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Pesadilla N°1: Detrás del cuadro

Después de correr lo suficiente como para escapar de aquellas sirenas policías, se encontraba perdido y sin rumbo, en un inmenso y casi infinito bosque. La noche hacia notar su presencia ofreciéndole silencio y oscuridad. Empezó a caminar adentrándose aún más, desconcertado y esperanzado en que eso lo ayudase a recordar.

Los recuerdos invadían su memoria otra vez: muchos parecían falsos, otros no tantos. En ellos, él estaba sentado mirándose frente a un espejo gigante, viendo como tenia las manos encadenadas a una mesa metálica. Alguien entró por la puerta momentos después.

—Como te sientes Ethan? —Preguntó el hombre, de aquellos que usan uniforme.

No pudo responderle. Tenía los ojos perdidos, al igual que su mente.

—Mientras más silencio guardes, menos podremos ayudarte ¿Quieres ayudarnos? — Procedió a sentarse enfrente de él, dejando sobre la mesa una carta blanca manchada con sangre.

El silencio otra vez le respondía, esperando que no hiciese más preguntas.

—No quieres contestar, pero tampoco quieres escuchar, Ethan. ¿A que le tienes miedo? —Una siniestra y distorsionada sonrisa se formo en su rostro mientras el recuerdo se desvanecía.

Era extraño para él, sentirse observado en aquella soledad. Solo se limito a seguir escuchando esos escabrosos y tímidos susurros, proviniendo de algún lugar que no alcanzaba a ver. Una masa de oscuridad se lo impedía.

En la ciudad corrían los rumores sobre estas voces. Testigos concurrentes al parque, avistaban extrañas y lejanas apariciones de "sombras". Las investigaciones nunca llegaron a nada. Sin embargo, aquellos personas que compartían su temor sobre estas figuras, confesaban, a los pocos días, atroces delitos cometidos por ellos mismos tiempo antes.

Cierto día, una pareja de amigos confesó haber asesinado a un hombre hace algunos años atrás. Ellos decían que aquellas "sombras" los perseguían, a cualquier lugar al que fuesen. Que les susurraban cosas, aunque no estuviesen cerca. Se referían a ellos como "Jueces" y que estaban a punto de ser juzgados. Se dice, que tenían el cuerpo lleno de cicatrices.

Una cabaña a lo lejos, un punto en la oscuridad, se había convertido en su destino.

Mientras observaba perdidamente las hojas de los árboles, se percató de su tranquilidad. Y es que el viento se había detenido, pero la brisa no se lo quiso advertir. El sentimiento de tristeza causado por el tormentoso silencio, lo hundía profundamente en ese recuerdo fragmentado.

En él, estaba sentado sobre un costado de una cama. Mirando perdidamente a una mesa de luz, donde había una carta blanca y un lápiz. No se atrevía a leerla, o tal vez ya lo había hecho, no lo recordaba. Al otro lado de la cama reposaba una pálida mujer joven, acostada, usando un vestido largo blanco, y con la mirada fija en el techo.

"No tenía que terminar así. ¿Cómo es que terminaste así? ¿No fueron suficiente mis palabras? No, nunca quisiste terminar con ello, y te termine arrastrando a ti también. Y a mí, que te vi sufrir, me abraza la soledad, echándome la culpa, que no es más que mía." Se repetía a si mismo con aquella carta en las manos, y que con un encendedor de bolsillo, procedió a prenderle fuego. Las cenizas caían sobre el suelo.

El aspecto abandonado de la cabaña le indicaba que este lugar no habría albergado a nadie desde hace muchos años. Al entrar, todo se encontraba tal y como si alguien se hubiese intentado mudarse durante años.

Algo particular le llamo la atención, a pesar de los pocos detalles que logró obtener. La oscuridad hacia su trabajo ocultándole la verdad que lo rodeaba, y lo mismo pasaba con aquellos cuadros colgados en la pared. Eran retratos de personas, o al menos, de figuras humanas. Se detuvo en frente de ellos, viendo la palidez de sus pieles agrietadas debajo de aquellos profundos abismos ocupando el lugar de sus ojos y boca. Bastaba con solo verlos, para provocar en él, el querer caer dentro de uno de ellos. Todos estaban retratados sobre el mismo fondo, un oscuro bosque. Sus ojos se cerraban inconscientemente, mientras que con débiles paso tambaleantes, caía sobre una empolvada cama, rindiéndose ante el sueño.

— No vuelvas a sugerir algo como eso, Jane. —Dijo Ethan preocupándose por ella.

— ¿Qué más puedo hacer? —Respondió mientras suspiraba— Papá, sabes que no me queda mucho tiempo. — No lograba levantar la mirada del suelo.

— No puedes rendirte ahora. — Calmadamente suplicante. —Dentro de poco me pagaran lo suficiente para que continúes con el tratamiento.

Se detuvo un momento al notar en la mirada de su hija, mucha tristeza al hablarle.

— Te gustaría dar un paseo por el parque mañana? Visitaremos la cabaña que tanto te gustaba de niña—Le sonreía cálidamente, mientras miraba a los ojos llorosos de su hija. La joven asintió, mientras le devolvía una tierna sonrisa.

La brisa del viento acariciaba su rostro dormido, debajo de un rayo de luz. Al abrir los ojos somnolientos, pudo diferenciar, poco a poco, cada de aquellos detalles que no pudo ver esa noche. Ahora el día y la luz abrazaban el verde de aquel bosque, llenándolo de vida. Su mente ahora estaba en paz, los recuerdos que lo atormentaban se habían ido, y la soledad lo volvía a empujar a seguir el camino. El rastro de oscuridad había desaparecido y el sendero que necesitaba para continuar, nacía enfrente de sus ojos. Las penas tan pesadas como cadenas de hierro, lo habían abandonado, ajusticiados por la luz que entraban con total libertad a la cabaña.

Pero algo no cuadraba. No recordaba claramente lo que había visto la noche anterior, sin tener que recurrir a aquella ahogante oscuridad. Siguió con su camino entrando nuevamente al bosque, dejando la duda atrapada en esa cabaña. Dejando el hecho de que en aquella pared donde antes estaban aquellos retratos...

...ahora había ventanas.

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