1.0 Xiao, el miserable de la calle 14.
Eran las navidades, una de las fechas más felices del año en cualquier parte del mundo. Todos celebran, se reúnen con sus familiares, se dan regalos, abrazos, se comparte un gran sentimiento de amor.
Sin embargo, eso no es para todos. La calle 14 estaba llena de luces, se podía oler por toda la manzana las cenas que preparaban las familias, se escuchaba el sonido de las copas al chocar, las risas, los gritos de emoción de los niños.
Toda la calle era un espectáculo de luces, como se dijo antes, sin embargo, en una de las casas de la calle 14, no llegaba ni un solo rastro de luz; ni un solo rastro de felicidad.
Se escuchaba un llanto ahogado, silencioso, pero se escuchaba al fin y al cabo. Un llanto de niño, en el rincón más solitario de la casa, donde no llegaba ni un solo rastro de la luz, pero sí que llegaba el olor de una deliciosa cena.
Este rincón tan apartado parecía ser una especie de cuarto, pues ni siquiera lo era, donde había un colchón viejo, algunos resortes, del desgaste, quedaban salidos, atravesando la tela, y estos salientes eran filosos.
Había un niño ahí acostado, el que lloraba, por supuesto, tenía sus piernitas llenas de rasguños y cicatrices de los cortes que se había hecho por los resortes salidos, ¿por qué no se cambiaba el colchón si es que la familia que vivía en esa casa de la calle 14 era bastante adinerada?
Simple: no se deben reparar gastos en los miserables.
Aquel niño, a pesar de que había cena para todos, no estaba invitado a la mesa, tenía prohibido tomar así fuera un pequeño trozo del pavo, ni siquiera los huesos. Él se debía contentar con el puré de papa, y era ganancia, en realidad.
Oficialmente no tendría regalo esa navidad, que era su 8va, era igual que las 7 anteriores: Santa se olvidaba de él, ¿pues quién se pone a pensar en los miserables como él?
Este pequeño miserable era Xiao. Su madre había muerto durante su parto, de ahí que la familia le tuviera un enorme rencor, pues lo responsabilizaban a él de la muerte, cuando en realidad había sido la culpa de un médico incompetente, que dio un mal diagnóstico y creyó que lo mejor era parto natural cuando se debía hacer por cesárea.
Por si poco fuera, la familia también odiaba a su padre, otro miserable, que era de una clase (por no decir que dos), más baja que la familia materna de Xiao. Éste, consumido por el nuevo trabajo que recién había adquirido en una buena escuela, sabía que no podría cuidar del pequeño.
Él, al haber roto con su familia desde hacía muchos años atrás, no podía dejarlo al cuidado de ellos, pues no se hablaban. No teniendo otra opción, y creyéndola la mejor, dejó al pequeño a cargo de la familia de su madre: terrible error.
La familia de ella pensó que él se deslindaba del hijo, que era algo así como la última gracia que les haría, tras haber hecho que su hija dejara de ir por el buen camino del conservadurismo familiar y renunciar a su herencia por casarse con alguien tan pobre como las ratas, era algo que les hacía hervir la sangre.
No veían en el pequeño a un nieto que les había dado la hija mayor de la familia, no. Ellos veían al hijo del miserable –como habían apodado al padre de Xiao- por lo que vieron a éste como uno de su misma calaña: mismos ojos y cabello.
Para todos era un suplicio tener que cuidar a tan horrendo niño, hijo de un miserable y que seguramente lo sería igual o hasta peor. De ahí que, como si fuera título nobiliario, le llamaran "Xiao, el miserable"
Como se ha mencionado, nadie lo quería alimentar, no dejaban que sus primos se le acercaran, por lo que no tuvo contacto con más niños de su edad, ni sintió la calidez con la que se le tratan a los bebes o los niños.
Cuando Xiao creció, también lo hizo su miseria. Trabajos no aptos para su edad, mala alimentación y una temprana depresión evitaron que se desarrollara bien, como sí lo hacían sus primos.
Aparte de las torturas físicas a las que era sometido, pues sus tías le hacían preparar el café de la tarde, y cuando sus cansadas y temblorosas manos no aguantaban más, las tazas caían al suelo, partiéndose en pedazos, pero lo que se armaba era un profundo sentimiento de terror, ya sabía lo que se venía: una paliza.
