Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 4.


CAPÍTULO 4

Harold miraba el meneo involuntario de caderas de Victoria mientras esta terminaba de limpiar la última mesa de su turno y poder volver a casa.

—Oh, señor Harold. —Llevó su mano al pecho, asustada de la puntualidad del hombre—. Creí que no vendría.

Confesó sus pensamientos, apenada.

—Yo le he prometido que le ayudaré con Emiliana y Victoria, y, por mi parte, yo siempre cumplo mis promesas.

Eso tranquilizó sus nervios, pero sus dudas aún estaban presentes. ¿En verdad le ayudaría? No debía confiar demasiado, pero algo en ella lo quería, con toda su alma quería confiar en que Harold Contreras fingiría ser su esposo y padre de su hija.

La castaña y poco menos atormentada Victoria buscaba un lugar en el estacionamiento con una sonrisa. Era sábado y el día en el que le diría a Emiliana que tendría una importante sorpresa al día siguiente. Llevaba la carta número treinta y uno, y la última, pensaba ella, que le daría a su hija con la emisión de «papá» y finalmente viviría sin más que esa mentira.

—Buen día, señora Méndez —saludó con una sonrisa hipócrita, Julia, cuando la vio entrar.

Se sabía a la perfección que Julia era más que pura pantalla, sin embargo, nadie se percataba de lo que pasaba dentro de las aulas, ya que esa mujer siempre se hacía la tonta cuando le preguntaban sobre ello.

Victoria solo asintió y desvío su mirada hacia su hija, quien la esperaba en la banca de siempre. Sonriendo feliz, se acercó a ella, pero, cuando se percató de que estaba seria y no la recibió del mismo modo, y que además parecía distraída, frunció el ceño. No se había dado vuelta para verla llegar, no había corrido a abrazarla y besarla como siempre, no le sonreía, nada.

Se dio cuenta del porqué cuando llegó a su lado.

—Mi niña, ¿qué te pasó? —Tocó levemente el aminorado morado en el ojo de su hija. La chica se quejó un poco, ya no era tan grande el dolor como lo había sido aquel día, pero sí molestaba, y había disminuido gracias a los ungüentos que Francia le había dado.

—Me caí, mamá, no es para tanto —respondió de mala manera. Victoria se cruzó de brazos ante eso.

—Oye, jovencita, no me hables así o no te daré la nueva carta de papá, ¿eh? —Cuando miró la expresión de su hija cambiar, sintió culpa, y, con todo el dolor de su pecho, trató de mostrarle una sonrisa para no quebrarse—. Llegó ayer, yo le envíe una el lunes y creí que era mi respuesta, así que la abrí. Pero resultó ser para ti. Toma, ¡te pondrá feliz!

Victoria tragó saliva cuando su hija se la arrebató con un entusiasmo tan grande que podía ver cómo sus hoyuelos parecían más hondos que como de costumbre.

—¡Él vendrá! —chilló abiertamente y abrazó a su madre cuando terminó de leer la carta que solo contenía tres renglones. Fue ahí, entre los brazos de su madre, con todas las frustraciones acumuladas por años; desasiéndose al fin de ellas, que la chica comenzó a llorar. Victoria llegó a su límite así que también lo hizo. No precisamente con el mismo sentimiento de su hija, claro estaba.

Ella lloraba por mera culpa.

—Por fin, mamá, lo voy a conocer, por fin.

—Sí, mi niña.

Entre las lágrimas agregó lo maravilloso que sería poder tenerlo frente a frente. Luego se dedicó a planear mil cosas con su madre para el siguiente día; qué ropa se pondría, incluso hasta dijo que le haría un obsequio a su padre esa tarde cuando la señorita Trina llevase a todas las chicas al aula de manualidades, para preparar las pancartas y demás cosas para el evento.

Victoria volvió a lamentarse cuando iba de camino a su auto. ¿Harold cumplirá sus palabras? Se preguntó por enésima vez antes de subir al auto. Eso de confiar en un desconocido seguía rondando su cabeza, de verdad que no sabía en qué estaba pensando cuando aceptó.

Se recargó en el volante y suspiró. Mañana era un día muy frustrante y tenía que estar preparada para cualquier cosa, buena o mala. Tenía que pensar en una excusa para Emiliana en el caso de que Harold no se presentara.

—Hola, Victoria. —La castaña se dio en la frente con el volante de un sobresalto al escuchar la voz del ojimiel cuando estuvo a punto de arrancar.

