Pasta y cine
-Echaba de menos dormir acompañada -Mia estiró débilmente el brazo, aún adormilada, queriendo tocar a Erick -lo siento por...
-No te preocupes -interrumpió él, sin mirarla-, no fue nada.
-Pero sabes que me habría gustado que lo fuera y que ahora siento vergüenza y también rabia, porque no conseguí llevarte a mi terreno.
-Mia, ¿podemos hablar de esto después? -Dijo él, sentado en la cama, apoyado contra el cabecero, revisando una y otra vez las imágenes del portátil.
-¿Te estás tirando a Paula? Por eso no quisiste hacerlo conmigo. Estás bien servido... ¿Es eso?
-Vivo matándome a pajas. En la oficina, a poder ser -separó la vista del ordenador para verla a ella-. ¿Y sabes qué es lo que más me gusta? Disparar lefa contra los azulejos Marazzi que ha pagado Ruth y pensar que, si puedo apuntar cada vez más alto, la podré tener cada vez más cogida por las pelotas. A ella, a Don Leo, a cualquiera que se me atraviese en este puto circo de país.
-¿Pajas en la oficina?
-Varias al día.
-¿Azulejos Marazzi?
-Sí, ¿era la marca que te gustaba, no?
-Los pusiste en tu oficina... ¿Por mí?
-No sé. Supongo. Tenía que parecer alguien con un gusto exquisito, que Ruth sintiera que éramos parecidos... algo así. Ahora, nena, por favor, déjame trabajar en esto. Es importante.
-Son las cámaras de la residencia, ¿verdad?
-Eso es. El director, el tipo que estaba ayer en el despacho, con mi madre, dice que tú estuviste allí por la mañana y dejaste entrar a Alicia Suárez...
-Erick, yo no...
-Mia, calma. No estoy diciendo que le crea. Por eso necesito ver bien estos registros. Este hijo de la gran puta, no sé qué ha hecho, pero solo se ve a la presidenta. Como si lo hubieran planificado desde antes...
-¿El qué?
-El culparte a ti.
El móvil de Erick sonó con una llamada entrante.
-Dime, ¿en qué andas?
-Ve pensando en qué plaza mayor del país me vas a hacer el monumento...
-Venga, Paula, que estoy liado.
-He conseguido colarme, no quieras saber cómo, en la sede del canal seis y tengo los brutos de la residencia de tu madre.
-¿Que tienes qué? -Dijo Erick, sorprendido, mientras hacía señas a Mia para que se mantuviera callada.
-Te acabo de enviar una parte del vídeo que apuesto que te va a encantar... eso sí, súbele bien el volumen al móvil cuando lo veas. Nos vemos en la oficina en media hora, que Ruth quiere que hablemos de las encuestas.
Tras colgar con Paula, Erick abrió el vídeo. El encuadre solo permitía ver a Gloria Matallanas, su madre, con Alicia Suárez, en lo que parecían ser planos de recurso: sin discurso, solo gestos dulces de la actual presidenta hacia la anciana. Subió el volumen al máximo y, como sonido ambiental, entre esas imágenes aparentemente sin interés, se coló el ruido de un irrefrenable ataque de tos.
-Erick... ¿De verdad crees que es buena idea que yo siga viviendo aquí?
-Dios mío, Mia, de verdad... hoy no tienes el día.
-¿De qué hablas?
-Desde que te despertaste no has parado de dar el coñazo con charlas emocionales y tertulias trascendentales y no ves que no puedo centrarme en esto ahora.
-Erick, anoche, en la calle... sentí algo especial.
-¿No me vas a dejar tranquilo?
-Es que no sé si...
-¡Que me dejes en paz, Mia, coño! ¿Quieres vivir aquí? Vive aquí. ¿No quieres vivir aquí? No vivas aquí. ¿Me quieres dejar? Ahórrate la cartita dramática y vete a tomar por culo. Es fácil, ya está.
-¿Pero por qué estás así conmigo?
Erick terminó de organizar el maletín y cogió las llaves del coche.
-¿No me vas a decir qué te pasa?
-Mia, déjame pasar.
-Necesito que me digas...
-Que me dejes pasar, por favor, que tengo mucha prisa.
-¿Qué he hecho mal? ¿Qué he dicho?
-¡Que te quites, joder! -La hizo a un lado, abruptamente y salió dando un portazo.
La puerta del ascensor se abrió en el garaje. Erick avanzó como una flecha hacia su plaza y notó unos pasos tras de sí que cambiaban el ritmo en cuanto él lo cambiaba. Quiso darse la vuelta y descubrir quién era, pero una parte de él tuvo miedo...
Miedo porque el bulo del magnicidio narraba un supuesto atentado en ese mismo parking.
Miedo porque la amenaza de muerte más reciente apareció en el interior de su coche, cuando Robert la encontró en la guantera.
Miedo de que las sospechas de Mary Mantilla, la periodista en la que confió solo para darse cuenta ahora de que fue ella quien coló a Alicia Suárez en la residencia de Gloria, fueran ciertas y el objetivo del posible asesino no fuera Don Leo, sino él mismo.
Llegó junto a su coche y el reflejo en la ventanilla del conductor le hizo darse la vuelta justo para sentir las manos empujándolo, sin tregua, contra la carrocería.
-Y te pensarías que esto se iba a quedar así.
-¿Qué haces?
-Vengo a que termines lo que empezaste -Ruth le cedió el mando a distancia de un vibrador y junto sus labios con los de Erick-. Shhhh, calla y escucha... lo llevo metido en el culo y me está dando mucho gustito.
