
11. El Café es Mejor en la Boca Que en la Ropa
Como puedo, abro la puerta de la tienda y salgo de ésta, llevando en ambas manos las dos bolsas plásticas que, si no tengo cuidado, acabarán rompiéndose en cualquier momento. Ya me pasó una vez, hace muchos años y lo que menos quiero, es que esa experiencia se repita hoy.
Luego de asegurarme de que la puerta haya quedado cerrada, me doy la vuelta y sin esperarlo, choco de frente con alguien que me hace tambalear un poco hacia atrás, pero logro mantener el equilibrio lo suficiente como para apreciar el rostro de la persona con la que tuve éste pequeño accidente.
Antes de poder hablarle, una extraña sensación de calor me hace bajar la vista hacia mi pecho, sólo para encontrarme con una gran mancha que cubre buena parte de mi suéter negro.
O bueno, el que alguna vez fue negro.
—¡Ay, no! ¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! —exclama ella, con pánico y gran pesar en su voz—. Perdóname, Eithan, no fue mi intención. ¡Te juro que fue un accidente!
Sí, la persona frente a mí, es nada más ni nada menos que… mi extraña vecina.
Sus intentos por limpiar mi suéter son en vano, pues el líquido continúa esparciéndose por mi torso, dejando claro que la tela lo ha absorbido y que será casi imposible limpiarlo sólo así.
Vuelvo a verla y el pesar que su rostro demuestra, me conmueve, por lo que sólo me limito a sonreírle y apartar su mano con delicadeza de mi pecho.
—Descuida, no pasa nada —la consuelo, mientras bajo el cierre de forma ágil.
Mientras hago el intento de quitarme el suéter, veo de reojo a la chica frente a mí y noto que, en su mano izquierda, lleva un vaso de café y sólo ahí comprendo que eso fue lo que me tiró encima. Ahora entiendo por qué el líquido se sentía algo caliente.
Luego de mucho esfuerzo y varios intentos fallidos, al fin, logro deshacerme del suéter sin tener que soltar las bolsas que aún llevo en las manos. De inmediato, prosigo a colocármelo en el hombro, quedando sólo con la camisa negra que llevaba, la cual, de puro milagro, sigue viéndose limpia, a pesar de haber estado en contacto con el líquido.
—No… tu suéter… —Se sigue quejando ella, con mucha pena— Por Dios… en serio lo siento, Eithan. No fue mi intención…
—Tranquila, ya te dije que no fue nada. —Le sonrío, en forma de consuelo— Sólo fue un accidente. Además, ya tenía que lavarlo.
Bueno, eso no es mentira. Sí tenía que hacerlo.
Ella ya no dice nada y yo aprovecho el breve momento de silencio para observarla mejor. Mala idea, pues al hacerlo, no puedo evitar sentirme algo confundido y muy, muy desconcertado, pues su apariencia vuelve a ser un tanto… “radical”. Lleva un vestido de color azul marino, combinado con zapatillas y un cinturón que parece ser dorado, sin mencionar el maquillaje que se puede apreciar con facilidad en su rostro. También lleva el cabello suelto y decorado con un listón del mismo color del vestido, el cual le da una apariencia diferente y muy elegante.
Trago saliva de forma disimulada al recordar lo que vi en internet. Si lo pienso bien, cada vez que la veo, recibo la confirmación de que Madi padece del TID, pero… ¿cómo puedo estar seguro? La única forma que tengo de averiguarlo, es preguntándole a ella misma, pero ¿cómo puedo hacerlo sin que piense que soy un acosador o algo así?
—Al menos déjame invitarte a comer algo —propone, con una sonrisa—. Sé que eso no compensará lo de tu suéter, pero me sentiría mejor si aceptaras.
Me quedo pensando un momento en su propuesta. Siendo honesto, la idea no me convence del todo, pues aún siento cierta desconfianza de estar con ella, porque… digo… ¿cómo no hacerlo? Ésta chica es más que impredecible, ¿cómo puedo confiar en ella? Sin embargo, la curiosidad por querer averiguar si mi teoría del TID, es acertada o no, me hace dudar de si debo aceptar.
Sólo tengo dos opciones:
Puedo dejarlo pasar y quedarme con la duda.
O arriesgarme y descubrir la verdad detrás de todo esto.
Lo pienso unos segundos más y al fin, me decido.
—Con una condición —advierto, fingiendo seriedad. Ella no tarda en verme con curiosidad.
—¿Cuál?
—Que yo invito.
—Ni lo sueñes, Eithan. —Ésta vez, quien me amenaza es ella—. Yo fui la que causó esto y yo te invité.
—Entonces no voy. —La mirada fija de mi vecina me hacer sonreír. Sé que, de vez en cuando, suelo ser algo odioso, pero eso también tiene sus ventajas.
La mala cara que pone ella, sólo consigue que mi sonrisa se haga más grande, pero por suerte, no protesta más y luego de un rato, coincidimos en ir a tomar un café, así que nos ponemos en marcha, decididos a ir a una cafetería que, según ella, es la mejor del lugar. No sé, pero algo me dice que hacerle caso es la mejor opción que me queda.
Luego de un rato, llegamos a nuestro destino y de inmediato, nos formamos en la fila que resultó ser más larga de lo que esperaba, pero asimismo, transcurre con fluidez y antes de que nos demos cuenta, estamos siendo atendidos por una señora no mayor a los cuarenta años. Ella toma nuestra orden y unos minutos después, nos tiende a cada uno un vaso desechable con lo que pedimos. Yo, como siempre, soy más del tipo amargo, pero al parecer, mi vecina es todo lo contrario, pues sólo alcancé a entender que pidió algo con caramelo.
Luego de pagar, buscamos una mesa que esté libre y nos sentamos, mientras yo pienso en una forma de iniciar una conversación sin hacer el ridículo —Como ya es mi costumbre—. Por suerte, para mí, mi vecina es mucho mejor que yo para eso, pues ella da inicio a la charla sin ningún problema. Eso, sumado a la facilidad con la que menciona diversos temas, me dejan bastante asombrado.
—El próximo año entro a la universidad —comenta, con entusiasmo.
—¿Nerviosa?
—Más bien, ansiosa —aclara, con un tono de diversión en su voz—. La paciencia no es una de mis fortalezas y lo que más quiero, es empezar a estudiar la carrera que me gusta.
—¿Sí? ¿Qué estudiarás? —pregunto, con una sonrisa. Es como si, de alguna forma, ella me contagiara su emoción.
—Arquitectura —indica, sonriendo—. He esperado esto desde que tenía trece y ahora, al fin, lo lograré.
Admiro su entusiasmo, sin embargo, escuchar el nombre de la carrera que le gusta, hace que me dé dolor de cabeza. No es que sea un haragán, pero pensar en las mil cosas que deberá aprender, me asfixia. Yo, por eso, prefiero la Fotografía y eso es lo que estudiaré en la universidad, porque esa carrera no es tan complicada como la que mi rara vecina quiere.
—Y tú, Eithan, ¿estudias?
La pregunta me deja noqueado durante algunos segundos. Sí, estudiaba, hasta que —Con gran dificultad— logré acabar la secundaria. Después de eso, tenía que iniciar los trámites para ingresar a la universidad, sin embargo, lo de la muerte de mi padre seguía afectándome al punto en el que comencé a perder el interés por el estudio. Por eso dije que acabé la secundaria “con gran dificultad”, porque… seamos honestos, fue un milagro que no reprobara el año. De alguna manera, logré mantener mis notas tan estables que finalicé esa etapa, sin embargo, cuando comencé a pensar en el siguiente paso, mis ganas de intentarlo se desvanecieron por completo.
Mi madre siempre lo entendió y, aunque suene extraño, lo aceptó, pero quizás se debió a que le inventé la excusa de que “no estaba seguro de qué quería estudiar”. ¡Pero claro que lo sabía! Es sólo que… no tenía ánimos para intentarlo, así que le mentí y ella me aconsejó tomarme un tiempo para pensarlo bien y decidirme; tiempo que yo no dudé en aprovechar para quedarme en casa. Al final, mamá nunca insistió, pero yo sé que ella aún espera mi regreso a las clases, lo cual, quizás no suceda hasta el próximo año.
