Capítulo 25
CAPÍTULO 25
—Charlotte, ¿cierto? —inquirió Harold, tendiendo su mano para saludar.
Charlotte estaba metiendo su maleta en el auto de Harold y, una vez que terminó, lo miró.
—Lottie, por favor, yo seré la madrina de bodas, tiene que haber familiaridad, ¿verdad? —Harold le sonrió ampliamente y miró a Victoria, quien se había quedado en el asiento de copiloto, esperando a que su amiga saliera. Ella de inmediato comprendió de lo que hablaba y le dio pena, cuánto le encantaba a él ver sus mejillas sonrojadas.
—Por supuesto, serás madrina y dama de honor, claro que debe haber un trato fraternal, Lottie. —La mujer miró a su mejor amiga mientras esta trataba de controlar la sorpresa—. Ahora sube que es hora de ir por las compras para ir a Kino.
—¿En verdad? —Harold asintió mientas subía y esperaba a que ella también lo hiciera—. ¡Dios mío! Victoria, usarás un sexy traje de baño, ¿verdad?
—¿Tú también con eso? —Harold soltó unas carcajadas a lo que Lottie entendió que él había mencionado mismo y también rio.
—Eres tan, no lo sé... ¿Chapada a la antigua? —Frunció los labios esperando que a Victoria no le pareciera un insulto sus palabras. Porque sabía que se ofendía con alguna de sus imprudencias. Cuando hablaban de las cosas que Victoria debería hacer, siempre se le soltaba la lengua y decía cosas que no iban. Su amiga terminaba seria y dándole la razón con pesar.
Sabía que su amiga era igual de frágil que una niña pequeña, quizás por lo que pasó se había vuelto de esa manera. Sabía que podía sentirse mal como cuando a un niño lo reprende su madre. Victoria era demasiado sensible, un par de veces ya la había encontrado llorando, justo unas horas después de haber hablado con ella y haberle dicho cosas que no debía.
—Lo es —confirmó Harold, lo cual provocó que la mirada de Victoria viajara de su amiga a él en segundos. Él tenía esa sonrisa perfecta, esa que no se le había borrado desde la noche anterior. Lottie y Victoria estaban sorprendidas, principalmente Lottie que estaba preocupada, porque de nuevo pensaba que a Victoria no le gustaría que mencionara la afirmación, de no ser por lo que dijo después, Lottie habría entrado en pánico—. Pero, ¿sabes? Eso es lo que más amo de ella. La hace única.
El corazón de Victoria saldría de su pecho, si eso fuera posible por el tan repentino ataque de pulsaciones. Sabía que no eran malas, pero sentía que explotaría. Ese hombre sabía cómo hacerla salir de enfoque y moverle el piso con tan solo un par de palabras. Lo que la llevó a preguntarse el cómo ella movía su mundo, porque ella solo abría la boca para reprenderlo por gastar su dinero en ella y Emiliana.
—Son hermosas, gracias.
—¿Te gustan? —Jacob le había hecho un ramo de margaritas a Emiliana, las había cortado del jardín de su abuela y las había puesto en agua toda la noche para que así no se marchitaran y entregárselas a la chica.
Emiliana olió el pequeño ramo y cerró los ojos. Ese gesto hizo sonreír a Jacob y a obligarlo a controlar sus emociones.
—Gracias. —La chica se había sonrojado gracias al detalle que había tenido, ese chico sí que le gustaba, que lástima que a él le atraía otra chica.
—Ese rojo, por favor. —Lottie parecía una chiquilla con el puchero de súplica que había hecho. Es que le estaba pidiendo a Victoria que eligiera trajes de baño, pero esta seguía negándose—. O el rosado, anda.
—Que no, ya dije. Hay que ir por las demás cosas, deja ya a un lado estas tonterías. —Se dio media vuelta y se dirigió al área de carnes, alejándose de Lottie. Harold estaba buscando algunas especias para usarlas en lo que prepararían en la playa, quizás un delicioso pescado empanizado u otro tipo de preparación.
Lottie alcanzó a Victoria entre risas, la mujer se había divertido un buen rato con los gestos de Victoria al mostrarla los distintos tipos de bikini en la tienda.
—¿Y bien? ¿Qué tal todo? —indagó Charlotte, interesada en cómo su amiga había pasado los últimos días. Desde que la había visto le había notado una enorme sonrisa y quería saber la razón de ella.
—Bien —le respondió sin verla, soltando aire al finalizar la palabra.
—¿Solo bien? Victoria tienes otro semblante, sonrisa nueva, pareces una mujer nueva, caray ¿Y solo respondes con un «bien»? Yo diría que tu cara es de un «maravilloso». Vamos, cuenta, ¿qué ha pasado? —Y ahí, nuevamente, Lottie estaba demostrando lo bien que la conocía, lo familiares que eran para ella las reacciones de su amiga y cómo lograr que se lo dijera.
—Nada, Charlotte. —Oh no, de nuevo Victoria usaba su nombre completo, pensaba Lottie, definitivamente había algo nuevo que se notaba que Victoria no quería contarle—. Solo he tenido los días más felices en mi vida. Mi hija está feliz, por eso lo estoy yo. No hay nada que no sea eso.
Su respuesta podría haber sido aceptable, de no ser porque Lottie miró el rubor en las mejillas de su amiga, quizás porque estaba imaginando algo, tal vez lo que no quería decirle.
—Déjame adivinar. —Lottie la miró profundamente a los ojos, Victoria comenzó a ponerse de nervios y sin planearlo soltó una risita. Lottie trató de reprimir la sorpresa—. No has pasado los mejores días de tu vida. Más bien pasaste la mejor noche de tu vida, ¿o me equivoco? —Victoria sonrió y miró hacia otro lado, poniéndose más roja de lo que ya estaba—. ¡Desgraciada!, ¿y no planeabas decirme? ¡Cuenta!
—¡Baja la voz! No todo el supermercado tiene que saberlo. —Lottie cubrió su boca y comenzó a reír moderadamente, pero con ganas de gritar de emoción.
La castaña comenzó a murmurar:
—Lo siento, querida, pero ¿no puedo emocionarme porque mi mejor amiga ha hecho el amor por primera vez en su vida? Todo lo que has pasado, Victoria.
Charlotte casi lloraba, a Victoria le pareció absurdo, pero solo sonrió y asintió.
—Bien, sí fue inapropiado, pero... ¿eso quiere decir que...? —Se acercó más a ella y bajó más la voz para continuar—. ¿El pasado... ya no está?
Victoria suspiró y bajó la cabeza.
—No te diré que se ha ido, solo que ya no me atormenta, ya no le temo, ya no duele como lo ha hecho por años. Ahora es solo pasado, pero ahí está, no se irá. —Victoria le dedicó una sonrisa tranquila a su amiga y le señaló el lugar donde estaban los platos desechables—. Harold sanó mis heridas, me ha enseñado lo correcto de muchas cosas que yo creía incorrectas, pero no borró lo que pasó, Lottie. Solo me hizo entender que las cosas no se superan solo se aprende a vivir a pesar de ellas. Las tomas y las haces a tu modo, las desechas de tu día a día, y aunque sabes que están ahí, las ignoras porque con el tiempo te das cuenta de que son solo... carga. Simple carga.
—Oh, amiga. —Lottie le dedicó una sonrisa tierna y la abrazó, llorando. Escucharla decir esas palabras la conmovió de lleno y le hizo darse cuenta de lo fuerte que podía a llegar a ser su amiga, sí, claro que lo era.
Pasar por aquellas cosas; el abuso, el rechazo de sus padres, el embarazo y los cuidados de Emiliana. Todo, absolutamente todo lo había logrado hacer a pesar de las circunstancias, a pesar de ser una chiquilla, tuvo el valor de enfrentar todos sus temores y vivir una vida normal, que hasta ahora se le estaba recompensando; por medio de la felicidad a lado de un hombre que la ama, porque a él se le notaba. Se notaba en sus ojos, cómo la miraba, se la comía con la mirada; la recorría completa, aunque él intentara disimularlo ella se daba cuenta.
Por un momento, Charlotte envidió a Victoria, no obstante, aceptó que no era envidia por su nueva vida, sino por aquella forma de pensar nueva. «Aprender a vivir a pesar de ellas». Ella no podía pensar así, no en los últimos años, mucho menos ahora, quizás nunca.
—Antes de irnos, tengo algo que decirte, Lottie. —Suspiró Victoria cuando ya estaban en el auto, a punto de comenzar el viaje hacia el rancho de Harold—. Mis padres están en casa. Así que, cuidado con lo que dices.
—Demonios, ¿en verdad? —Eso sí que era sorpresa. ¿Sus padres? Vaya que Victoria tenía que contarle demasiadas cosas. En tan solo unas semanas había hecho lo que nunca se había atrevido a hacer en diecisiete años, caray, eso sí que era impresionante.
—¡Qué emoción! —gritó eufórica Emiliana al ver entrar a sus padres junto a Lottie a la casa. Se acercó rápidamente a la mejor amiga de su madre y la abrazó—. No sabes las ganas que tenía de verte, tía. Hace más de ¿cuatro, cinco meses? No lo sé. No te había visto.
—Yo también te extrañaba, preciosa, ¿cómo estás? —Se separó un poco de ella y pudo observar a las dos personas que ansiaba conocer desde que Victoria le habló de su pasado. Un par de meses antes les habría gritado en la cara una y mil majaderías, desaprobando el abandono que le hicieron a su hija cuando más los necesitó, pero esta vez, por el bien de Emiliana y de la felicidad de su mejor amiga, había que guardar compostura—. Charlotte Ross, ustedes deben ser el señor y la señora Méndez, ¿cierto?
Sus palabras habían sonado forzadas, era claro que no quería comportarse con amabilidad para con ellos, pero había que aguantarse. Qué desgracia que Lottie no sabía cómo tranquilizarse. Incluso ella misma sabía que en algún momento diría la peor de las idioteces y terminaría metiendo en problemas a más de uno.
La joven caminaba de un lado a otro esperando la llamada que le confirmaría su parte del plan tan perfectamente planeado, según ella. Y es que se quería empeñar en tener algo que era más que obvio que jamás tendría. Ariana era demasiado terca, quería a ese hombre para ella y haría hasta lo imposible porque fuera así.
—¡Pablo! —fue lo que gritó la chica nada más descolgar. Y es que, para mala fortuna de aquella familia de tres, Pablo era muy amigo de Ariana, y él sabía claramente los sentimientos de la chica y no le parecía justo que una recién llegada le quitara algo que, a pesar de no tener, creía que le pertenecía. Aunque claro, sus intenciones no eran—. ¿Qué averiguaste? ¿Cuándo será la fiesta de la mocosa?
Pablo suspiró antes de responder, ¿y el hola, cómo estás? Se pregunta el hombre. Qué lástima que ella estaba embelesada únicamente con ese hombre que ni en cuenta la tomaba.
—Gloria me confirmó que será el próximo miércoles. —Pablo suspiró de nuevo—. Ari, yo creo que deberías...
—Te veo la próxima semana, Pablo, gracias. —Y sin más que agregar colgó, dejando al pobre de Pablo con la frustración a borde. Jamás podría sacar de la terquedad la mujer que amaba y seguiría siendo simplemente su chivo espiratorio y compañero de planes, esos en los que él nunca ganaba nada.
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