Capítulo 4
Fui a buscar agua por décimo quinta vez, la ansiedad me estaba consumiendo, cosa que rara vez pasaba, y cuando se hicieron las cinco, me relajé un poco. Generalmente sufría de esta manera cuando llegaba la cena mensual con mis suegros; pero esta vez no tenía miedo, tenía ganas.
Su castaña melena pasó frente a mí mientras charlaba con Val. Sin embargo, se dio cuenta de que me había ignorado y giró para saludarme de lejos. «Siete», modulé mirándola, a lo que ella asintió sonriente.
Después de saludar a los de siempre, subirme al auto y llegar a casa, me di cuenta de que tenía que pensar en una mentira. Si bien Val ya era una amiga, no tenía que aclarar que iba a cenar con ella.
—Justo a tiempo —musitó Francis corriendo hacia mí en bata.
En cuanto sus labios tocaron los míos, la alejé un poco.
—Tengo que ir a cenar con los chicos —comenté y comencé a caminar hacia el cuarto.
—¿Es súper importante? —me preguntó molesta detrás de mí.
—Hace mucho no nos juntamos fuera del trabajo —respondí y giré hacia ella—. ¿Te molesta?
—Claro que no —murmuró con los brazos cruzados—. ¿A dónde irán?
—Al restaurante francés —contesté mientras me sacaba los zapatos.
—¿Entonces irá Val?
—Sí, también irá Val. ¿Alguna otra pregunta? —interrogué impaciente.
Su ceño se frunció y suspiré. Puedo ser la persona más paciente del mundo, sin embargo, ella hacía que fuera un trabajo arduo.
—¿Y nadie más? —inquirió entre dientes.
—Nadie más —balbuceé antes de entrar al baño y cerrar la puerta casi dando un portazo.
Y como si supiera que estaba mintiendo, se metió en la ducha conmigo sin previo aviso. Intenté contenerme, pero no pude. Lo hicimos ahí, minutos antes de encontrarme con alguien más, y me sentía tan sucio que ella fue la única en llegar al clímax. Para mi suerte, ni lo notó.
Estaba llegando al coche cuando mi teléfono comenzó a sonar.
—Luka Bryk.
—Soy yo —dijo y me quedé quieto.
«Va a cancelar», fue lo primero que pensé.
—¿Todo en orden? —pregunté en voz baja.
—Sí, todo genial. Solo quería saber qué tanto me tengo que producir.
—Bastante —respondí antes de girar las llaves.
—De acuerdo —murmuró—. Nos vemos.
Incluso durante el camino a su casa me sentía raro, hasta que la vi. Mis ojos viajaron por todo su cuerpo mientras me deleitaba. Tenía puesto un enterito negro un poco al cuerpo, con un cinturón blanco y unos zapatos taco aguja color beige. El maquillaje no era exagerado y los aros dorados combinaban con sus ojos a la perfección.
—¿Así estoy bien? —interrogó poniendo mis pies sobre la tierra.
—Más que bien —contesté y le ofrecí mi brazo.
Sonrió al igual que yo, ingresamos al auto y enseguida comencé a manejar.
Su pie comenzó a golpetear el suelo, haciendo que me muerda el labio inferior para no reír. Era un sonido extremadamente adorable.
—¿Te gusta la comida francesa? —inquirí intentando distraerla.
—Nunca la probé —respondió mientras miraba por la ventana—, pero tampoco me había subido a Porche antes, así que no hay problema.
No pude evitar soltar una carcajada.
Luego de casi diez minutos, llegamos a nuestro destino y la ayudé a bajar. Había hecho la reserva poco después de que saliéramos de su departamento, así que en cuanto entramos, ya estábamos sentados. Un mesero se apresuró a entregarnos dos cartillas, le pedí que trajera el mejor vino que tenían, y Val comenzó a leer, pero su clara confusión hizo que riera.
—Algo me dice que no eres canadiense —comenté apoyando los codos sobre la mesa.
—Nací en Alaska —murmuró aún intentando comprender algo—. No pensé que el menú fuera a estar en francés.
Por alguna razón, hoy todo con respecto a ella me parecía adorable. El camarero nos sirvió un poco a cada uno, dejó la botella y se fue.
—Yo suelo pedir Cassoulet, pero tú tienes cara de que te gustará el Boeuf Bourgignon —opiné pensante sin dejar de mirarla.
Sus ojos se movieron lentamente hacia los míos, los cuales estaban más que abiertos.
—¿Y eso es...?
Solté una carcajada.
—Lo principal del plato es que tiene buey y vino.
—Justo lo que más necesito ahora mismo: vino —dijo y dejo la cartilla sobre la mesa.
Le hice una seña al camarero para que se acerque, y cuando llegó, hice el pedido.
—Yo también nací en Alaska —mencioné en cuanto quedamos solos—, pero no recuerdo en dónde.
Ella tomó un pan y comenzó a romperlo mientras lo comía.
—Dudo que haya sido en mi pueblo, lo recordaría.
—Ah, ¿sí? —musité sonriente.
Dejó de masticar y tragó. Asintió lentamente para luego bajar la mirada a sus uñas. De repente parecía estar nerviosa de nuevo, así que cambié de tema.
—Cuéntame un poco sobre ti, ¿cómo llegaste a esta empresa siendo bailarina?
—Pues... —sus ojos vagaron por todos lados hasta que se encontraron con los míos—. Me gradué hace dos años, pero el trabajo es escaso así que un compañero de danza me contó sobre este lugar y entré por recomendación.
—¿Y haces presentaciones?
—Rara vez, pero sí —asintió con una pequeña sonrisa.
—¿Y en dónde entrenas?
—Estás un poco preguntón hoy —murmuró con los ojos entrecerrados y reí una vez—. En un gimnasio a unas cuadras de mi hogar.
—Espera, ¿en el Centro de Mejores Cuerpos? —asintió de nuevo y alcé las cejas—. ¡Yo entreno ahí desde hace años!
—De seguro vas al primer piso, yo estoy en el subsuelo —explicó.
—Tienes razón —balbuceé—, pero iré a verte.
Rio un poco y negó.
—Preferiría que esperes a que me presente en algún teatro —comentó.
—No hay nada mejor que el backstage. Lo siento, pero no podré evitarlo —confesé alzando los hombros.
Una sonrisa se formó en su rostro y noté que intentaba evitarlo, en vano.
La comida no tardó en llegar. Val olfateó el aroma mientras dejaban el plato frente a ella y mojó sus labios rojos. Enseguida tomó el tenedor, comenzó a comer y gimió cuando su lengua sintió el sabor.
—Te lo dije —musité antes de probar mi comida.
Gruñó levemente antes de llevar otro bocado a su boca.
—El vino le queda genial —mencionó sin dejar de sonreír—. Está riquísimo.
—Me alegra que te guste —dije observándola—. Tengo la receta, puedo enseñártela algún día.
—¡Por favor! —exclamó masticando y se cubrió la boca con la mano—. Lo siento.
Pasó de estar emocionada a avergonzada. Noté que su pechó comenzó a subir y bajar con rapidez, le estaba dando un pequeño ataque de ansiedad.
—No te preocupes —intenté asegurarle, pero sus mejillas se tiñeron de rojo y comenzó a mirar a los demás—. Nadie te está mirando, tranquila.
Arrastré mi brazo por la mesa hasta que rocé las puntas de sus dedos con los míos.
—Mírame a mí, —susurré, y cuando lo hizo, agregué—: y solo a mí.
Su respiración comenzó a normalizarse y tomó mi dedo índice.
—Gracias —murmuró.
Su mandíbula se relajó junto con el agarre, me soltó y aclaró su garganta para después seguir comiendo.
La siguiente hora se pasó volando, lamentablemente, y ni siquiera estaba seguro de cuánto había pasado. Era la segunda vez que no miraba el reloj cuando estábamos juntos, la primera fue en su departamento con Des. Cuando terminamos el postre, pagué y regresamos al coche.
—¿Qué hora es? —me preguntó mirando mi reloj.
—Son las... 8:43.
—¿Estuvimos más de dos horas? —cuestionó sorprendida—. Se pasó rapidísimo.
Sonreí al notar que habíamos pensado lo mismo.
Al cabo de otros diez minutos, estacioné frente a su edificio, pero cuando estaba abriendo la puerta, la detuve tomándola de la muñeca y me miró.
—¿La pasaste bien?
Si bien sus grandes ojos me miraron una vez más, como siempre, me sentí diferente. No quería que saliera del auto, quería que se quedara y seguir charlando.
—No fui a muchas cenas así en mi vida, pero sin dudas fue la mejor.
Nos quedamos mirándonos con una sonrisa en nuestros rostros, hasta que uní fuerzas y suspiré.
—Me encantaría invitarte a comer helado al parque o algo así, pero...
—Entiendo, está bien.
Su sonrisa desapareció junto a la mía. Respiré hondo, salí del coche y lo rodeé para abrir su puerta. Caminó hasta la entrada y se volteó mientras sacaba las llaves. Realmente no podía dejar de contemplar lo bien que se veía, sin embargo, duró poco.
—Nos vemos mañana —dije viendo cómo entraba.
Sacudió la mano en forma de despedida, y cuando cerró la puerta, pasé las manos por mi cabello con los ojos en el cielo. Sentía que me estaba volviendo loco.
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