Harold estaba parado a lado de la ventana de Victoria, con una sonrisa. ¿Qué hace este hombre aquí? Se preguntó a sí misma, antes de que Harold volviera a hablar. Así como también Harold se preguntó lo mismo cuando decidió ir a esperarla fuera del internado. ¿Por qué había ido?

—Disculpe si la asusté. —Le dedicó una sonrisa tranquilizadora, la cual Victoria trató de corresponder. El hombre se aferró a lo primero que se le ocurrió—. La cosa es que, quería preguntar... ¿qué nombre le dijo que tenía su padre a su hija? Digo, para no tomarme desprevenido el que me digan, no lo sé, Carlos, Jonathan o Louis.

Se rió. Victoria también lo hizo para no sentirse excluida. A Harold le pareció que ella sonreía tan lindo que a cualquiera le daría gusto de corresponder el gesto. ¿En realidad estaba ahí solo para preguntarle aquello? Comenzó a cuestionarse todo, porque sabía que eso era mentira.

—De hecho, ni siquiera yo me acuerdo de eso. —Negó avergonzada y después se puso pensativa por un momento hasta que por fin lo recordó—. Mauro, le dije que su padre se llama Mauro. ¡Dios! Soy la peor madre del mundo.

Se recargó en su volante y bufó, sintiéndose cada vez más desesperada.

—Bueno, todos los padres les ocultan ciertos secretos a los hijos —comentó, sereno, sabiendo bien la realidad de sus palabras—. No es mala madre.

—Insisto en que debí haberle dicho la verdad a Emiliana. Ahora, ya no hay vuelta atrás, lo esperará con un entusiasmo tan grande mañana que si se rompe será lo peor de mi vida.

Hubo un silencio entre los dos en donde se sintieron más incómodos que nada. El simple hecho de estar tan cerca el uno del otro se sentía extraño, ¿qué era esa sensación? ¿Incomodidad solamente? ¿Qué era si no? Tal vez era el darse cuenta de lo tonto que era plantearse siquiera una mentira tan grande, era un absurdo trato que ya no tenía marcha de regreso.

—¿Quiere ir por un café? —preguntó él sin ver a Victoria, rompiendo el silencio. El ofrecimiento solo lo hacía por ser cortés con la mujer y no porque quisiera hacerlo, o al menos eso quería pensar él cuando ya lo había soltado imprudentemente.

—¡Eso es imposible! —chilló Faría, enrabiada, cuando leyó la carta que esta vez Emiliana se había quedado.

La chiquilla de piel blanca y cabello rojizo no podía con su enojo, pues se empeñaba en molestar a Emiliana con lo de su padre, gozaba burlarse de que siempre le enviaba cartas, pero nunca estaba y ahora, ¿él vendría en serio?

—Pero claro que es posible —aseguró triunfal Emiliana mientras veía cómo Faría rompía la carta—. ¿Sabes? No me interesa lo que hagas y lo que digas o pienses, hoy no echarás a perder mi felicidad, mañana te demostraré que mi padre me ama, y, si no ha estado conmigo, es por su servicio.

Y se alejó de Faría con una sonrisa. Tan segura se sentía, pues ella confiaba ciegamente en ese tal «Padre» que no le importaba lo demás. Ella vería a su padre y punto. No tenía por qué pensar lo contrario.

Con timidez, Victoria dio un sorbo al té que había ordenado. Se sentía extraña. Desubicada. Nerviosa. Nunca nadie, que no fuera Charlotte, la había invitado un café, a decir verdad, ni siquiera un hombre le había dirigido la palabra en quince años que no fuera un vendedor o cobrador.

—¿Algo más que deba saber? —inquirió Harold, refiriéndose a lo que haría por ella al día siguiente. Aunque algo en su interior deseaba saber todo sobre ella, no solo por lo que haría, no lo comprendía, lo sentía como una necesidad. ¿Entrometido? Ni él quería pensarlo así, más bien, ¿curiosidad? Victoria representaba un bendito misterio de pies a cabeza que quería resolver a como diera lugar.

Ella ya le había contado hasta el día en el que Emiliana dijo que, cuando conociera a su padre, se lo presentaría a todas sus compañeras de internado y les diría que estaba orgullosa de él por ser un honorable hombre del ejército y todo eso. Harold había escuchado con atención a Victoria y lo había intrigado todavía más, y a esa razón fue a la que se aferró para creer que necesitaba saber, si era posible, todo de ella. No se lo dijo en el sentido que debía obviamente.

