lance. ¿Tengo qué recordarte lo egocéntrico, orgulloso y creído que eres? No, no, no, no, no, ese cuento no me lo como yo; ¿quién te dijo que vinieras? Porque siendo realistas, tú no lo hubieras hecho, te tuvieron que obligar.

Lance se dejó caer de hombros, abatido.

—¿Es tan obvio? —suspiró—. Fue Becky.

—¿Becky? —se extrañó, arqueando una ceja—. ¿Esa súcuba te dijo que te disculparas; y cómo o por qué?

—Me tenía con eso desde... hacía casi siete meses. De hecho, cuando fui a verte luego de que esas pandas te visitaran al departamento y me recibiera aquí Kong, era para eso. —Se encogió de hombros—. He intentado varias veces pero... ¿cómo decirlo? Nunca estabas sola, siempre con él. Y no sé por qué, Becky solo vino un día y me dijo que lo hiciera o me cortaba, tal vez celosa o qué se yo. —Puso cara de pocos amigos—. Ahora que te lo dije puedo dormir en paz sin que ella moleste con eso. —Se relajó y le tendió la pata—. ¿Y bien?

Ash frunció el ceño, escudriñando el perfil de Lance, algo no le cuadraba, era muy raro que él viniera a disculparse, pero tampoco le parecía descabellada la idea de que Becky se lo ordenara, si ella había logrado domarlo, era posible aquello. Y aún así algo le decía que no lo disculpara, que lo hiciera sufrir, entonces sintió la mano de Johnny en el hombro y al verlo, le sonrió. Esa sonrisa sincera y amable, sugiriéndole que lo disculpara. «¿Es que tenía que ser siempre así?»

Le tomó la pata a Lance y la apretó con toda su fuerza, sacándole un gemido de dolor. Cuando lo hizo doblarse para tirar de la pata, se acercó a él y le susurró al oído.

—Más te vale que no vuelvas a joderme la paciencia, Lancito —amenazó—,ya que no seré tan misericordiosa como lo soy ahora, porque te sacaré las púas con un alicate una por una, ¿entendido?

Él gimió un débil «Mhmm» y Ash lo soltó, le dio la espalda y con paso decidido entró al teatro, dispuesta a preparar todo para su número. En el público encontró a Marcus y, para su sorpresa, a Julius, hablando como si se conocieran de toda la vida. ¿Qué hacía su padre allí? Aún peor, ¿cómo o cuando vino y por qué no le avisó? Se llevó una pata al rostro y trató de que él no lo viera, apurando el paso. Johnny la siguió y una vez tras bambalinas le preguntó el por qué de aquella reacción.

—Ese puercoespín —dijo— es mi padre.

—¿Ese es mi suegro? —bromeó él, ganándose que dos púas se le clavaran en la mano—. Vale, vale, lo siento —sonrió—, no pude resistirme.

Con el tiempo apretado y con los espectadores comenzando a llegar, Ash y Johnny afinaron las guitarras, corroboraron que todo estuviera listo en el escenario y que sus atuendos estuvieran bien. Gunter y Rosita se pasaron por su camerino a saludar, felicitándolos por haber llegado tan lejos, a lo que Johnny le respondió de la misma forma; de lo que se impresionó era que ambos cerdos se veían más amigables, y por el rabillo del ojo pudo notar que se dieron un pico. ¡Un momento! ¿Rosita no estaba casada? ¿Qué estaba sucediendo? Luego de que Johnny se le adelantara y preguntara, esta les respondió que se había divorciado hacía unos meses.

Oh... ahora todo encajaba, pero... Bah, total, era su decisión, si era feliz, pues bien. Ella apoyó mucho a ambos cuando lo suyo, ahora era tiempo de devolverle el favor. Poco después llegó Meena y fue lo mismo, pero todo se puso de cabeza cuando Mike se pasó a saludar... con seis pequeños.

Ninguno lo dejó hablar, las preguntas lo bombardearon; Meena quería saber cuándo fue padre, Johnny preguntó qué se sentía ser padre mientras que Gunter veía a los bebes con fascinada atención y Rosita le daba consejos de cómo cuidarlos; madre al fin. Poco después llegaron Buster, Eddie y Nana, los dos últimos los felicitaron por el éxito, pero fueron las palabras del koala hacia los seis, que les llegó a cada uno.

—Gracias —sonrió a todas sus anchas—, el teatro, y yo, les debemos mucho. Estoy agradecido con ustedes por haber elevado al Teatro Moon de las cenizas y orgulloso por lo que en cada uno de ustedes se han convertido. —Todos sonrieron, incluso ella—. Ahora bien, Ash, Johnny —añadió, sacando pecho—, ¿preparados?

—Siempre —respondieron ambos.

Buster asintió y se retiró para presentarlos, mientras los demás fueron a sus respectivos asientos en los palcos. Posteriormente ambos subieron al escenario y comenzaron su número.

Al principio, cuando habían decidido venir y cantar un número para conmemorar los ocho meses de haberse conocido todos, y haber conocido el teatro, ambos pensaron en que sería mejor cantar Our Arpeggio y promocionar a la vez las carreras de ambos, pero lo descartaron enseguida. Eso era como un aniversario, no podían aprovecharse de eso, si iban a cantar algo, tenía que ser algo emblemático, algo que gritara «este fue mi inicio, nuestro inicio», y entonces lo supo.

¿Cómo no cantar esa canción después de todo?

Mientras cantaban los dos, emocionados, alegres, sonrientes, Ash no podía apartar la mirada de Julius, de Marcus, de Meena, Mike y su novia, Gunter y Rosita. Cuando llegó el momento de cantar el coro, Johnny tocó la guitarra al mismo tiempo que ella, dejando que la nota resonara para luego cantar:

This is my kiss goodbye
You can stand alone and watch me fly
Cause nothing's keeping me down
I'm gonna let it all up
Come on and say right now, right now, right now.

This is my big hello
Cause I'm giving, never letting go
I can finally see, it's not just a dream
Gonna set it all free, all free, all free

Habían pasado por mucho para llegar aquí, ambos, sin embargo, no podía arrepentirse. Aceptaba todo como vino y como vendrá. No lo cambiaría por nada. Porque si lo hiciera no estaría allí, cantando su canción junto al animal que amaba.

Era increíble.

Esto era lo que siempre había soñado.

Y lo mejor era que solo era el comienzo...


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Bueno, gente, he aquí el final.

Quiero agradecerles de todo corazón a los que hayan leído esta historia, a los que la comentaron, a los que dejaron su follow y los que votaron. A todos. Gracias. Sé que no es ni será la mejor historia, pero para mí es la mejor porque se dieron una vuelta y la disfrutaron.

Muchísimas gracias, de verdad.

Tal vez en un futuro próximo haga otro fic de Sing, quien sabe, sin embargo, si les gustó este, los invito a pasarse por mis de más historias.

Gracias nuevamente y nos leemos luego.

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