Recuerdo la pregunta de mi vecina y salgo del trance en el que estaba, pero como no quiero que se entere de todos los detalles de mi vida, elijo darle alguna excusa.
—Sí, estudio, pero decidí tomarme éste año libre mientras mi mamá y yo arreglábamos las cosas de la mudanza. Eso de estudiar y, al mismo tiempo, buscar una nueva casa, sonaba agotador.
—¿Quieres decir que ya lo planeaban hace mucho?
Bueno… no.
—Digamos que sí.
—Vaya, es comprensible. Entonces eso explica porque llegaste aquí en pleno inicio del año escolar. —Suspiro aliviado al ver que mi vecina se creyó lo que le dije—. Bueno, yo tampoco estudié éste año, pero fue por mi edad. No quiero ser la más pequeña de la clase, así que decidí esperar un año para que mi edad sea igual a la de mis demás compañeros.
Es verdad. Ahora que lo pienso, siempre he visto a mi vecina ir de allá para acá, entre el albergue, su casa o dando un paseo, pero nunca la he visto usando un uniforme. Y teniendo en cuenta que aún no cumple los diecisiete, es más que obvio que será la más pequeña.
—También tu situación es comprensible —le digo.
—¿Y tú? ¿Ya sabes qué estudiarás?
—Fotografía.
—Igual que Madi… —murmura, tan bajo que apenas la escucho.
Un momento, ¡¿qué rayos acaba de decir?!
—¡¿Qué dijiste?! —cuestiono, alzando la voz un poco más de lo necesario.
—No, nada —responde ella, sonriendo con amplitud.
A menos que me esté volviendo loco, puedo jurar que ella dijo algo y pensar en que tal vez no escuché mal, hace que un escalofrío me recorra la espalda.
Intento preguntar, pero el sonido de un celular, me detiene. Reconozco el tono y me doy cuenta de que es la canción Somebody To You, lo cual, me deja un poco desconcertado, sobretodo cuando veo a la chica frente a mí sacar su teléfono y responder.
Aprovecho su distracción para pensar en lo que acaba de pasar. Sé que la oí decir el nombre de Madi y eso me aterra, porque entonces, significa que mi teoría sobre el trastorno ese, es correcta. ¿Será posible que haya escuchado mal? Tal vez… no sé… tal vez no dijo eso y sólo fueron ideas mías…
O al menos, eso es lo que quiero pensar.
Reacciono cuando la veo colgar, para después, volver a guardar su celular. El recuerdo de la canción vuelve a aparecer en mi mente y las dudas también se presentan de nuevo. Qué extraño, ¿no tenía otra canción?
Decidido a averiguarlo, le pregunto.
—¿Cambiaste de tono?
—Yo no, ¿por qué?
Esa respuesta consigue dejarme anonadado.
—No sé… pensé que tenías la canción de One Direction… —le digo, intentando que mi desconfianza no se note tanto.
—Ah… eso.
La veo soltar una pequeña risa que, por alguna razón, me resulta tierna. Tengo que admitirlo, tiene una bonita risa.
—Me parece que estás un poco confundido, Eithan —afirma, sin dejar de sonreír.
—¿Por qué lo dices?
—Quien tiene ese tono es Madison, no yo.
Juro que casi me atraganto con mi café al oírla decir eso.
Mis ojos se abren con sorpresa al caer en cuenta de que ésta vez, no escuché mal. Mi vecina acaba de referirse a “Madi” como si fuera una persona diferente a ella. No necesito otra confirmación para saber que lo del TID, resultó siendo real.
Supongo que la sorpresa en mi rostro es más visible de lo que me hubiera gustado, pues al verme, la chica frunce un poco el ceño, con confusión.
—¿Qué pasa? ¿Aún no la conoces? —Su pregunta sólo logra que mi susto aumente.
Respiro profundo un par de veces e intento recordar lo que decía en internet. Cuando las personas tienen ese trastorno, es normal que se refieran a ellas mismas como “él” o “ella”, así que quizás, esto no le resulte extraño a ella, así que… ¿por qué debería demostrar que a mí sí me asusta y mucho?
Lo primero que se me ocurre, es fingir que ésta es la situación más normal del mundo.
—Ah, sí, sí… yo… sí, ya la conocí —respondo.
—Qué bien. Me había asustado porque pensé que aún no se habían visto —finaliza ella, luciendo más calmada.
Su celular vibra y emite el sonido de un mensaje de texto nuevo, por lo que no duda en volver a revisarlo y al hacerlo, sólo hace una ligera mueca de cansancio o, quizás, de fastidio.
—Tengo que volver a casa, así que me voy primero —anuncia, poniéndose de pie—. Gracias por el café, Eithan. Nos vemos luego.
Aunque lo intento, no consigo pronunciar palabra alguna, así que opto por despedirme con un leve movimiento de mano, el cual, es correspondido con una sonrisa de parte de ella, antes de que se dé la vuelta y abandone el lugar, dejándome con la mente más revuelta de lo que la he tenido alguna vez.
Cuando estoy seguro de que me he quedado solo, suelto todo el aire que tenía atrapado en el pecho, mientras siento como los latidos de mi corazón se aceleran un poco. Según yo, me había preparado para recibir la confirmación de mi teoría, pero jamás esperé que obtenerla, resultara siendo tan impactante.
Necesito algo de tiempo si quiero procesar y asimilar esto…
*****
El olor a árboles y tierra, inunda mis fosas nasales. Y me gusta tanto que no puedo evitar respirar tan profundo como mis pulmones me lo permiten. Admito que éste sitio es agradable; es tranquilo, silencioso y el ambiente llega a resultar muy relajante, perfecto para momentos en los que sólo necesitas estar solo y pensar.
Momentos… como éste.
El sonido de algo que cruje me trae de vuelta a la realidad. Miro hacia el suelo para ver qué lo provoca y me encuentro con unos zapatos tenis de colores rosa y blanco, los cuales se encargan de pisar las hojas que han caído de los árboles. Al ver que se acercan a mí, levanto la mirada y me encuentro con esos ojos avellanados que no he podido sacarme de la cabeza en todo el día.
No hace falta aclarar de quién se trata.
—Oh… otra vez tú —comento, sacándole una tímida sonrisa a la chica que, ahora, está frente a mí.
Gracias al cielo, la sorpresa por el susto que me llevé en la mañana, ha ido disminuyendo con el paso de las horas, pero supongo que es porque, de cierta forma, he comenzado a asimilar la situación, al punto en el que he llegado a verlo como algo… “no tan malo”. Digo, no es como que ya lo considere lo más normal del mundo, pero al menos, ya no siento que sea tan traumático y gracias a eso, es que puedo hablarle a la rara de mi vecina con tanta normalidad.
Regreso mi vista a ella y, aunque lo intento, no puedo pasar por alto su apariencia. De nuevo, ese cambio tan radical se hace presente, pues ahora, lleva el cabello amarrado en una coleta alta y su ropa se ve algo simple. No es como que vaya igual de desarreglada que otras veces, sin embargo, hay que admitir que sus jeans de color azul y su camisa blanca sin ningún diseño en ella, la hacen ver un tanto… ¿descuidada?
Las ganas por preguntarle sobre eso, aparecen de repente, pero entonces, recuerdo todo lo que leí en internet y descarto la idea casi de inmediato.
—Ven, siéntate —le ofrezco, intentando que mi leve intranquilidad no se note.
Señalo el columpio que está junto al mío y ella, al comprender, camina hacia él con la intención de sentarse, sin embargo, se detiene, cosa que me confunde un poco.
—Gracias, pero vine a dar una vuelta por el lugar —asegura, en forma de disculpa—. Y tú, Eithan, ¿ya recorriste todo el parque?
Su pregunta hace que mi ceño se frunza un poco.
—¿De qué hablas? No hay mucho que ver en un parque —le digo, haciéndolo obvio.
Y es verdad. A pesar de que el terreno es algo grande, puedo ver todo desde aquí, por lo que la idea de ir a “recorrerlo” me suena algo ilógica.
Ella, al oírme, suelta una pequeña risa que me resulta bastante tierna. Lo dije antes y lo repito ahora, la chica junto a mí tiene una linda risa.
—Ven, sígueme —ordena y sin esperar mi respuesta, se pone en marcha.