Claro es mencionar que, a pesar de su corta edad, el cuerpo de Xiao ya tenía muchas cicatrices, a diferencia de los demás niños que se las hacían por jugar, él las tenía por ser tratado con el pie por su "familia".
Su padre mandaba el dinero necesario para su manutención, pero rara vez lo veía. Eso sí, sus tías lo tenían bien amenazado de como soltara una palabra de lo que le hacían y no la contaría.
El silencio y la sumisión es la mejor arma de los explotadores.
Si lo anterior descrito no fuera suficiente, el lector debe de saber que, aparte de lo físico, también había golpes psicológicos.
Además de miserable, sus primos lo llamaban "la rata", algo que era consentido y premiado por sus tías. No tenía el niño más de 4 años cuando ya se había cansado de vivir, cuando el sentimiento de soledad se había apoderado de su muy joven alma.
Cuánto dolor había en su destino: hambre, miseria y dolor.
Lo convencieron de que por su culpa su madre había muerto, que su padre lo abandono por ser tan horripilante y que por eso no quería visitarlo, y a su vez que éste era tan desgraciado que se los arrojó a ellos.
Esa navidad, que era la primera en la que Xiao lloraba, más quizá no la última, él, en su pobre intento de cama, solo se preguntó dos cosas.
-¿Por qué tuviste que irte, mamá? ¿Por qué me odias, papá?
A pesar del tremendo frío, él pudo dormir, conservando las enormes ojeras que siempre tenía, con sus manos adoloridas por los cayos en las mismas, preguntándose si es que había algo peor que su vida.
Eran más o menos las doce de la noche, alguien toco a su puerta, golpes suaves pero lo suficientemente audibles para despertarlo. Xiao se asustó ya que, siempre que tocaban la puerta de su "cuarto" era para pegarle una golpiza.
El niño, obedientemente atemorizado, abrió la puerta, encontrándose con que nevaba, la nieve se coló por su puerta y un vendaval frío le atravesó hasta los huesos.
No había nadie, pero no por eso no había nada.
Eran cuatro cosas: un oso de peluche, un buen abrigo nuevo, un plato de tofú de almendras y una carta, la que tenía su nombre.
Como puede ser la imaginación del lector, aquellas cuatro cosas tan simples eran para Xiao algo que le desbordó hasta las lágrimas por la felicidad que ello representaba.
-¡Santa se acordó de mí, finalmente se acordó de mí! –Exclamó, de forma muy entrecortada por los llantos y el nudo tan fuerte en la garganta que se le formó.
Se puso el abrigo tan rápido como sus temblorosas manos se lo permitieron, sintiendo un calor indescriptible que jamás había sentido antes, tomó al oso en sus brazos, dándole un abrazo, por primera vez dormiría en compañía en aquel solitario cuarto, metió el plato con tofú de almendras, poniéndolo en su modesta mesa de noche, además de abrir la carta, que era simple:
Esconde bien lo que te regalo, pues es un secreto. Ojalá lo disfrutes: Santa.
Por primera vez en su vida el pequeño Xiao conoció lo que era la felicidad, y todo gracias a lo que parecía ser un milagro de navidad.
El tofú de almendras, ese que tenía prohibido comer al no ser comida digna para un miserable como él, le supo a gloria, le calmó lo suficientemente el hambre para que pudiera dormir a gusto, caliente por su nuevo abrigo y abrazado a su oso de peluche.
Jamás había sido tan feliz. Xiao ahora era el feliz miserable de la calle 14.
______________________________________
Ahhh, me dolió escribir ésto :'v
Joder, comenzamos y comenzamos fuerte, con un principio bastante sad, pero tenía que adaptar lo más posible la historia de Xiao al fic, recordemos que el pobre sufre mucho...prácticamente nació para sufrir alv, su existencia es bastante miserable, hasta Paimon se puso triste cuando supo la verdad de los Yakshas
Subiré capítulos lunes y viernes sin falta, así que estén bien atentos
Nos vemos después y gracias por continuar :D
Siempre tuyo:
-Arturo Reyes.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro