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Te tomaste entre tus brazos, y me cargaste entre el campo minado, hasta que me dejaste en un rincón a salvo. Tus ojos azules me alimentaban de paz, y tu cabellera negra me saludaba; mientras acaricias mis heridas, que ardían, me quemaban.
Garganta deshecha de gritar, hasta que apareciste tú, tomaste mi corazón y me robaste un beso.
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