—No. Eso es todo, pues solamente será un día y ya no lo volveré a ver —dijo con repentino desánimo. Se desconcertó de sí misma e intentó retractarse—. Bueno, mi hija ya no lo verá.

—Sí, tiene razón —coincidió Harold antes de dar el último sorbo a su café y pedir la cuenta—. Debo irme, Victoria. La veré mañana.

—Claro —respondió mientras se levantaba de su asiento y giraba hacia la puerta—. Gracias por el té, señor Harold.

—Dime Mauro, Victoria, soy tu esposo ahora —dijo casi en un susurro cuando ambos salían de la cafetería, dispuestos a irse.

Victoria solo asintió y se despidió del hombre.

«Soy tu esposo».

Qué palabras tan raras, pensó. Eso era algo que jamás escucharía ni tendría de nuevo o alguna vez.

Harold había concluido con sus negocios al día siguiente que le habían entregado su auto, para así poder regresar a su rancho el domingo por la tarde. De camino hacia el hotel, compró un par de cosas, todo solamente para el día siguiente. Debía parecerse lo más que pudiera a un verdadero militar y lo que había encontrado en las tiendas le serviría. También el día anterior se había hecho de un traje idéntico a los uniformes de verdaderos militares y unas medallas falsas. ¡Medallas falsas! Hasta eso había incluido. Todo, absolutamente todo, debía parecer lo que Victoria había dicho a su hija.

¿Cómo es que no le molestaba ayudar a esa mujer? Con esa pregunta llegó a su habitación de hotel, no tenía la respuesta clara ahora.

—¿Quién era ese hombre, Victoria? —Lottie estaba más que sorprendida. ¿Victoria, con un hombre, charlando? Esas palabras nunca habían estado ni cerca de ser pronunciadas juntas.

—Es... un amigo. —Victoria se puso nerviosa, ¿por qué habría de estarlo? ¡Eso era ridículo!

—Un amigo —repitió su mejor amiga, incrédula, y suspiró—. Es guapísimo, ese porte, caray. Y tiene lindos ojos, lindo cuerpo, y por favor hablemos de su lindo trasero, Victoria, Dios...

—¡Charlotte! —reprendió la morena, poniéndose repentinamente avergonzada, a su mente habían llegado todas y cada una de las descripciones que su amiga había dicho, recordándolas con exactitud. Él era exactamente así, solo que admitirlo en voz alta le parecía inapropiado—. Ese lenguaje no es nada apropiado para una mujer.

—¡Mis calzones! Víctor y Francisca no están aquí, ¡ya deja de ser tan anticuada, mujer! —Lottie conocía la historia de Victoria, completa. Vaya que le costaron cinco años de amistad lograr que ella pudiera abrirse en referencia a la verdadera Victoria. También prestó su hombro para el mar de lágrimas de su amiga mientras se desahogaba.

Quizás eso las había unido tanto.

—No es inapropiado que una mujer acepte que un hombre es apuesto. Y a ti no te haría daño admitirlo, anda.

—Está bien. —Puso los ojos en blanco y desvío la mirada de su amiga, sintiéndose acalorada—. Tal vez sí sea guapo, su porte imponga mucho y sí tenga bonitos ojos. Pero yo no me fijo en su... trasero, porque a mí sí me parece inapropiado eso. Pero bueno, Harold es...

—¿Así que su nombre es Harold? —indagó, pícara y con esperanzas de una historia insinuante. Lottie ansiaba que Victoria saliera con alguien. La verdad era que apenas si lograba que la visitara a su casa y se tomaran un café, nunca nada más que eso—. Me parece que Harold estará próximamente en los pensamientos sucios de Victoria.

Victoria acomodaba las tazas de café en la mesita y planeaba volver a la cocina por los panecillos, cuando la escuchó. Se puso más roja que la mermelada de fresa que rebosaba en los panecillos y suspiró antes de hablar.

—Deja de insinuar tonterías y ayúdame con esto.

Lottie se rió a carcajadas y continuó burlándose del rubor presente en su amiga, porque estaba ahí cada que mencionaba a aquel ojimiel. Al parecer ponía sus vellos de punta, de manera que ella al parecer no comprendía, ni quería comprender. Por lo menos, no ahora.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro