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Arenal de caras

Los periodistas se abalanzaron sobre Paula, como decenas de moscas de la fruta sobre un plátano maduro, a punto de pudrirse.

-Señora Frías, como jefa de campaña, ¿este movimiento está contrastado con la Junta Electoral?

-¿Hay relación entre la elección del azul como nuevo color de campaña y un intento por desligar al candidato de los colores que lucen los estandartes de las bandas latinas?

-¿Perjudicará a los electores el no poder diferenciar el azul de Don Leo del azul de Alicia Suárez?

Paula se abrió paso entre ellos, mientras el discurso de Don Leo seguía escalando.

-¡A todas las familias que tengan un hijo varón, se les ingresará una ayuda para un fondo destinado a defender a ese futuro hombre de las denuncias falsas por violencia de género! ¡A todas las familias que tengan una hija hembra, se les gravará con un impuesto por concepto de los gastos de salud adicionales, toda vez que las mujeres tienen la regla, se preñan y se inventan la fibromialgia!

-¿Qué cojones dice tu padre, Ruth? -Erick se volvió, entonces, hacia la psicóloga-. Lara, ¿qué hacemos?

-Salga ya, Erick. No lo deje estar más.

-Pero teníamos la intervención de Ruth entre medias y yo...

-Salga, Erick, hágame caso. Si sale Ruth, Don Leo se va a descontrolar aún más y va a empeorarlo todo.

Damián De Mena se lanzó al escenario y, enseguida, se percató de que la masa aplaudía, gritaba, jaleaba, consignas propias de una guerra de sexos. Los únicos que parecían, y no del todo, mantener la compostura, eran los futuros agraciados del gabinete de gobierno, que aplaudían con una pose rígida, imposible, como animatrónicos con la batería a punto de expirar.

A solo un par de pasos de él, Erick, el mesías, resucitado y listo para ponerle orden al país.

Don Leo lo vio y se metió de lleno en el personaje, o realmente su mente le jugó una mala pasada y creyó estar viendo a un muerto viviente, porque enseguida dejó de hablar y se tambaleó, en parte por los efluvios del vino que había tomado a escondidas en el baño unos minutos antes, hasta dejarse caer en una reverencia al resucitado, que salió mal en cuanto le fallaron las piernas.

Erick lo contuvo con las manos en sus codos y le impidió arrodillarse del todo. Tiró de él para incorporarlo y lo sostuvo en un abrazo que pareció natural y sentido. El suelo parecía oscilar, como en un terremoto, entre los aplausos.

Paula no pudo evitar las lágrimas, las dejó salir, no solo por aquel momento, sino por todos los demás. Hasta doblarse, hasta sentir una arcada, hasta toser, hasta no importarle que el maquillaje se le revolviera con los mocos. Que el pelo se le pegara con las lágrimas en la cara. Sentía que tenía que organizarse para poder respirar con normalidad. Pero su mente repetía cosas sin ton ni son y no le dejaba tomar las riendas.

Mia, Erick, Mia, Ruth, Mia, el matón enorme, Mia, Coromoto, Mia, los Latin Boys, Mia, puñaladas, Mia, Mia, Mia... casi matan a Erick por Mia. Van a perder las elecciones por este paripé de la resurrección que no habría ocurrido si Mía no iba a aquel cumpleaños. Mia, la quemacolegios, Mia, casi matan a Erick por Mia... Mary Mantilla, la prensa, los hijos de puta de la prensa, la prensa está detrás de ella. Seguro que vienen ya. Algún periodista de mierda la habrá seguido. Esa enana de mierda. Casi matan a Erick. Aquel viaje a África. Puta Mia de mierda. Erick es idiota. No la saques de la cárcel, sácala de tu vida. Mia, la quemacoches. Puta. Loca de mierda. Amenazas de muerte. Disturbios. Paula, no tienes padres. Paula, no tienes pareja. Paula, solo tienes a Erick. Casi se muere. Le pueden disparar ahora mismo otra vez. Esto no lo controlas. Hay mucha gente. Hay mucha gente....

Una mujer con las uñas descascarilladas le ofreció un pañuelo manchado de pintalabios. Paula la reconoció de aquel acto de los pactos, era la lideresa del sector del transporte, no recordaba su nombre. Tal vez no se lo había dicho nunca. A su lado, Judith Arias, la anestesióloga y futura Ministra de Sanidad, perfectamente trajeada con un sastre rojo vino, el color que Don Leo acababa de despreciar para su campaña. Judith, Paula, te gusta Judith, es como tú, mira qué traje lleva. Puedes confiar en Judith. Tienes que usar el pañuelo. Menuda guarrada. No desprecies a la gordaca esta. Usa el pañuelo. Paula, Paula, a lo mejor hoy se muere Erick. Y esto no entra en tus planes...

-¿Estás bien, Paula? -Preguntó Arias con preocupación genuina, ya delante de ella, sujetándola por los hombros.

-¿Cómo va a estar bien? -interrumpió la transportista-. Si vuelve este machirulo, ya no es ella la jefa de campaña.

-¡Hijo de puta! ¡Hijo de puta! ¡Hijo de puta!

-¿Cómo no te voy a querer? ¿Cómo no te voy a querer? ¡Si le has mentido a toda España por enésima vez!