-Ruth, debes tener el culo de corcho, porque yo no escucho nada. Ahora, si me permites, tengo una reunión contigo en la oficina en veinte minutos y no me gusta llegar tarde cuando me cita el candidato.
-Yo soy el candidato y te pido, de hecho, te exijo, que lleguemos tarde a esa reunión, que sea en una sala pequeña, no en tu despacho, para que estemos preocupados por si Paula nota o no el olor del látex y eso nos vuelva a poner cachondos.
Erick dejó pulsado el botón de aumentar intensidad en el vibrador y notó como el cuerpo de Ruth se tensaba, cómo se marcaban las venas de su cuello y el rubor trepaba hasta sus mejillas.
-Me temo que este cacharro ya está a todo lo que da.
-¿Y tú? ¿Esto es todo para lo que das? ¿Hacerme un dedo? ¿Dejar pulsado un mando?
-No me parece buena idea, tal y como están las cosas, y con la campaña que por fin parece que va a remontar, que tú y yo nos metamos en este jardín, Ruth.
-Pues a mí, fíjate, me parece el mejor momento de todos. ¿Sabes por qué? Porque ya no puedo escuchar cuando hablas, ya no presto atención a tus ideas, ya lo único que pienso cuando te miro es en lo mucho que quiero ver qué es lo que llevas entre las piernas y eso, señor Matallanas, es un problema -Ruth dejó escapar un jadeo y en un movimiento monolítico, espasmódico, arqueó la espalda y cogió súbitamente las nalgas de Erick.
-¿Ya? ¿Satisfecha? ¿Nos podemos ir a trabajar? -Dijo y apagó el vibrador usando el mando.
Ruth metió la mano por debajo de su falda y sacó el artilugio de su ano, lo movió, como un péndulo, delante de la cara de Erick.
-¿Desde cuándo no hueles a una mujer de verdad? Así huele el sexo -le recorrió los labios con el dispositivo de silicona-. No me creo que tengas tan poco de animal, que seas el primero que se resista a todas estas feromonas.
-Sí, Ruth, este cacharro ha estado en tu culo. Mi más sincera enhorabuena. ¿Qué más? Nos tenemos que ir.
-Tú eres gay, tío. A mí no me engañas. Eres un mariconazo. Es que si no, no me lo explico, joder... quiero decir, yo tengo espejos en mi casa, tengo un estilista, tengo ácido hialurónico y plasma rico en plaquetas y un puñetero entrenador personal y tú como quien oye llover... ¿Eres consciente de lo humillante que está siendo todo esto?
-Ruth, lo siento, de veras...
-¿Ruth, lo siento, de veras? ¡Mariconazo! ¿Qué pasa? ¿Que me tengo que dejar la barba y hacerme una cuenta en Grindr para que me hagas caso?
-Ruth, no quiero tener que arrancar el coche otra vez contigo como pasó...
-Venga, sí, recuérdame que vamos de humillación en humillación. Mira, Erick, ya ni siquiera me interesa seducirte, ya lo único que necesito es que me eches un polvo para no sentirme invisible.
Esas palabras sonaron en la cabeza de Erick como un choque de trenes con rumbo al pasado. No sentirse invisible. Perder cualquier otro deseo en virtud de, simplemente, no sentirse invisible. ¿De qué puede ser capaz alguien para conseguir ser visto? ¿Cuánto se puede dañar una vida por una maniobra de visibilidad que salga mal?
Vio a Ruth, la piel dejando asomar las venas, las constelaciones de pecas prediciendo un futuro de lo más incierto, el pelo rojo intenso, los ojos también rojizos, aunque Erick juraría que cambiaban de color según la luz o quién sabe qué... el labio mordido, conteniendo seguro la decepción y, quizá, las ganas de llorar.
Dibujó el tabique de la nariz de Ruth con su dedo índice, como si al hacerlo pudiera convertirla en el niño que él mismo fue, hablarle con la misma ternura, evitar crecer saboreando la rabia cada vez más añeja.
-Mira, Ruth... eres la mujer más poderosa de este país. Gane tu padre o no. Como si nos gobierna Alicia Suárez hasta que caiga el meteorito y todo esto se vaya a tomar por culo. Eres y seguirás siendo la mujer más poderosa de este país. La que siendo una niña hizo que Leonardo Castillo, el político más prometedor de nuestra era, dejara todo para aprenderse los nombres de tus putas Barbies de mierda. Así que puedes ser cualquier cosa, pero no eres invisible.
-Eso díselo a mi madre, que no pensó en mí.
-Hagamos esto, si es lo que quieres, hagámoslo. Pero a mi manera.
-¿Y qué manera es ésa?
-¿Qué te parece una de esas citas de bajo presupuesto yendo al cine o a unos de esos restaurantes de pasta que no tienen nada de casera pero te dicen que sí?
-Erick, tú... ¿De verdad?
-Solo si a ti te parece bien...
-Bueno... ahora es cuando te digo que ya he quedado...
-Y yo insisto como un imbécil.
-Y yo...
-No, no... tú todavía no me dices que sí.
-¿Entonces...
-Me dejas en visto. Quiero decir... como no estamos chateando... es... como si me dejaras en visto y me lo haces pasar fatal hasta dentro de un rato.
-Me parece bien.
-Pues... tengo una reunión con el candidato y el candidato me va a cortar los huevos por llegar tarde...
-No si llega cinco minutos más tarde que tú.
-Conduciré rezando para que el GPS se la juegue.
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