Me levanto de un salto y mientras el columpio en el que estaba se mece con suavidad, me apresuro a alcanzar a la chica que, de alguna forma, logró sacarme mucha ventaja. Parece que camina más rápido que yo.
Conforme avanzamos, hago un intento por memorizar el camino para no perderme después. Primero, nos dirigimos hacia el campo de fútbol y ya en ese lugar, comenzamos a caminar más al fondo, hasta que, de alguna forma, el asfalto se convierte en tierra y el amplio espacio libre, empieza a llenarse de árboles que impiden el paso de la luz solar.
Me detengo en seco al notarlo, ¿cómo es posible que hayamos caminado tanto en un parque? Volteo a ver hacia atrás y la sorpresa me invade al ver que el campo de fútbol, se ha quedado muy atrás, mientras nosotros seguimos avanzando hacia quién sabe dónde.
Consciente de que mi vecina no intenta secuestrarme, la sigo de cerca, confiando en que ella haya recorrido éste sitio más veces que yo y que sepa bien a dónde nos dirigimos. Para cuando me doy cuenta, estamos parados frente a una ancha carretera que, aunque no está en el mejor de los estados, serviría para que cualquier vehículo circule en ella. La sigo con la vista y abro los ojos con sorpresa al ver lo que hay al final del camino, mientras me apresuro a dar unos pasos hacia esa dirección para ver si no estoy alucinando.
Y no es así. A lo lejos, puedo ver como varios edificios se alzan por encima de los árboles, lo cual me desconcierta, pues ese tipo de construcciones sólo se ven en la ciudad.
«Y tú pensando que te habías ido a vivir al quinto infierno»
«Yo pensé que así era»
«Eres un llorón, Eithan. Yo renuncio a lidiar contigo»
A veces en serio odio a la voz en mi cabeza, sobretodo en momentos como éste, cuando sé que tiene razón.
—No sabía que estábamos tan cerca de la ciudad —comento, algo nervioso.
Madi me sonríe y abre un poco la boca para responder, sin embargo, antes de articular cualquier sonido, la cierra, dejándome con la duda del porqué de su reacción. Ella nota mi confusión, pero no me da una respuesta, sino que hace una seña, indicándome que guarde silencio.
Ella escuchó algo, seguro que es eso. Y un segundo después, yo también lo oigo.
Ambos llevamos nuestra vista al frente y nos quedamos con la boca abierta al ver que, a un par de metros de nosotros, en plena carretera, están los mismos hombres que han perturbado a Madi desde su aparición. No alcanzo a ver bien, pero creo que hay al menos cinco y junto a ellos, hay tres motocicletas, lo cual me inquieta. Siempre que los vemos, hay más de ellos y más motocicletas, entonces, ¿cuántos son en realidad?
Los ojos de Madi se abren con sorpresa mientras observa al grupo de hombres y de algún lado, saca valor y comienza a acercarse con una lentitud agonizante, pero perfecta para pasar desapercibida. Al ver su intento suicida, lo único que se me ocurre es intentar detenerla, así que la sigo y la sujeto del brazo, teniendo cuidado de no lastimarla.
—Espera —le llamo la atención, haciendo que se voltee a verme—, ¿qué estás haciendo?
—Yo… creo que… conozco a uno de ellos… —susurra, liberándose de mi agarre.
Sigue avanzando hacia adelante y yo la sigo de cerca, cortando la distancia entre ellos y nosotros, lo que hace que mis niveles de adrenalina aumenten. Sé que esto es una locura, pero si somos precavidos, ¿qué podría pasar?
Una rama cruje de forma exagerada, luego de que mi vecina la haya pisado por accidente. Como si fuera poco, uno de los trozos termina deslizándose por la tierra, hasta llegar a orillas de la carretera; a unos pocos pasos de los hombres que percibieron el sonido.
Ambos nos miramos con el temor marcado en el semblante. Los tipos no son idiotas y aunque lo fueran, tendrían que ser demasiado sordos para no haber notado lo que pasó.
Y como lo temía… sí que lo notaron.
—¿Qué fue ese sonido? —pregunta uno de ellos, con la voz tan gruesa que me eriza la piel.
Joder…
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