-¡Leo, cabrón, esto es manipulación!

-¡Gloria Matallanas, puta mentirosa. Si tu hijo estaba vivo, lloras por otra cosa!

El desconcierto se apoderó de Erick. ¿Gloria Matallanas? ¿A qué venía eso? El resto de las consignas era más que comprensible, ¿pero de dónde le había salido a la gente hacer cánticos contra su madre? Se giró para buscar la cara de Ruth, pero no la vio donde se suponía que estaría. Lara Ayestarán tampoco estaba. Rebuscó, hasta donde la vista se lo permitía, entre el nido de periodistas, la figura de Paula. Nada. Don Leo sostenía su mano cada vez con más fuerza, hasta empezar a hacerle daño, como un niño miedoso en una casa del terror.

-¿Es que no les gusta el azul? ¿Y si cambiamos a verde?

-Leo, no se preocupe -Erick le dedicó un trato dulce, por primera vez en muchos meses sincero, libre del hastío habitual que sentía por la campaña, por Ruth, por todos los Castillo-. Usted lo ha hecho muy bien. No se angustie. De hecho, si las encuestas se van a tomar por culo, insistiremos con apropiarnos del azul, ¿sabe por qué? 

-Porque es un color cojonudo.

-Sí, sí que lo es -Erick no pudo evitar sonreírle con ternura al viejo-. Pero también, porque es el color de la Presidenta actual, eso confundiría a los electores. Podemos llenar la campaña de infracciones para que las elecciones se atrasen y todo esto se olvide.

-¡Me están llamando hijo de puta! ¿Cómo es que no los oyes?

-No, señor. No se preocupe -Erick parecía, en el fondo, feliz de estar allí, teniendo esa conversación con Don Leo, rebuscando entre la mierda una manera de salirse con la suya, escuchando a la masa... porque todo eso significaba no estar muerto-. Señor Presidente, puede que usted haya salvado la silla de la Moncloa. Descuide, que todos esos insultos son para mí.

-¡Ah, pues jódete! Yo me voy. Lo que me faltaba. Para una vez que no es conmigo... ¡Menudo marrón, chaval! ¡Suerte! -Dijo y emprendió su camino fuera del escenario.

Erick deseó que Paula hubiera estado allí con él. Fantaseó con ella, vacilándolo después por esa salida de Don Leo. Se visualizó con ella repitiendo "¡Menudo marrón, chaval!" y "Ah, pues jódete" como chascarrillo habitual durante meses. Aquellas imágenes fueron su lugar seguro. Sintió cómo su corazón bombeaba más despacio. Cómo el tirón de las heridas, que a veces todavía le dolían, se relajaba dándole cierta tregua.

-Pido perdón a todas las personas que han llorado, no por mí, sino por la perspectiva de perder la estabilidad de este país -el silencio cayó como un meteorito entre la masa en cuanto Erick empezó a hablar-. Este mensaje no empieza con un "buenas tardes" o un "buenas noches". Empieza con un "Pido perdón" que me sale del corazón. Pido perdón a las personas que trabajan y declaran sus impuestos para pagar contenedores, bancos, árboles, adoquines, farolas y muchos más elementos urbanísticos que se han destrozado en los disturbios de las últimas semanas. Pido perdón a los empresarios, desde los más pequeños hasta las grandes cadenas, que han tenido que perder días de trabajo y tramitar partes con el seguro porque los manifestantes han roto los escaparates y saqueado lo que con tanto esfuerzo tenían en sus negocios.

Los aplausos empezaron a acumularse y los insultos a mutar en las consignas habituales de la campaña de Don Leo. Entonces Erick recordó una de sus conversaciones con Mary Mantilla: la gente tradicional, la gente del periódico impreso, la gente de fe.

-He escuchado cantar el nombre de mi madre, perdonad si no entiendo por qué. Espero y deseo que la rabia que tengáis vaya hacia mí. Y quiero que sepáis que pido perdón a todas las madres y a todas las personas de fe que rezaron por mi descanso, por mi alma, cuando esos minutos de oración se podrían haber utilizado de cualquier otra manera. Espero y confío en que Dios, sabiendo todo como lo sabe, cogerá vuestras plegarias y las dirigirá a una causa justa. No hay oración que caiga en saco roto.

-¡Dios te bendiga! ¡Dios te bendiga! -Una nueva consigna empezaba a hacerse hueco entre el ruido de la multitud.

-¡Dios bendiga a España, a los españoles, a Don Leo y a todos los que creéis en la democracia y la paz, tenga el color que tenga! ¡A partir de hoy...

La vio. Y se quedó sin habla. Entre tanto rojo, el suyo. La seda de morera acariciando su piel. Entre tantas cabezas, la suya. El pelo oscuro cayendo sobre un lado de su cara. ¿Qué hacía allí? ¿Cómo pudo saber que él estaría en el mitin? ¿Por qué había elegido ese momento para acercarse de nuevo? ¿Por qué lo buscaba, si siempre quien la buscó fue él a ella?

-Habla, imbécil, que parecemos muñecos de un pastel de boda y la gente se va a volver a cabrear.

Damián de Mena le devolvió a la realidad. Cuando quiso ubicarla de nuevo, entre aquel arenal de caras, Mia ya no estaba.

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