10
Una habitación blanca, como un sueño, cargada de soledad. Pero al entrar, la echaste, y entraste con tu sonrisa de todos los días, luego de operar; y venías a verme.
Tu corbata estaba desatada, y aproveché a devorar tus labios, contra el corto tiempo que te daban entre guardia y guardia. Me conectaste al respirador, mientras me besabas en el cuello. Pero no podía inhalar y exalar bien, por tus pequeños besos en mi piel, que hacía que respire con dificultad.
— No podré controlarte si no tomas aire, corazón — me susurraste al oído.
Reí por lo bajo.
— No puedo, tu me quitas el aire al estar cerca de mi.
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